Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 25
septiembre 2024 - febrero 2025
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Reseña de Daniel James y Mirta Lobato, Paisajes del pasado. Relatos e imágenes de una comunidad obrera, Buenos Aires, Edhasa, 2024, 570 pgs.


Paula Varela

Centro de Estudios e Investigaciones Laborales,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Universidad de Buenos Aires.
Buenos Aires, Argentina.
paula.varela.ips@gmail.com
ORCID: 0000-0002-1616-6633
DOI: https://doi.org/10.46688/ahmoi.n25.472

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Como los propios autores señalan en la introducción, Paisajes del pasado es el producto de una investigación que llevó más 30 de años y que reunió a este historiador británico, autor de Resistencia e integración y de Doña María, con esta historiadora argentina, autora de La vida en las fábricas. Esa es, sin lugar a dudas, una primera peculiaridad de este libro. Es difícil encontrar hoy investigaciones que se sostengan durante tantos años y todo indica que será cada vez más difícil porque la temporalidad a la que empuja una práctica académica inmediatista y resultadista es la contraria: una sobredosis de temas que se ponen de moda, se desinflan, se estudian superficialmente, se abandonan. Aquí hay un interés común, una pasión que permitió un trabajo minucioso y a la vez creativo que se extendió por tres décadas. Ese interés es la comunidad obrera de Berisso. Sobre eso trata el libro, sobre “Berisso obrero” (tal como, según dicen en la introducción, iba a ser el nombre original de este texto).

Pero hay otros tres rasgos que hacen muy particular a este libro. El primero de ellos es la idea de montaje como forma de dar cuenta de diferentes problemas o de capas de problemas simultáneos, paralelos, que conforman a Berisso como comunidad obrera. Y que son las capas que van volviéndose visibles o van cobrando sentido (al menos el sentido que los autores le dan) en los cuatro capítulos del libro. Quien espere un relato unívoco sobre Berisso, sin fisuras, o una historia secuencial y diacrónica de cómo se conforma esa comunidad, no es este el libro que anda buscando. Aquí va a encontrar, más bien, diferentes escenas que se iluminan alternativamente como si fueran sectores de una escenografía que la luz cenital va iluminando y, de este modo, volviendo visibles, importantes y significativos. Pero además, esta idea de montaje, de abierta y expresa inspiración en Walter Benjamin, les permitió evadir, si se me permite el término, la presión de colocar en el centro del análisis eso que cada vez que se menciona a Berisso aparece casi ineludiblemente: Berisso como la cuna del peronismo. Si alguien está necesitando ese Berisso, el Berisso transformado en mito fundacional del peronismo, tampoco es este el libro que está buscando.

El segundo rasgo que llama la atención es que este montaje tiene como protagonistas a los objetos. Paisajes del pasado es un libro que coloca en el centro a los objetos. Los 30 años de entrevistas, visitas, diálogos, viajes, conversaciones con miembros y familiares de la “Berisso obrera” están aquí, pero no en un primer plano, sino que están puestos en función de lograr interpretar, comprender, dotar de sentido a esos objetos que construyen y hablan de relaciones sociales. Y son esos objetos los que definen los cuatro capítulos del libro. El objeto del capítulo 1 es la calle Nueva York, arteria fundamental de la Berisso obrera, sus conventillos, su cine, su bar, sus fondas, su casa de fotografías, sus veredas y las fachadas de los edificios, sus comercios. Allí, en ese objeto-espacio, se coagula una Berisso que va mucho más allá de la vida en las fábricas. Que construye formas de diversión, de galantería, de prestigios, de solidaridades y rivalidades, de resistencias al olvido y la nostalgia, de distinción. El capítulo 2, “Fotos familiares, narraciones orales y formación de identidades étnicas: ucranianos y croatas”, pone en el centro a las fotografías, los álbumes y las cartas de esos migrantes que bajaron de los barcos. A partir del hallazgo (exquisito para cualquier investigador) de esos materiales íntimos y, por su intimidad, encriptados en su sentido, James y Lobato se zambullen en búsquedas sobre las regiones de origen, los significados de los términos, las sutilezas de los encuadres fotográficos. Y construyen así una comprensión delicada y profunda del desarraigo y los afectos. El capítulo 3, “Los santiagueños de Berisso: migración interna, identidad y cultura”, tiene como protagonista a la geografía, el paisaje, el espacio que se habita y que se abandona como objetos ineludibles en la constitución de los migrantes santiagueños. Allí están la sequía, los parajes, las distancias deshabitadas hablando de creencias, conductas, jerarquías, músicas, bailes y lenguajes. El cuarto y último capítulo, “Narraciones comunitarias: patrimonio, museos y fiestas”, tiene como protagonista a los objetos transformados o bajo el intento de ser transformados en patrimonio histórico. El espectro del edificio del frigorífico Armour, solo rescatado por artistas locales en la obra “Requiem para un frigorífico”, el mural del Centro Cívico sobre la calle Montevideo, el Museo 1871 y sus vitrinas están recuperados en el libro para preguntarse por la construcción de la memoria y de la historia pública.

Esta centralidad de los objetos en el libro resulta doblemente interesante. Si bien la discusión sobre la relación entre las personas y las cosas no es nueva en el campo de las humanidades (ni en el de la historia en particular), tiene, sin embargo, gran actualidad porque obliga a unas ciencias sociales siempre al borde de caer en el puro subjetivismo, a preguntarse, a preguntarnos a quienes hacemos investigación en ciencias sociales por lo que algunos llaman “la agencia de los objetos”, el modo en que las cosas construyen relaciones sociales y las consolidan en el tiempo. Pero hay algo más que resulta interesante: este interés por los objetos los transforma, a Daniel James y Mirta Lobato, en una suerte de arqueólogos que buscan restos, ruinas, guardan un fragmento que aún no les dice nada en un cajón, lo dejan descansar, lo vuelven a buscar, hasta que logran que hable, que diga algo. En cierta medida, leer Paisajes del pasado es seguir el rastro de esos arqueólogos que no evitan existir en el libro como sujetos que investigan ni ocultan su desconcierto ante objetos que no dicen nada, aunque sí evitan que esa existencia de los enunciadores se vuelva empalagosa, excesiva, protagónica. En cierta medida, el libro permite asomarse a una dimensión lúdica de la investigación que no reniega del ensayo y error, sino que lo expone como parte del proceso.

El tercer y último rasgo que quiero destacar es lo que voy a llamar, a falta de mejores palabras, la digresión teórica como acordes en el libro. Si el juego con los objetos es lo que sostiene la melodía del libro, el juego con préstamos teóricos de distintas disciplinas funciona como estructura de la armonía. Intercalado con la descripción detallada, minuciosa de cartas, fotos, fachadas de edificios, parajes, se presentan Didi-Huberman, Freud, Derrida, Rancière, Berger, Stuart Hall, Azoulay, Elizabeth Edwards, Christian Metz, Pierre Bourdieu. Y lo interesante es que esos autores y estos retazos de teorías (porque son retazos de teorías) aparecen allí como si hubieran sido “pedidos” por los objetos. Como si los objetos hubieran exigido esas digresiones teóricas, como si pidieran la aparición de filósofos, antropólogos, críticos culturales, psicoanalistas, críticos de arte, historiadores, sociólogos para poder hablar, para poder decir algo. Y es la existencia de ese soporte armónico para la melodía de los objetos la que hace que el libro termine siendo una especie de diálogo entre tres: entre objetos que piden hablar, retazos de teorías que salen en su ayuda y los historiadores, Daniel James y Mirta Lobato, que negocian durante 30 años una forma de encuentro entre ambos y, por ende, una historia. El resultado de ese diálogo es Paisajes del Pasado. Relatos e imágenes de una comunidad obrera.