La temprana construcción patrimonial de Recabarren. Muerte y política en el movimiento obrero chileno de la década de 1920
Universidad de Santiago de Chile - Universidad Alberto Hurtado
Santiago, Chile
jorgenavarrolopez@gmail.com
ORCID: 0009-0000-0122-2447
Chilean Labor Movement of the 1920s
Resumen: El objetivo de este artículo es analizar las reacciones, las representaciones y los símbolos que circularon en el movimiento obrero producto de la muerte de Luis Emilio Recabarren en 1924. A través de la revisión y análisis de la prensa obrera, profundiza en las reacciones de anarquistas y comunistas, examinando las representaciones y las acciones conmemorativas que los segundos desplegaron en el espacio público con la finalidad de situar a Recabarren como un patrimonio del movimiento obrero. A modo de hipótesis, plantea que el PCCH desplegó una estrategia para utilizar la imagen del líder comunista con el fin de recubrir de legitimidad una forma particular de hacer política y de organizar a la clase obrera.
Palabras clave: Muerte – Política – Memoria – Cultura comunista – Recabarren
Título: The Early Patrimonialization of Recabarren. Death and Politics in the
Abstract: The objective of this article is to analyze the reactions, representations and symbols that circulated in the labor movement as a result of the death of Luis Emilio Recabarren in 1924. Through the review and analysis of the labor press, it delves into the reactions of anarchists and communists, examining the representations and commemorative actions that the latter deployed in the public space with the aim of placing Recabarren as a heritage of the labor movement. As a hypothesis, it proposes that the PCCH deployed a strategy to use the image of the communist leader in order to cover with legitimacy a particular way of doing politics and organizing the working class.
Keywords: Death – Politics – Memory – Communist Culture – Recabarren
Recepción: 25 de julio de 2024. Aceptación: 22 de agosto de 2024.
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Introducción
Ya fuera producto de las peligrosas faenas mineras o industriales, de las deplorables condiciones de la vida urbana o de la actividad represiva del Estado, la clase obrera chilena del primer cuarto del siglo XX convivió en constante compañía con la muerte. Pero fue la represión estatal la que convirtió a la muerte en una instancia con una carga cada vez más política. Las conmemoraciones de las matanzas obreras o los homenajes a los mártires del proletariado fueron ocupando progresivamente el calendario y las actividades de los trabajadores organizados. La muerte dejó de ser un asunto privado y se convirtió, por lo tanto, en un acontecimiento propicio para movilizar representaciones y aspiraciones políticas a través de la memoria de los difuntos y de las acciones públicas.
Aunque no fue la única muerte importante para el movimiento obrero de la época (Craib, 2017; Navarro, 2022), el suicidio de Luis E. Recabarren ocurrido a fines de 1924 activó una serie de tendencias, elementos y disputas que se venían fraguando en su seno desde la década anterior.1 En este hecho se expresaron las diferencias que caracterizaron la relación entre socialistas-comunistas y anarquistas del período (Navarro, 2017a), pero también se manifestaron estrategias discursivas e iconográficas de construcción patrimonial. Ambos aspectos ponen en evidencia la dimensión que podía alcanzar la muerte de un dirigente o militante en el ambiente político y cultural del movimiento obrero chileno del primer cuarto del siglo XX.
Con la finalidad de profundizar en las características culturales y políticas que adquiere un hecho funerario, este artículo se plantea como objetivo analizar las reacciones, las representaciones y los significados que circularon en el movimiento obrero en el período inmediato a la muerte de Recabarren. A través de la revisión de la prensa obrera, el análisis se enfoca en las reacciones que anarquistas y comunistas plasmaron en textos de diversos formatos: editoriales, noticias, poesías, canciones e imágenes. En ellas se expresaron elementos simbólicos para rememorar a los muertos compartidos por ambas corrientes, como las representaciones religiosas, y otros particulares de los socialistas-comunistas, como las acciones conmemorativas que buscaron posicionar a Recabarren como un patrimonio, un padre fundador, en definitiva, como el apóstol del movimiento obrero.
A modo de hipótesis, el artículo plantea que, en paralelo a las genuinas expresiones de dolor, los comunistas desplegaron una serie de acciones para utilizar la imagen de Recabarren con el fin de recubrir de legitimidad una forma particular de hacer política y de organizar a la clase trabajadora en una coyuntura de crisis institucional y de disputa por la dirección del movimiento obrero. Como ha estudiado Viviana Bravo (2017), esta tendencia no se agotó con el suicidio del líder comunista, proyectándose en décadas posteriores con otras muertes emblemáticas en el mundo de los trabajadores. En este sentido, la muerte de Recabarren puede ser comprendida como uno de los primeros puntos de encuentro exitosos en la historia de la izquierda chilena de dos caminos idóneos para dotar de una dimensión política al recuerdo: por un lado, una trayectoria individual arquetípica y, por otra, una intención orgánica de construir un patrimonio de esa figura. De ahí que sea relevante insertar la temprana construcción patrimonial de Recabarren en el tránsito histórico de la izquierda y de la cultura comunista y obrera del siglo XX.
¿Dirigente, maestro, apóstol o tirano?
Apenas unos meses después de su muerte, los comunistas santiaguinos iniciaron una colecta con la finalidad de reunir fondos para comprar una moderna linotipia a la que nombrarían “Recabarren”. En la imagen que acompaña la nota informativa, una linotipia con el nombre del dirigente es supervisada por un retrato de su rostro, representando así la metamorfosis de su labor en los engranajes de la máquina.2 Ya muerta la persona Luis E. Recabarren, la linotipia “Recabarren” continuaría su labor de extender el mensaje emancipatorio y socialista mediante la actividad característica del líder obrero: la palabra. El primer acto patrimonial tras la muerte de Recabarren se proyectaba así en el terreno del homenaje efectivo y orgánico, no todavía en el sentido de canonizar sus ideas o su imagen, sino en el de dar proyección fáctica a su memoria a través de la producción propagandística. Los comunistas de la época imaginaban que cada matriz que produciría la máquina “Recabarren” llevaría la impronta del líder obrero y que a través de la producción de palabras en moldes metálicos se prolongaría congruentemente su obra.
La propuesta de la sección santiaguina del Partido Comunista de Chile (PCCH) evoca de buena forma el tránsito que tomaría la figura de Recabarren en los años posteriores a su muerte: la tensión entre la persona y su representación entrecomillada, es decir, entre el dirigente obrero y el apóstol. Tres décadas después, el histórico dirigente comunista Elías Lafertte ponía de manifiesto en sus memorias la resistencia a lo que consideraba una construcción mítica de su maestro: “Cuando leo algunas descripciones que lo pintan como a un «apóstol» laico, las desmiento de inmediato, pues Recabarren no era nada de eso. Era un maestro de los trabajadores, sí, porque sabía inmensamente más que todos nosotros y cada palabra suya era una lección”. Lafertte hablaba como un amigo de Recabarren, pero también lo hacía en su rol de dirigente comunista, resistiéndose de alguna manera al culto personalista. Según sus recuerdos, Recabarren “no tenía nada de místico ni de soñador” y no aparecía como una figura elevada, fuera del alcance de los demás dirigentes obreros, pues, era “un trabajador metódico y realista, un hombre alegre y vivo, que encontraba la fuente de su alegría en el estudio y en la lucha” (1971, p. 82).
La resistencia a la construcción mítica que expresa Lafertte refleja una posición personal más que la postura general del partido en los años inmediatos a la muerte de Recabarren, dado que el grueso de la militancia comunista prefirió comprenderlo como un apóstol de la causa proletaria. En su autobiografía, cuya primera edición data de 1957, se filtran otras tendencias que agitaban al campo comunista, como la influencia estalinista. Como ha puntualizado Rolando Álvarez, en 1956 el PCCH modificó su fecha de fundación, restando de su tradición política el período 1912-1922 con la finalidad de difuminar la etapa del POS (2020, p. 98). Al parecer, más que desactivar el carácter apostólico de Recabarren, Lafertte intenta en 1957 restituir su herencia al interior del partido y del movimiento obrero, horadada por los efectos de las oleadas estalinistas desde el período de la bolchevización (Ulianova, 2005; Álvarez, 2017; Urtubia, 2017) y los intentos por borrar el legado recabarrenista que una parte de la dirigencia comunista venía realizando desde 1933 producto de la recepción de las políticas del “tercer período” promovidas por la Komintern.3 A un año del informe de N. Kruschev sobre los crímenes de Stalin, el panorama era más favorable para volver a desplegar el recabarrenismo, teniendo en cuenta el acercamiento del PCCH con las demás fuerzas de izquierdas agrupadas desde comienzos de 1956 en el flamante Frente de Acción Popular.
No obstante las intenciones desacralizadoras a posteriori del testimonio de Lafertte, y quizás como un efecto del magnetismo –positivo y negativo– que producía su figura, las primeras reacciones tras la muerte de Recabarren tendieron a considerarlo como algo más que un “trabajador metódico y realista”. Denominándolo como el “apóstol de las reivindicaciones sociales”, al día siguiente a su suicidio, el editorial de Justicia –periódico comunista de la capital– recurría a imágenes catastróficas. La muerte de Recabarren, presentada como un verdadero cataclismo para la clase obrera, no se comparaba ni a “una furiosa tormenta desencadenada de improviso, con todos los tonos cambiantes de sus terroríficos efectos; ni [a] un movimiento sísmico, que sacude desde los cimientos a las poblaciones enteras”. Según el editorial, este efecto era coherente porque con su muerte se asistía a la desaparición de un “genio superior” y “gigante del pensamiento”, el “corazón y nervio de todas las actividades sociales”. En definitiva, se trataba del final de la existencia del “apóstol que dominaba las multitudes con sus arengas fogosas y sus discursos profundos” o del “apóstol que encaminaba a las huestes del trabajo por la senda reivindicadora de sus más legítimos derechos”.4
El tipógrafo Manuel J. Montenegro, que había transitado desde el mundo ácrata hacia un explícito apoyo a la estrategia de la Federación Obrera de Chile (FOCH) y el PCCH, recurrió a conceptos similares en una síntesis de la trayectoria política de Recabarren. Según su opinión, la palabra del dirigente comunista era un “néctar vivificante de la Verdad”, que le permitía posicionarse como un “dominador de muchedumbres”, una especie de “faquir hindú, uno de esos seres extraordinarios que invierten las leyes de la Naturaleza”, que al tocar “con su varilla mágica la conciencia popular, sumida en la modorra y el marasmo de un sueño secular […], el pueblo trabajador despertó a una vida nueva”. Con su deceso, desaparecía “el caudillo de talento y concepciones superiores que las masas necesitaban para su total liberación”.5
Aunque más mesurada y con un tono informativo, la declaración oficial del PCCH lo calificó como un “camarada”, “compañero” y “gran leader”, pero también como un “hombre de acero”, un “sólido pedestal de la idea” y “una montaña ante el huracán de los opresores”. Menos apologético era un poema anónimo dedicado al “viejo maestro”. En sus versos se aprecia el dolor mezclado con la rabia y la sensación de orfandad. El poema finaliza con un tono seco que rechaza la apología: “Ni una palabra sale de nosotros, pretendiendo hacer un panegírico. / Recabarren no admite panegírico”.6
Sin embargo, esta última no fue la tendencia de los días posteriores a su muerte. Las notas editoriales continuaron utilizando tanto imágenes religiosas como conceptos laudatorios. En una de ellas, se lo calificaba como el “nuevo mesías” que con “látigo de fuego […] cruzó el rostro de los explotadores”, transformándose en la “palanca propulsora de todos los movimientos”. Recurriendo a pasajes bíblicos que probablemente habrían incomodado al homenajeado, el artículo señalaba que, dado su carácter mesiánico, “a su paso incorporábase el obrero esquilmado, que cubierto de andrajos y revelando las huellas de su martirio, escuchaba con unción y religioso respeto esa prédica sublime de liberación”.7 Otros militantes se expresaron de forma parecida, definiéndolo como “el apóstol del comunismo en Chile y América” y como “el apóstol convencido de [la] evolución” democrática del país.8
En una clave más terrenal, un dirigente estudiantil lo describía como un “hombre raro, impenetrable e inteligente, exquisitamente culto y adorablemente bondadoso”, cuya “palabra llevaba el perfume del amor fraternal de humanidad”.9 Mucho más crítico era un artículo firmado por Rafael Guzmán y publicado en enero de 1925 en Claridad, órgano de la Federación de Estudiantes, en el que se calificaba a Recabarren como el “generalísimo” de un “grupo exclusivista, intransigente y hostil” que se había instalado en Santiago luego de su elección como diputado y que estaba integrado por “todo el círculo personal que le rodeaba en el norte”. Debido al actuar caudillista que reconocía en Recabarren, el texto afirmaba que el panorama en la FOCh era negativo, puesto que cuando “detrás de un caudillo no existe una fuerza colectiva que tenga conciencia de sí misma, al desaparecer el caudillo, se desvanece también la fuerza, demasiado incipiente y rudimentaria para sustituirle”. En definitiva, el legado que dejaba Recabarren tras su muerte no era más que una “guerrilla alrededor de la alta jefatura vacante” que terminaría en la “imposición de otro caudillo”.10 El artículo se ajustaba a la postura antipartidista de quienes participaban en la redacción de la revista en aquel momento, entre ellos el médico y miembro de la Industrial Workers of the World (IWW) Juan Gandulfo, el escritor anarquista José S. González Vera y el futuro rector de la U. de Chile Eugenio González. En los meses siguientes, la revista no volvió a referirse a Recabarren.
El tono de este artículo y el posterior silencio de Claridad contrastaba con la declaración que divulgó la Federación de Estudiantes tras su muerte. Dicho documento, si bien evitaba calificativos grandilocuentes, señalaba que a “la sombra de su labor pudo florecer una vasta y poderosa organización obrera a lo largo de la República”, siguiendo “su mano hecha para guiar a la muchedumbre a la barricada redentora”.11 Estas ideas fueron recogidas en el discurso que pronunció el presidente de la organización, Roberto Meza F., el día del funeral en el Cementerio General. Allí, señaló que Recabarren, con su “mano de apóstol” y “palabra mesiánica”, había dejado una “clara enseñanza” a trabajadores y estudiantes, en el sentido de que juntos, en “la hora del combate cuerpo a cuerpo, de la guerra sin tregua, de la conquista de nuevos caminos en el país azul de la utopía”, debían asestar “un golpe de maza sobre la frente torva de los tiranos”. Trasluciendo la figura del dirigente con la del poeta, en su discurso Meza ocupó conceptos en los que calificaba a Recabarren como “viejo luchador mesiánico” y “Libertador de explotados”.12 Utilizando también imágenes religiosas, en otra declaración, el mismo dirigente señaló que en las palabras de Recabarren se expresaba “el fervor del apóstol” y que su desenlace había sido similar al del “Mesías”, es decir, el tránsito por “el Calvario amargo”.13
Retomando el tono crítico en el campo libertario, el semanario El Surco de Iquique publicó a fines de diciembre de 1924 el artículo anónimo “La muerte de un futuro dictador”, en el que se calificaba a Recabarren como “el Papa de los calumniadores de los anarquistas” y como “un aspirante a déspota” que había apoyado a los militares golpistas de septiembre de ese año14 con la intención de “subir él y su camarilla al poder y desde allí satisfacer sus instintos cobardes de dictador y dominador”. Según el redactor, en su actuación como dirigente obrero el líder socialista se propuso nada más que “subirse en las espaldas de los explotados, a calumniar, a vender la dignidad de los hombres y querer ser, valiéndose de la ignorancia de las masas, una de las peores pestes que afligen a la humanidad, un TIRANO”. Con estas palabras, el artículo buscaba “dejar sentada nuestra ninguna simpatía y sí un franco repudio”.15 Una actitud similar expresó la Unión Local de la IWW de Concepción al negarse a participar de un mitin en homenaje a Recabarren organizado por la FOCh, explicando: “lo que nosotros hemos despreciado no ha sido la muerte, lo que nosotros desechamos y nos negamos a honrar con nuestra presencia, fue el reconocimiento a su labor emancipadora”. Propinando un golpe antirreligioso, la declaración finalizaba: “si bien es cierto que hay fieles que rinden culto a la mentira ensotanada y bíblica de los santos evangelios, nosotros no podemos, camaradas comunistas, hacernos intérpretes”.16
A pesar de estas fuertes críticas, algunos anarquistas participaron del funeral, unos acompañando silenciosamente al cortejo, otros ocupando una de las quince tarimas que se levantaron en la entrada del cementerio. En una de las tribunas oficiales hablaron los obreros de la sección de la IWW capitalina Alberto Baloffet, Armando Salas y Benjamín Piña.17 La participación de estos dirigentes libertarios en el funeral de Recabarren contrasta con la reacción silente o los escasos juicios negativos divulgados por la prensa anarquista de la época.18 De igual modo, deben insertarse en los debates que existían en el campo libertario entre algunos dirigentes de la IWW santiaguina y grupos ácratas en otras zonas. En 1924 el conocido dirigente anarcosindicalista Armando Triviño había debatido ácidamente con los redactores de El Surco iquiqueño, quienes lo tildaron como un “anarcodictador” (Muñoz, 2009, p. 35), los mismos que meses después calificarían a Recabarren como “tirano”. Una parte del anarquismo que actuaba en los sindicatos manifestaba que el grupo de Triviño, y con ellos la dirección de la IWW, se mimetizaba demasiado con el marxismo, de ahí que la entendieran como una organización autoritaria y centralista, crítica desde donde se reavivó la idea de refundar la Federación Obrera Regional Chilena, iniciativa que cristalizó hacia 1926 aunque rápidamente se desactivó durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) (Araya, 2008, pp. 90-108).
En este sentido, las exiguas reacciones que generó la muerte de Recabarren en la prensa libertaria no se explican por una abierta negación al recuerdo reverencial, más bien se debían a las diferencias políticas coyunturales al interior del movimiento obrero y pueden comprenderse como una continuidad de la diferenciación que discursiva, orgánica y políticamente cultivaron ambas corrientes desde la década de 1910 (Navarro, 2017a).
La exaltación de los muertos no fue una actitud exclusiva de los comunistas. Por el contrario, los anarquistas chilenos también utilizaban altivos conceptos para recordar a los militantes fallecidos. Según Manuel Lagos, las diversas corrientes que actuaban en el horizonte libertario se movilizaron para erigir un panteón de héroes y mártires, utilizando la muerte como un momento propicio para fijar en la memoria del movimiento obrero la lucha de sus militantes, principalmente a través del recuerdo recurrente en sus medios de prensa (2023, pp. 402-446). Uno de esos momentos fue la muerte del destacado militante anarquista Manuel A. Silva, a mediados de 1926. Desde el Grupo “Verba Roja” lo recordaban como un “hombre de excelencia” que había demostrado que la clase obrera podía cultivar con éxito los “bellos modales y [la] nobleza de sentimientos”. Comparado con Sócrates, Copérnico, Galileo y, también, con Cristo y Mahoma, Silva era comprendido como “un titán que se erguía contra el tirano a fin de salvar al Nuevo Prometeo”.19 Por su parte, Juan Gandulfo lo recordaba como una de esas “columnas de fuego que guiaban en la antigüedad a los barcos huérfanos de costa” y “un hilo de plata tendido en el marasmo de las masas obreras”.20 En contraste con las reacciones anarquistas tras la muerte de Recabarren, los comunistas publicaron una nota en la que calificaban a Silva como “un viejo y respetado luchador obrero”. En ese sentido, concluían: “Nos inclinamos reverentes, pues, ante los despojos del compañero Silva y acompañamos a los camaradas de la IWW en sus manifestaciones de dolor por tan irreparable pérdida”.21
Estas palabras no fueron una respuesta estrictamente coyuntural y circunscrita a la figura de Silva. Enterados del suicidio del obrero anarquista Julio Rebosio a fines de abril de 1920, los socialistas antofagastinos defendieron su memoria acusando a la prensa burguesa de insistir en la campaña de desprestigio, “no teniendo siquiera una palabra de paz con el caído”.22 Unas semanas antes, el mismo diario realizó una defensa de Rebosio más extensa, señalando que la acusación sobre su nacionalidad –que lo tenía en prisión– enmascaraba los afanes represivos de la burguesía en contra de la lucha obrera. En definitiva, “Julio Rebosio es más chileno que todos los burgueses juntos”.23 A fines de 1920, tras la muerte del estudiante y poeta libertario José Domingo Gómez Rojas por los efectos de una tortuosa prisión, la prensa socialista dedicó un importante espacio para rendirle homenaje. En el órgano de la sección antofagastina del POS, se lo calificaba como un “muchacho […] fiero” de “espíritu superior”, que había “fundido su alma con las almas de los de abajo, con el alma de la chusma” y que, mediante su poesía, “cantaba las rebeldías y dolores de este pueblo”. El artículo declaraba, además, que su ejemplo “vivirá para reconfortar nuestros corazones rebalzantes [sic] de rebeldía” y confesaban encontrarse “dispuestos a vengar su generoso corazón”. Sin mencionar su militancia anarquista, finalizaba con un gesto de respeto: “¡Descubrámonos ante la tumba de nuestro hermano sacrificado!”.24 En Viña del Mar, en tanto, el periódico socialista dedicó buena parte de su primera página para homenajear a Gómez R., “hermano caído” cuyo sacrificio era comprendido como “un abono fecundo que ha de impulsar a nuestra clase explotada por el sendero del ideal de su emancipación y libertad”. Además de una foto y un extracto de uno de sus poemas, se incluía un texto del conocido sastre socialista de Valparaíso Benjamín Rojas C. que, con admiración, lo describía como el “más sincero y honrado trovador de la lira revolucionaria”, como “el verbo y la encarnación de la masa proletaria, que llevaba en su sangre y en su carne toda la terrible herencia de muchas vidas sacrificadas en el holocausto de los poderosos”. El editorial que encuadraba el homenaje extraía una interesante conclusión:
Los elementos socialistas, parcos como esta lucha cruenta y tenaz ha formado nuestros sentimientos, […] no hacemos la apología de la víctima, sino que, en el cumplimiento ingrato de nuestro deber, queremos que el pueblo y la clase obrera se penetre que Gómez Rojas no es la única víctima, sino el símbolo del dolor y el espectro de los que desde Magallanes a Tarapacá sufren las brutalidades de una represión calculada despiadadamente por la oligarquía entronizada.25
Imbuidas de un sentido ecuménico que contrastaba con la discordia que caracterizaba las comunicaciones entre socialistas y anarquistas, estas expresiones fijaban la muerte de Gómez R. como un episodio emblemático de las luchas del movimiento obrero, en especial en el contexto represivo de 1920 que incluía el “proceso de los subversivos”, el asalto a la Federación Obrera de Magallanes y, además, prefiguraba trágicos eventos venideros, como la matanza de San Gregorio en febrero de 1921, la de la Alameda en mayo de 1922 y la de La Coruña de junio de 1925.
La hegemonía que habían alcanzado los comunistas en la FOCh hacia inicios de la década de 1920 había ampliado las diferencias entre las distintas corrientes del sindicalismo anticapitalista. Además, luego de la ruptura institucional producida por el golpe militar de septiembre de 1924, la reconfiguración del escenario político se había vuelto más compleja con la aparición de la Unión Social Republicana de Asalariados de Chile, organización multipartidista en la cual se involucraron los comunistas que reforzó la promoción entre la clase obrera de la opción política institucional (Rodríguez, 2019). Así, la muerte de Recabarren sobrevino en un momento de crisis y reconfiguración de la actividad política obrera que acrecentó aún más la distancia entre anarquistas y comunistas.
Tomando las riendas de la memoria: Recabarren como patrimonio del movimiento obrero
Una de las primeras dificultades que enfrentaron quienes promovían la construcción patrimonial de Recabarren se derivaba de las circunstancias de su muerte: su deceso no había sido producto de la represión. ¿O quizás sí? Una de las claves de los diferentes tipos de documentos producidos en torno a su muerte ponía el acento en la constante persecución que había sufrido durante su vida militante. En el apartado anterior revisamos algunos testimonios que asimilaban su trayectoria con un “calvario”, coherente con su “misión apostólica”. Este tipo de conceptos no fueron un patrimonio exclusivo de su deceso. Tras el fallecimiento de J.D. Gómez R., en la revista Juventud se lo retrató como un “santo” que había sufrido el “martirio” y en cuyo perfil, “que la muerte asemejó al de Cristo, tiembla una aureola plena de humanidad”. Otro texto de la misma edición recordaba que en su poesía se leían “versos de una majestad bíblica”.26 “Llevabas en el alma una racha divina y tenías derecho a la muerte de un dios”, exigía con dolor el poeta Fernando García Oldini en su funeral. Invocando “la hora inevitable de la venganza”, denunciaba: “Has caído asesinado por la misma mano que crucificó a Cristo”.27 Desde la cárcel, Juan Gandulfo recurría a la figura de Cristo para equiparar la triple negación de Pedro con la traición de los “políticos inmundos” que condujo a la muerte a Gómez.28 Con una retórica similar a la utilizada tres años después para despedir a Recabarren, R. Meza Fuentes llamaba a no olvidar su “martirio” y a reconocer en su muerte una “enseñanza apostólica”.29
No debe sorprendernos el uso de las claves religiosas en sujetos abiertamente antirreligiosos y tan opuestos a la influencia social de la Iglesia como los comunistas y anarquistas. Los comunistas utilizaban conceptos similares en muchos de sus textos, en especial en aquellos de tipo laudatorio. Incluso antes de su fallecimiento, Recabarren fue objeto de homenajes que alababan su labor como dirigente o “apóstol soberano” del movimiento obrero, como lo describía un poema de agosto de 1923. En dicho documento era también calificado de “héroe” que sufría las “tramas asquerosas” de las “víboras sedientas de sangre”.30
Conocida su muerte, las referencias apostólicas florecieron en todo el territorio. Desde Valdivia, el futuro diputado comunista Abraham Quevedo escribió un soneto en que Recabarren era presentado como un “gran apóstol bueno y fuerte”, aquel que “aún muerto, gemebundo” hacía oír su “ígneo verbo”.31 En la misma ciudad, Máximo Arroyo dedicó un poema “Al Maestro y Apóstol” en el que el difunto aparecía como un “moderno Cristo”.32 La canción “Loor a su obra” retomaba la idea del “apóstol”, del “guía inmortal” de la “columna de fuego”, en definitiva, del “Maestro que todos tuvimos / como faro de la libertad”. Y proyectando de modo espectral su influencia hacia el futuro, concluía: “aún parece que desde su tumba / salen voces de Paz y Amor”.33 En una línea similar y a un año de su muerte, un editorial santiaguino lo comparaba con el “Mesías de Judea” perseguido por los “fariseos” modernos, es decir, los clericales locales.34 Los poetas antofagastinos conmemoraron su primer aniversario luctuoso haciendo referencia a su carácter apostólico. Evocando claves paternales y líricas, uno escribió: “Tus ojos –nobles ojos de apóstol nazareno– / nos miran todavía con infinita unción”.35 En un tono más épico, en otro se lee: “Fuisteis apóstol irredento / Y tu verba misión de libertario / Y fue Chile tu Patria, tu calvario…”.36
Quizás producto de que muchos de quienes escribían arrastraban una formación inicial asociada a las instituciones eclesiásticas o por haber desarrollado sus primeras lecturas con libros religiosos, las referencias evangélicas aparecen una y otra vez en los textos elegíacos. Como vemos, no se trató de una tendencia exclusiva de comunistas o anarquistas, más bien se trataba de un conjunto retórico disponible para su uso docto o profano y una referencia ineludible en el uso literario del lenguaje, de la cual no escaparon ni las vanguardias literarias ni políticas del primer cuarto del siglo XX chileno.
Con una intención menos hagiográfica y más doctrinaria, Luis A. Hernández, director de La Jornada Comunista de Valdivia, destacaba de Recabarren su labor como iniciador teórico y práctico de las ideas de Marx en Chile. Debido a ello, le correspondía un lugar fundamental en la historia del movimiento obrero, dado que “fue la fuerza intelectual de Recabarren la que diera al proletariado […] una orientación definitiva”.37 La orientación aludida por Hernández se refería a la lectura recaberreniana de que en Chile se experimentaba una abierta lucha de clases y que para lograr mejores condiciones para la clase obrera se debía consolidar en conjunto la lucha política y sindical. Para el obrero, poeta y flamante diputado comunista antofagastino José S. Córdova, Recabarren era, “antes que otra cosa, un organizador, y no un visionario ni un soñador”. “Realista y práctico en grado sumo”, continuaba, “sólo pensaba en organizar a las masas”. Por lo mismo, en una interesante analogía, estimaba merecido el apodo de “Lenin chileno”, porque reconocía en ambos la intención de llevar a la “práctica las teorías, convertir en realidades fecundas los proyectos e ideas sugeridas por la doctrina marxista”. En definitiva, si en Rusia y en Europa “el leninismo hizo escuela”, en Chile “llegó a formarse una escuela recabarrenista que ha servido para marcar claras y luminosas orientaciones al proletariado nacional”.38 Más allá de si es válida o no la comparación con el leninismo, la declaración de Córdova permite comprender que una parte de los militantes comunistas de la época se sentían identificados con una cultura política específica y plenamente en desarrollo: el recabarrenismo. Y de cierto modo, viene a revestir históricamente lo que la historiografía ha analizado respecto a la cultura política socialista-comunista (recabarrenista, no de Recabarren) hasta 1973 y su resurgimiento hacia fines de la dictadura encabezada por Augusto Pinochet.39
En estricto rigor, este tipo de juicios no surgieron como un efecto de su muerte, era una noción que circulaba desde la década anterior. En el contexto de un nuevo procesamiento judicial y encarcelamiento, a mediados de 1920 los socialistas de Viña del Mar lo definían como el “precursor del socialismo en Chile”, la “primera figura del proletariado” y “uno de sus más caros apóstoles”, a la vez que destacaban su labor en la prensa obrera y en las constantes acciones de agitación.40 Desde Antofagasta, era definido como el “incansable batallador […] que ha sostenido hora tras hora la más gloriosa y titánica labor” hasta transformarse en el “símbolo de la regeneración social”.41 En el mismo puerto nortino, un poeta lo llamaba “Bienhechor de la pobre humanidad” y “Redentor de la gleba despreciada”, en definitiva, un precursor del despertar obrero: “Libertador audaz, tu pluma ha sido / Un fanal en el campo proletario”.42
Un asunto interesante de las conmemoraciones del 1º de mayo de los años posteriores a su deceso es que si bien se recordaba la figura de Recabarren y se reconocía la persistente persecución que sufrió, no era comprendido a cabalidad como un mártir. Esto parece señalar que sus compañeros comprendían que el “calvario” al que se enfrentó no se asimilaba al experimentado por otros militantes o trabajadores asesinados en matanzas. Como reconocían muchos artículos y discursos, había sido perseguido durante su vida como dirigente obrero, pero aun así no era incorporado en la trayectoria represiva más dura del Estado, pródiga en entregar mártires al proletariado. Elocuente en este sentido es que a poco más de una semana de su muerte los comunistas santiaguinos informaron la intención de publicar un calendario de propaganda que iba a incluir “una lista de fechas históricas […] que tenga relación con el movimiento y agitación obrera”. A modo de ejemplo, se anotaban las matanzas obreras de Iquique (1907) y San Gregorio (1921), la aparición de El Despertar de los Trabajadores y de La Federación Obrera o la huelga carbonífera de 1921. La muerte de Recabarren no figuraba en el listado.43 Para la conmemoración de mayo de 1925, un texto publicado en el periódico comunista Justicia incluía, en una larga sucesión de hechos represivos a nivel global, las matanzas de Iquique, San Gregorio y Magallanes (1920) junto a la muerte de Gómez Rojas.44 Tampoco lo mencionó la declaración del Comité General Pro 1º de mayo de la capital publicada en la misma edición.45
Las acciones patrimoniales luego de la muerte de Recabarren no se circunscribieron a la palabra escrita revisadas más arriba, también incluyó otro tipo de operaciones iconográficas. Una interrogante urgente fue qué hacer con su cuerpo. La comisión encargada del funeral decidió embalsamarlo, labor que estuvo a cargo de los estudiantes de medicina Moisés López Oyaneder y José Lagos.46 Esta decisión no tuvo otra finalidad que favorecer la conservación del cuerpo durante la capilla ardiente. En diciembre de 1925, la V Convención Nacional de la FOCh –que se inauguró con tres minutos de silencio en su honor– discutió sobre el destino de sus restos, planteándose la idea de construir un mausoleo para trasladar el cadáver. Sobre este punto, en la sesión del 24 de diciembre E. Lafertte, en ese momento tesorero de la FOCh, aclaró que la futura tumba no se proyectaba sólo para contener los restos de Recabarren, “sino que también [los de] todos aquellos ciudadanos que por sus sacrificios y labores en bien de la causa proletaria merecieran este premio de descansar en el mausoleo”.47 Para llevar a cabo esta iniciativa, se decidió establecer una cuota mínima de cincuenta pesos a cada consejo federal.48 Finalmente, ni los restos de Recabarren ni de ningún/a dirigente descansaron en el mencionado mausoleo porque este no se construyó. Durante casi cien años los restos del líder comunista estuvieron en una tumba familiar ubicada en el Cementerio General, la cual no presentaba ninguno de los rasgos de monumentalidad que proyectaba la FOCh.
Otro modo de proyectar la figura de Recabarren en la memoria popular fue a través de la imagen. Hacia mayo de 1925, los comunistas de Santiago pusieron a la venta una ilustración realizada por el reconocido dibujante Raúl Figueroa (Chao). Según la síntesis descriptiva de la publicidad, Recabarren aparecía en ella retratado como el “apóstol de las reivindicaciones del proletariado”, como un “hombre-sol” rodeado por trabajadores, quienes, “blandiendo sus útiles de trabajo, se retraen de sus múltiples preocupaciones y se prosternan silenciosos ante el que vislumbrara medio siglo antes una sociedad laboriosa y de iguales”.49 El 20 de diciembre de ese año, la portada de Justicia incluyó a página completa un retrato de Recabarren realizado al lápiz por Rodolfo Alarcón, artista que posteriormente utilizó la misma técnica para inmortalizar a Lenin en una edición conmemorativa de la Revolución Rusa.50 Esta estrategia se reprodujo en la mayoría de la prensa comunista y fochista en los días inmediatos a su muerte o en las conmemoraciones anuales, legando así un interesante material pictórico en torno a su figura.
Con la intención de realizar un homenaje incluso más duradero que el del lápiz o de la imprenta, los fochistas encargaron al escultor Carlos Canut de Bon un busto de Recabarren, proyecto que se materializó a fines de 1925. Esta idea surgió entre los dirigentes de la FOCh al calor de su fallecimiento, pues Canut de Bon realizó una máscara mortuoria antes del funeral. Un año después, el escultor había terminado de confeccionar dicha máscara, además de un retrato vivo y un busto que podía replicarse en yeso, bronce o mármol.51 El mismo Canut de Bon se encargó de ofrecer estas obras en dos cartas, una dirigida a la convención de la FOCh y otra al congreso del PCCH, ambos eventos realizados en diciembre de 1925 en el local de Justicia. El escultor declaraba en la primera misiva que su motivación había sido “dejar un eterno recuerdo plástico de tan ilustre maestro de la causa obrera en Chile y América […], como mi óbolo de arte a la obra magnifica y de sacrifico del apóstol”.52 En la segunda, perfilada adecuadamente para sus receptores, Recabarren era definido como el “apóstol del comunismo en Chile”.53 El alto precio de las obras ($200 en yeso, $1.500 en bronce y $2.000 en mármol) pudo haber sido la causa de una controversia que surgió entre el mundo obrero capitalino, ya que el gremio de fundidores envió una carta a la convención solicitando que se les encargara a ellos la confección del busto con un costo considerablemente menor (entre $150 y $200). Apreciando de forma positiva la capacidad artística de Canut de Bon en demérito de los obreros metalúrgicos, la FOCh promovió entre los consejos la compra de la obra del escultor.54
Otro punto relevante de la convención de la FOCh fue la propuesta de organizar una Universidad Popular Nacional Luis Emilio Recabarren. El proyecto original, a cargo del profesor comunista y conferencista marxista Jorge Neut Latour, contemplaba la entrega de una manutención mensual de sesenta pesos para cada estudiante durante un año, la duración que se establecía para los diferentes cursos.55 Teniendo en cuenta que los impulsores de esta iniciativa fueron los comunistas, es probable que este proyecto, que finalmente tampoco se materializó, se pensara como una alternativa marxista y obrerista al arielismo de la Universidad Popular Lastarria, fundada en 1918 por la FECh y que por aquellos años tenía una marcada influencia de los militantes del Partido Radical. Este proyecto de nivel universitario se debe insertar en las prácticas de la educación escolar promovidas por los socialistas-comunistas desde la década de 1910, caracterizada por la autoformación y cuando lograban mayor grado de institucionalización se materializaban en Escuelas Racionalistas.56
Tanto la convención de la FOCh como el congreso del PCCH se insertaron en un marco mayor: la “Semana Roja”, como fue denominada la última semana de diciembre de 1925 aludiendo a los eventos político-sindicales y a los homenajes a Recabarren organizados en la capital. Durante estos días los actos conmemorativos ocuparon buena parte del tiempo de la militancia que no actuaba directamente en dichos eventos, como las veladas en honor al líder organizadas por nueve centros obreros, el torneo de fútbol “Luis E. Recabarren” y la romería a su tumba que, según los cálculos de los comunistas, reunió a más de siete mil personas y estuvo encabezada por “un gran cuadro con la fotografía del caído, adornado con artísticos ramilletes de flores rojas y palmas, lo que daba al espectáculo una impresión de dolor”.57 La “Semana Roja”, incluyó un picnic en homenaje a los convencionales de los eventos obreros y una velada artística de clausura con la conferencia “El Comunismo en Rusia” a cargo del poeta Vicente Huidobro.58
El último hito de esta temprana construcción patrimonial tenía como objetivo fijar en la historia la figura de Recabarren. Conscientes del papel legitimante que cumplía la letra impresa y la inscripción de una trayectoria individual en hechos de alcance general, los comunistas proyectaron hacia fines de 1925 la edición de una biografía histórica de Recabarren para que los detalles de la vida “del hombre que fue nuestro maestro y guía” fueran conocidos por “todos los trabajadores del país”. Enmarcado en las recurrentes y breves semblanzas de militantes que publicaba la prensa comunista, este proyecto buscaba grabar en la memoria popular la “vida ejemplar” de Recabarren “como un sendero por el que han de marchar [los trabajadores] para llegar a nuestra finalidad”.59 Si bien no se publicitó su venta ni se informó de su distribución por otros canales, la tradición de las vidas ejemplares de militantes comunistas se retomaría en las décadas posteriores bajo el formato de autobiografías escritas al modo de novelas de formación, basadas en entrevistas y producidas por la pluma de militantes más jóvenes y dedicados profesionalmente a las letras.60
Conclusiones
La construcción patrimonial que se comenzó a tejer tras la muerte de Recabarren generó una importante producción literaria e iconográfica que fue reproducida mayormente en la prensa partidista. Por un lado, estos documentos pueden ser comprendidos como una estrategia política de la prensa comunista, pero, por otro, indican que la muerte del dirigente obrero encendió la mecha de creatividad en un buen número de simpatizantes y militantes a lo largo del país. En ambos sentidos, el análisis de esta amplia producción letrada debe insertarse en las tradiciones y prácticas literarias de la cultura socialista-comunista, dentro de la cual era habitual el despliegue escrito del homenaje, el recuerdo y la elegía.
La aparente resistencia por incluir a Recabarren como un mártir del panteón del movimiento obrero no interrumpió la construcción de su figura como un patrimonio del proletariado. Ya que un asunto era no haber sido asesinado directamente por las fuerzas represivas del Estado, otro haberse suicidado en su habitación y otro muy distinto no tener las credenciales para ser considerado una figura relevante del movimiento obrero. En este sentido, buena parte de los escritos de homenaje ponían énfasis en que con la muerte de Recabarren no se acababa una forma de organizar a la clase obrera, sino que esta se proyectaba desde su ejemplo y seguía encarnada en el PCCH.
Incluso las manifestaciones negativas que se generaron en el campo libertario tras su muerte informan que efectivamente era una personalidad importante de las luchas de los trabajadores del primer cuarto del siglo XX. Los negativos epítetos que aparecieron en algunos periódicos anarquistas tras su suicidio deben inscribirse en el contexto más amplio de las disputas en el movimiento obrero y de alguna forma eran estertores de los innumerables conflictos que durante su vida él y sus compañeros protagonizaron con los grupos libertarios. La participación de dirigentes anarquistas en su funeral indica, en primer lugar, que una parte de los militantes del arco libertario creyeron necesario realizar un homenaje a su trayectoria como dirigente obrero. Desde otro prisma, esta participación puede ser comprendida como una señal del distanciamiento que existía con las posturas de algunos grupos ácratas que declaraban un absoluto rechazo a una organización sindical centralista como la que desarrollaba la FOCh o la que promovía una parte de la IWW.
A pesar de que tras su muerte los comunistas intentaron resaltar la labor ecuménica de Recabarren y configurarlo como una figura idónea para convocar al conjunto de los trabajadores, faltarían varias décadas todavía para que el movimiento obrero anticapitalista se unificara y su imagen como fundador del sindicalismo chileno comenzara a ser hegemónica. Primero con la creación de la Central de Trabajadores de Chile y el Frente Popular en 1936, luego con el Frente de Acción Popular en 1956. El rescate de Recabarren en esta última etapa no fue un proceso fácil, dado que implicó nuevamente una disputa, pero en aquel momento el centro del conflicto estuvo en quién podía reconocerse como heredero legítimo del apóstol: el PCCH o el Partido Socialista de Chile (1933-). Casi medio siglo después de su muerte el proceso patrimonial se encontraba solidificado cuando Salvador Allende, recién asumido como presidente, señaló en 1970: “Hoy, aquí con nosotros, también vence Recabarren con los trabajadores organizados tras años de sacrificios”.
Abreviaturas de fuentes periódicas
C Claridad, Santiago.
EC El Comunista, Antofagasta.
EDT El Despertar de los Trabajadores, Iquique.
ES El Socialista, Antofagasta.
J Justicia, Santiago.
JV Juventud, Santiago.
LC La Comuna, Viña del Mar.
LJC La Jornada Comunista, Valdivia.
LN La Nación, Santiago.
S El Surco, Iquique.
VdM La Voz del Mar, Valparaíso.
VR Verba Roja, Santiago.
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1. Sobre las características del movimiento obrero del período existe una amplia bibliografía, en especial de las matrices socialista-comunista y anarquista. Respecto a las prácticas, ideología y cultura política del primer grupo, véanse Barnard, 2017 [1977]; Pinto, 1999, 2006 y 2007; Pinto y Valdivia, 2001; Grez, 2011; Navarro, 2017a y 2023; Urtubia, 2017; Artaza, 2022. Sobre el campo libertario del período, véanse Grez, 2007; Godoy, 2011 y 2014; Lagos, 2015, 2023; Craib, 2017. Análisis específicos sobre la figura de Recabarren en Loyola, 2007; Massardo, 2008; Salazar, 2009; Silva, 2012; Pinto, 2013.
2. J, 22 de febrero de 1925. [Ver abreviaturas de las fuentes al final del texto.]
3. Diversos estudios han señalado que una de las expresiones de la recepción local del “tercer período” fue desacreditar las posiciones políticas de Recabarren, calificándolas como socialdemócratas y ajenas al marxismo enarbolado por la Komintern. Al respecto, véanse Massardo, 2008, pp. 54-57; Barnard, 2012; Grez, 2015.
4. J, 20 de diciembre de 1924.
5. J, 20 de diciembre de 1924.
6. J, 20 de diciembre de 1924.
7. J, 21 de diciembre de 1924.
8. J, 22 de diciembre de 1924.
9. LN, 21 de diciembre de 1924.
10. C, enero de 1925.
11. LN, 21 de diciembre de 1924.
12. EDT, 1° de enero de 1925.
13. J, 22 de diciembre de 1924.
14. El documento hace referencia al “ruido de sables” de septiembre de 1924, en el que un grupo de oficiales jóvenes del Ejército impulsó, mediante la coacción al Senado, la promulgación de un paquete de leyes que incluía reformas militares y sociales. Este movimiento motivó la renuncia del presidente Alessandri y abrió un proceso de reforma constitucional que puso fin al régimen oligárquico en 1925.
15. S, 27 de diciembre de 1924. Destacado en el original
16. VdM, 31 de enero de 1925.
17. LN, 22 de diciembre de 1925.
18. La prensa anarquista revisada para este artículo corresponde a: Verba Roja, Santiago, 1924-1926; La Voz del Mar, Valparaíso, 1924-1926; Tribuna Libertaria, Santiago, 1923-1926; El Surco, Iquique, 1924-1926; El Sembrador, Valparaíso, 1925; Acción Directa, Santiago, 1922-1926.
19. VR, 2ª quincena de mayo de 1926.
20. VR, 2ª quincena de mayo de 1926.
21. J, 9 de mayo de 1926.
22. ES, 3 de mayo de 1920.
23. ES, 17 de abril de 1920.
24. ES, 1° de octubre de 1920.
25. LC, 9 de octubre de 1920.
26. JV, Fiesta de Primavera de 1920.
27. C, 12 de octubre de 1920.
28. JV, enero, febrero y marzo de 1921.
29. C, 21 de julio de 1921.
30. EC, 6 de agosto de 1923.
31. LJC, 25 de diciembre de 1924.
32. LJC, 28 de diciembre de 1924.
33. J, 1º de mayo de 1925.
34. J, 20 de diciembre de 1925.
35. EC, 19 de diciembre de 1925.
36. EC, 21 de diciembre de 1925.
37. LJC, 21 de diciembre de 1924.
38. J, 20 de diciembre de 1925.
39. Sobre el “recabarrenismo” como una forma o cultura política con proyección temporal más allá de la década de 1920, ver Álvarez (2012), y para el rescate simbólico-político de su figura hacia el final de la dictadura de Pinochet, ver Navarro (2017b).
40. LC, 1º de mayo de 1920.
41. ES, 18 de junio de 1920.
42. ES, 14 de julio de 1920.
43. J, 29 de diciembre de 1924. Destacado en el original.
44. J, 1º de mayo de 1925.
45. J, 1º de mayo de 1925.
46. LN, 21 de diciembre de 1924.
47. J, 25 de diciembre de 1925.
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50. J, 20 de diciembre de 1925 y 7 de noviembre de 1926.
51. J, 13 de diciembre de 1925.
52. J, 25 de diciembre de 1925.
53. J, 29 de diciembre de 1925.
54. J, 31 de diciembre de 1925.
55. J, 25 de diciembre de 1925.
56. Sobre el papel de la autoformación intelectual en la cultura socialista, véase Navarro, 2023, pp. 55-92. Para un análisis del proyecto educacional fochista, véase Reyes, 2009.
57. J, 18 y 22 de diciembre de 1925, respectivamente.
58. J, 25 de diciembre de 1925.
59. J, 29 de diciembre de 1925.
60. Me refiero aquí a los siguientes libros: Alegría, 1968 [1938]; Teitelboim, 1952; Lafertte, 1971 [1957]; Corvalán, 1971; Contreras, s/f; Varas, 1998 y 2010.