De Valparaíso a Buenos Aires. Recabarren y la disputa por la politización obrera (1916-1918)
Universidad Nacional de San Martín – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Buenos Aires, Argentina
xurtubiaodekerken@unsam.edu.ar
ORCID: 0000-0003-4316-4091
Resumen: El artículo aborda la segunda estancia que, entre 1916 y 1918, Luis Emilio Recabarren realizó en la ciudad de Buenos Aires. Desde una perspectiva transnacional, analiza sus planteos sobre el sindicalismo socialista y, en particular, el rol que en el desarrollo de esas ideas tuvo la Argentina como espacio referencial.
Palabras clave: Argentina – Chile – Socialismo – Politización obrera – Recabarren
Abstract: The article addresses the second stay that Luis Emilio Recabarren undertook in Buenos Aires between 1916 and 1918. From a transnational perspective, it analyzes his proposals regarding socialist trade unionism and, particularly, the role that Argentina played as a reference point in the development of these ideas.
Keywords: Argentina – Chile – Socialism – Workers’ Politicization – Recabarren
Recepción: 11 de julio de 2024. Aceptación: 21 de agosto de 2024.
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En la última década, el estudio de las biografías desde un enfoque trasnacional ha ganado terreno en la historiografía. En un libro compilatorio que puede considerarse un punto de referencia en este campo, las historiadoras Desley Deacon, Penny Russell y Angela Woollacott veían que, en esas narraciones, a menudo la nación encerraba la importancia y la actuación individual en sus encuadres territoriales. En un mundo cada vez más interconectado por los avances en las comunicaciones y el transporte, tal recorte ciertamente ha impedido una comprensión más acabada de aquellas historias de vida que, en circulación, transcendieron fronteras de distinto tipo (Deacon, Russell y Wollacott, 2010, pp. 2-3). Hoy contamos con notables contribuciones que, situando su preocupación en la movilidad, entre otras cosas han revelado un aspecto crucial en los itinerarios tanto intelectuales como políticos: el espacio (Goebel, 2013).
Si hay algo que marcó la vida política de Luis Emilio Recabarren fueron sus viajes. Tal como da cuenta Julio Pinto Vallejos en su biografía, el constante traslado de una ciudad a otra fue de la mano con desarrollos organizativos que, vinculados a la emergente clase obrera chilena, tuvieron un arraigo profundamente local. La cartografía que, a inicios del siglo XX, dibujó el movimiento obrero y, en particular, la corriente socialista expresó diferencias que fueron fundamentales en la conformación de la cultura política del Partido Obrero Socialista o el POS (Navarro López, 2017, pp. 22-23). Siendo el principal dirigente e intelectual de este partido, Recabarren recorrió gran parte del país y estableció residencia en distintos lugares, sobre todo en el norte salitrero.
Tales desplazamientos, junto a otros, posibilitaron múltiples escenarios donde las ideas políticas de Recabarren tuvieron lugar. Jaime Massardo Blanco, en una exhaustiva obra dedicada a reconstruir su devenir al socialismo evolucionista, fue el primero en destacar la trascendencia que tuvieron las estadías de Recabarren en el extranjero. Entre 1906 y 1908, Buenos Aires, Madrid, París y Bruselas fueron una suerte de corredor que lo llevaría a romper con el anarquismo en favor de una mayor decantación de su ideario socialista (Massardo Blanco, 2008, p. 228; Pinto Vallejos, 2013, pp. 77 y ss.; Gallardo Márquez, 2020). Casi diez años después, según el parecer de Massardo, en Buenos Aires esta deriva finalmente se profundizaría. Manuel Loyola Tapia, sintonizando con esta visión, planteó que durante esta última estancia tomó forma definitiva un radical socialismo gestionario de base obrera (2012, p. 27).
Haciéndonos parte de este desarrollo, nos concentraremos en la segunda estancia de Recabarren en Buenos Aires para restituir el papel que, en el marco binacional de sus actividades políticas, jugó en el desarrollo de sus ideas sobre la politización de la clase obrera. En disonancia con otras investigaciones, la ciudad porteña no fue un espacio donde Recabarren se abocó a una elaboración teórica disociada del conflicto que estaba fracturando el partido socialista local, bajo el entendido de que tal crisis era fundamentalmente interna (Cfr. con Loyola Tapia, 2012; Gallardo Márquez, 2023). Como veremos en este artículo, el debate que se desarrolló en el Partido Socialista (o PS) desde fines de 1916 vehiculizó modos de entender la relación entre lo social y lo político que conectaron con las preocupaciones de Recabarren por la inserción del POS en el movimiento obrero.
Desde una mirada atenta a las lógicas de desterritorialización y reterritorialización subyacentes a una elaboración teórica en movimiento, planteamos que la definición de una estrategia sindical ad hoc a un socialismo de raigambre obrera encontraron en Argentina puntos de referencia tan importantes como la Revolución de Octubre lo fue para el tránsito al comunismo. Como veremos a continuación, la estancia de Recabarren en Buenos Aires contribuyó a estructurar una visión del sindicalismo que buscó responder a los desafíos que estaba imponiendo la consolidación de la política de masas y una muy paulatina regulación de las relaciones laborales que, años más tarde, establecería sus principales mecanismos e instituciones.
Valparaíso - Punta Arenas - Buenos Aires, un camino político e intelectual
Desde mediados de la década del 10, tanto Argentina como Chile transitaban por una caldeada situación social y política fruto de los embates económicos derivados de la Primera Guerra Mundial. Habiendo consolidado un modelo que apostaba a hacer de la exportación de materias primas su sector más dinámico, ambos países vieron truncado el ciclo de prosperidad por la contracción del comercio internacional. A partir de 1914, en Argentina la caída de la producción y la exportación de cereales, además de la disminución de empréstitos e inversiones provenientes de Europa, significó la primera gran recesión desde fines del siglo XIX. Por su parte, en Chile el declive de la industria salitrera, que venía presentando altibajos desde 1913, finalmente se registró a fines de 1918 y a lo largo de 1919. Esta tendencia, pese a la recuperación del año siguiente, se aceleró en los 20 con la aparición del nitrato sintético.
Como se sabe, las consecuencias de la crisis fueron devastadoras. La caída de los salarios reales, el encarecimiento de los alimentos y el drástico aumento de la desocupación no hicieron más que profundizar la principal fisura –conocida como la “cuestión social”– de un modelo que combinaba una economía primario-exportadora con un régimen político de carácter oligárquico. Así, aun cuando la pobreza no era una novedad, los límites o la falta de una institucionalidad protectora y de normas reconocidas para la resolución de conflictos contribuyeron a acentuar la angustia frente al recrudecimiento de la miseria urbana e industrial (Pinto Vallejos y Valdivia Ortiz de Zárate, 2001; Suriano, 2012). En consecuencia, con cierta simultaneidad en ambos países se desarrolló un ciclo de luchas sociales que marcó el último trienio de la década del 10. Mientras las huelgas obreras en Argentina se multiplicaron a partir de 1917, los movimientos de protesta en Chile se generalizaron entre 1918 y 1919 con las “marchas del hambre”.
Tal escenario ciertamente posicionó a la clase obrera como un actor clave en la emergente política de masas. En Argentina, el establecimiento del sufragio universal masculino –con la sanción de la Ley Sáenz Peña de 1912– hizo de los comicios una instancia fundamental de legitimación al aumentar la escala de la movilización política. La apuesta de la Unión Cívica Radical por ampliar su base popular y electoral se expresó, entre otras estrategias, en los intentos de cooptar los sindicatos de tendencia sindicalista revolucionaria, sobre todo durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen (Horowitz, 2015, pp. 149 y ss.). En Chile, aun cuando la ampliación de padrón electoral solo se tradujo en una mayor participación a partir de los 20, igualmente la movilización del voto sirvió para resolver los conflictos al interior de las elites. Así, desde 1915 el alessandrismo fue consolidando un amplio apoyo popular mediante la comunicación directa con los trabajadores y la intermediación de los conflictos laborales (Pinto Vallejos y Valdivia Ortiz de Zárate, 2001, pp. 126 y ss.).
Con todo, la pugna por la politización obrera reactualizó sus términos al agudizar las diferencias entre las formas con que trabajadores de ambos géneros organizaron la lucha gremial, la cooperación económica y el apoyo mutuo. Así, la diferenciación entre cooperativismo, mutualismo y sindicalismo en las izquierdas no solo canalizó divergencias estratégicas frente a las promesas de mayor protección e integración social (Grez Toso, 2023 y 2017), sino también las disputas ideológicas en torno a los significados de la emancipación. Como veremos, para un partido que además buscaba integrarse en el sistema político institucional, este desafío resultó especialmente problemático.
Sin duda, la cuestión del socialismo y la organización obrera fue una de las principales preocupaciones de Recabarren en estos años. En mayo de 1915 el POS celebró su primer congreso nacional en Santiago, instancia donde finalmente logró consolidar la unidad de la corriente en torno a un estatuto orgánico, un programa mínimo y una identidad clasista expresada en la ratificación del nombre Obrero Socialista (Grez Toso, 2011, p. 47). Según Pinto Vallejos, es indesmentible la influencia de Recabarren y en particular de su texto de 1912, El socialismo, en estas definiciones pese a no integrar el cuerpo directivo de este joven partido (2013, p. 151). Permaneciendo en Valparaíso, en los meses siguientes se abocó a escribir un texto titulado “Organización obrera” que, publicado en doce partes en el periódico El Socialista, buscó orientar y dar sustento teórico al emergente accionar sindical del POS.
En estas notas Recabarren esbozó varias de las ideas que, en su tránsito de Punta Arenas a Buenos Aires, terminó de profundizar en los primeros meses de 1917. Partiendo del diagnóstico de que en Valparaíso “es nula la situación”, proponía construir una organización que no se limitara a buscar mejoras en las condiciones laborales, es decir, que solo realizara funciones sindicales.1 El horizonte socialista de la regeneración cultural y material de los trabajadores, a su parecer, implicaba hacer de la sociedad de resistencia –la principal apuesta táctica del POS– un espacio también educativo y cooperativo.2 Recabarren planteó, en ese sentido, que el aumento del salario o la reducción de la jornada laboral no podían resolver el problema del encarecimiento de la vida en la medida en que el aumento del costo de la producción se expresaría igualmente en los precios. Aun cuando reconocía que no se podía renunciar a tales reivindicaciones, insistió en no perder de vista el objetivo que toda organización obrera debía perseguir: “la terminación del sistema del salario” y su reemplazo por “una organización industrial que garantice a todos un completo bienestar”.3 Así, planteaba que las sociedades de resistencia debían ampliar su campo de acción para que formaran conciencia de clase y no solo incentivaran el espíritu de lucha. Según Recabarren, la llamada acción cooperativa era clave.4
Ciertamente, no era la primera vez que este dirigente advertía del potencial emancipador del cooperativismo. Tomando como referencia la configuración político-social del socialismo belga (Massardo Blanco, 2008, pp. 233-237), en 1912 planteó que las cooperativas eran parte fundamental del repertorio organizativo de las y los trabajadores al abaratar el acceso a bienes de primera necesidad y, con ello, contribuir a la autonomía de la clase obrera.5 En abril de 1914 celebró así la inserción que el POS estaba teniendo en las cooperativas del norte del país:
La multiplicación de las cooperativas socialistas es la disminución de los negocios de la burguesía. La multiplicación de la cooperativa industrial es el reemplazo de la industria burguesa que explota a la comunidad productora en beneficio de unos cuantos individuos.6
Aun cuando el desarrollo de las cooperativas hacia 1915 seguía siendo magro (Ponce Molina, 1996), la novedad del planteo de Recabarren era formalizar o, si no, construir la hibridez en las organizaciones obreras con orientación socialista.
La huelga de los ferroviarios, que a inicios de marzo de 1916 escaló a distintos puntos del país, representó una oportunidad donde el POS puso a prueba su estrategia sindical pese a tener una incidencia limitada en el organismo que aglutinaba al gremio, la Gran Federación Obrera de Chile, la Gran FOCH. El término del conflicto tras la intervención del presidente Juan Luis Sanfuentes dejó a su haber importantes lecciones para este partido. Al respecto, Jorge Navarro López precisa que la dirigencia socialista concluyó que la falta de apoyo de otras organizaciones obreras fue decisiva en la derrota y que se imponía la necesidad de forjar una estructura sindical de carácter nacional (2017, pp. 201-202). Para algunos dirigentes, sobre todo de Valparaíso y Concepción, la apuesta era profundizar las posiciones socialistas en la Gran FOCH.
A fines de ese mes, no obstante, Recabarren manifestó sus reparos con tal cometido al insistir en la construcción de un organismo central que, de forma alternativa, organizara al gremio con una perspectiva de clase.7 Tal posición expresaba la desconfianza que, según Sergio Grez Toso, había generado la histórica orientación mutualista y conservadora de la Gran FOCH en muchos dirigentes socialistas (2011, pp. 77-78). Es probable que la huelga ferroviaria igualmente haya animado a Recabarren a avanzar hacia una mayor definición de la estrategia socialista y, con ello, en la escritura de Proyecciones de la acción sindical. Este texto vería la luz en Buenos Aires bajo el sello La Vanguardia junto a otro que, por entonces, también empezaría a escribir, La materia eterna e inteligente.
A inicios de mayo Recabarren desembarcó por primera vez en Punta Arenas respondiendo a la invitación de la Federación Obrera de Magallanes (FOM), cuya dirección por entonces estaba fuertemente influenciada por la agrupación socialista local.8 En principio, el objetivo del viaje era participar de la conmemoración del 1º de mayo junto a otros oradores socialistas y federados. Entre las delegaciones invitadas, se encontraba el socialista argentino José A. Mouchet, con quien Recabarren posiblemente coordinó el viaje que, desde la ciudad austral, realizaría casi cuatro meses después.
Durante su estadía, se sabe que Recabarren llevó una intensa agenda de conferencias, donde retomó varias ideas que planteó en su artículo “Organización obrera” (Vega Delgado, 2002, pp. 53-57; Grez Toso, 2011, pp. 56-57). Pese a ello, al igual que Valparaíso, Punta Arenas fue un espacio donde fue dando forma a su proyecto escritural. En ese camino encontró en la FOM un ejemplo digno de admiración, a diferencia de la Gran FOCH. Según su visión, era “la organización más poderosa de Sud América” y, pese a tener apenas cinco años de existencia, consideraba que tenía un desarrollo digno de ser emulado.9 Más que la gran cantidad de socios y un no despreciable patrimonio, Recabarren valoró de la FOM su carácter multigremial y, sobre todo, aquellas conquistas que no había logrado la Gran FOCH en la huelga de marzo: resguardar su organización frente a los embates represivos y al boicot patronal y, sobre todo, conseguir que los salarios fuesen pagados en oro para evitar la devaluación que estaba provocando la inflación.
Recabarren desembarcó en la capital argentina el 5 de septiembre de 1916. Al día siguiente, el principal diario del PS anunció que en los próximos dos años trabajaría como tipógrafo en su imprenta y se dedicaría a estudiar “el grado de desarrollo que ha llegado nuestro movimiento socialista”.10 Estableciendo residencia a pocos metros de los talleres ubicados en Reconquista 675, todo indica que en el transcurso de los siguientes dos meses Recabarren se abocó a concluir sus dos textos, entre los cuales agregó un tercero. Este último, “La vida ciudadana y la acción municipal”, inició la publicación de sus cinco entregas el 6 de octubre en La Vanguardia. El índice y la primera de las 18 partes de “Proyecciones de la acción sindical” apareció en la edición del 9 de noviembre.
La que parecía que iba a ser una estadía teórica rápidamente se vio teñida por las desavenencias que, por entonces, se estaban produciendo en la dirección del PS. La actividad que desde hace años fue desarrollando el Comité de Propaganda Gremial (CPG) de este partido, un organismo encargado de promover la sindicalización obrera, a fines de 1916 fue abriendo su principal grieta de forma irremediable. Por supuesto, tales acontecimientos no dejaron indiferente a Recabarren.
Recabarren y la disputa por el socialismo en Argentina
Tras la sanción de la Ley Sáenz Peña, el PS se transformó en una fuerza relativamente competitiva y, con ello, fue profundizando su integración en el sistema político institucional. Según Ricardo Martínez Mazzola, hacia 1914 este partido, además de quintuplicar su caudal de votos, logró aumentar su representación nacional a nueve diputados y un senador. Este desarrollo no solo trajo consigo una experiencia parlamentaria que consolidó a un grupo de dirigentes como un importante foco de poder, también afianzó la dirección partidaria frente a los sectores disidentes (Martínez Mazzola, 2015, p. 70). Así, el avance electoral del PS en la práctica terminó haciendo de la política institucional su principal apuesta, aun cuando su estrategia, definida al poco tiempo de la fundación con la “hipótesis de Justo”, a decir de José Aricó, distinguía otros dos campos de acción, el cooperativismo y el sindicalismo.
Con el paso del tiempo, la orientación programática justista del PS, que reivindicaba la autonomía de sindicatos y cooperativas respecto de la dirección partidaria, condujo a una paulatina pérdida de influencia en la clase obrera organizada. Desde temprano la cuestión de la politización socialista, sobre todo en el ámbito sindical, fue motivo de reiterados debates que, en 1905, redundarían en el desprendimiento de una primera disidencia –sindicalista revolucionaria– que reivindicaría la autonomía total de los trabajadores respecto de la política (Belkin, 2018; Poy, 2022). En la década del 10, el carácter subsidiario que en la práctica tuvo la estrategia sindical socialista se expresó en una cierta marginalidad de este partido en el firmamento de organizaciones gremiales.
Según Hernán Camarero, la fundación del CPG en 1914 canalizó el descontento de ciertos sectores del PS, provenientes en su mayoría de la juventud, que hacía años denunciaban una excesiva dependencia de la política parlamentaria (2015, pp. 165-166). Lo que buscó esta disidencia fue reposicionar a su partido en una disputa que, por esos años, se estaba dirimiendo principalmente entre anarquistas y sindicalistas revolucionarios: la disputa por la politización obrera y, por consiguiente, la conducción del movimiento obrero. Así las cosas, los avances del CPG a lo largo de 1915 y 1916 trajeron consigo un mayor empoderamiento del ala izquierda del socialismo frente a una dirección partidaria que, por su parte, seguía insistiendo en la autonomía de las organizaciones sindicales y cooperativas.
En estas circunstancias, la solicitud de aumento de la subvención mensual que a fines de septiembre de 1916 hizo el CPG ante el Comité Ejecutivo (CE) del PS no hizo más que eclosionar estas contradicciones. Como da cuenta Camarero, la mayoría del CE, con la disidencia de José Penelón y Juan Ferlini en tanto impulsores del CPG, aprobó la moción de limitar sus tareas de propaganda “sin estorbar la acción de los organismos gremiales existentes, ni pretender sustituirlos” (citado en Camarero, 2015, p. 170). Contraviniendo esta disposición, en octubre el CPG resolvió ampliar su representación incorporando a delegados de sociedades gremiales y centros culturales. Por su parte, algunos de sus integrantes acusaron a la mayoría del CE de haber pactado la defensa del “apoliticismo” con la dirección de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), de tendencia sindicalista revolucionaria (Camarero, 2015, p. 171). Tales acontecimientos derivaron en un intenso debate, sobre todo entre Penelón y el dirigente de la FORA Sebastián Marotta (Camarero y Schneider, 1991). En febrero de 1917 el CPG sería marginado del aparato partidario y, seis meses después, quedaría finalmente disgregado.
Recabarren no fue indiferente a este debate e intervino directamente. Aun cuando tenía vínculos de larga data con quienes constituían la mayoría en el CE, como el propio Juan B. Justo, no pudo mantenerse al margen de una discusión que interpelaba su proyecto. Con una experiencia política de más de dos décadas y una personalidad de convicciones fuertes, difícilmente podía ser de otro modo. Así, en un período de cuatro meses Recabarren hizo de “Proyecciones de la acción sindical” una verdadera punta de lanza.
En sus primeras entregas, “Proyecciones de la acción sindical” reafirmó la importancia estratégica de las organizaciones sindicales. Retomando lo planteado un año antes, a inicios de noviembre de 1916 Recabarren insistió en que por sí misma la lucha gremial no era suficiente si la apuesta era, desde una perspectiva evolutiva del socialismo, el perfeccionamiento social en un sentido material, intelectual y moral.11 A su parecer, como especificaría en un artículo escrito apenas unas semanas antes, tal programa requería de la articulación de tres campos de acción de igual importancia: sindicatos, cooperativas y centros políticos.12 En ese sentido, Recabarren propuso ampliar o, a propósito del título, proyectar más allá de lo gremial las funciones de los sindicatos. Por un lado, debían asumir tareas relativas a la previsión y la protección social entregando subsidios por enfermedad, vejez, invalidez y desocupación, razón por la cual el aumento de la cuota era imprescindible.13 Por otro, también debían transformarse en una suerte de escuela que, a través de bibliotecas, periódicos y conferencias, permitiera “llevar a la mente obrera conocimientos científicos y filosóficos útiles” y, con ello, alejarla de los vicios y las malsanas entretenciones.14 Tal labor educativa, especificó Recabarren en una entrega posterior, incluso podía abarcar a mujeres y niños, es decir, a la familia de los obreros sindicalizados.15
Simultáneamente y en plena polémica con Marotta, Penelón defendía la necesidad de hacer del sindicato un organismo capaz de subsanar los embates que, para las y los trabajadores, significaba el deterioro de la economía.16 En ese sentido, sintonizaba con Recabarren al señalar que la principal fortaleza del modelo de sindicalización que promovía el CPG, el de “base múltiple”, radicaba en incorporar la acción indirecta mediante una política de previsión y protección social. Citando varios ejemplos, entre ellos el de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB) y siendo Penelón uno de sus principales dirigentes, argumentaba que el consiguiente aumento de la cotización que tales gastos significaban fortalecía la organización e incentivaba la afiliación.17 Por su parte, Recabarren reafirmaba este planteo al insistir que “este indispensable programa de labor no se puede realizar con la miserable cuota que se ha acostumbrado en los sindicatos”. Evidenciando su cercanía a la posición de Penelón y la disidencia de izquierda, sentenciaba: “Nadie podrá negar que en la actualidad los más grandes y poderosos sindicatos son aquellos que han conseguido desarrollarse conforme a estas condiciones más o menos, que llamamos a base múltiple”.18
Un mes después, y habiendo reconsiderado su posición respecto de la Gran FOCH,19 Recabarren confirmaría esta posición incitando a sus camaradas en Chile a adoptar tal modelo de sindicalización. “Un experimento reciente ha dado razón a este sistema, llamado aquí de base múltiple”.20 Para él, los avances que estaba teniendo la FGB, donde ejercía como secretario general interino, se debían a la entrega de subsidios por enfermedad y desocupación a sus socios: entre 1914 y abril de 1916, pasó de 997 a 1.522 cotizantes.
En sus siguientes entregas, Recabarren profundizó en la importancia de la política en los sindicatos. Polemizando con la mayoría del CE, acusó que “no hablar de política, no tocar este tema, calificarlo de inmundo y no abordar su examen es sencillamente un proceder poco juicioso, y que nos perjudica”. Para el dirigente chileno, era un error sumamente grave dejar que los trabajadores –absteniéndose de votar– hicieran el juego a los partidos burgueses o, peor aún, votaran a sus candidatos con esperanza e ilusión de un futuro mejor. Aquello solo contribuía, explicaba en su texto, a fortalecer a quienes velaban por los intereses de las clases propietarias y patronales. A su parecer, el sindicato debía “ser de hecho una fuerza política de clase” y, lo que de seguro generó más discordia en el CE, “vendría a resultar evidentemente una sección del Partido Socialista”.21 De este modo, Recabarren superaba el planteo de la disidencia al proponer un ensamblaje entre sindicato y partido que podía ser incluso orgánico.
Lo que ciertamente terminó de enfriar las relaciones con la mayoría del CE fueron sus definiciones programáticas. Para Recabarren, el régimen capitalista no solo infravaloraba la participación de los trabajadores en los procesos de producción al desconocer su capital psíquico,22 pese a ser incluso más valioso que lo aportado por los capitalistas.23 Esta evidente injusticia con quienes serían los legítimos dueños del valor agregado tampoco era, según su visión, subsanada mediante el salario. El desgaste que significaba emplear mente y cuerpo en el trabajo fabril no era posible de recomponer a través de un sueldo especialmente pensado para perpetuar la dependencia hacia los patrones. En la medida en que el salario determinaba las condiciones de vida y, con ello, la necesidad de trabajar, para Recabarren tal régimen solo podía ser un tipo de esclavitud. Así las cosas, insistió en no perder el norte: la solución definitiva, la emancipación, no pasaba por mejorar las condiciones laborales, sino por abolir el salario y la propiedad privada. Estos serían los objetivos que a su parecer debían perseguir los sindicatos de orientación socialista.24
Con todo, Recabarren proponía avanzar en la supresión del régimen salarial. Para ello, planteaba que los sindicatos asumirían la administración tanto de fábricas, talleres y faenas como de almacenes, para organizar la producción de mercancías y distribuirlas “sin cambio de moneda ni otro signo alguno”.25 Imponiendo este sistema mediante la huelga, era cuestión de tiempo para que los sindicatos terminaran de construir un régimen que, según su visión, encarnaría el adagio “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.26 Frente a tales planteos, la redacción de La Vanguardia manifestó sus diferencias ideológicas en una nota al pie del artículo: “El ciudadano Recabarren es un soñador. No debe extrañar, pues, que en este artículo establezca un proyecto de «sociedad futura» tan curioso”.27 Y con ello, la aparición de las últimas seis partes de “Proyecciones de la acción sindical” rápidamente se vio truncada.
Sabemos que Recabarren desde diciembre apuró la publicación de “Proyecciones de la acción sindical” como folleto. Trabajando en los talleres de La Vanguardia, el 10 de enero de 1917 anunció en una nota de prensa su impresión y, por lo mismo, a título personal instó a las secciones socialistas a formalizar sus compromisos de compra.28 Sin embargo, al calor de la discusión y frente a la provocación que le significaron las palabras del redactor, Recabarren rediseñó su futuro folleto. En un ejercicio comparativo entre el índice publicado el 9 de noviembre y el impreso que saldría a las calles tres meses después, salta a la vista la incorporación de seis capítulos adicionales y la modificación ex post de algunas secciones que no alcanzaron a ser publicadas en las páginas de La Vanguardia. De este modo, el conflicto escaló a un nivel ideológico y, con ello, la batalla por el socialismo quedó definitivamente abierta.
En lo que serían sus descargos, Recabarren defendió enérgicamente su proyecto. A su parecer, el programa del PS carecía de claridad tanto ideológica como estratégica.29 Aun cuando coincidía con el norte a seguir, advertía que el difuso objetivo de la libertad económica no significaría una mayor autonomía de la clase obrera si la socialización de los medios de producción no iba de la mano con la abolición del salario –aspecto completamente ausente en el programa socialista–. Para Recabarren, la emancipación sería imposible de alcanzar mientras el régimen salarial impidiera que los trabajadores se transformen en una fuerza no solo capaz de expropiar a los capitalistas, sino también de elevar su propia cultura. En ese sentido, insistió en la importancia estratégica de la organización sindical y, sobre todo, del cooperativismo como un medio de socialización.30
Avanzar en la abolición del salario, según su visión, requería de un plan basado en un sindicato de carácter político y cooperativo.31 En su texto, recriminó a sus camaradas argentinos que “no soñemos poder alcanzar la realización de nuestro programa si no construimos exactamente nuestra fuerza moral y material con los tres elementos tantas veces repetidos, pero nunca lo suficiente: sindicato, cooperativa, sufragio. Despreciar uno, o atribuirle importancia menor, es desequilibrar nuestra capacidad”.32 Para Recabarren, estas funciones fortalecerían la organización obrera al convocar a todo interesado por el mejoramiento de sus condiciones de vida. Aquello se expresaría finalmente en más afiliados, más votos y más cotizaciones. En ese sentido, el dirigente chileno reconocía en el PS y su cooperativa, El Hogar Obrero, las condiciones para emprender este nuevo rumbo.33
Recabarren sentenció que “los métodos usados hasta hoy ya no sirven” porque “es un error pretender que la clase capitalista nos ayude”.34 Incisivamente interpeló a la mayoría del CE sobre esta espinosa cuestión: “¿Responderán como el santo tribunal, con un anatema o con el silencio e indiferencia que solo revela ignorancia?”.35 Sabemos que, si bien el debate no siguió escalando ni significó la expulsión de Recabarren, con el correr de los meses tales diferencias –agravadas por sus posiciones a favor de la neutralidad frente a la guerra en Europa– se expresaron en una paulatina marginación (Gallardo Márquez, 2023, pp. 108 y ss.). La materia eterna e inteligente sería el último título que llevaría el sello La Vanguardia. A partir del segundo semestre de 1917, las novedades editoriales de Recabarren, aun cuando las confeccionaría en esos talleres, solo aparecerían bajo una colección propia, Biblioteca Aurora, que distribuiría personalmente desde Reconquista 550. Su acercamiento a la disidencia de izquierda coronaría un itinerario político e intelectual que, en los años sucesivos, dio forma a la estrategia sindical que finalmente le permitiría al POS obtener una de sus principales conquistas, la dirección de la FOCH.
Un momento decisivo: La huelga ferroviaria de 1917
El inesperado hundimiento de un buque mercante argentino, producto del ataque de un submarino alemán, agudizó aún más las desavenencias que se venían arrastrando en el PS. Si bien Yrigoyen mantuvo la política de neutralidad del gobierno anterior frente a la Primera Guerra Mundial, esta coyuntura reavivó los reclamos de ruptura de relaciones con las potencias centrales en todos los sectores políticos. Así, quedó en entredicho el equilibrio que, entre las posiciones internacionalistas y la defensa de los intereses nacionales, en el PS había dado forma a una postura contraria a la guerra y a una política antiguerrera (Poy, 2019).
El 17 de abril de 1917, a dos semanas del incidente, la mayoría del CE y un grupo de parlamentarios socialistas dieron a conocer una declaración donde instaron al gobierno a adoptar medidas de orden portuario y militar para “hacer efectivo tan ampliamente como sea posible el comercio argentino en buques de cualquier bandera” (citado en Camarero, 2017, p. 146). Once días después, la realización del III Congreso Extraordinario, convocado especialmente para discutir si mantener o no la neutralidad, reveló una división que tenía raíces más profundas. La disidencia de izquierda –que había reivindicado el accionar del CPG– reafirmó su internacionalismo proponiendo un accionar basado en el principio de la no intervención. Tal moción, pese a ser aprobada por mayoría, no dejó en calma las aguas.
Como da cuenta Melvin Gallardo Márquez, Recabarren profundizó su acercamiento a la disidencia al abogar por la neutralidad (2023, p. 108). A fines de mayo, escribió a sus camaradas chilenos manifestando de este modo su plena adhesión a la resolución: “la mayoría del partido votó contra sus propósitos [del grupo parlamentario] dando un elocuente ejemplo de capacidad para defender los intereses del pueblo y de nuestra doctrina”.36 En consecuencia, una semana después defendió su legitimidad en las páginas de La Vanguardia argumentando que, tal como había planteado Ferlini en el mencionado congreso, Argentina no corría peligro alguno más allá de los efectos económicos que estaba provocando por sí misma la guerra y que, por tanto, era inconducente seguir denunciando una supuesta incomprensión en la votación.37 Una vez que el grupo parlamentario apoyó en el hemiciclo la ruptura de relaciones con Alemania y, a inicios de octubre, pusieron sus cargos a disposición del CE pidiendo que el voto general de los afiliados juzgara su proceder, fue cuestión de pocos meses para que las diferencias derivaran en una ruptura definitiva. Como se sabe, Recabarren se mantuvo firme junto a la disidencia de izquierda y llegó a ocupar el cargo de secretario general del partido que en enero de 1918 nacería de la escisión, el Partido Socialista Internacional (Gallardo Márquez, 2023, pp. 112 y ss.).
Al calor de este conflicto, la huelga de los principales gremios ferroviarios que, desde septiembre de 1917, amenazó con transformarse en una huelga general, reafirmó las definiciones estratégicas del proyecto de Recabarren. La magnitud de la paralización de los trenes y su prolongación por 25 días colocaron sobre la mesa la espinosa cuestión de la organización obrera y, con ello, una de las principales fisuras del socialismo argentino.
En un ambiente cargado de sucesivos paros en varias líneas, La Fraternidad, la Federación de Obreros Ferroviarios y la Asociación de Telegrafistas pasaron finalmente a la ofensiva demandando mejoras en las condiciones de trabajo (Menotti y Oliva, 2015). Con el correr de los días y frente a la presión que significó el eslabonamiento huelguístico que resultó de la solidaridad de varios sectores con la causa, el gobierno de Yrigoyen procedió a la mediación a través de su ministro de Obras Públicas (Horowitz, 2015, p. 159). Al poco tiempo, en La Vanguardia se reprochó que el gobierno tardara en destrabar el conflicto,38 a tono con la actitud proclive a la intervención del Estado en materia laboral y la renuencia a las huelgas que el PS cultivó desde temprano (Suriano, 2012, p. 39; Poy, 2022, pp. 190-191). En cambio, en el periódico de la disidencia de izquierda, La Internacional, se advertía que el principal peligro que debía sortear la Comisión Mixta de Huelga –conformada por estos tres gremios– era caer en la trampa que significaba un arbitraje que terminaría por beneficiar a las empresas ferrocarrileras.39
Por su lado, Recabarren reparó en aspectos que conectaban con los desafíos que enfrentaba el POS en la Gran FOCH. Por entonces, la segunda convención de este organismo federal, celebrada entre el 17 y 20 de septiembre del mismo año, había significado un triunfo de las posiciones socialistas. Como da cuenta Grez Toso, aun cuando la renombrada FOCH ratificaba su carácter mutualista, la aprobación de unos estatutos que permitían el ingreso sin distinción de oficio era un quiebre respecto al pasado de esta institución. Para el POS, tal acontecimiento expresaba un cambio de rumbo “para orientarse sobre el más moderno sindicalismo a base múltiple” (citado en Grez Toso, 2011, p. 81).
En estas circunstancias, Recabarren veía que el POS bastante podía rescatar de la huelga de la que él estaba siendo testigo. En un artículo dirigido a sus camaradas chilenos, elogió el crecimiento de los sindicatos ferroviarios durante los últimos meses y, sobre todo, la magnitud que estaba teniendo el paro,40 aun cuando la incidencia socialista en el gremio era muy limitada. Habiendo alcanzado la “mayor duración en el mundo”, Recabarren planteó que “la huelga ferrocarrilera ha destacado desde el primer momento la importancia de la buena organización de los sindicatos y su inteligente administración”.41 A su parecer, aquello era clave para impedir el restablecimiento del servicio y, por consiguiente, para vencer la intransigencia de las empresas frente al petitorio de los trabajadores.
A mediados de octubre, Recabarren destacó la importancia de la organización y la solidaridad de otros sindicatos para resistir a los intentos por rehabilitar el tráfico de los trenes. No obstante, advertía que tanto el gobierno como las empresas no escatimaban esfuerzos por neutralizar una huelga que se estaba prolongando de forma excepcional y, más impresionante aún, estaba consiguiendo la adhesión de otros gremios estratégicos como la Federación Obrera Marítima. Habiendo pasado 23 días y con cierta perplejidad frente a la actuación del gobierno, el dirigente chileno temía una posible masacre. En vista de la magnitud que estaba alcanzado la paralización, calculaba que “no hay soldados suficientes para afrontar la valerosa actitud de 150.000 obreros en huelga y sus familias dispuestas a luchar hasta triunfar”. Aun así, Recabarren veía con bastante optimismo que el momento era decisivo: “Cuando siempre pareció que las fuerzas del gobierno debían triunfar, ahora ocurre lo contrario: son las fuerzas de los sindicatos las vencedoras” .42 Evidentemente, no esperaba que el conflicto terminara tan pronto y, menos aún, que el resultado no estuviera a la altura de los sacrificios.
El 19 de octubre, Recabarren reportó hacia Chile que la huelga había concluido “con acuerdo de ambas partes, habiendo obtenido los obreros y empleados algunas mejoras”. Si bien reconocía que eran modestas, estimó que el aumento salarial y la reducción de la jornada laboral eran conquistas que, por lo menos, alentarían nuevas luchas. Aun así, insistió que “sólo la unión en una buena organización puede doblegar el propósito explotador y tirano de las clases capitalistas. Aprovechen los trabajadores de Chile estas magníficas enseñanzas”.43
La evaluación que se hacía en La Internacional a fines de octubre era ciertamente más pesimista. En una nota titulada “Terminación de la huelga ferroviaria”, se leía “creemos que los obreros no han logrado, desgraciadamente, lo que legítimamente correspondía” dada las modificaciones que sufrió el petitorio en el transcurso de la negociación.44 El resultado de la huelga no dejaba de verse magro, más aún frente a la enorme posibilidad de que las empresas no cumplieran con lo acordado según el reglamento del sistema de trabajo que el gobierno dictó para destrabar el conflicto.
A través de este hecho consumado, la disidencia de izquierda canalizó sus diferencias respecto de la política sindical que hasta entonces había predominado en el PS. En el artículo “La huelga ferroviaria y sus enseñanzas”, fueron enfáticos en señalar que la confianza en la intervención del gobierno develaba la carencia de una perspectiva de clase en la conducción del paro. Sin embargo, más que reprochar la orientación adoptada por los sindicatos, este artículo apuntó los dardos en contra de la dirección de su propio partido. Frente a la pregunta “¿no cae en parte la responsabilidad sobre nosotros?”, la respuesta era categórica: en la huelga “no hay un solo socialista que se destaque, que contribuya en primera fila a ese movimiento”. Mientras “los partidos burgueses como el radical tratan de acercarse a las masas proletarias”, planteaban en sus descargos, “el Partido Socialista, en cambio, parece alejarse de ellas cada vez más”. Y finalmente una sentencia que, a menos de dos meses de concretarse la expulsión de la disidencia, ya expresaba la envergadura que estaba adquiriendo el quiebre en las filas socialistas: “Hechos como esta última huelga, digno ejemplo que da la clase trabajadora, desautorizan al Partido Socialista como partido de clase. Y el Partido Socialista debe ser esto o no es nada”.45
Durante estas turbulentas semanas, Recabarren sacó el segundo título del sello Biblioteca Aurora, Lo que da el gremialismo, y anunció en este folleto que prontamente se imprimiría la segunda edición de Proyecciones de la acción sindical. En la que sería su última entrega antes de volver a Chile, reafirmó su concepción sobre el sindicalismo y, con ello, la importancia estratégica del sindicato en el proyecto socialista. De esta manera Recabarren sintonizó una vez más con los planteos de la disidencia, esta vez actualizados por la coyuntura que significó la huelga ferroviaria.
A propósito del título, Lo que da el gremialismo enlistó los beneficios que este tipo de organización traería a las y los trabajadores. Al igual que en otros textos de Recabarren, el aumento de los salarios y la reducción de la jornada laboral eran parte de un proyecto donde la emancipación pasaba –en sus palabras– por un perfeccionamiento que era tanto material como moral e intelectual.46 Sin embargo, a la luz de los últimos acontecimientos, Recabarren sopesó de otro modo el lugar de la solidaridad en la lucha contra el capital. Si en Proyecciones de la acción sindical ocupaba un lugar más bien subsidiario, en Lo que da el gremialismo era la principal “garantía que asegura el bienestar obrero y que asegura el ejercicio de sus legítimos derechos”.47 De este modo, reforzaba la perspectiva de clase que a su parecer debía marcar la impronta del sindicalismo de orientación socialista.
En diciembre de 1917, Recabarren destacó en un artículo publicado en El Socialista que la huelga ferroviaria, “la más grande huelga efectuada en esta América nueva”, había demostrado “la magnífica solidaridad, disciplina y entusiasmo que, en todos los actos, ponían claramente de manifiesto la justicia de la causa”. Sin embargo, también reconocía que, en vista del desgaste del paro y la inflexibilidad de las empresas, los ferroviarios terminaron por resignarse a aceptar un reglamento que finalmente no se estaba cumpliendo. Pese a este balance amargo, a fin de cuentas, Recabarren advertía que la FOCH tenía bastante que sacar en limpio. A propósito de los avances que estaban teniendo los socialistas en su seno, la experiencia argentina invitaba a abandonar “los añejos y olvidados medios de lucha” en miras a “un obrerismo sano que sepa luchar contra las asechanzas del capital y obtener, arrebatándolas si es posible, las mejoras que necesitan”.48
Conclusiones
A inicios de marzo de 1918, Recabarren ya se encontraba en Santiago y preparaba su viaje a Antofagasta donde, semanas antes, había sido proclamado candidato a diputado.49 Hasta agosto el recién retornado dirigente chileno se dedicó a ofrecer conferencias, entre otros temas, sobre dos procesos en curso, la Revolución Rusa y las huelgas ferroviarias en Argentina.50 Su estadía en Buenos Aires tuvo repercusiones directas en el devenir del POS.
Durante los años 1917 y 1918, paulatinamente el POS fue ganando terreno en el movimiento obrero. La estrategia del sindicalismo de base múltiple, según Navarro López, implicó el acaparamiento de una de las formas organizativas más antiguas y extendidas entre los trabajadores de ambos géneros, las sociedades mutuales (2017, p. 216). Su reorientación hacia un accionar sindical fue pavimentando el camino que, desde una articulación social y política de límites difusos, permitió al POS ganar la FOCH en 1919 y, con el pasar de los años, consagrar una amalgama que llegó a ser incluso orgánica (Grez Toso, 2011, pp. 81 y ss.). Con todo, la puesta en práctica de este modelo de sindicalización fue parte de una transición que, como da cuenta Grez Toso, dejaría el mutualismo como un actor finalmente secundario en el movimiento obrero y popular (2023, p. 6).
Tales transformaciones en los modos de organización expresaron los resquebrajamientos que, a propósito de la crisis económica y el aumento de la conflictividad, estaba teniendo en Chile el orden oligárquico a fines de la década del 10. Tanto la ampliación de la escala de movilización política como la incipiente regulación de las relaciones laborales desde temprano posicionaron a la clase obrera como un actor también disputado por aquellos sectores que apelaban a la cohesión social. Así las cosas, la pregunta por el sindicalismo desde una perspectiva socialista reflejó los desafíos que trajo consigo una redefinición más protectora e integradora del Estado todavía en ciernes. En ese sentido, entre 1916 y 1917 Recabarren no solo dejó entrever los límites de tal proyecto al plantear que los sindicatos debían incorporar una política cultural y de bienestar más amplia que la practicada por mutuales y filarmónicas. En su confrontación con el ala justista del PS, el principio de la autonomía también adquirió en Recabarren un mayor espesor ideológico y programático que lo llevaría, por ejemplo, a reivindicar la abolición del salario, el cooperativismo y la acción política en los sindicatos. Con el paso del tiempo, esta visión se expresaría –también en su partido– en una oscilante posición respecto de la legislación social y, sobre todo en los años comunistas, en una mirada más instrumental de la política institucional (Grez Toso, 2011, pp. 266 y ss.; 2017, pp. 150-152).
Sin duda, el segundo viaje de Recabarren a Buenos Aires fue importante. En comparación con Chile, encontró allí un partido socialista más integrado al sistema político y un movimiento obrero más robusto y experimentado en los vericuetos asociados a la conciliación laboral. Argentina, para el dirigente chileno, proyectaba los desafíos que el POS, con una menor inserción en ambos planos, ya estaba vislumbrando en su relación con las organizaciones obreras. ¿Qué hacer con los sindicatos?, ¿cómo dar una perspectiva política a la lucha gremial?, ¿de qué modo enfrentar la mediación gubernamental en los conflictos laborales? Todas estas preguntas podrían encontrar, en la desterritorialización del debate por el CPG y la huelga ferroviaria, respuestas reterritorializadas en Chile. De este modo, la estadía de Recabarren se vuelve un claro ejemplo de cómo la elaboración teórica –en este caso sobre el sindicalismo chileno– se ha alimentado de conexiones globales.
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5. Luis Emilio Recabarren (1915). El Socialismo: ¿qué es el socialismo?, ¿cómo se realizará el socialismo?. Imprenta El Despertar, pp. 8-11. Publicado originalmente en El Despertar de los Trabajadores (en adelante, EDT), del 8 de octubre al 21 de noviembre de 1912.
6. EDT, 30 de abril de 1914.
7. ES, 25 de marzo y 1 de abril de 1916.
8. Sobre la FOM, véase Vega Delgado, 2002.
9. La Aurora, 24 de junio de 1916.
10. La Vanguardia (en adelante, LV), 6 de septiembre de 1916.
11. LV, 9 de noviembre de 1916.
12. EDT, 9 de noviembre de 1916.
13. LV, 11 de noviembre de 1916.
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15. LV, 27 de noviembre de 1916.
16. LV, 16 de noviembre de 1916.
17. LV, 21 de noviembre de 1916.
18. Ambas citas corresponden a: LV, 19 de noviembre de 1916.
19. Poco después de su arribo en Buenos Aires, La Vanguardia publicó una entrevista de Recabarren donde él destacó que la Gran FOCH era “la única organización gremial digna de mención”. Véase: LV, 11 de septiembre de 1916.
20. ES, 30 de diciembre de 1916.
21. Las citas corresponden a LV, 12 de diciembre de 1916.
22. Según Recabarren, el capital psíquico consiste en el doble aporte que trabajadores de ambos géneros realizan en los procesos de producción: “la aporta con su labor personal, y la aporta en la función de la máquina, que ha sido concepción intelectual”. Véase LV, 22 de enero de 1917.
23. LV, 20 de enero de 1917.
24. LV, 30 de diciembre de 1916.
25. LV, 25 de enero de 1917.
26. LV, 28 de enero de 1917.
27. Nota de redacción en LV, 25 de enero de 1917.
28. LV, 10 de enero de 1917.
29. Luis Emilio Recabarren (1917). Proyecciones de la acción sindical. Talleres Gráficos “La Vanguardia”, pp. 36 y ss.
30. Resulta elocuente destacar que la mitad de los capítulos incorporados en Proyecciones de la acción sindical están dedicados al cooperativismo. Véase los capítulos: “La extensión del sindicato. La cooperativa”, “La cooperativa como medio de socialización” y “Algunas objeciones sobre la capacidad de cotizar”.
31. Ibid., p. 45.
32. Ibid., p. 46.
33. Ibid., p. 52.
34. Ibid., p. 49
35. Ibid., p. 52.
36. Ibid.
37. LV, 27 de mayo de 1917.
38. LV, 4 de octubre de 1917.
39. La Internacional (en adelante, LI), 5 de octubre de 1917.
40. EDT, 2 de noviembre de 1917.
41. Ibid.
42. EDT, 3 de noviembre de 1917.
43. EDT, 4 de noviembre de 1917.
44. LI, 27 de octubre de 1917.
45. Las citas corresponden a LI, 27 de octubre de 1917.
46. Luis E. Recabarren (1917). Lo que da el gremialismo. Biblioteca Aurora, p. 25.
47. Ibid., p. 15.
48. ES, 1 de diciembre de 1917.
49. EDT, 10 de febrero de 1918.
50. ES, 16 de marzo de 1918.