Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 24
marzo 2024 - agosto 2024
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Los viajes de la Unidad Popular.
Las “lecciones de Chile”, entre Italia y América Latina


Martín Cortés

ORCID: 0000-0002-3338-5133
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Buenos Aires, Argentina
martincort@gmail.com

Resumen: El texto analiza la circulación, entre Italia y América Latina, de los debates en torno de la relación entre socialismo y democracia suscitados en el marco del gobierno de la Unidad Popular en Chile (1970-1973). Se analiza cómo las “lecciones de Chile” animaron el debate italiano de su tiempo y contribuyeron a configurar la estrategia eurocomunista adoptada por el Partido Comunista en los años 70. Asimismo, se indaga en el hecho de que una zona de la intelectualidad latinoamericana no registrara significativamente los dilemas de la experiencia chilena pero sí reservara atención privilegiada a esos mismos temas en su versión italiana.

Palabras clave: Unidad popular – Eurocomunismo – Italia – América Latina

Título: The travels of the Unidad Popular. The “lessons of Chile”, between Italy and Latin America

Abstract: The text analyzes the circulation, between Italy and Latin America, of the debates on the relationship between socialism and democracy that arose in the context of the Popular Unity government in Chile (1970-1973). It analyzes how the “lessons of Chile” animated the Italian debate of the time and contributed to shape the Eurocommunist strategy adopted by the Communist Party in the 1970s. It also explores the fact that an area of the Latin American intelligentsia did not significantly register the dilemmas of the Chilean experience but reserved privileged attention to the same issues in its Italian version.

Keywords: Unidad Popular – Eurocommunism – Italy – Latin America

Recepción: 19 de septiembre de 2023. Aceptación: 6 de enero de 2024

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Mas seamos justos: si todos los caminos conducen supuestamente a Roma, no todos parten de allí.

Agustín Cueva

La experiencia del gobierno de la Unidad Popular en Chile entre 1970 y 1973, y el modo en que el mismo fue interrumpido por el golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet, dejaron una nutrida estela de ejercicios en torno de lo que debía aprenderse. “Las lecciones de Chile”, entonces, sería una repetida fórmula con significados bien diversos, pues, como suele suceder, casi todos aprendieron de la experiencia chilena aquello que estaban dispuestos a aprender (lo cual a veces coincide con aquello que ya sabían). Lo importante es, para nosotros, la centralidad que la experiencia chilena tendría en vastos ámbitos de los debates de las izquierdas en los años 70. De todo lo que sucede y se discute en nombre del Chile de Salvador Allende nos interesa un aspecto específico de aquellas “lecciones”: las que podrían incluirse en los problemas de “teoría política marxista”. Sucede que los años 70, y los inicios de los 80, son tiempos de prolíficas discusiones en esa materia, tanto en América Latina como en Europa. Nos interesa particularmente la circulación de las mentadas “lecciones” entre ambas regiones, porque dejan ver una serie de problemas teóricos importantes. Aquí insertamos la primera hipótesis de este trabajo: la experiencia chilena de la Unidad Popular es central en la discusión europea, en principio de la Europa del Sur (España, Italia y Francia), en torno de diversos problemas de teoría política marxista. Este texto se abocará principalmente al escenario italiano, porque resulta el caso más saliente en materia de “recepción” de los acontecimientos chilenos, y también porque el material que en tal sentido provee es muy voluminoso.

Nuestra segunda hipótesis atañe a un desplazamiento, desde los trabajos de recepción del marxismo europeo en América Latina hacia una pregunta aparentemente inversa (el viaje de América Latina hacia Europa). Decimos “aparentemente”, pues no se trata tanto de una mera inversión (que supondría simetría e intercambiabilidad entre las partes) como de un modo de hacer emerger una pregunta en torno de las desigualdades que rigen la relación entre ambos territorios. Así, pensar cómo determinados problemas del marxismo latinoamericano impactan en Europa no significa postular que exista una relación reversible entre los dos espacios de producción, sino más bien indagar en las formas que asume la asimetría entre ambos. Esa asimetría, veremos en el último apartado, se revela de modo extremo cuando, cerrada la experiencia de la UP e incluso de casi todo el ciclo revolucionario de los años 70, desde América Latina se sigan con mucho interés los debates italianos, pero sin detenerse en las trazas que ellos contienen de problemas producidos o reflexionados en suelo latinoamericano.

Chile: problemas de teoría política, a destiempo

La relación entre socialismo y democracia es un problema crucial de la teoría política marxista. Es, por supuesto, largamente anterior a la experiencia del gobierno de Allende,1 pero asume una agudeza singular a partir del proceso de la Unidad Popular. Con la presencia central de la cuestión democrática, Chile devenía la pregunta por la vía chilena, es decir, por el camino que debía recorrer la revolución. Se ponía así intensamente en discusión algo que aparecía como una suerte de evidencia tanto teórica como histórica: la revolución socialista es una revolución violenta que introduce de manera incontestable un corte en la historia, tal como establecía Lenin en El Estado y la revolución y como confirmaba Cuba en la historia reciente latinoamericana. La revolución sería también, en tal sentido, incompatible con las formas democráticas burguesas. La fuerza del texto de Lenin, a su vez, se proyectaba hacia atrás en la historia, de modo que parecía que también en Marx y Engels la revolución violenta era un requisito indispensable para poder hablar de socialismo. Se podía responder de distintos modos a estas evidencias, y en eso consistían algunos de los debates de época: por un lado, la especificidad de las vías nacionales,2 por otro lado, la relectura de la cuestión de la violencia en Marx, habilitando en sus propios textos la pregunta por formas democráticas de transición al socialismo.3 En cualquier caso, aquello que estaba en cuestión era la incompatibilidad de principio entre proyecto socialista e instituciones democráticas heredadas, y esa será precisamente una de las principales vías por las que discurrirán las “lecciones de Chile”.

Se abrían así una serie de densos problemas teórico-políticos que trascendían largamente las querellas en torno de la fidelidad a los textos fundadores del marxismo. En este punto podemos identificar dos series de problemas: por una parte, la cuestión del “poder popular”, significante destacado en el proceso chileno, y su relación con el poder institucional. El otro problema es el del Estado (y el derecho) en la transición al socialismo.

Lo que tienen en común ambos problemas es que fueron intensamente pensados al calor del propio proceso político chileno. Las sedes donde eso ocurrió fueron, de manera privilegiada, el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) y su revista, los Cuadernos del CEREN, en menor medida el Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) –en realidad más dedicado a cuestiones vinculadas con las teorías de la dependencia–, la revista Chile Hoy y, además, una serie de encuentros y seminarios relevantes, así como algunos libros y una importante cantidad de documentos políticos de organizaciones de la época.4

El problema del poder popular era un elemento central del programa de la Unidad Popular y resultó una clave de la experiencia política a lo largo del período de gobierno, sobre todo al calor de las distintas formas de organización obrera y popular, ya fueran estas más o menos orgánicas a la UP. En lo referido al programa, suscripto por todas las organizaciones que hacían parte de la UP, el “poder popular” constituye una sección privilegiada del mismo, orientada en términos generales por la tesis de que el pueblo chileno debe tomar en sus manos el proceso de cambio hasta alcanzar el “ejercicio del poder real”, lo cual supone una transformación radical de las instituciones que el gobierno ayuda a llevar adelante, pero ciertamente en una posición subordinada respecto del poder popular. No importan tanto los detalles de esta relación, menos aún abrir un juicio sobre el modo en que efectivamente se desplegó durante los años del gobierno de la UP, sino señalar la centralidad que tiene como eje ordenador de una propuesta socialista en Chile. De hecho, el Programa sostiene la necesidad de basar la campaña electoral en la organización de “Comités de Unidad Popular” en todo el país, que, una vez alcanzada la victoria, serían ellos mismos “expresiones germinales del poder popular” (Unidad Popular, 1970, p. 47).

La cuestión del poder popular fue quizá una de las vías por las que discurrieron de modo más intenso las tensiones internas de la Unidad Popular y, en general, de las fuerzas de izquierda que tenían peso en la época. Aquellas tensiones se jugaban fundamentalmente en torno de las posiciones asumidas respecto de las distintas formas de organización popular y su relación con el gobierno. Al calor del proceso político, y sobre todo en la medida en que se acrecentaban las dificultades sociales y económicas, fueron surgiendo distintas formas organizativas que podían remitirse de distintos modos –y con propósitos específicos– al horizonte del poder popular que aparecía de tantas maneras en la época. Así, las Juntas de Abastecimiento y Control de Precios, los Consejos campesinos, los Comandos comunales o los Cordones industriales pasaron a ser objetos de discusión entre las distintas tendencias del proceso político. En este punto, si bien la discusión es fuertemente coyuntural, ella remite también –implícita o explícitamente– a problemas estratégicos propios de la tradición marxista. A grandes rasgos, se podrán encontrar dos modos de interpretar la relación entre estos organismos y el gobierno: por una parte, del lado del ala de izquierda del Partido Socialista (aquí se pueden revisar especialmente las intervenciones de Carlos Altamirano, secretario general del partido) y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), se apostará a la autonomía de estas organizaciones e incluso a multiplicar la tensión con el lado institucional del proceso político. La otra gran tendencia interpretativa era la del propio Salvador Allende y, con él, la del Partido Comunista (se pueden ver en particular las intervenciones de Luis Corvalán), que celebraban las instancias de involucramiento de los trabajadores y sectores populares, pero que se resistían a pensarlo en clave de formas duales de poder, insistiendo en la necesidad de que esas instancias sirvieran de apoyo al gobierno. A modo ilustrativo, y por el interés en Italia de este trabajo, cabe recordar un gentil contrapunto que se da en la entrevista que en 1971 Rossana Rossanda –intelectual y activista del grupo Il Manifesto– le realizara a Allende en Chile. Se trata en realidad de una conversación, que Rossanda reproduce subrayando los tonos y momentos del intercambio. Allí leemos:

–“¿Cómo ves que se encuentra el espíritu de la gente?”, me pregunta. 

Respondo que el país parece estar desprovisto de tensión: la mayor pasión está en el joven militante al que interpela el gobierno, y luego en el MIR. Una participación multitudinaria, básicamente no vista. 

–“Podemos movilizar a las masas cuando queramos”. 

– “¿Pero no es importante que se movilicen? Si la situación es difícil, ¿no sería bueno que las masas tuvieran sus propios medios de intervención?”. Aquí Allende no me sigue, aunque un momento después una sonrisa se asoma detrás de sus lentes, recordando que: “la compañera es una ultraizquierdista”.

– “A las masas deben movilizarlas y organizarlas sus partidos; es asunto de estos. Hay partidos, sindicatos” (Rossanda, 2020).

El contrapunto entre la movilización de las masas “por sus propios medios” (Rossanda) y la tesis de que a aquellas “deben movilizarlas y organizarlas sus partidos” (Allende) no es sino otro modo de acercarse al corazón del dilema de la relación entre poder popular y poder institucional, en una actualización del viejo problema de la relación entre clase y organización, así como entre autoorganización y poder institucional.5

Los debates de diversos aspectos de la teoría política marxista en Chile establecieron, ya durante el gobierno de la Unidad Popular, los contornos de una intensa relación con Italia. Sobre este punto se pueden revisar los materiales que emergen de dos importantes seminarios realizados en Chile. El primero, en octubre de 1971, organizado en conjunto por el CESO y el CEREN, bajo el título de “La transición al socialismo y la experiencia chilena” y luego publicado al año siguiente como libro en una edición conjunta entre ambas instituciones, reunió a figuras internacionales de la talla de Lelio Basso, Theotonio dos Santos, Ruy Mauro Marini, Paul Sweezy y la ya mencionada Rossanda (VV.AA., 1972). El segundo, organizado en enero de 1973 por el CEREN, tenía un propósito más específico: con el título de “Seminario Internacional sobre Estado y Derecho en un período de transformación”, fue parcialmente publicado, ese mismo año, en los números 15 y 16 de los Cuadernos del CEREN. Abordaba directamente distintos aspectos de las temáticas referidas en su título, desde el problema del derecho en Marx y el marxismo, hasta la cuestión del aparato de Estado en un proceso de transición al socialismo.

En este plano, los elementos salientes de las discusiones estaban vinculadas con la mayor o menor distancia respecto de la consideración del Estado y el Derecho como territorios de disputa y de producción de transformaciones sustantivas, sin que (o antes de que) mediaran necesariamente rupturas revolucionarias. Sobre el fondo de la clásica dicotomía entre reforma y revolución (que estará en el corazón de las discusiones en torno del proceso chileno en las más diversas geografías), se trataba de discutir dimensiones específicas de ese problema. Entre ambos seminarios y las revistas adyacentes, los materiales sobre el tema son verdaderamente vastos. Acaso podríamos indicar algunos de sus puntos centrales –y a la vez más distantes entre sí– en un contrapunto entre Basso y Marini. Basso es un personaje fundamental del socialismo italiano, que viajó a Chile en un par de ocasiones durante el gobierno de la UP, y que participó de varias discusiones sobre el proceso chileno. La relación entre socialismo y democracia era ya desde algunas décadas antes un tema clave para Basso –y en cierto sentido también para una zona considerable del marxismo italiano–, y Chile le brindaría una oportunidad clave para desarrollar sus tesis. Marini, por su parte, es uno de los exiliados brasileños que animan en Chile la discusión en torno de las teorías de la dependencia, en su caso desde el lado más explícitamente marxista de las mismas. En términos políticos, Marini reviste en el MIR y, como veremos, sus lecturas del proceso chileno no se salen de los principales lineamientos leninistas en torno de la cuestión de la transición al socialismo.

La intervención de Basso inicia el seminario del 71, con el título “El uso de la legalidad en la transición al socialismo”. Allí se intenta desplazar la discusión sobre la transición de la dicotomía “vía pacífica - vía armada” para intentar pensar, en términos procesuales, la transformación social más allá –pero sobre todo, desde antes– del momento de la “toma del poder”, en un proceso vinculado fundamentalmente con la capacidad organizativa de las clases trabajadoras. En ese marco, el Derecho adquiere para Basso un carácter fundamental en tanto terreno en el que dejan su marca las luchas populares (legislación social, sufragio universal, etc.) y, por ende, espacio también de disputa por profundizar y acrecentar esas conquistas. Del mismo modo, el Estado en general asume tendencialmente más y más funciones en el capitalismo, lo cual se vincula con su dimensión de dominación, pero también con el carácter crecientemente colectivo de las fuerzas productivas. De allí que también las instituciones del Estado, aunque sea bajo la forma de su negación, dejan ver posibilidades de constitución de formas sociales socialistas (Basso, 1972). El texto de Basso, así como otras intervenciones suyas en el período (también participa del seminario del 73, además de seguir intensamente el proceso chileno durante el gobierno de la UP, y después del golpe), son densas en términos de trabajo teórico, y entrañan una reflexión que intenta ser tanto una contribución teórica a propósito del proceso político en curso como una revisión de la herencia marxista para pensar esos problemas. Marini responde específicamente a las tesis de Basso, lo cual se plasma primero en un texto que circula internamente en el CESO, y luego en el artículo “Reforma y revolución. Una crítica a Lelio Basso”, publicado en la revista Sociedad y Desarrollo, del CESO, en 1972.6 Las intervenciones de Marini se colocan en el mismo doble registro que propone Basso (y que, en general, tiende a tomar la discusión en su conjunto): la lectura del problema del Estado y la transición en los clásicos, por un lado, y el dilema contemporáneo que suscita Chile en tal sentido, por el otro. Así, intenta en primer lugar restituir la dicotomía reforma-revolución que Basso intentaba trascender, colocando al italiano ciertamente del lado de la primera. En ese marco, intenta mostrar el desajuste de las tesis de Basso respecto de la letra de Marx, pero sobre todo de la de Lenin. Luego, todo el andamiaje que Basso intenta construir para mostrar una posible lógica de disputa interna en las instituciones y el derecho en la transición es reenviado rápidamente a una equivalencia con la consideración de las instituciones como neutrales o vacías de dominación de clase, así como una incomprensión de que la superestructura no puede transformarse “antes” de la revolución.

Esas dos posiciones, cuya contraposición nos interesa menos para dictaminar la justeza de alguna de las dos que por lo que muestran en términos de densidad del debate, convivían con numerosos textos e intervenciones de la época. De ellos podemos destacar, por la centralidad del personaje en las discusiones latinoamericanas, el trabajo de Norbert Lechner, quien publica en 1972 el texto “La problemática actual del Estado y el Derecho en Chile”, que indaga también tanto en la reflexión teórica en torno de la complejidad de estos problemas en el marxismo, como en el análisis del proceso chileno. A Lechner le interesa especialmente pensar cómo la lucha de los trabajadores ha logrado, a través del gobierno de la Unidad Popular, penetrar en las instituciones y formas legales de la dominación, poniendo en crisis su sentido reproductor (Lechner, 2007). Además de Lechner, podría señalarse también, por la centralidad que ocupa Italia en este trabajo, la importante presencia de figuras de la península en esta discusión. A la ya mencionada Rossanda –que participa del seminario del 71 con un texto donde su concepción de democracia se aproxima bastante a la tradición consejista y, a partir de ella, a cierta desconfianza respecto de las capacidades democráticas de las instituciones heredadas del capitalismo (Rossanda, 1972)–, se pueden añadir dos teóricos del PC italiano que participan: Luigi Berlinguer –primo de Enrico, secretario general del PCI y, como veremos, figura central en la relación entre las “lecciones de Chile” y el eurocomunismo– y Umberto Cerroni. En ambos casos, presentan trabajos teóricos que apuntan a validar la complejidad de la tradición marxista en torno de la democracia y la transición.7

Ahora bien, si las izquierdas italianas, como veremos en el próximo apartado, se interesan intensamente en el complejo problema de la relación entre socialismo y democracia en el contexto del gobierno de la UP, se observa un interés significativamente menor por estos debates en otros países latinoamericanos, como si Chile estuviera funcionando, a destiempo, encerrado casi en soledad en los dramas de esa relación. Todavía bajo el influjo de los procedimientos de la revolución cubana, el clima general de las izquierdas latinoamericanas no parecía dispuesto a tomar en toda su densidad los dilemas teóricos que ofrecía la experiencia chilena. Veamos el caso argentino, porque nos permitirá también, hacia el final de este texto, indagar en algunas cuestiones importantes a propósito de los modos en que la experiencia chilena circuló de un lado a otro del Atlántico. Mariano Zarowsky (2016) muestra la relevancia que el proceso chileno tuvo en una zona importante de la “nueva izquierda” argentina.8 Tomando tres revistas político-culturales importantes de la época, El Escarabajo de Oro¸ Nuevos Aires y Los Libros, Zarowsky prueba el peso de los acontecimientos chilenos del otro lado de los Andes. Sin embargo, esa relevancia queda acotada al posicionamiento político a tomar respecto del gobierno de Allende –y, con él, del experimento de “vía democrática al socialismo”– y, además, a la preocupación en torno de la relación entre intelectuales y política que se jugaría en ese posicionamiento. Del escepticismo de El Escarabajo de Oro y la distancia crítica de Nuevos Aires se distingue la atención relativamente significativa de Los Libros, que dedica un número en 1971 a recorrer diferentes aspectos del proceso. Como señala también Zarowsky, ese será el único número dedicado a Chile, y solo volverá al tema en 1973, ya consumado el golpe y a su vez con la línea editorial de la revista ya orientada al maoísmo, para hacer una suerte de constatación de la condena al fracaso de la vía reformista.

En todo caso, en ninguna de las publicaciones mencionadas se da cuenta de la densidad de los debates teóricos arriba señalados (acaso Los Libros es la que más cerca está de aproximarse a ellos, sin hacerlo de todos modos). Y habría que agregar una publicación que nos interesa especialmente, porque será una vía interesante para indagar en las curiosas formas en las que viajan las “lecciones de Chile”: Pasado y Presente. Antes de mencionar la revista, cabe decir algo de los Cuadernos de Pasado y Presente, la gran empresa editorial asociada a ella. Desde sus inicios, en 1968, estas publicaciones venían combinando la revisita a diversos rincones de la tradición marxista con la búsqueda deliberada de poner materiales teóricos a disposición de los dilemas políticos de la época. Así, entre 1970 y 1973 se publican más de dos decenas de Cuadernos, sobre temas tan diversos como Gramsci, las teorías del partido político, el colonialismo, la universidad en China, el concepto de formación económico-social (y el de modo de producción) o las miradas de Marx y Engels sobre América Latina. Llama la atención, en ese marco, que nada se publique sobre Chile (y la razón no pareciera estar en el carácter “contemporáneo” del proceso, pues muchos de los textos publicados son traducciones casi inmediatas de escritos de la época). Tan solo el texto de Rossanda del seminario del 71 está incorporado a un debate sobre la transición en el Cuaderno 46, pero lo está sin referencia alguna a Chile. Si nos desplazamos a la revista, cuya segunda época cuenta con dos publicaciones a lo largo de 1973, Chile aparece en el primer número, a través de un texto del mencionado Marini. La presentación del número (bajo el título de “Temas”) señala la presencia del texto de Marini para pensar la cuestión “de la participación de la pequeña burguesía en los procesos de transformación que está viviendo América Latina”, sin resaltar ninguna peculiaridad del proceso chileno, más que el de animar “la discusión sobre los caminos de la revolución latinoamericana” (Pasado y Presente, 1973, p. 1). El texto de Marini (1973), que no es sino el de su participación en el ya mencionado seminario de enero de 1973, va en la línea de sus intervenciones anteriores. Marini rechaza de plano cualquier novedad teórica en el proceso chileno, reduciéndolo a un esquema leninista clásico, es decir, a una situación prerrevolucionaria en la que el problema del poder –como disputa entre las clases– apenas está empezando a plantearse.

En síntesis, todo el clima de discusión que intentamos mostrar más arriba no llega a la izquierda argentina, ni siquiera a la publicación que aparentaba ser la más versátil en materia de discusiones de teoría política marxista. Posiblemente el clima de radicalización política –y la asociación de Chile con, más allá de sus complejidades, una vía reformista– contribuyeron a la configuración de ese destiempo. Unos años más tarde, el clima intelectual latinoamericano –del cual los hacedores de Pasado y Presente serán activos partícipes– parecerá tomar los tonos necesarios para volver a discutir Chile. Pero eso sucederá de un modo curiosamente mediado.

Italia: “lecciones de Chile”, eurocomunismo, teoría política marxista

Los acontecimientos de Chile tuvieron un efecto importante en Italia porque empalmaron con una serie de discusiones que ya existían allí desde la posguerra, en torno de la “vía italiana” hacia el socialismo, las herencias del antifascismo y, con ellas, el problema de la democracia. En Italia se sigue con gran intensidad la experiencia de la Unidad Popular, lo cual es visible en la abundancia del tema en la prensa de las izquierdas italianas, así como en múltiples viajes cruzados de políticos e intelectuales, tal como se observa parcialmente en lo descripto más arriba. Y el interés por Chile se multiplica considerablemente con el golpe de septiembre 1973.9

Las vicisitudes del PCI en torno de Chile pueden servir para ordenar una lectura de esos años en las izquierdas italianas –y más allá de ellas–. El golpe produce una serie de preguntas muy fuertes en torno a los condicionamientos y límites de una estrategia que es percibida por el PCI como una estrategia propia. Como muestra Alessandro Santoni (2011), la “vía chilena” se configura como una suerte de mito político para el Partido Comunista Italiano, en sus debates teórico-políticos y también en su ritualística (Chile tendría un lugar destacado en los festivales anuales de L’Unitá). Chile es un mito que permite retener la pregunta por la vía democrática, sustituyendo así a otros mitos más rupturistas (la guerrilla, el Che, Vietnam). Eso explica también que los lazos ya mencionados con el proceso de la UP se continúen luego por la vía de las distintas formas de ayuda italiana –redes, instituciones, etc.– a los exiliados chilenos (Rojas Mira y Santoni, 2013).10

En ese marco, entonces, debe comprenderse la recepción inmediata del golpe y los dilemas que suscita.11 Allí se pueden leer el significativo texto que Enrico Berlinguer publica en tres envíos entre septiembre y octubre de 1973 en la revista comunista Rinascita (Berlinguer, 2014a). El primero, de fines de septiembre, aborda la cuestión del imperialismo, o sea, el problema del modo en el cual una experiencia democrática de vía al socialismo se ve amenazada –y finalmente interrumpida– por la influencia norteamericana. En clave de enseñanzas para Italia, esto plantea el dilema geopolítico en torno de las posibilidades de desplegar una vía democrática al socialismo en el contexto de la división del mundo en bloques, y de la pertenencia de Chile (y de Italia) al bloque asociado a Estados Unidos. De modo que aparece una especie de interrupción externa a la hipótesis de vía democrática al socialismo. El segundo texto sostiene la necesidad de reafirmar el terreno democrático como escenario de la disputa, a pesar de la permanente amenaza supuesta por el imperialismo y por sus agentes internos. Es decir, a pesar de que esa vía está amenazada, sostiene Berlinguer en ese texto, ceder a la tentación de moverse a otra vía es aún más peligroso, porque allí todo lo que puede sostenerse como tensión o amenaza, se realizará, y siempre en condiciones muy desiguales. Entonces: necesidad de reafirmar el terreno democrático, pero sobre todo porque ese terreno es la consecuencia de la lucha de la clase trabajadora (y allí Berlinguer insiste en el rol de los comunistas en la lucha antifascista y en la conquista de la democracia en Italia). Y el tercer envío, donde aparece la conocida fórmula del “compromiso histórico”. Se trata de la necesidad de emprender una política de mayorías, una política que vaya más allá del PC, que vaya incluso más allá del socialismo, es decir, que le tienda la mano a la democracia cristiana. La necesidad de una articulación entre todas las fuerzas democráticas como única vía posible para mantener en la agenda una hipótesis de transición democrática al socialismo. De modo que el llamado “compromiso histórico”, que va a ser una política fundamental de los años 70 en Italia, discutida tanto política como teóricamente, emerge, al menos parcialmente, como el efecto de una reflexión sobre los sucesos chilenos.

Por otra parte, el Comité Central del PCI discute el golpe de Chile nada menos que el 12 de septiembre, es decir, solo un día después.12 Allí presenta la situación Giancarlo Pajetta, una de las figuras más atentas al proceso chileno –que incluso había viajado a Chile durante el gobierno de la UP–. Su tesis, que se probó rápidamente cierta, era que la situación chilena profundizaría una discusión en toda la izquierda italiana. Es decir, que cada sector elaboraría sus propias “enseñanzas” del proceso chileno, por lo cual el PC tenía que plantear rápida y firmemente su posición. Lo que estaba en juego frente a los modos de interpretar Chile en la discusión era, textualmente, “la forma de construcción del socialismo en Occidente”. Allí Pajetta identifica algunos problemas en el desarrollo del proceso de la Unidad Popular: se habla de la desarticulación entre defensa de la democracia y una tesis de transformación al socialismo, como si hubiera habido una especie de apresuramiento en el caso chileno porque lo que no existía era una mayoría sólida capaz de sostener el proceso. También se menciona el problema de una falta de adecuación entre transformaciones sociales y estatales, como si se intentara impulsar las primeras sin asumir la centralidad de las segundas para ello. También la cuestión económica aparece con fuerza: afirma Pajetta que no se puede pensar en la transición al socialismo en el contexto de una economía en ruinas, y la destrucción de la trama económica era justamente uno de los modos en el cual el proceso chileno estaba siendo agredido.

Como intuía Pajetta, las reflexiones del PCI sobre Chile convivirán con las de otras tendencias de la izquierda italiana, como de hecho lo venían haciendo antes del golpe,. A grandes rasgos, el PCI, a través de la propia Rinascita y de su periódico L’Unità, seguía muy de cerca el proceso chileno, manifestando un claro apoyo al gobierno de Allende e incluso a sus distintas iniciativas de diálogo con la oposición frente a las crisis que se iban suscitando. Il Manifesto, por su parte, también tenía un ojo puesto en Chile, dedicándole una buena cantidad de artículos (además del propio viaje de Rossanda). Su relación con el gobierno era más bien distante, con un apoyo dirigido sobre todo al proceso en su conjunto y siempre mirando la mencionada dimensión del poder popular y la autonomía obrera. Luego del golpe, Il Manifesto bajó el tono de sus críticas, recordó cálidamente a Allende, y participó activamente de las distintas formas de solidaridad. A su vez, se puede mencionar también a Lotta Continua, nombre de un periódico y de una organización de la izquierda extraparlamentaria que también siguió con atención el proceso chileno, identificando allí una suerte de experiencia reformista sin mayores perspectivas, pues la única verdadera posibilidad de ruptura con la burguesía estaba en la lucha armada. De hecho, después del golpe, Lotta Continua solo continuó prestando atención a Chile en lo referido a los focos de resistencia armada que quedaban en el territorio.13

De modo que Chile funciona como un terreno donde la izquierda italiana discute sobre su propio destino. Y precisamente por eso Chile está presente en el tránsito del PCI, a lo largo de la década del 70, de la idea general de “compromiso histórico” a la estrategia eurocomunista, esto es, a la tesis de que las condiciones específicas de las sociedades capitalistas desarrolladas demandan una consideración seria de la cuestión de la democracia, pues ella, en tanto conquista de las clases trabajadoras en la posguerra, constituye el terreno de base para la transición al socialismo. Es decir, lo que está en juego es la distinción respecto del llamado “socialismo real”. Aunque el eurocomunismo es un nombre de origen periodístico, se popularizó rápidamente entre sus partidarios y comentadores. Si en el PCI tenía una consistencia más o menos clara respecto de sus últimas décadas de despliegue político, esto no era tan claro en los otros dos partidos europeos que formaron parte de la corriente que tomó ese nombre, el francés y el español (el primero, de tradición más ortodoxa, el segundo apenas reconstituyéndose legalmente luego del franquismo). El inicio “oficial” de esta corriente se remonta a la reunión de los secretarios generales de los tres partidos (Berlinguer, George Marchais y Santiago Carrillo) en Madrid en marzo de 1977. Sin embargo, esto corresponde a un plano de orden casi formal o institucional. El eurocomunismo no puede leerse sino en el marco de una fuerte apuesta de relectura de la cuestión estratégica que colocaba en el centro el problema de la relación entre socialismo y democracia. En este sentido cabe destacar una significativa intervención de Berlinguer, también en 1977. En noviembre de ese año, en Moscú y a propósito de los sesenta años de la Revolución de Octubre, Berlinguer enuncia una tesis que, veremos, va a tener eco en América Latina: sostiene allí que la democracia es un valor universal (Berlinguer, 2014b). Una tesis de discusión directa en territorio soviético, donde Berlinguer saluda a la revolución y señala que el PCI, como todos los PC, es uno de los herederos de la Revolución Rusa, pero lo es a través de su propia vía, la vía italiana, al socialismo. Y en esa vía la democracia no es solamente una táctica, sino que es el único terreno posible donde se puede pensar otro tipo de sociedad: es un valor universal.

Ahora bien, si el trío de secretarios generales daba cuenta de un carácter orgánico y continental de la estrategia eurocomunista, existía también una corriente más distante de la discusión institucional –que de todos modos no eludía–, a la que se asociaba con la figura del “eurocomunismo de izquierda”, que tendría sus ecos en América Latina. Quizá sus tres figuras más relevantes fueron Nikos Poulantzas, Christine Buci-Glucksmann (ambos en Francia) y Pietro Ingrao (en Italia). Sus principales batallas estaban dadas por el intento de que la reconsideración de la cuestión democrática no quedara ceñida al plano de la participación electoral o institucional de los partidos de izquierda. Por eso en sus contribuciones teóricas, sintetizadas quizá en el último libro de Poulantzas (1981), resuena el eco de la problemática del poder popular. Allí se perseguía una estrategia que partiera de la compleja relación entre las instituciones representativas y las organizaciones populares, para pensar un proceso de construcción del socialismo que eludiera a la vez el burocratismo estalinista y el integracionismo socialdemócrata (es decir, que presionara por la acumulación de conquistas plasmadas en el Estado, sosteniendo a su vez un polo de poder “a distancia” del mismo, a partir del cual se sostendría un horizonte de transformación cualitativa del Estado y la sociedad). Poulantzas menciona explícitamente el experimento chileno en su disquisición sobre el socialismo democrático. Buci-Glucksmann, por su parte, dedica su clásico Gramsci y el Estado, de 1975, a “mis amigos y camaradas del Chile en lucha”. Según plantea en el prólogo a la edición española, siguió muy de cerca la experiencia chilena y de hecho coloca en los dramas de Chile una de las razones de su recurso a Gramsci para pensar el Estado. Pues, aún salvando las distancias con Francia, había una serie de problemas comunes: “Cómo conquistar el poder del Estado, cómo transformar las relaciones de producción, manteniendo y ampliando el proceso democrático, las libertades, a partir de una parte del poder” (Buci-Glucksmann, 1978, p. 6). A diferencia de las invocaciones tácticas y estratégicas que organizaban el eurocomunismo de las cúpulas de los partidos, el del ala izquierda alojaba de un modo más explícito sus implicancias en términos de discusión de la tradición marxista. Así, junto a la revisita de las tesis de Marx en torno de la transición, era convocado Gramsci para pensar la complejidad del Estado, así como aparecía también Rosa Luxemburgo (dicho sea de paso, figura también fundamental para el ya mencionado Lelio Basso) para sostener una noción de democracia asociada a la vitalidad del movimiento social, tanto como una idea de política que sobrepasara la dinámica partidaria y estatal.

El retorno silencioso de “las lecciones de Chile”

En 1979, Carlos Nelson Coutinho publica el ensayo “A democracia como valor universal”. La expresión, tomada explícitamente de Berlinguer, encabeza un texto que propone abiertamente pensar la coyuntura brasileña en clave eurocomunista. En esa dirección, el texto trabaja en un sentido muy similar a varios de los escritos aquí visitados: una reivindicación de una interpretación de Marx y la tradición clásica –incluso de Lenin– que aloje amplia y amistosamente la cuestión democrática (la democracia como conquista, la superestructura como un problema no reductible a la estructura, etc.) y luego una puesta a disposición de estas cuestiones teóricas para el análisis de la realidad política, en este caso para pensar un enlace entre socialismo y democracia como alternativa a un Brasil demasiado marcado históricamente por una política “desde arriba” (Coutniho, 1979). El texto de Coutinho es una marca fundamental de la recepción del eurocomunismo en Brasil, que acompaña una serie de revisiones de un ala del Partido Comunista en Brasil y que luego va a producir la fundación de la revista Presença, explícitamente animada por un programa eurocomunista (Goes, 2020). Coutinho no deja de mostrar cierta incomodidad por el hecho de que, como el propio nombre parece indicar, dicha corriente pareciera ocuparse tan solo de los países europeos (occidentales). Por ello sostiene al inicio del texto que es preciso no acotar ese término (eurocomunismo) a una dimensión geográfica –es decir, a Europa–, sino más bien postularlo como un tipo de reelaboración teórica de la tradición socialista, que por ende atañe a todas sus geografías.

México sería también un terreno de amplia discusión del eurocomunismo, enlazado con la llamada “crisis del marxismo”,14 incluyendo especialmente a las figuras que algunos años antes, en 1973, formaran parte de Pasado y Presente y que luego se exiliaran allí. Tanto José Aricó como Juan Carlos Portantiero son atentos lectores del debate italiano, y en el momento mexicano lo son especialmente de la crisis del marxismo y del eurocomunismo, tal como se percibe en la revista Controversia que publicaran allí a partir de 1979. Las iniciativas editoriales y las reflexiones de Aricó, que en la época podrían reenviarse a la crisis del marxismo (o, en términos más específicos, a las preguntas sobre la teoría política del marxismo), son muchas y escapan al propósito de este texto. Lo mismo con Portantiero, si tomamos sus escritos sobre Gramsci de la época.15 En lo que hace al problema de la democracia y el socialismo, solo con repasar superficialmente Controversia es posible verificar que ambos lo piensan sobre el fondo del marxismo italiano: así, el problema del Estado o la transición se enlazan con una lectura de la crisis del marxismo y del eurocomunismo. La primera aparece explícitamente en el primer número, encarada por Aricó como una oportunidad de renovación de la tradición socialista centrada en el problema de la democracia (Aricó, 1979, p. 13), mientras que el segundo está presente en una entrevista que Portantiero le realiza a Buci-Glucksmann en el número 7. Portantiero introduce la entrevista señalando a la francesa como parte de una generación que intenta pensar una “transición de masas hacia el socialismo y hacia la democracia”. El propósito de la entrevista sería el de “tratar de extraer, para un discurso socialista latinoamericano aún en construcción, elementos de la rica experiencia contemporánea europea” (Portantiero, 1980, p. 22).

Precisamente esta curiosa voluntad que Portantiero manifiesta de “extraer conclusiones” (aprender de las “lecciones” podría ser una formulación similar) de la experiencia europea para el socialismo latinoamericano la encontramos también en un texto contemporáneo, publicado en la también revista mexicana Nueva Política. Allí Portantiero desarrolla más explícitamente su mirada sobre el eurocomunismo, su alta valoración del fenómeno como alternativa a la crisis estratégica del socialismo e incluso su simpatía por su ala “izquierda” (incluyendo la ya mentada recuperación del espíritu “luxemburguista”). Lo que llama la atención es la cantidad de veces que Portantiero subraya, como lo hiciera Coutinho, el origen europeo del eurocomunismo tanto como, luego, la necesidad de apropiárselo desde América Latina: “Aunque el fenómeno ha tenido su origen en Europa, sus alcances no podrían limitarse a algunos puntos en el mapa” (Portantiero, 1979, p. 111). Luego, a partir de la complejización de las sociedades capitalistas que estaría en la base del eurocomunismo, nos dice: “No es extraño, por lo tanto, que el cuestionamiento ideológico, teórico y político fundamental dentro del marxismo venga de Europa” (p. 113). A propósito de una rediscusión sobre las vías al poder, el modelo de sociedad socialista y de organización revolucionaria, Portantiero afirma: “Es un mérito innegable del llamado eurocomunismo haber colocado estos temas en la primera página de la agenda política contemporánea” (p.115), y cerremos, una vez más, con las “lecciones”: “Para nosotros, latinoamericanos, ser eurocomunistas como siervos de una moda resultaría ridículo. Pero cerrarnos al debate creativo que esas nuevas ideas plantean sería, a la vez suicida” (p.118).

El proceso chileno de 1970-1973 no es la “causa”, en un sentido convencional, del eurocomunismo. Es, en todo caso, un elemento importante que empalma y ayuda a catalizar la tradición propia del comunismo italiano para dar lugar a un formidable clima de época en materia de discusión teórica y estratégica sobre la cuestión democrática en la tradición marxista. Fieles a sus propios estilos de lectura, algunos marxistas latinoamericanos, como Coutinho, Portantiero y Aricó, participaron con pasión de ese debate italiano, y lo hicieron sin la necesidad de atender los trazos de Chile que pudiera haber allí. Chile, paradójicamente (o no), fue mucho más “lección” para los italianos que para los latinoamericanos. Hubo una especie de astucia de la razón en las “lecciones de Chile”, en tanto cumplieron su misión de introducir la cuestión democrática en la discusión marxista latinoamericana, solo que para hacerlo tuvieron que pasar a través de Italia y, en ese tránsito, debilitar al extremo su propia huella. En el ya mencionado texto sobre los modos en que la nueva izquierda argentina se posicionó en torno del proceso de la UP, Zarowsky sugiere la hipótesis de que, durante dicho proceso, el perfil democrático del mismo incomodaba a una izquierda demasiado marcada por el influjo cubano (¿se podría señalar que el Portantiero del 73 se cerró al “debate creativo” que el Portantiero del 79 exigía aceptar?). En los 80, por el contrario, si bien la democracia sería la palabra preferida por buena parte del campo intelectual que provenía de aquellas mismas izquierdas, se trataba ya de una democracia menos pretenciosa que la esbozada en los años de la UP. De modo que, por defecto –Chile es poco revolucionario, en los 70– o por exceso –Chile es demasiado revolucionario, en los 80–, se produce y prolonga ese destiempo que señalábamos en el primer apartado. Acordando con los términos generales de esta hipótesis, parecería no alcanzar para explicar por qué en una suerte de momento intermedio entre ambas “décadas teóricas”, cuando la pasión eurocomunista tomaba a nuestros autores, no se pudo volver sobre Chile, cuya importancia como experiencia era reconocida por los propios eurocomunistas. Quizá debamos pensar la relación entre este desencuentro y las dificultades para construir tradiciones teóricas sólidas en la periferia: es curioso (y a la vez no lo es tanto) que figuras de la talla de Coutinho y Portantiero se esfuercen casi con timidez por universalizar el mensaje italiano, poniendo una dificultad donde en realidad hay otra mucho mayor: comprender que el mensaje italiano también está constituido por mensajes (latinoamericanos) que lo preceden.

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1. Incluso lo es en Chile mismo, donde hay una larga historia de políticas de frente popular y, en términos más generales, de modernización reformista que incluyen a las izquierdas. Las polémicas en torno de la ruptura o continuidad de la Unidad Popular con esa historia escapan a los alcances de este trabajo, pero constituyen sin dudas un elemento importante para la discusión teórica aquí propuesta. Sugerimos ver Moulián (1983) y Riquelme (2015).

2. Allí se podría colocar, en primer lugar y de particular interés para este trabajo, la senda que recorría el comunismo italiano desde su modulación togliattiana, que a partir de la figura de la “vía italiana” al socialismo, y luego el “policentrismo” como tesis de defensa de la diversidad de estrategias de los partidos comunistas, introduce diferencias con la Unión Soviética como modelo. Pero también en América Latina, precisamente la “vía chilena” puede inscribirse, en tensa relación con la vía armada o foquista, en una serie de debates estratégicos sobre la revolución y las especificidades nacionales.

3. Lelio Basso (1983), figura importante en el conjunto de textos y procesos aquí evocados, insistió en el equívoco que entrañaba la identificación entre revolución y vía violenta, ya que tendía a deshistorizar elementos que correspondían a coyunturas o formaciones sociales muy precisas, caracterizadas por un escaso desarrollo del movimiento obrero.

4. Para un mapa general de los debates teórico-políticos en el marco del proceso de la Unidad Popular, incluyendo los distintos centros de estudio, revistas y escenarios de intercambio, ver, entre otros, Lozoya López (2013). Por otra parte, los Cuadernos del CEREN como la revista Chile Hoy son consultables online: http://socialismo-chileno.org/PS/ceren/ceren.html y http://www.socialismo-chileno.org/PS/ChileHoy/chile_hoy/chile_hoy.html.

5. Sobre este fondo se recorta también la importante figura –que aquí no podremos desarrollar en su densidad– de Marta Harnecker, que teoriza, en posiciones relativamente próximas a las de la cabeza del gobierno de la UP, en torno de la complementariedad entre las instancias de poder popular y el gobierno (Harnecker, 1972; Ponce y Loreto Serra, 2014)

6. El mímeo, de 1971, circuló con el título: “¿Transición o revolución? Las dos lógicas de Lelio Basso”

7. La ponencia de Berlinguer se titulaba “Democracia y revolución socialista”, la de Cerroni “El Estado en la lucha del movimiento obrero”.

8. Recientemente se ha publicado un importante libro de Zarowsky (2023) que amplía las fuentes estudiadas y los argumentos sostenidos en el artículo citado.

9. Se ha escrito mucho en los últimos años en torno del carácter “global” de la experiencia chilena, aludiendo con esto a varias cosas: su inserción en la dinámica de la Guerra Fría, y en ese marco el peso de Estados Unidos en el destino del gobierno de la UP; la visibilización y luego generalización de la Doctrina de Seguridad Nacional como forma represiva, y la cuestión internacional de la defensa de los Derechos Humanos como respuesta; su impacto en las izquierdas europeas, especialmente en la Europa del Sur, pero también en el debate estratégico internacional en torno de las “vías” para la revolución, donde Chile habría implicado un punto saliente. Esto puede verse en el dossier coordinado hace algunos años por Olivier Compagnon y Caroline Moine (2015), y se puede ver con especial claridad en la introducción que proponen. Es un tema que no podemos abordar del todo aquí, pero que de todos modos atañe a la cuestión de las asimetrías de poder entre los distintos espacios geográficos, expresada también en materia de producción y debate intelectual: habría que precisar mejor en qué medida la figura de lo “global” no es solamente la superación de los aparentemente estrechos marcos nacionales, sino también la pregunta por los modos en los que el Norte procesa acontecimientos y debates que provienen del Sur.

10. Sobre las relaciones entre el PCI y Chile –y América Latina en general– se puede consultar también Mulas (2005) y Pappagallo (2017).

11. Alfredo Riquelme se ha detenido también en el impacto de Chile en la política del PCI en varios trabajos (2008 y 2021). Su enfoque privilegia la afinidad entre el eurocomunismo oficial y la experiencia de la UP, así como los contrapone fuertemente a las interpretaciones que desde Cuba o Rusia –en tanto representantes de un marxismo más convencional (para el caso ruso se puede consultar Ulianova, 2000)– se hacen de Chile. Los documentos avalan la interpretación de Riquelme y a grandes rasgos coincidimos con ella. Sin embargo, nos interesa por un lado marcar la complejidad del debate italiano y europeo en torno de Chile, que excede a la interpretación que hace la línea oficial del PCI –y en ese sentido matiza la contraposición propuesta por Riquelme– y, por otro, por la vía de lo que este debate mueve en materia de temas de teoría política, indagar en los modos en los que “vuelve” a América Latina unos años después. Para algunas consideraciones más generales sobre el eurocomunismo y sus relaciones con América Latina ver Balampanidis (2019) y Strazzeri (2019)

12. Lo que sigue surge de documentos del PCI disponibles en la Fondazione Gramsci de Roma.

13. Para un seguimiento parcial de revistas de las izquierdas italianas sobre Chile, ver Guida (2014).

14. La discusión de la “crisis del marxismo” surge también en Italia, en 1975, a partir de una serie de intervenciones de Norberto Bobbio, que sostenían que el marxismo carecía de una teoría política, o a lo sumo contaba solamente con una teoría de cómo acceder al poder. El debate ocupó libros y revistas, en Italia y más allá (en Francia también tuvo mucho eco en la pluma de Louis Althusser entre otros). Aunque el debate no aludía directamente a Chile, es claro que participaba del mismo conjunto de interrogantes que animarían la cuestión del eurocomonismo, y la relación entre ambos en todo caso queda por ser pensada, cosa que no podemos hacer aquí por razones de espacio. Para un mayor desarrollo de los debates de la crisis del marxismo, a un lado y otro del Atlántico, ver Cortés (2014)

15. Para una mirada sobre los trabajos de Aricó y Portantiero en el contexto del exilio mexicano, en particular en relación con la figura de Gramsci, ver Cortés (2021).