Decolonizing 1968: viñetas del activismo estudiantil transnacional en Túnez, París y Dakar
ORCID: 0000-0002-3555-9010
Pennsylvania State University. Pennsylvania, Estados Unidos.
bxh5451@psu.edu
Traducción al castellano:
Antonio Oliva
oto70oliva@gmail.com
Resumen: Este artículo amplía las observaciones que hice en septiembre de 2023 en las IX Jornadas de Estudio y Reflexión sobre Movimientos Estudiantiles, y resume los puntos principales de mi reciente investigación plasmada en Decolonizing 1968: Transnational Student Activism in Tunis, Paris, and Dakar. Se sostiene que las protestas de 1968 deben ser entendidas como un momento postcolonial y explico mi comprensión de lo que significa “descolonizar” en 1968 en el mundo francófono frente a cómo la praxis descolonial ha sido articulada por académicos latinoamericanos clave. Por último, ofrezco viñetas de activistas que cruzaron fronteras como Omar Blondin-Diop, Daniel Cohn-Bendit y Michel Foucault.
Palabras clave: Descolonización – Protesta estudiantil – Mundo francófono – 1968
Abstract: This article expands on the observations I made in September 2023 at the IX Conference of Study and Reflection on Student Movements, and summarizes the main points of my recent research reflected in Decolonizing 1968: Transnational Student Activism in Tunis, Paris, and Dakar. It is argued that the 1968 protests must be understood as a postcolonial moment and I explain my understanding of what it means to “decolonize” in 1968 in the Francophone world against how decolonial praxis has been articulated by key Latin American scholars. Finally, I offer vignettes of border-crossing activists such as Omar Blondin-Diop, Daniel Cohn-Bendit, and Michel Foucault.
Keywords: Decolonization – Student Protest – Francophone World – 1968
Recepción: 20 de enero de 2024. Aceptación: 29 de febrero de 2024
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En lo que sigue pongo por escrito y amplío las intervenciones orales que realicé en las IX Jornadas de Estudio y Reflexión sobre Movimientos Estudiantiles, que resumen los principales argumentos de mi reciente investigación plasmada en Decolonizing 1968: Transnational Student Activism in Tunis, Paris, and Dakar (Cornell University Press, 2022). Realicé allí un estudio transnacional y comparativo de tres importantes movimientos estudiantiles de 1968 a través del prisma de la descolonización en el antiguo imperio francés. En un lapso de tres meses, en la primavera de 1968, los campus universitarios de Túnez, París y Dakar experimentaron levantamientos estudiantiles masivos seguidos del cierre de universidades y la represión estatal. Decolonizing 1968 trata de explicar qué factores llevaron a su simultaneidad, y de descubrir las relaciones entre cada movimiento estudiantil. Además de referirme a los puntos clave del trabajo, mencionaré cómo el uso del término “descolonizador” funciona como herramienta organizativa, y sugeriré algunas diferencias que tiene con respecto a iteraciones anteriores e innovadoras de la “descolonialidad” generadas por académicos de estudios latinoamericanos que acuñaron el término por primera vez y continúan haciendo referencia al concepto.
Cuando me encontraba en las primeras fases de mi investigación y buscaba enfoques metodológicos que pudieran aplicarse de la mejor manera posible, me sumergí en gran medida en la teoría poscolonial. Estas lecturas inspiraron en muchos sentidos mi pensamiento, pero también agregó confusión parte del lenguaje obtuso que emanaba de las disciplinas de la filosofía y la crítica literaria, de aquellas lecturas que tendían a aplicar el lenguaje de la filosofía posmoderna a temas y estados del ser poscoloniales (Bhabha, 1994; Spivak, 1999). De hecho, esto me llevó a mi principal afirmación de que “más allá de todos los intercambios transnacionales que lo caracterizaron, 1968 también debe entenderse como un momento poscolonial” (Hendrickson, 2022, p. 6). Pero lo más útil para mí como historiador empírico fue comprender cómo el poscolonialismo podía definirse como aquello que es “producto de” el colonialismo (Dirlik, 2005, p. 8, nota 7), en lugar de simplemente un período cronológico posterior al derrocamiento de las potencias coloniales formales.
Aquello resultó especialmente útil para estudiar el activismo universitario en la década de 1960, cuando las nuevas naciones africanas independientes construyeron sistemas educativos a menudo calcados de los de sus antiguos opresores coloniales. Por ejemplo, no solo los planes de estudio de las universidades nacionales de Túnez y Senegal reflejaban fielmente lo que se estudiaba en Francia, sino que, incluso en los primeros años de independencia, el profesorado estuvo formado en gran parte por ciudadanos franceses. Así pues, podría decirse que las universidades poscoloniales senegalesas y tunecinas fueron “producidas por” sus experiencias bajo el dominio francés. Cuando los estudiantes de las emblemáticas universidades de Dakar y Túnez se levantaron para protestar por sus propias y singulares razones, adjuntaron a ellas exigencias de descolonizar la universidad africanizando o arabizando los planes de estudio y el profesorado, y deshaciéndose de los elementos franceses de sus instituciones. Inspirados en muchos aspectos por los campesinos revolucionarios de Vietnam que se enfrentaban a una superpotencia mundial, los maoístas franceses adaptaron las ideologías del Tercer Mundo a su entorno industrial, infiltrándose en las fábricas francesas para persuadir a los obreros inmigrantes poscoloniales de que hicieran huelga para conseguir mejores condiciones y la autogestión (Reid, 2004; Bourg, 2005).
Teniendo esto en cuenta, el concepto de “descolonizar 1968” funciona de tres maneras significativas. En primer lugar, el libro trata literalmente de la descolonización de naciones concretas y de cómo esta influyó en las protestas de 1968. Los estudiantes de todo el mundo, incluidos los de Túnez, Francia y Senegal, respondieron y apoyaron en gran medida los movimientos anticoloniales de resistencia que tenían lugar en Vietnam y Palestina, todos ellos con el recuerdo reciente de la violencia de la guerra de Argelia como base de sus posturas. Del mismo modo, dado que Túnez y Senegal no obtuvieron la independencia hasta 1956 y 1960 (tras la breve federación de Senegal con Mali), respectivamente, 1968 resultó ser una prueba de fuego para que los estudiantes evaluaran hasta qué punto sus nuevas naciones estaban realmente descolonizadas tras la liberación formal. En segundo lugar, el libro es también un intento de descolonizar los archivos incorporando fuentes más allá de las recogidas y recopiladas por los poderes coloniales o estatales. Aunque incluí materiales de periódicos estatales del partido único y correspondencia diplomática francesa que observaban y le daban sentido a los acontecimientos de 1968, también amplié el archivo para recoger las versiones de los estudiantes y activistas sobre esos mismos acontecimientos. Integré literatura de panfletos clandestinos, notas de reuniones de organizaciones de base, archivos familiares privados y entrevistas realizadas a antiguos militantes de 1968. Sabemos que los centros de archivos nacionales son lugares de poder por derecho propio y recogen un conjunto limitado de historias del pasado (Derrida, 1996; Pandey, 2006). Decolonizing 1968 intenta eliminar su monopolio sobre la producción de conocimiento integrando las memorias tanto de los activistas más conocidos como de aquellos más ignotos. Por último, y quizás lo más importante, la investigación se propuso descentrar los casos hegemónicos como el “Mayo del 68” francés sin ignorarlo. Tomando prestado de los estudios poscoloniales, mi objetivo era dar la misma voz y atención a casos similares de protesta estudiantil en Túnez y Senegal, y revelar “una constelación de redes locales, interconectadas y solapadas de agentes que cruzan fronteras actuando sobre símbolos poscoloniales de identificación a través de espacios francófonos” (Hendrickson, 2022, p. 12).
Todo ello me llevó a algunos de los influyentes trabajos de investigadores en estudios latinoamericanos. En particular, la noción de “colonialidad del poder” de Aníbal Quijano (2007), a la que le siguió la de “praxis decolonial” de Catherine Walsh y Walter Mignolo (2018), desarrollaron en profundidad las posibilidades teóricas en los estudios socioculturales para desplazar el poder del centro a la periferia. Sus trabajos fueron en muchos sentidos más avanzados teóricamente que los nuestros basados en el imperio francés, donde tendemos a inclinarnos más hacia marcos empíricos. Mientras que Quijano vinculó astutamente la colonialidad con la modernidad, Walsh y Mignolo dieron un paso más al introducir la praxis de la decolonialidad como “desvinculación de la matriz colonial de poder […] para imaginar y comprometerse a convertirse en sujetos decoloniales” (p. 125). Describieron un proyecto político idealizado que existe fuera de las instituciones y la racionalidad occidentales (lo que denominan “otro modo”) que pretende “desvincularse de los supuestos epistémicos comunes a todas las áreas de conocimiento establecidas en el mundo occidental” (p. 106).
Sin embargo, la resistencia anticolonial que encontré en el 1968 francófono era más matizada, y a menudo trabajaba dentro de los contextos institucionales de la modernidad, incluso cuando buscaba alterarlos radicalmente y nacionalizarlos. La acción de descolonización de 1968 se parecía más a lo que Ilham Khuri-Makdisi (2010) descubrió en los radicales globales del Mediterráneo oriental de finales del siglo XX, quienes “confiaban en poder crear sus propias visiones del orden social y mundial, tomando prestadas, adaptando, sintetizando, tal vez expoliando, ideas de «Occidente y del resto» y fusionándolas con prácticas e ideas locales” (p. 2). Más que una ruptura clara (desvinculación) con el sistema educativo europeo moderno o la economía capitalista global, los activistas de mi estudio eran más propensos a desplegar redes e instituciones enraizadas en el colonialismo para hacer llamamientos anticoloniales a la reforma y adaptarlos a los deseos locales. Así, mientras que los académicos fundadores de los estudios latinoamericanos escribieron con frecuencia sobre proyectos decoloniales para reubicar la indigenidad y resistir a la modernidad/colonialidad en todas sus formas, descolonizar las universidades francófonas en 1968 significaba transformarlas con una visión alternativa de la modernidad que sirviera mejor a las poblaciones nacionales. Los activistas de 1968 no pretendían que el Estado y sus instituciones desaparecieran o se desvincularan por completo, sino que funcionaran mejor para los nuevos pueblos modernos del mundo poscolonial.
Las intersecciones entre los años 60 globales y los estudios poscoloniales/decoloniales son evidentes; sin embargo, los estudiosos de ambos campos de estudio han mantenido conversaciones separadas. Mientras que los especialistas de los primeros a menudo no tienen en cuenta la literatura que emana de los estudios decoloniales, con raras excepciones (Christiansen y Scarlett, 2012; Monaville 2022), los segundos no han tomado directamente el activismo de 1968 como objeto de estudio. Muchas investigaciones sobre la década global de 1960 han destacado de forma más general el activismo juvenil simultáneo en distintos lugares europeos sin conectar directamente a los actores (Horn, 2007; Gildea, Mark y Warring, 2013), o han descubierto las solidaridades que se producían a través del mundo occidental transatlántico (Varon, 2004; Klimke, 2010). Sin duda, se trataba de iniciativas que valieron la pena y que abrieron los ojos de los estudiosos al alcance global de 1968, pero sus dimensiones poscoloniales permanecieron en gran medida ausentes de los análisis. Decolonizing 1968 pretende llenar este vacío descubriendo cómo los pasados coloniales conjuntos de Túnez, Francia y Senegal vincularon a los activistas, y permiten rastrear estas conexiones allende las fronteras. A continuación, ofreceré algunos ejemplos concretos de estos activistas transfronterizos cuyas historias aparecen en el libro.
Activismos y solidaridades transnacionales durante 1968
A mediados de la década de 1960, el estudiante senegalés Omar Blondin Diop se matriculó en la École Normale Supérieure de St. Cloud, en Francia, gracias a una generosa beca de su gobierno. Aunque el Estado francés había reducido recientemente las subvenciones a la educación para el intercambio de estudiantes tras la independencia de África, todavía había aproximadamente 1.000 estudiantes senegaleses en Europa, y 400 de ellos, como Blondin Diop, en instituciones de Francia (Guimont, 1997, p. 7). En la primavera de 1968, empezó a frecuentar los círculos de izquierdas de París y se convirtió en un miembro activo junto al destacado líder estudiantil franco-alemán Daniel Cohn-Bendit en la Universidad de Nanterre. Ambos se involucraron en el movimiento del 22 de marzo, que ocupó la universidad en marzo de 1968 para exigir la liberación de los militantes estudiantiles detenidos por agitar contra la guerra de Vietnam. Mientras que Blondin Diop apareció más tarde en la primera línea del Mayo del 68 francés, cuando miles de estudiantes se enfrentaron a las autoridades francesas e inspiraron una huelga nacional de trabajadores, sus homólogos senegaleses celebraron su propia serie de protestas en la Universidad de Dakar en mayo-junio de 1968 (Blum, 2012). A pesar de la atención nacional que Mayo del 68 suscitó en Francia, el movimiento estudiantil obtuvo logros algo limitados. En Senegal, sin embargo, tanto los estudiantes como los trabajadores negociaron con éxito el restablecimiento de la financiación de las becas, el reconocimiento oficial de las organizaciones estudiantiles y aumentos salariales significativos para los trabajadores. Aunque sus reivindicaciones diferían, ya que los estudiantes franceses denunciaban en general el capitalismo global y el paternalismo estatal, y los senegaleses protestaban contra las reducciones masivas de las becas universitarias, en cada caso los líderes sindicales nacionales se unieron a los movimientos estudiantiles y plantearon sus propias reivindicaciones materiales contra el Estado.
Enfadado por la audacia de los estudiantes que protestaban, el presidente senegalés Léopold Sédar Senghor ordenó a los militares que desalojaran el campus de Dakar, lo que provocó la muerte de un estudiante, el envío de cientos de militantes estudiantes y trabajadores a campos militares y el cierre de la universidad durante el resto del año. Las noticias de la violencia estatal contra manifestantes desarmados llegaron a las comunidades de inmigrantes de París, en las que se encontraba Blondin Diop, donde un grupo de activistas senegaleses ocupó la embajada de su país el 28 de mayo de 1968 para exigir la liberación de los compatriotas detenidos en su país. La información circuló abiertamente entre las comunidades de activistas y creó solidaridades transnacionales que trascendieron los círculos de senegaleses expatriados. Por ejemplo, en septiembre de 1968, el presidente Senghor, que también era un consumado poeta, iba a recibir un premio literario en Frankfurt. Cohn-Bendit, amigo y activista de Blondin Diop, que poseía la doble nacionalidad francesa y alemana, se encontraba en Frankfurt tras habérsele denegado la entrada en Francia por sus actividades políticas en Nanterre. Cohn-Bendit, que conocía la represión de Senghor contra los estudiantes senegaleses por su contacto con Blondin Diop, organizó a un grupo de estudiantes alemanes para protestar contra la presencia de Senghor y denunciar sus acciones autoritarias en la Universidad de Dakar. Después de que las autoridades alemanas pusieran a Cohn-Bendit bajo arresto por alterar el orden público, los estudiantes senegaleses enviaron una carta al presidente de la República Federal Alemana, Heinrich Lübke, exigiendo la liberación de Cohn-Bendit (Hendrickson, 2022, pp. 102-105). Así, mientras que los estudiantes senegaleses protestaron inicialmente por razones estrictamente locales (la reducción de la financiación de becas), los continuos lazos poscoloniales con Francia dieron lugar a redes de activismo muy comprometidas que trascendían las fronteras nacionales y las causas locales. Las comunidades transnacionales de activistas como Blondin Diop y Cohn-Bendit se solidarizaron con las causas de los otros y se identificaron con el antiautoritarismo general en un mundo interconectado.
Blondin Diop se convirtió desde entonces en una figura nacional mítica tras su misteriosa muerte en una prisión senegalesa en 1973. Sus hermanos habían sido encarcelados por un atentado fallido contra Senghor y el presidente francés Georges Pompidou durante su visita presidencial a Dakar en 1971. Blondin Diop se enfrentó entonces a la extradición desde Malí tras ser acusado de atentar contra la seguridad del Estado, endilgándole el delito de tomar las armas para liberar a sus hermanos de la cárcel (Bobin, 2023, p. 75). Aunque el Estado declaró que su muerte había sido un suicidio tras encontrarlo ahorcado en su celda de la prisión de Gorée, distintos observadores creyeron que había sido asesinado en un intento de encubrimiento por parte del Estado. En los días siguientes a su muerte, los jóvenes senegaleses se reunieron en las calles para lanzar piedras a la policía o para hacer pintadas en los muros de la capital con el lema “están matando a vuestros hijos, ¡despertad!” (Bobin, 2023, p. 66). Sea cual sea la verdad que circundaron sus supuestas intenciones violentas y su dudoso asesinato/suicidio, Blondin Diop fue la encarnación concreta de las dimensiones poscoloniales de 1968, donde activistas, instituciones y Estados mantuvieron fuertes lazos mucho después del colapso del imperio formal francés.
A diferencia de los estudiantes senegaleses, que inicialmente convocaron a huelgas universitarias para exigir el restablecimiento de la financiación de becas, los estudiantes tunecinos ocuparon los campus en marzo de 1968 para exigir mayores derechos democráticos y libertad de expresión. Estas manifestaciones se produjeron poco después de una protesta ante las embajadas británica y estadounidense en Túnez durante la guerra árabe-israelí de 1967. Los estudiantes tunecinos de izquierdas que buscaban una solución entre ambos Estados denunciaron las posturas blandas del presidente Habib Bourguiba respecto a Israel y su continua colaboración con sus aliados como Gran Bretaña y Estados Unidos. Cuando la manifestación se extendió a los barrios populares y degeneró en vandalismo, las autoridades estatales detuvieron y utilizaron como chivos expiatorios a los líderes estudiantiles. Los tribunales tunecinos anunciaron duras condenas, y Mohamed Ben Jennet fue condenado a veinte años de trabajos forzados. El 15 de marzo de 1968, los estudiantes habían reunido una petición con 1.300 firmas condenando la “victimización arbitraria” de Ben Jennet por parte de Bourguiba, y más de 2.000 estudiantes se reunieron en la Facultad de Letras para exigir su liberación (Hendrickson, 2022, pp. 46-48). Cuando el movimiento se extendió a otras facultades de la universidad e incluso a institutos, las autoridades actuaron rápidamente con detenciones masivas y la creación de un Tribunal Especial para procesar a los manifestantes por delitos contra la seguridad nacional. Los juicios se saldaron con más de 100 sentencias, y muchos de los condenados se enfrentaron a condiciones inhumanas e intensos períodos de tortura (CISDHT, 1969). El aumento de la represión estatal dio lugar a un movimiento transnacional en favor de los derechos humanos que unió a activistas de Francia y Túnez para defender a los detenidos.
Mientras que figuras como el senegalés Blondin Diop viajaron a Francia para estudiar, los acuerdos de cooperación poscolonial significaron que los intelectuales y activistas franceses también se desplazaran hacia el antiguo imperio, creando oportunidades adicionales para el activismo transnacional. Por ejemplo, los coopérants –profesores y expertos técnicos franceses destinados a misiones de desarrollo en el extranjero– viajaron en 1968 en un número relativamente elevado para trabajar en las antiguas colonias de Francia (Kantrowitz, 2016, pp. 221-223). Algunos, como Jean-Paul Chabert, fueron destinados a Túnez y trabajaron estrechamente con los círculos de izquierda tunecinos que estaban activos en 1968. Cuando el régimen del presidente Bourguiba reprimió a los activistas, Chabert fue el único francés torturado por las autoridades tunecinas por su presunto adoctrinamiento maoísta de estudiantes tunecinos (Ayari y Bargaoui, 2011). Tras su liberación, Chabert seguiría colaborando con organizaciones franco-tunecinas de derechos humanos con sede en París para ayudar a los presos políticos tunecinos.
Otros, como el destacado filósofo Michel Foucault, participaron en el activismo local cuando fue profesor visitante en el departamento de filosofía de la Universidad de Túnez entre 1966 y 1968. Cuando sus antiguos alumnos, como Ahmed Ben Othmani, fueron detenidos por el régimen, Foucault hizo circular peticiones para concientizar a sus colegas franceses, prestó declaración como testigo para conseguir su liberación e incluso proporcionó un lugar seguro en su residencia privada de Sidi Bou Saïd a los activistas que huían de las autoridades (Othmani y Bessis, 2008, p. 8). Aunque líderes estatales como Senghor y Bourguiba intentaron deslegitimar los levantamientos estudiantiles en sus universidades nacionales alegando falsamente que imitaban a los estudiantes franceses de Mayo del 68, la influencia del movimiento estudiantil tunecino tuvo un impacto innegablemente profundo en figuras como Foucault. Cuando se le preguntó por su relativa ausencia en el movimiento estudiantil francés, Foucault respondió: “Eso es lo que Túnez fue para mí... No fue mayo del 68 en Francia lo que me cambió; fue marzo del 68, en un país del Tercer Mundo” (entrevista de Trombadori a Foucault, publicada en CISDHT, 1969). Foucault destacó lo mucho que estaba en juego para los activistas tunecinos que tomaron las calles en comparación con los estudiantes universitarios franceses, que se enfrentaron a muchas menos consecuencias. También es indudable que la observación de las atrocidades de las que era capaz el régimen tunecino influyó enormemente en el pensamiento de Foucault de Vigilar y castigar (1977), que había empezado a escribir mientras vivía en Túnez. Al regresar a su país en 1968, Foucault se comprometió más con la difícil situación de las comunidades poscoloniales que vivían en Francia. Junto con otros destacados filósofos, estuvo en la primera línea de una manifestación antirracista en 1971 en el barrio parisino de Goutte d’Or, poblado por inmigrantes, para denunciar el asesinato de un adolescente argelino (Hajjat, 2008, pp. 521-527). Las protestas de 1968 crearon así comunidades poscoloniales de activistas, entre los que se encontraban figuras como Blondin Diop y Foucault, y generaron solidaridades transnacionales que persistieron mucho después de 1968. La protesta estudiantil de ese año no se centró en Occidente y se difundió a la periferia; más bien, el activismo transnacional de 1968 que aquí se reconstruye fue producido por el pasado colonial y el presente neocolonial en el que se encontraban los actores poscoloniales de Túnez, París y Dakar.
Palabras finales
Espero que estas breves observaciones hayan ofrecido una pequeña muestra de las múltiples formas en que se entrelazó el activismo de 1968 en el mundo francófono. Las relaciones poscoloniales a través de instituciones como los sistemas universitarios y los programas de cooperación siguieron conectando estas regiones. Del mismo modo, las dolorosas historias coloniales compartidas influyeron en el modo en que los activistas y las autoridades estatales se referenciaban y denunciaban mutuamente. El activismo local en los campus universitarios de Dakar pudo suscitar actos de solidaridad de grupos empáticos de París (o incluso de Frankfurt), mientras que los abusos de los derechos humanos en Túnez dieron lugar a llamamientos organizados a la reforma desde Francia. Las huelgas estudiantiles de 1968 también inspiraron a los coopérants e intelectuales famosos como Foucault a participar en una militancia afín a su regreso a Francia. Los pocos ejemplos mostrados aquí también podrían aclarar algunas de las distinciones que he intentado demostrar entre el activismo transnacional de 1968 que he descubierto y los usos de la decolonialidad en los estudios latinoamericanos. Aunque los activistas trataron claramente de promover intereses locales y nacionales frente a la matriz colonial de poder, lo hicieron accionando dentro de las instituciones modernas existentes (universidades, organizaciones de derechos humanos, redes de activistas estudiantiles, etc.). En lugar de romper con la colonialidad/modernidad –el objetivo declarado de la “praxis decolonial”–, estos protagonistas tomaron prestadas, adaptaron y replantearon las instituciones anteriormente coloniales para que se ajustaran mejor a las necesidades de sus modernas naciones poscoloniales emergentes. Al existir dentro de los espacios francófonos poscoloniales decididamente modernos, las protestas de los activistas de 1968 estuvieron frecuentemente “formadas por la condición de outsider combinada con el conocimiento interno, en oposición a algún tipo de forma de ser intelectual, auténticamente indígena” (Hendrickson, 2020, p. 107).
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