Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 24
marzo 2024 - agosto 2024
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

La Antorcha anarquista y su agitación en los pueblos santafesinos: una mirada desde la espacialidad (1925-1929)


Florencia Mangold

ORCID: 0009-0006-8079-6943
Investigaciones Sociohistóricas Regionales -
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Rosario, Argentina.
flopybm2506@gmail.com

Resumen: A mediados de la década de 1920, la facción antorchista del anarquismo lideró la agitación agraria en algunos pueblos del sudoeste de Santa Fe. Nos proponemos analizar de qué formas el espacio atravesó este proceso, los conflictos y antagonismos que se suscitaron alrededor de él y las estrategias de dicha facción para acercarse a los trabajadores, que abarcaron, entre otras, a las formas de sociabilidad. De esta forma pretendemos realizar un aporte a los estudios centrados en la relación entre clase obrera, conflictividad y espacialidad, entendiendo a esta última desde su carácter de productor de relaciones sociales.

Palabras clave: Anarquismo – Agitación – Espacialidad – Solidaridad

Abstract: In the mid-1920s, the antorchist faction of anarchism led the agrarian agitation in some towns in the south west of Santa Fe. We propose to analyze in what ways the space went through this process, the conflicts and antagonisms that arose around it and the strategies of said faction to approach the workers, which covered, among others, forms of sociability. Thus, we intend to contribute to studies focused on the relationship between the working class, conflict and spatiality, understanding the latter from as a producer of social relations.

Key words: Anarchism – Agitation – Spatiality – Solidarity

Recepción: 13 de septiembre de 2023. Aceptación: 2 de febrero de 2024

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Introducción

La década de 1920 reveló desafíos para el anarquismo argentino, que vio mermar su influencia sobre el movimiento obrero, al tiempo que inició un proceso de fragmentación interna (Anapios, 2011, p. 3) entre filobolcheviques, expropiadores (Bayer, 2013, p. 1), foristas y antorchistas. Estos últimos, expulsados en 1924 de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) por su comité ejecutivo, fueron acusados de labor derrotista y de estorbar la propaganda (Anapios, 2011, p. 21). En ese contexto, en el interior de la provincia de Santa Fe, desde hacía ya más de una década, distintas corrientes del movimiento obrero venían llevando adelante esfuerzos por sostener sindicatos y sus conducciones, así como también actividades culturales. Pero de 1925 a 1929 los antorchistas iniciaron una fuerte agitación agraria que tuvo eco en un puñado de pueblos del sudoeste santafesino, entre ellos Las Rosas y Armstrong.

Los ámbitos a los que hacemos referencia eran pueblos rurales, zonas urbanas ligadas intrínsecamente a la actividad agrícola que se desarrollaba aledañamente, unidos al campo en tanto “asientos” de la producción primaria, por lo que ambos espacios no podían considerarse como compartimentos estancos o disociados (Cloquell, Albanesi, Nogueira y Propersi, 2014). Así, el desdibujamiento de los límites entre lo urbano y lo rural y las características propias del mercado de trabajo y del territorio condicionaron o permitieron determinados tipos de acercamiento entre militantes y trabajadores. Allí se ensayaron formas de solidaridad pensadas desde esa espacialidad específica para lograr sostener los conflictos ligados al mundo del trabajo. Estos involucraron a un variado conjunto de actores, ya que se produjeron en un contexto de pujas entre y con diversas fuerzas políticas, fundamentalmente con las facciones del radicalismo.

Aquí, para adentrarnos en el derrotero de la agitación antorchista, nos serviremos principalmente de las crónicas vertidas en La Antorcha (LA), sumadas a las de otros órganos de prensa ácrata como La Protesta (LP) y Liberación, y las de otras fuerzas desde el periódico Democracia.1 Específicamente, nos proponemos analizar los cruces entre la espacialidad rural santafesina y su impacto en los procesos conflictivos que tuvieron como protagonista a esta facción del movimiento anarquista. Por ello nos preguntamos acerca de la dificultad y la importancia de la construcción de redes de solidaridad en dos sitios nacidos y ligados intrínsecamente a la economía agropecuaria y caracterizados por una alta movilidad de trabajadores. En relación con ello, indagaremos sobre las luchas por el espacio en tanto estrategias que se pensaron y ensayaron para sortear esas dificultades.

Siendo que todo espacio resulta ser asiento de antagonismos en la lucha por su apropiación y su uso, y sus características influencian las relaciones conflictivas que allí se producen, los antorchistas debieron necesariamente evaluar el territorio en el que se movían para plantear seriamente su agitación. El aspecto de comunidades cerradas y la proximidad de las relaciones que caracterizaron a esos pueblos nos inducirían a pensar que habría sido más sencillo sostener la lucha, ya que los actores serían proclives a sostener lazos de solidaridad. Sin embargo, a fines de 1920, en estos ámbitos de la región pampeana, en los que abundaba la fluidez y la circulación de personas, la motorización de los reclamos y la organización de las campañas se vio necesariamente alentada por la llegada de líderes foráneos que debieron moverse por esos espacios cercanos, pero no siempre conectados, y reforzar la acción de los militantes locales en el terreno.

El espacio y sus sujetos

Las Rosas y Armstrong son dos localidades del sur santafesino que a comienzos del siglo XX formaban parte del entramado de estaciones del Ferrocarril Central Argentino (FCA). La primera se insertaba en el ramal Cañada de Gómez-Sastre,2 que unía Rosario y Córdoba y la segunda se encontraba en el tramo Rosario-Tortugas, quedando así fuertemente vinculadas al circuito comercial y de comunicación regional. Para 1914 ambos pueblos contaban con una amplia población rural –59% en Las Rosas y 46% en Armstrong–, panorama que se modificó hacia 1947, cuando en ambos distritos menos del 30% de los habitantes vivía por fuera de la zona urbana.3 Es que, en los márgenes de los poblados abundaban las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas.

Las mismas, por lo general, pertenecían a grandes propietarios, que vivían o residían ocasionalmente en estos distritos y eran dueños de miles de hectáreas en la región y en otras partes del país y del mundo. Eran hombres social y políticamente influyentes, con peso nacional y relaciones con el extranjero, que utilizaban para garantizarse negocios ventajosos, mientras en el plano local formaban parte de las Comisiones de Fomento o hacían beneficencia. Estaban vinculados entre sí, muchos emparentados, otros por compras de tierras en sociedad o lazos comerciales de otro tipo. Sin embargo, los patrones de los trabajadores del campo se incluían en una variada tipología, ya que podían ser propietarios ligados a los poblados o ausentistas, o bien arrendatarios, subarrendatarios o administradores (Ricci, 2016, pp. 38-49). Primaban las explotaciones de reducido tamaño, de las que prácticamente el 79% estaba a cargo de arrendatarios o chacareros pampeanos que generalmente trabajaban entre 200 y 250 hectáreas con su familia.

Pero en época de cosecha, que duraba de cinco a seis meses, recurrían a mano de obra asalariada extrafamiliar, lo que implicaba un desplazamiento de trabajadores en el tiempo y en el espacio en un mercado de trabajo efímero, con relaciones laborales de corta duración, con contratos informales e impersonalizados, en un momento en que el Estado tuvo una ínfima participación en su regulación (Ascolani, 2009, p. 29). Así, el proletariado rural era un conjunto itinerante, compuesto por migrantes internos y europeos –en su mayoría italianos–, condicionado por el carácter estacional y temporal de la demanda y que vendía su fuerza de trabajo a arrendatarios, chacareros, comerciantes cerealistas, contratistas propietarios de maquinaria, propietarios de carros, transportistas y ganaderos.

Si bien la itinerancia del empleo era la tónica, los obreros con frecuencia residían permanente o estacionalmente, e incluso desarrollaban sus actividades, en un espacio que era urbano o semiurbano: el pueblo rural (Ansaldi, 1993, pp. 14-17). Los términos “obreros rurales” y “trabajadores rurales” implican que eran asalariados cuyas tareas estaban relacionadas con las labores agrícolo-ganaderas, pero no necesariamente con su residencia. En este sentido, no podemos desconocer que el ámbito rural les permitía acumular experiencias similares. Durante la temporada invernal los trabajadores ocupaban precarias habitaciones, o simplemente vagaban por las calles de los pueblos, al tiempo que se empeñaban con los comerciantes o con los dueños de ramos generales
–algunos también cerealistas– hasta la llegada de la cosecha fina de trigo.4

Esta, que se extendía de noviembre a enero, junto a la cosecha gruesa o recolección manual del maíz, de abril a junio, eran las tareas que más brazos requerían (Ascolani, 2009, p. 29), momentos en los que además era fundamental el transporte y acopio.

Estas últimas actividades, el transporte de la cosecha del campo o del acopio al ferrocarril, las hacían los carreros, que podían ser contratados o propietarios (Sartelli, 1993, p. 6). Asimismo, sobre todo durante la recolección de maíz, los chacareros, capataces y contratistas iban en búsqueda de una gran cantidad de peones cordobeses y santiagueños, chaqueños, tucumanos, entrerrianos y correntinos. También llegaban a las localidades “linyeras” o “crotos” buscando “changas” estacionales. Los más despreciados por el resto eran los polacos, ya que en su desesperación y por no conocer el idioma aceptaban cualquier precio de paga con tal de trabajar (González, 1989, pp. 41-65).

En estos pueblos la estación de tren constituía el centro neurálgico y recreativo, donde la población se congregaba para observar la llegada y salida de pasajeros o para realizar paseos por los andenes (Daró, 1977, p. 64). En ella, los estibadores iban y venían cargando bolsas en largas jornadas de trabajo; en los descansos de sus labores, estos changarines y los carreros se quedaban en el predio del ferrocarril, tomando mates o asando en parrillas. Dicho predio estaba rodeado de galpones, la casa del capataz y el caserío de los peones de Vías y Obras, apodados despectivamente como “catangos” debido al olor a sudor de sus ropas. Eran mayoritariamente extranjeros –lituanos, polacos, ucranianos, húngaros e italianos– y analfabetos que habitaban viviendas precarias con condiciones de higiene mínimas. Los domingos o feriados, algunos se embriagaban hasta terminar en cama, para luego volver al trabajo; aquellos días, también las numerosas fondas se poblaban de gente que llegaba desde el campo para la misa y los festejos (González, 1989). En su mayoría, eran albergues para jornaleros de bajo costo, donde se juntaban a beber y jugar a los naipes en los ratos de ocio. Estos negocios tenían su clientela específica, por nacionalidades u oficios; durante la recogida de maíz se alojaban jornaleros de provincias vecinas y pueblos aledaños y a veces se producían riñas.

Es que –sobre todo en los ciclos de amplia ocupación de mano de obra– los ritmos de trabajo signaron no solo los del ocio, sino también los de la organización y lucha. La precaria situación de estos grupos de trabajadores muchas veces generaba que estos sintieran desconfianza hacia los políticos, funcionarios y burócratas, para quienes resultaba fundamental el contacto estrecho, hablándoles siempre la misma persona por cada región, en un esfuerzo sostenido por vincularse y acreditarse (Cáceres, 1958, p. 15). Además, aunque estas circunstancias no siempre fueron suficientes para que se acercaran quienes les proponían una revolución social, resulta claro que en los momentos de algidez laboral se fortalecían tanto los gremios de estibadores como los de carreros. Estos últimos solían organizarse en sindicatos, cuya actuación solía ser conjunta con estibadores y peones de máquinas. Si bien los anarquistas organizaron un gran número de gremios de carreros y los apoyaron en muchos de sus reclamos, existía un debate interno sobre su verdadero rol revolucionario. Cabe destacar que, como veremos más adelante, muchos de los itinerarios de los anarquistas en sus prácticas militantes, en sus huidas o en la llegada de las fuerzas represivas, siguieron el tendido de las vías férreas y de sus estaciones.

La agitación agraria antorchista a mediados los años 20

El anarquismo tuvo una fuerte influencia en el movimiento obrero argentino de principios del siglo XX y, durante sus primeras dos décadas, la tendencia organizadora –que se diferenciaba de una más proclive a la acción directa– logró canalizar la protesta social través de sindicatos con un grado de éxito que le permitió construir la FORA. El forismo, que se había convertido paulatinamente en la corriente principal del movimiento, además de la competencia con otras corrientes ideológicas por el liderazgo de las luchas obreras, enfrentó disidencias en su interior. Entre ellas, durante los años 20, el antorchismo –que nucleaba a gremios autónomos y disidentes de la FORA anarco-comunista– comenzó a radicalizar su discurso y a rivalizar en métodos y tácticas con el órgano de prensa mayoritario que era La Protesta. Desde la pluma de Teodoro Antilli, Rodolfo González Pacheco y Mario Anderson Pacheco, se denunciaba el excesivo centralismo de los protestistas y su mayor empeño en generar ingresos que en difundir el ideal anarquista. Asimismo, estos militantes aseguraban que en ese grupo editor no se toleraba la disidencia ni la diversidad de ideas y criticaban a la FORA por la tibieza de sus acciones. Estas diferencias internas causaron una división que derivó en su expulsión de la FORA (Anapios, 2008, pp. 1-15).

En este contexto, el antorchismo hizo grandes esfuerzos por sostener la organización gremial en ámbitos rurales, limitándose principalmente al Territorio Nacional de La Pampa, donde tenían gran tirada La Antorcha y Pampa Libre, y a zonas del sur de Santa Fe, en las que su actividad fue constante durante la década (Ascolani, 2009, pp. 22-43). Pero las disputas libertarias hacían complicada la creación de nuevos sindicatos o la conducción de los ya existentes, sumado a que no fueron los únicos que pensaron en impulsar una labor con el trabajador rural. Otras fuerzas, como sus rivales de La Protesta, los sindicalistas y los sectores del Partido Comunista (Volkind, 2022, p. 25), comenzaron a debatir en esta década lo necesario de movilizar a estos sujetos y la forma de interpelarlos.

A mediados de 1925, La Antorcha expuso la iniciativa de una reunión regional debido al dolor que le causaba la desorganización del movimiento, ya que de seguir así las organizaciones existentes desaparecerían. Insistían en la necesidad de reforzar la solidaridad entre los organismos para extender y coordinar la propaganda contra la represión y el sistema carcelario, haciendo énfasis en la creación de un comité de relaciones para nuclear a los sindicatos autónomos e intensificar las giras por el interior.5 El periódico sostenía que se estaban estudiando las diversas fases de la vida en esos espacios y que si bien las ideas anarquistas no se adaptarían al campo, sí pretendían ingresar en la psicología de los hombres rurales, con el objeto de que sus propagandistas –conocedores del ambiente– no ignorasen su ámbito de actuación, aunque ello no implicara la creación de organizaciones específicas. El dominio del terreno, la vida y las costumbres eran necesarias para la tarea revolucionaria y proselitista.6 Ese mismo año, por tanto, anunciaron una campaña de agitación previa a la cosecha de maíz, contra la desocupación, el deterioro laboral causado por la difusión de cosechadoras y por la supresión de manejos peligrosos de bolsas de estiba, cuyo peso debía bajar.

Esta convocatoria y otras posteriores fueron tomadas seriamente por grupos de militantes de Armstrong y Las Rosas y los años 1925 y 1926 fueron el punto álgido de un proceso de movilización construido en base a experiencias previas. En Las Rosas, la actividad ácrata había sido irregular pero existente desde 1914, con la organización de sindicatos de oficios varios, de estibadores y carreros, así como con la aparición de centros específicamente anarquistas como la Asociación Anarquista de Las Rosas7 o Luz y Esperanza y con la realización de actividades culturales en su biblioteca. En Armstrong, el anarquismo había fundado un sólido sindicato de oficios varios en 1916, pero debido a la presión patronal había sido ilegalizado, por lo que sus militantes continuaron sus actividades a través de la Biblioteca Alberdi. Sin embargo, como dijimos, en la región también se hizo presente un amplio espectro de fuerzas políticas, como los sindicalistas revolucionarios, el Partido Demócrata Progresista –de gran influencia en las comisiones de fomento–, el radicalismo yrigoyenista y antipersonalista8 y la Liga Patriótica. Este conjunto de organizaciones y tendencias representaba constantes desafíos y obstáculos para los militantes ácratas locales.9

Comienza la agitación

Las crónicas enviadas a La Antorcha por el militante rosense y delegado en gira Miguel González y por Miguel Barrenechea –alias Tom X– narran que los anarquistas iniciaron la agitación en el sudoeste santafesino en 1925. Recorrían las localidades conversando con la peonada, organizaban actos, mítines y conferencias para arengar por mejoras en las condiciones laborales de los estibadores y aumentos de jornal, además de denunciar la maquinización y los problemas que esta generaría en el mercado de trabajo. Una de las principales acciones consistía en la realización de actos en lugares públicos donde se leían manifiestos en presencia de los obreros.10 Los grupos de Armstrong y Las Rosas prepararon los primeros eventos a mediados de año, a los que asistieron líderes de La Antorcha.11 Inferimos que los militantes pueblerinos organizaban estas actividades conjuntamente, por lo que existiría una relación estrecha entre algunos de sus componentes.

En noviembre, al momento de la cosecha, el periódico promovió la agitación de los braceros y realizó una convocatoria a la plaza de Armstrong. Allí acudieron aproximadamente 300 personas a escuchar al delegado en gira12 acerca de la lucha por los dos turnos de trabajo; posteriormente se invitó al público a dar continuidad a la discusión en la Biblioteca Alberdi.13 En Las Rosas, luego de algunos actos, unos 80 trabajadores se dieron cita en el local antorchista y resolvieron lanzar un pliego de condiciones en solidaridad con los trabajadores agrícolas desocupados e iniciar una huelga con la esperanza de que se extendiera a otras localidades. A mediados de mes organizaron un acto en la plaza Belgrano –la plaza central– con asistencia de unos 400 trabajadores. Abrieron el acto Emilio Menéndez y Nazareno Copparoni de Armstrong y se pronunció un delegado en gira.14 Los chacareros rechazaron los reclamos de los braceros, por lo que en diciembre en ambos pueblos comenzó la huelga.15 Los antorchistas tuvieron éxito en su primera agitación y los trabajadores fueron receptivos.

El movimiento continuó y, a inicios de enero de 1926, el militante E. Roqué16 partió desde Rosario para ejecutar un acto en Armstrong. En Las Rosas, donde no había nada preparado, se organizó una conferencia pública a cargo del orador. Pese a la improvisación, se distribuyeron mil volantes, se tiraron bombas y el acto se realizó ante 500 personas. La anécdota confirma que en este pueblo la propaganda anarquista contaba con amplia recepción, permitiendo armar desde cero un evento público en poco tiempo, logrando reunir numerosos asistentes.17 Ese mes, además, surgió la Asociación Libertaria de Trabajadores de Las Rosas18 –cuyo secretario fue Miguel González–, que notificaba a las autoridades locales, al parecer sin discusión, sobre la realización de sus actividades públicas, como parte de las regulaciones para el control que imponía la jefatura política. Conjeturamos que esto pudo haberse relacionado con llamados de atención previos sobre el uso del espacio.

Paralelamente, en Armstrong los antorchistas movilizaron a los obreros de vías y obras –aproximadamente 500– debido a los abusos que la compañía de ferrocarril ejercía, sometiéndolos a nueve o diez horas de trabajo y pagos atrasados. La agitación logró la huelga general y, luego de que el ingeniero de la empresa hablara infructuosamente con los trabajadores, ordenó a sus “huestes” –así se refiere la noticia a la policía– el arresto del militante Villa, el cual fue maltratado. Ante ello, un grupo de militantes se dirigió a la comisaría y fueron detenidos Copparoni, Miranda y Yedro, por lo que se organizó un mitin de protesta.19 Finalmente, la empresa accedió a los reclamos y los antorchistas recuperaron su libertad. Sin embargo, el grupo ácrata pronto solicitó la autorización para un mitin público al jefe político Policarpo Requena,20 el cual fue negado. Esta táctica oficial para limitar el desarrollo de la agitación, en la que el uso “conflictivo” del espacio fue vedado, se contrarrestó con el hecho de que los militantes encontraron otra forma de emplearlo, ya que algunos días después presentaron ante 400 personas una función gratuita al aire libre de La dama de los injustos.

Las pujas y los dilemas por el uso del espacio se renovaron en febrero de 1927 con la campaña frente a la cosecha de maíz.21 La Asociación Libertaria realizó una conferencia en la plaza con una convocatoria que, según ellos, fue numerosa; pero ese mismo día llamaron a una asamblea a la que apenas concurrieron 120 braceros. Si bien las reuniones públicas eran considerablemente exitosas, cuando se trasladaban al ámbito asambleario privado el número de concurrentes mermaba considerablemente. De todas formas, en esa reunión se acordó no trabajar con contratistas ni permitir a los colonos campamentos en medio de los rastrojos, se nombró una comisión provisoria y se elaboró un manifiesto con reivindicaciones.

A partir de allí, los antorchistas comenzaron a pedir autorizaciones al jefe político para realizar actos en otros pueblos, pero todos fueron denegados. Los militantes denunciaron que en los locales de los partidos, particularmente en los comités radicales, se desarrollaban comportamientos inapropiados: se jugaba a la taba, se bebía y se producían altercados. Mientras éstos eran permitidos por las autoridades, los serios eventos ácratas eran boicoteados y sus seguidores maltratados por la policía. La forma de sociabilidad que ofrecían los partidos políticos a los trabajadores se relacionaba con un comportamiento que el anarquismo no toleraba, pero que parecía ser más cercano a lo que muchos de los obreros estaban acostumbrados, esto es, una sociabilidad similar a la que se vivía en las fondas a las cuales muchos concurrían.

En el transcurso de febrero, las amenazas y prohibiciones de la policía local hacia los anarquistas de la Biblioteca Alberdi se incrementaron. La convocatoria a las reuniones resultó pobre, aunque los mítines tenían nutrido público.22 Las crónicas, nuevamente, nos invitan a pensar en la ocupación problemática del espacio público y en la plaza como sector privilegiado de reunión. En general en esos tiempos en los pueblos la plaza era solo una, cercana a los edificios gubernamentales o de interés para la comunidad. Lugar de esparcimiento a la vez que escenario de conflictos, se utilizaba para la crítica y para el planteo de un orden diferente. Era el primer ámbito de un proceso que continuaba en otro más restringido, el del local del sindicato, por lo que funcionaba como un punto de cooptación. El espacio público habilitaba la escucha sin restricciones, cualquiera podía acercarse sin ser juzgado, pero la siguiente instancia requería algo más de “valentía” o compromiso, en especial si pensamos que en los pueblos “todos se conocían”.23 Así, podemos decir que la cercanía no construyó ipso facto solidaridad, es necesario tener en cuenta otra serie de factores.

El control y las restricciones policiales quizás fueron las causas de la baja concurrencia a las asambleas, que se realizaban en locales cerrados y conocidos como lugares de encuentro ácratas, lo que pudo hacer sentir a los trabajadores temor de ser individualizados como anarquistas. No era el caso de los mítines, que convocaban a más audiencia. La notificación de uso del espacio público a las autoridades nos permite observar cómo el espacio representado –esto es, la plaza– era vigilado y controlado por las autoridades de turno, que limitaban los espacios de representación (Lefebvre, 2013) a los anarquistas y su audiencia.

Si la apropiación espontánea del espacio público se veía restringida, esta restricción no alcanzaba a todas las prácticas, ya que las actividades culturales podían ser toleradas. Según los anarquistas, las obras eran presentadas ante mucha gente, lo cual no debe darnos la pauta de una verdadera correspondencia ideológica con el grupo, sino del uso de la plaza para brindar entretenimiento de forma excepcional, en localidades donde los trabajadores no contaban con oferta cultural regular o con espacios de sociabilidad de este tipo, a pesar de que, como indicaban continuamente los militantes, estas obras no siempre eran comprendidas por el público y muchas veces eran tomadas con poca seriedad. El entretenimiento se traducía en una táctica para interpelar a públicos más amplios, siendo los momentos conflictivos una ocasión propicia para acercarse al resto de la comunidad de forma distendida, sin olvidar los objetivos políticos del movimiento.

Luchas por la tribuna

Durante la campaña de la cosecha de maíz de 1926, militantes locales y foráneos continuaron desplazándose de pueblo en pueblo y dando conferencias públicas. Pese a la dispersión y la fragmentación espacial de los trabajadores rurales, lograron la elaboración de un pliego único departamental que constó de cinco cláusulas:

1) no trabajar con contratistas y tratar directamente con los colonos 2) $1.00 por bolsa maizera y con comida 3) $1,30 por bolsa maizera y sin comida, maíz especial 4) precio convencional en el maíz inferior 5) el colono reconocerá y firmará el presente pliego de condiciones.24

En Las Rosas, los políticos yrigoyenistas25 sabotearon el movimiento arrancando carteles de propaganda o tapándolos con sus panfletos, lo que no frenó a los anarquistas para realizar un nuevo mitin en la plaza, con numerosa concurrencia. Luego de las palabras de oradores locales y foráneos, los trabajadores acordaron no realizar la cosecha del maíz hasta que los contratistas y colonos reconocieran y firmaran el pliego. La relación entre ácratas e yrigoyenistas en Las Rosas parece haber sido tensa y los cruces de palabras en los actos públicos, una práctica habitual. Unos días después de la presentación del pliego, los militantes oficialistas locales realizaron una conferencia en la plaza para exponer sus ideas ante el pueblo, siendo interrumpidos a gritos por los anarquistas. Los radicales debieron cerrar el acto forzosamente y retirarse tirando bombas y gritando “¡Viva Yrigoyen!”; acto seguido, los ácratas les recordaron los sucesos de La Forestal y Santa Cruz.26 Las autoridades comunales27 respondieron a los reclamos de los libertarios con la prohibición de sus actos públicos.

De igual forma, en Armstrong las cosas seguían complicadas. A inicios de marzo se impulsó una reunión para nuclear a los trabajadores rurales y decidir cómo encarar la lucha. Aunque asistieron solo cien, se acordó alquilar un local y encarar la tarea propagandística con panfletos que contuvieran el pliego único. Convocaron a una nueva asamblea que no pudo realizarse por la baja concurrencia, que los anarquistas adjudicaron al sabotaje de la publicidad.28 En abril, según un cronista, la cosecha de maíz era prometedora. La poca competencia de los obreros y el aumento generalizado de los precios hacían que el proletariado se encontrase en un momento de debilidad para encarar la agitación.29 Los anarquistas notaban que el proceso estaba agotándose, y eso sucedió unos meses más tarde. De todas formas, los obreros comenzaron a desocuparse y a deambular por los pueblos en busca de trabajo. Este “amontonamiento” en los núcleos urbanos, según militantes como Miguel González, resultaba propicio para la propaganda. En junio, cuando había terminado la deschalada del maíz –en sus palabras, la más importante faena– los trabajadores estaban nuevamente en el pueblo, por lo que se hacía importante encarar la movilización de una forma más cercana a la vida del obrero rural.30 Así, afirmaba que:

Aquí en el país, la taba, las carreras, el boliche y el comité son las plagas más grandes, de las que el trabajador del campo no puede librarse por su propio esfuerzo si no tiene quien lo oriente […] Debemos ir a su rancho y conquistar su atención mediante una hoja que en términos sencillos y elocuentes sea el espejo en el cual pueda mirar su existencia miserable y las causas de la misma.31

El repudio anarquista hacia la sociabilidad que se producía en espacios autorizados y apoyados por la policía local o el jefe político Alfredo Vignolo era evidente. También se distinguía al rancho como modalidad habitacional propia del trabajador estacional y reflejo de sus malas condiciones de vida. La meta debía ser conquistar el territorio del trabajador rural, para lo que era fundamental conocer los ámbitos en los que se movía. La conquista del rancho formaba parte de la táctica política antorchista, en un contexto en el que la disputa por el espacio público presentaba desafíos. Conocer el espacio vivido de este sujeto era trascendental para acercarlos a la causa, al mismo tiempo debía abandonarse el intelectualismo que caracterizaba al movimiento por ser estéril en el mundo rural. El análisis del territorio, entonces, debía modificar el discurso.

Como hemos visto hasta aquí, la espacialidad fue fuente de disputa entre fuerzas –yrigoyenistas y anarquistas– que pujaban por usufructuarlo, constituyéndose como un “objeto de deseo”, como un vehículo y soporte necesario para la propaganda política. En los pueblos, los lugares disponibles para realizar actos solían ser escasos y los mismos para todas las fuerzas en pugna, por lo que resultaba sencillo coincidir y difícil convivir. La cuestión central estaba en la monopolización de esa tribuna. Así, siguiendo a Carrizo y Giménez (2024, p. 4), el espacio era un lugar de significados particulares y sentimientos, un canal de sentidos, nociones y discursos acerca del pasado y del presente, tal como se reflejó en las consignas contrarias de ácratas e yrigoyenistas, en un intento de legitimar la propia propaganda y anular la del adversario. ¿Quién tendría más derecho de disponer, usar y realizar sus prácticas en ese espacio? El derecho de apropiarse libremente del espacio público, el “derecho a la ciudad”, fue negado a una corriente diferente a la del poder de turno, que utilizó los mecanismos represivos a su favor. Una facción fue desplazada, segregada, no reconocida como un interlocutor válido. No había democracia en el uso del espacio, pese a su carácter público (Di Masso Tarditti, Berroeta y Vidal Moranta, 2017, pp. 53-92).

Resta remarcar, por último, la importancia de los delegados en gira para la formación de redes y coordinación de tácticas regionales. Sería simplista pensar que la movilización de la clase trabajadora era más fácil en comunidades pequeñas que en grandes conglomerados urbanos. La formación de la clase o las experiencias relacionadas con la conflictividad anarquista en estos casos dependían de la ruptura de los vínculos localistas y de los lazos de vecindad –caracterizados por el aislamiento y la cohesión– y del desarrollo de contactos a mayor escala (Savage, 1996, pp. 18-25). El sostenimiento de esta red de militantes de gran alcance dependía de una infraestructura social, técnica y cultural que les permitiera sostener contactos más allá del nivel presencial. El anarquismo fue exitoso –aunque circunstancialmente– en sus empresas locales cuando fue capaz de expandirse y de recurrir a los medios para establecer redes territoriales mayores. El éxito implicaba tácticas específicas para organizar a una población dispersa en defensa de sus intereses, al menos de manera fluctuante. La experiencia de un proyecto colectivo de clase, aunque provisoria, impulsó un pliego de condiciones unificado que fue posible por la ruptura con lo local, gracias a la conformación de un movimiento de más amplias dimensiones y dirigido por sujetos que se movieron por y en función de ese territorio rural.

Una nueva causa se suma a la agitación

En 1926, en consonancia con el Comité de Agitación Anarquista, se inició en la región la campaña en pro de la liberación de los mártires de Boston, Sacco y Vanzetti, quienes en abril de 1920 habían sido condenados a la pena de muerte en la silla eléctrica acusados de asesinato y robo en una fábrica de zapatos. Este fue uno de los procesos judiciales más importantes del siglo XX –por sus irregularidades y por la crítica mundial– que generó solidaridad internacional. En Argentina se gestaron movilizaciones obreras que disputaron las calles en buena parte del país (Becher y Martin, 2019, pp. 44-68). En las sureñas localidades santafesinas de Armstrong, Las Rosas, Las Parejas y Montes de Oca, entre otras, se realizaron manifestaciones callejeras y se enviaron delegados a los actos, que comenzaron en abril y se extendieron hasta agosto.32 Los militantes aprovecharon el tiempo entre cosechas para incorporar una nueva causa a la cual llamar a los trabajadores, que se articuló con la siguiente campaña de agitación agraria.

En Las Rosas, se comenzó por un ciclo de mítines patrocinados por la Asociación Libertaria, tanto en la plaza Belgrano como en salones. La misma lógica se aplicó en Armstrong, donde se realizaron conferencias con cuadros locales y se recibió al militante foráneo Juan Lazarte, que se pronunció ante más de 400 personas. También se realizaron veladas de cine en beneficio de la agitación.33 De cara a la cosecha fina, la Asociación anunció para noviembre una gira con veladas por Las Parejas, Tortugas, Armstrong, Montes de Oca, El Trébol, San Jorge, Piamonte, Pellegrini, Bouquet y Sastre para conseguir fondos. El método propagandístico consistió en escribir la frase “6 hs” en las paredes de lugares de alta visibilidad, como los vagones de carga y coches de pasajeros, y en fijar carteles con reflexiones relacionadas con la ayuda mutua. Aquí vemos otra manifestación del derecho a la ciudad, como son los grafittis, un tipo de enunciado público, un producto y un medio de esa reivindicación que no pide permiso (Di Masso Tarditti, Berroeta y Vidal Moranta, 2017, pp. 53-92). La propaganda se tradujo en dos actos convocantes –más de 300 personas en cada uno– en Las Rosas y Armstrong, en esta última con la palabra de Anderson Pacheco y una consiguiente velada con nutrida concurrencia.34 Notoriamente, esta nueva campaña en pro de los presos sociales resultaba ser más atractiva y abarcativa, ya que el traspaso del espacio público al espacio privado resultó menos dificultoso.

Al año siguiente, continuó la demanda por los detenidos y las reivindicaciones no cesaron. En abril el gremio de conductores armstronenses se organizó y presentó un pliego a los cerealistas, exigiendo mejoras para el transporte. Al ser rechazado, los trabajadores iniciaron la huelga por un mes que tuvo un grado de acatamiento prácticamente total. Mientras tanto, los estibadores que se reunían en la Biblioteca Alberdi resolvieron solidarizarse con los conductores y pedir la implantación del turno en todos los galpones. Sin embargo, la organización de sus mítines era constantemente obstaculizada por la policía local, que actuaba obedeciendo a los cerealistas, práctica recurrente desde años anteriores. Pero esto no privó a los trabajadores y anarquistas de realizar una manifestación por las calles céntricas del pueblo hasta la biblioteca, donde finalmente lograron celebrar una asamblea. El uso del espacio se veía restringido por orden de personas influyentes del pueblo, quienes probablemente hayan sido mencionados en los discursos de los conferencistas.

Los militantes armstronenses continuaron la labor convocando en mayo de 1927 a sus camaradas de San Francisco, El Trébol, Las Rosas, Las Parejas, Cañada de Gómez, Tortugas y General Roca a una asamblea. Los temas propuestos fueron: el movimiento obrero de resistencia en las tareas agrícolas, la continuidad de la agitación pro presos, ayuda financiera para las publicaciones anarquistas y la convocatoria a una manifestación en Cañada de Gómez.35 Asimismo, se informaba que a fines de julio se había llevado a cabo una velada en la biblioteca con el fin de recaudar dinero para la causa de los mártires, con la representación de la comedia Mate dulce de Vicente Martínez Cuitiño por aficionados de Las Rosas.36

El periódico Liberación expresaba que el grupo armstronense era el “único exponente fiel en la zona de la combatividad que tanta falta le hace al anarquismo. Eran cuatro o cinco militantes, un grupo reducido, pero que actuaban con “abnegación desde la “Biblioteca Alberdi, que está todo el día en la calle o en el galpón, recorriendo el espacio público y también el laboral que habitaban los obreros. Resaltaba que esa media docena de hombres detuvieron el trabajo en los galpones, consiguiendo el “doble” los días feriados y prepararon el ambiente para la huelga general.37 La centralidad de la biblioteca era la clave de la reseña, lugar que contaba con consenso social y menores posibilidades de ser objeto de la represión, manteniendo el doble carácter de agente de cultura y ámbito de propaganda sindical, aunque este último no tan abiertamente.

En agosto, el comité de lucha local de Armstrong, en consonancia con medidas tomadas por el sindicato de ferroviarios en otras partes del país, decidió impedir la salida del tren de pasajeros procedente de Rosario que debía partir hacia Córdoba. Amenazaron al chofer y se arrojaron a las vías para que el personal de los ferrocarriles ingleses se viera obligado a plegarse a la medida de fuerza. Así, se logró pararlo por cuarenta minutos; la empresa no denunció, seguramente porque no se trataba de un hecho aislado. Resulta interesante pensar este hecho como parte de las estrategias que la espacialidad habilitaba, en un sistema en el cual el ferrocarril cumplía una función nodal no solo económica sino también comunicativa.

Al día siguiente, y acorde a lo que se planteaba desde la FORA y otras centrales, se decretó la huelga general luego de una numerosa reunión en la Biblioteca. El paro fue total, por tiempo indeterminado, y los comerciantes que abrieron fueron visitados por los agitadores. La intervención policial produjo detenciones, pero se resolvió convocar a un mitin al que concurrieron aproximadamente mil personas, luego del cual se realizó una marcha.38 Esta, según Democracia, fue de todo el pueblo, sin distinción, dando a entender que la causa no era solamente obrera. Duró tres horas, en las cuales algunas personas hicieron uso de la palabra, en espera de noticias por medio de la radiotelefonía. La gente fue llegando a la estación y se tranquilizó cuando escuchó que Sacco y Vanzetti aún seguían con vida.39

Paralelamente, Las Rosas se declaró en huelga general con la misma metodología. Grupos de trabajadores recorrieron las calles, instando a los comerciantes a cerrar sus locales en adhesión a la protesta, siendo los mayoristas obligados a cerrar por la fuerza. En uno de estos negocios, más de cien obreros se reunieron para clausurar las puertas y la policía intervino reprimiéndolos. Esta actitud generó repudio y el cierre de los comercios. Según La Protesta el paro fue unánime a pesar de la desorganización de los sindicatos, plegándose estibadores, herreros, carpinteros, albañiles, panaderos, fideeros, carniceros y repartidores de todas las ramas. La manifestación de más de 2.000 personas tuvo lugar primero en la plaza, donde se pronunciaron los oradores, para luego recorrer las calles, ámbito en el que se propuso un boicot a los productos norteamericanos.40

Esta táctica se replicó pocos días después en Armstrong, donde la situación volvió a tensarse con la noticia de la muerte de Sacco y Vanzetti, producida el 23 de agosto. Allí se llamó a una asamblea muy convocante en la biblioteca, bajo la consigna “sabotage al yanqui rico y sus productos”. Se produjeron pintadas en todo el pueblo y al día siguiente se realizó una convocatoria para declarar la huelga por tiempo indeterminado, pidiendo además por la libertad de los militantes detenidos.41 El paro y las conferencias pro boicot en la biblioteca continuaron hasta septiembre. Muchos trabajadores llenaron repetidamente el local y asistieron a actos a los que se sumaron otras causas, como las detenciones de Badaraco y Bianchi y la represión a los trabajadores en Villa Cañás. El sostenimiento de la táctica del boicot a los productos y empresas norteamericanas, como el cine y la nafta, que se venían realizando desde agosto –y que incluyó la expectativa de crear un comité específico– respondía a que esta herramienta estaba siendo utilizada en buena parte del país.

Por su parte, los estibadores armstronenses pararon en protesta por los turnos de trabajo42 y los patrones respondieron pidiendo más fuerzas policiales en la localidad, además de utilizar amenazas, coacción armada y rompehuelgas, un combo que produjo el quiebre de la protesta. Los cinco anarquistas detenidos durante esas jornadas fueron finalmente liberados, pero los refuerzos policiales se quedaron en el pueblo y lo recorrieron armados, deteniendo transeúntes, insultándolos y registrándolos, lo que probablemente contribuyó a aumentar el malestar. Se prohibió a la biblioteca, bajo amenazas, la realización de conferencias y la circulación de manifiestos. El hecho de ser un espacio de cultura ya no la protegía y la importancia regional que había cobrado en la agitación debía ser mitigada.43

Así, en esta nueva etapa de la agitación se evidencia, nuevamente, la ruptura con lo local, mediante la movilización de componentes a una zona de influencia mayor para lograr una expansión territorial de la propaganda. De esta forma, los militantes locales necesariamente se volvieron regionales en pos de fogonear la identidad de clase de los trabajadores. En este caso, la intención fue convocar a una red más amplia de debate y colaboración que se extendió hasta la provincia de Córdoba gracias a la enunciación y apropiación de contenidos y consignas más diversos. Asimismo, las fuentes dan cuenta de un acercamiento mayor a la causa Sacco y Vanzetti del que podría concitar otro reclamo económico o laboral. La construcción de la conciencia de clase –aunque momentánea– estuvo dada por la adscripción a una causa puntual que nucleó al “pueblo oprimido” más allá de los oficios específicos y que aglutinó a este contra los opresores. Una causa que tampoco era local, sino internacional, que rompió con el aislamiento de estos espacios y logró que se cuestionara el orden existente de forma más amplia.44

Luego de estos acontecimientos, el año 1928 no fue fructífero para la agitación antorchista y los actos fueron esporádicos en la zona. El contexto se había vuelto adverso, ya que el descenso del precio de los cereales y el aumento de costos y arrendamientos generó poca predisposición de los agricultores a atender las demandas salariales. A esto se sumó la continua llegada de inmigrantes en busca de trabajo, que no disminuyó hasta los años 30. Las condiciones para la protesta se habían vuelto complicadas debido a la “normalización” del clima represivo y al gran despliegue militar impulsado por el radicalismo yrigoyenista –por sus pugnas con el radicalismo caballerista– en la provincia de Santa Fe (Ascolani, 2009). En Armstrong, según La Antorcha, la policía –instigada por los cerealistas– continuaba con su tarea persecutoria hacia los anarquistas,45 lo cual parece haber frenado la actividad ácrata en la localidad. Por tanto, no debe sorprender que no tengamos noticias de los militantes antorchistas en una coyuntura tan álgida de conflictividad obrera rural como la de fines de 1928, que concluyó con la intervención directa del ejército. Luego del año 1929, La Antorcha comenzó a aparecer de manera esporádica y las referencias a esta región desaparecieron.

Conclusión

En base a la agitación antorchista en el sudoeste santafesino entre 1925 y 1928, indagamos cómo la espacialidad influyó en la forma en que los militantes encararon sus campañas. En este sentido, no creemos que las experiencias de este grupo anarquista fueran tan diferentes a las de otras fuerzas políticas que desarrollaron sus actividades en el territorio, pero sí consideramos que nos permiten acercarnos a las tácticas que se pensaron y usaron en una determinada coyuntura y para un espacio específico –signado por la movilidad territorial y la unidad simbólica y material entre lo urbano y lo rural–, como así también a los obstáculos que se encontraron para llevarlas a cabo.

El territorio jugó un rol importante en esos procesos, limitando o beneficiando la solidaridad entre los trabajadores, lo cual fue discutido por el antorchismo que, si bien descartó la creación de organizaciones específicas para el campo, comprendió que la circulación y el apoyo entre los obreros resultaba clave para el sostenimiento de la agitación en un contexto de dispersión y de fluidez como era el mundo del trabajo rural. Un ejemplo claro lo constituye el pliego único departamental de marzo de 1926, logrado gracias a los recorridos realizados por los agitadores.

El espacio es mucho más que un mero escenario o receptáculo pasivo de la realidad social; es productor y soporte de las relaciones económicas y sociales (Barrigo Ezquerra, 2013, pp. 122-123) y condiciona o potencia los procesos históricos. Los militantes debían conocer y adecuarse a sus características si deseaban tener cierto grado de éxito en aquello que emprendían. El espacio no modificaba la doctrina, pero sí la estrategia: era necesario entender muy bien los tiempos de la producción y aquellos en los cuales los obreros estaban en el pueblo, concentrados y ávidos de trabajo, como así también comprender el espacio de vida en el cual transcurría su cotidianidad. Se debía conocer el rancho, pero también el mundo de significados en él implicado. Así, como indicaba Miguel González, los militantes tenían que comunicarse de la manera como los obreros pudieran entender. De lo contrario, los esfuerzos podrían ser estériles.

Las relaciones de solidaridad en estos espacios reducidos, como lo eran los pueblos rurales, también se construyeron en determinadas coyunturas en torno al conflicto. Fue en estos momentos, en los que se materializó la presencia del trabajador y el acercamiento a los gremios, cuando logramos comprender lo dificultoso del pasaje del espacio asambleario público al privado, ya que los pueblos no eran el “locus de un mundo de extraños” (Di Masso Tarditti, Berroeta y Vidal Moranta, 2017, pp. 53-92). El hecho de estar relacionado con el anarquismo podría generar temor entre los obreros debido a las presiones que soportaban de patrones y autoridades. Esto, sin embargo, cambiaba cuando entraba en juego el entretenimiento cultural, tolerado quizás por extravagante, novedoso o por ser un bien local escaso. Dependiendo de la consigna, el acercamiento también era mayor como notamos durante el proceso de Sacco y Vanzetti que convocaba a “todo el pueblo” en contraposición a las reivindicaciones laborales.

La respuesta estatal generada por las comunas a las situaciones problemáticas de los obreros, la vigilancia y el control policial, la existencia de partidos políticos con caudillos fuertes como el radical, la competencia con otras fuerzas de izquierda, el aumento o disminución del empleo, el cambio de oficio, las diferencias étnicas debido a la procedencia de la mano de obra y la desconfianza, fueron solo algunos de los factores que interpelaron a los obreros y con los cuales los antorchistas debieron luchar para iniciar y sostener sus experiencias. A la vez, fueron alicientes y contraproducentes para la generación de una identidad anarquista entre los trabajadores, que de hecho nunca logró producirse, al menos no de manera generalizada.

La lucha por el espacio público tuvo momentos tensos y debieron ensayarse diversas tácticas para que la agitación prosperara. Aunque no podemos afirmar que los anarquistas hayan sostenido un proyecto de construcción de un contra-espacio, sí podemos observar que el uso del espacio, aunque sea temporario, fue objetivo de la lucha. El apoyo y la construcción de redes entre compañeros de ideas cobró distintas formas y no respondía a límites jurisdiccionales impuestos por las representaciones estatales del territorio. Gracias a ello se sostuvieron experiencias colectivas que lograron despertar, aunque sea en intervalos irregulares, la conciencia de clase de los trabajadores rurales. En un ámbito donde primaba la movilidad, quedarse quietos no era una opción. A pesar de la dispersión y fragmentación, la densidad de los vínculos y los lazos de solidaridad de clase se materializaron en la concreción, en un momento específico, de un pliego conjunto y no por localidad.

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1. Periódico rosarino con adhesión al ala yrigoyenista del radicalismo y cuyo director, por ese entonces, era Guillermo Bertotto, ex diputado nacional.

2. Bodas de Diamante. Libro conmemorativo por el cincuentenario de la fundación. Las Rosas, 1964, p. 2.

3. La información recopilada fue extraída de los censos de población por el historiador Delmo Daró.

4. LA, 23 de julio de 1926, p. 4

5. LA, 7 de agosto de 1925, p. 4.

6. LA, 8 de mayo de 1925, p. 4.

7. “Asociación Anarquista Las Rosas”, 1929. Policía de Santa Fe. Unidad Regional III. Las Rosas.

8. A nivel provincial gobernaba Ricardo Aldao (1924-1928), perteneciente al radicalismo antipersonalista, pero en Las Rosas y Armstrong en este período los gobiernos comunales eran yrigoyenista y demócrata progresista, respectivamente.

9. No existen trabajos que den cuenta de la militancia de estas fuerzas en la región estudiada, solo se cuenta con datos y referencias aisladas.

10. LA, 3 de noviembre de 1925, p. 3; LA, 27 de noviembre de 1925, p. 3.

11. LA, 24 de julio de 1925, p. 3.

12. Desconocemos el nombre del delegado.

13. LA, 13 de noviembre de 1925, p 3.

14. Desconocemos su nombre.

15. LA, 4 de diciembre de 1925, p. 4.

16. No sabemos su nombre de pila, firmaba los artículos en La Antorcha de esa forma.

17. LA, 1 de enero de 1926, p. 4.

18. “Asociación Anarquista Las Rosas” 1929. Policía de Santa Fe. Unidad Regional III. Las Rosas.

19. LA, 15 de enero de 1926, p. 4.

20. Fue jefe político departamental entre el 1 de enero de 1926 y el 30 de mayo del mismo año. Era oriundo de Las Rosas y no hay datos de su filiación política.

21. LA, 21 de enero de 1926, p. 3.

22. LA, 26 de febrero de 1926, p. 4.

23. Frase extraída del sentido común sobre los pueblos.

24. LA, 5 de marzo de 1926, p. 4.

25. Desconocemos los nombres de los referidos.

26. LA, 5 de marzo de 1926, p. 4.

27. El presidente de la Comisión de Fomento (1924-1929) era Francisco Rivolte del radicalismo yrigoyenista.

28. LA, 12 de marzo de 1926, p. 3.

29. LA, 16 de abril de 1926, p. 4

30. LA, 23 de julio de 1926, p. 4.

31. LA, 14 de agosto de 1926, p. 4.

32. Democracia, 1 de julio de 1926, p. 3.

33. LA, 2 de julio de 1926, p. 3.

34. LA, 5 de noviembre de 1926, p. 4; LA, 12 de noviembre de 1926, p. 4.

35. Democracia, 2 de agosto de 1927.

36. LA, 20 de mayo de 1927, p. 4.

37. Liberación, 3 de junio de 1927 p. 3.

38. LA, 12 de agosto de 1927, p. 4.

39. Democracia, 12 de agosto de 1927, p. 3.

40. LP, 19 de agosto de 1927, p. 4.

41. LA, 26 de agosto de 1927, p. 4.

42. LA, 23 de septiembre de 1927, p. 4.

43. LA, 23 de septiembre de 1927, p. 4.

44. LA, 23 de septiembre de 1927, p. 4.

45. LA, 9 de septiembre de 1928, p. 4.