Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 24
marzo 2024 - agosto 2024
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Unir lo disperso. El movimiento obrero en una economía agroexportadora: el caso entrerriano, 1902-1937


Rodolfo M. Leyes

ORCID: 0000-0001-7112-7832
Universidad Autónoma de Entre Ríos - Universidad Nacional de Entre Ríos - Instituto de Estudios Sociales - Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Entre Ríos, Argentina.
rodolfoleyes@yahoo.com.ar

Resumen: El movimiento obrero suele presentarse como un fenómeno de las grandes urbes. Sin embargo, la concentración urbana y en torno a la industria no constituyeron las condiciones objetivas de miles de trabajadores argentinos. Para estudiar cómo se vencieron los desafíos de un medio rural, reconstruiremos la experiencia entrerriana. Una provincia con una gran dispersión demográfica y sin una ciudad que hegemonice la vida social se presenta como un espacio propicio para analizar la evolución del movimiento obrero. El recorte abarca desde la primera huelga general hasta la crisis de la Unión Obrera Provincial de Entre Ríos en 1937.

Palabras clave: Sindicalismo – Organización obrera – Huelgas – Entre Ríos

Abstract: The labor movement is usually presented as a phenomenon of large cities. However, the urban concentration around the industry did not constitute the objective conditions of thousands of argentine workers. To study how the challenges of a rural environment were overcome, we will reconstruct the Entre Ríos experience. A province with a great demographic dispersion and without a city that hegemonizes social life is presented as a favorable space to analyze the evolution of the labor movement. The cut covers from the first general strike to the crisis of the Provincial Workers’ Union of Entre Ríos in 1937.

Keywords: Unionism – Labor Organization – Strikes – Entre Ríos Province

Recepción: 20 de diciembre de 2023. Aceptación: 28 de febrero de 2024

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Introducción

Gramsci (2003) propuso que una clase social vivía una serie de etapas. Estas fases comenzaban, siguiendo aquí a Marx, con su formación como un atributo del capital, dando lugar al desarrollo del primer tipo de conciencia de clase, la económica-corporativa o conciencia sindical; hasta alcanzar una conciencia política, primero reformista, para influir en los partidos del orden y el Estado, sin abandonar el campo estrictamente económico. Una vez agotada esta experiencia, se pasaría a la formación de un partido revolucionario que intente, parafraseando a Gramsci, convertirse en Estado. Es decir, que construya un aparato político y administrativo de acuerdo con sus intereses.

Lógicamente, y aquí Gramsci no pecó de ingenuidad ni mecanicismo, estas etapas tienen fases intermedias y combinaciones, ya que rara vez se puede presentar una realidad como un todo homogéneo que contenga todas las situaciones sociales dentro del período y territorio de observación, una consecuencia del desarrollo desigual y combinado. Entonces, de lo que se trata es de analizar en qué momento concreto se encuentra la mayor parte de la clase que participa del movimiento obrero. Para profundizar nuestra observación nos apoyamos en otros autores (Hobsbawm, 1979 y 1986; Katznelson, 1986; Haupt, 1986; Silver, 2003; Thompson, 2012; Meiksins Wood, 2023) para quienes la conformación de las clases tiene momentos de avances y retrocesos, de ascensos y reflujos de sus luchas. Por lo tanto, y aquí comienza nuestro estudio, ¿en qué momento histórico se encontraba la clase obrera en la provincia de Entre Ríos en las primeras décadas del siglo XX?

Nuestro espacio de estudio se delimita como una construcción social (Lefebvre, 2013, pp. 85 y ss.), en tanto el mercado y el Estado desarrollan fuerzas productivas y ordenan la vida de los hombres, condicionan y limitan –o codeterminan, diría Anderson (2012, p. 34)– las relaciones sociales. Es decir, comprender las especificidades y el movimiento propio del territorio nos ayudará a entender cómo se vincularon las personas. En ese sentido, Entre Ríos se ubicaba en el ámbito pampeano, donde el desarrollo del capitalismo agrario tuvo una fuerte expansión; por tanto, disfrutó de aquello que apologéticamente Cortés Conde llamó “el progreso argentino” (1979). La formación agro-pampeana se asentó en las riquezas pecuarias –herencia de tiempos pretéritos– de las estancias ganaderas, mientras que desde 1857 se acrecentó la producción cerealera en las colonias agrícolas. En torno a ello, existió un auge de fundaciones de pueblos que abastecieron de bienes desde y para la vida rural.

En este contexto estructural la clase obrera estuvo diseminada, a lo que se suma un factor no menor como ser la condición de cuasi aislamiento de la provincia, al estar separada por los dos grandes ríos del litoral. Esto generó luces y sombras para lograr una integración con el resto del proletariado argentino: el vínculo de la clase obrera fue de la mano, durante mucho tiempo, del derrotero de las organizaciones nacionales, hecho que es una particularidad del caso entrerriano. Allí, la situación de los trabajadores fue diversa en cuanto a su formación como clase y a la posibilidad de alcanzar la unidad con el camino organizativo del conjunto de la clase obrera nacional. Por lo tanto, este espacio es un territorio propicio para estudiar la creación e institucionalización de la clase trabajadora en regiones intermedias entre el centro y la periferia capitalista, siendo la delimitación histórica-geográfica parte del objeto de estudio (Bandieri, 2017). Así, la unidad territorial y administrativa de Entre Ríos poseía en su interior dos subregiones que genéricamente podemos denominar “costas del Paraná” y “costas del Uruguay”, por los ríos que daban conectividad y vinculaciones internas y externas a esos espacios.

Estudiar al movimiento obrero entrerriano implica dialogar con trabajos precedentes, comenzando por los escritos de quienes se convirtieron en historiadores de sus tendencias (Abad de Santillán, 2005 [1930]; Marotta, 1961). Hubo que esperar hasta los años 1980 y 1990 para que diversos autores como Carraza (1987), Arnaiz (1991 y 1993) y Ansaldi y Sartelli (1993) se ocuparan de las luchas de los trabajadores entrerrianos, quienes destacaron acertadamente su marcado carácter rural y la fragilidad de sus asociaciones. En la década de los 2000 comenzó a gestarse una suerte de historiografía obrera que profundizó los análisis y ahondó en nuevos problemas, como la experiencia de los trabajadores de la Unión Obrera Departamental de Concepción del Uruguay (Gilbert y Balsechi, 2008), la importancia de las giras de organización gremial (Leyes, 2009; Díaz, 2014; Leyes, 2021), nuevos estudios sobre los sucesos luctuosos del 1º de mayo de 1921 en Gualeguaychú (Mayor, 2016; Leyes, 2022a) y otras reconstrucciones de luchas parciales (Sack, 2012; Vuotto, 2013; Franco, Larker, Musich y Vega, 2020). Si bien los aportes –y solo considerando los trabajos hasta 1937– se han acrecentado, su perfil es “reconstructivo”. Es necesario pasar de la etapa descriptiva a la explicativa.

En esta línea, el presente trabajo busca ofrecer una mirada de conjunto de los desafíos y estrategias que los trabajadores debieron vencer en la provincia de Entre Ríos para constituir sus sindicatos y sobre cuál fue su vínculo con los obreros de fuera de la provincia. Intentaremos responder a la pregunta que nos formulábamos al principio: ¿en qué momento estaba la clase obrera entre 1902 y 1937? Fechas emblemáticas por ser el comienzo de las luchas obreras y el fracaso de los anarquistas de la provincia, respectivamente. Por ello, la respuesta estará acompañada de un análisis de las coyunturas de ascenso y reflujo de las luchas obreras. Para lograr una reconstrucción histórica fidedigna, nos valdremos de una gran variedad de fuentes, en particular periódicos de las diferentes corrientes obreras, medios de prensa comercial, actas gremiales y documentación oficial.

La formación (estructural) de la clase obrera en Entre Ríos de 1880-1930

La historia de la clase obrera entrerriana comenzó con la descomposición del régimen social anterior a la Revolución de Mayo. Pero su formación se produjo en la primera mitad del siglo XIX, cuando miles de labradores y pastores fueron expropiados del uso directo de la tierra, mientras sufrían el disciplinamiento con leyes represivas que los empujaron al trabajo asalariado como única posibilidad para la reproducción de la vida. La tarea histórica de crear un grupo de desposeídos fue de vital importancia para abastecer de fuerza de trabajo al desarrollo de las fuerzas productivas, en particular a la ganadería vinculada a la producción saladeril, primera industria no pastoril que concentró cientos de trabajadores. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XIX, la expansión de la agricultura extensiva produjo una serie de transformaciones.

Esta no fue desarrollada por los grandes terratenientes sino por la figura del chacarero, cuya complejidad radica en que detrás de su denominación se escondieron al menos dos clases sociales. En primer lugar, la pequeña burguesía rural, propietaria de tierra, máquinas o capital y que contrataba mano de obra asalariada; pero también existió un proletariado minifundista, que con el tiempo fue expulsado por la competencia capitalista. Por su parte, al menos hasta la década de 1930, la actividad cerealera en la provincia giró en torno a las colonias agrícolas, pequeños poblados que se encargaban del abasto local y de la comercialización de los bienes rurales necesarios para la producción. Si para 1914 Entre Ríos contaba con una población de 425 mil personas, solo existían 17 poblados con más de 2.000 habitantes.1 Estos pueblos se vinculaban por medios ferroviarios con las localidades más importantes en las costas de los ríos Paraná y Uruguay, donde se establecieron los centros de acopio de granos, los saladeros o frigoríficos, así como los puertos y cabezales de las líneas férreas.

A final de cuentas, el ambiente social entrerriano era un todo integrado en torno a una economía rural de exportación, que tuvo dos elementos constitutivos que dificultaron la correcta graduación del grado de subsunción al capital que vivieron los trabajadores en las actividades agroganaderas. En primera instancia, la ocupación de la fuerza de trabajo se realizó con un alto grado de dispersión, resultado de la gran cantidad de establecimientos. La unidad productiva, la chacra cerealera, poseía tamaños disímiles, pero que a la postre sirvieron como espacios de acumulación de capitales y, por lo tanto, ámbitos de explotación de fuerza de trabajo. Además, Entre Ríos se caracterizó por el predominio del chacarero propietario y minifundista. En 1914, sobre casi 21 mil establecimientos rurales, 13.648 eran superficies menores a 100 hectáreas, de los cuales más de 6 mil establecimientos eran superficies menores a solo 25 hectáreas.2 En contraste, las estancias poseían una mayor concentración de tierras, pero ocupaban menos mano de obra.

En segundo lugar, en referencia a una de las principales características del campo como centro de acumulación, la tarea agrícola, por su dependencia de los ciclos naturales, generó un trabajo estacional, con tiempos muertos y vivos de producción. Los menos productivos coincidían con el invierno y fueron los más extensos; en ellos se contrataba poca fuerza de trabajo asalariada –que se encontraba desocupada y a la espera– y las labores recaían en los miembros de la familia chacarera. Terminado este período, cuando había que cosechar, trillar y, en particular, cargar la producción, todo el mercado de fuerza de trabajo era fuertemente demandado. Asimismo, la actividad ganadera tenía sus propios ciclos productivos marcados por las faenas de los establecimientos de procesamiento de carne, o bien, en el caso de la producción ovina, por la esquila. Por lo tanto, las principales actividades productivas demandaban y repelían mano de obra por ciclos. La temporalidad del trabajo era diferente a la del mundo urbano, donde aquel tenía una relativa estabilidad, fundamentalmente porque sus productos eran bienes de consumo permanente. Tal era el caso de los herreros, tipógrafos, carpinteros y una de las fracciones obreras más activas del período, los panaderos.

Finalmente, hay que referirse a la marcada explotación en la que estos trabajadores vivieron, haciendo foco –por cuestión de espacio e importancia– en tres casos: los obreros de la trilla, los estibadores y los de una manufactura de carne. La trilla era el momento más importante y complejo del calendario rural (Sartelli, 2022), cuyas condiciones de trabajo se reflejan en un relato aparecido en La Protesta (LP): “El que solo conozca el trabajo de la siega y trilla por haberlo leído o por el relato de algún testigo, no puede darse cuenta de la manera en que se extenúan los hombres por un trabajo continuo y sobrenatural”. El obrero cronista daba cuenta de bajos salarios y jornadas de “estrella a estrella” –más de 16 horas– y comida de mala calidad.3 Se podría pensar que se trata de una exageración de alguien que siente simpatías por los trabajadores pero el cuadro, con mayor o menor grado de detalle, coincide con otros (Raña, 1904, p. 147; O’Connor, 1920, pp. 103-104).

Otra actividad que demandaba una gran cantidad de obreros era la estiba en puertos y estaciones de trenes. Bialet Massé se refirió a la situación de los estibadores portuarios de Paraná, indicando que la carga era excesiva y se obligaba a los trabajadores a recorrer grandes distancias, los accidentes no se pagaban y el jornal era exiguo. Finalizaba sentenciando: “Aquel es peor que trabajo de negros” (Bialet Massé, 1985 [1905], pp. 397-398). Estas condiciones no diferían demasiado de las de la actividad en manufacturas como el Frigorífico Liebig, el establecimiento más importante de toda la provincia. En la primera década del siglo XX, los obreros trabajaban en promedio 12 horas, con una hora y media de descanso, casi desnudos y ensangrentados de pies a cabeza (Lloyd, 1911, pp. 272-275.). Lógicamente, una muestra de tres ocupaciones es extremadamente pequeña para una provincia que hacia 1914 reconocía más de 120 ocupaciones laborales asalariadas.4 Hecho que nos enfrenta a una gran diversidad de situaciones contractuales y condiciones de trabajo, únicamente unidas por el hilo del trabajo asalariado.

Los inicios de la sindicalización, 1902-1910

En un espacio social marcado por la condición rural, con una baja concentración industrial, sin grandes centros urbanos, con empleos estacionales y salarios bajos, organizar a trabajadores tan diversos fue dificultoso. A diferencia de Buenos Aires o Rosario, donde las industrias de exportación o de servicios fueron los puntales de la movilización de la clase, en Entre Ríos no existía un sector análogo. Por lo cual, la organización recorrió caminos diferentes. Allí, los sindicatos fueron impulsados por militantes que tomaron en sus manos la tarea de construir y expandir el movimiento obrero a esta provincia.

Conceptualmente, para comprender qué era el militante sindical, se puede recurrir a la caracterización de Gramsci de “intelectual orgánico”, entendiendo por tal aquella persona que se desarrolla en dirección de un área determinada de la vida social, con el objeto de homogeneizar a la clase y darle comprensión de su lugar en el sistema social (Gramsci, 2006, p. 9). Llevado a nuestro objeto de estudio, el activista sindical era un intelectual obrero surgido de las relaciones sociales de producción que encuadraba las demandas de los trabajadores en el marco de la explotación económica capitalista. Fueron quienes buscaron lograr el mejor pago, en las mejores condiciones, por el menor esfuerzo a la clase trabajadora. Como señaló Anderson (1973, p. 58), su objetivo es contradictorio, por un lado impugnan la explotación a la par que buscan regularla y no superarla: su horizonte de lucha se limita implícitamente a reformar el sistema y no a cambiarlo. En este sentido, aparentemente contradictorio, el obrero volcado a la militancia sindical podía –y así era en muchos casos– adscribir a ideologías revolucionarias, pero su ámbito de militancia tenía límites propios.

En el caso entrerriano, los paros de los saladeros de Urquiza de mediados del siglo XIX fueron promovidos por trabajadores de origen vasco (Leyes, 2014). Desde las últimas décadas del mismo siglo y la primera del XX se produjeron huelgas aisladas y espontáneas,5 aún sin sindicatos como unas organizaciones sólidas. Se puede establecer que el movimiento obrero permanente y estable comenzó en 1902. Aquel año llegó el primer propagandista anarco-sindical del que se tenga registro6 y se desataron luchas con un desarrollo considerable, como la de los panaderos de Paraná, que estuvieron en huelga por casi un mes, con obreros presos, represión policial e incluso la prohibición del uso de la bandera roja.7 Más tarde, ese mismo año, los estibadores de Bajada Grande, un pueblo periférico a esa ciudad, acompañaron la primera huelga general de la Argentina (Oved, 2013, p. 281).

En 1905 vemos a los militantes de la Unión General de los Trabajadores, la central que respondía a los socialistas y sindicalistas,8 impulsando la agremiación de los obreros de Concordia,9 sobre la costa del río Uruguay. El año siguiente fue particularmente activo. En Gualeguaychú, mientras la organización de los albañiles y carpinteros se desarticuló rápidamente –aparentemente por la actividad socialista en su interior–, los panaderos fueron a la huelga buscando el reconocimiento del sindicato, aumentos de sueldos y descanso dominical.10 Por su parte, del paro en la Fábrica de Fósforos de Paraná –correlato local del llevado adelante en Buenos Aires y bloqueado por el lock-out patronal– se destaca la fuerte presencia femenina, pero con una dirección compuesta por varones (Sack, 2012). La protesta más importante del año fue en el Frigorífico Liebig, cuya planta había sido instalada en 1903 como parte de un proyecto de expansión de la sede de Fray Bentos (Uruguay), desde donde se trasladaron trabajadores especializados para ponerla en funcionamiento. La discriminación que supuso la diferencia salarial a favor de los obreros orientales motivó la gran huelga de 1906, que terminó después de una semana con un pequeño aumento, pero con el despido de 600 obreros y una fuerte represión que implicó la aplicación de la Ley de Residencia (Leyes, 2019).

Estos primeros pasos se detuvieron al final de la primera década del siglo XX, no sin antes lograr cierto grado de movilización y organización en la ciudad de Paraná, que se había convertido en la cabeza de playa del desembarco del anarquismo en la provincia. Allí se fundó la Federación Obrera Entrerriana, que servía como centro de la militancia obrera local (a pesar de su nombre provincial) y editaba el periódico La Ráfaga. Que sea la ciudad de Paraná tiene completa lógica, ya que estaba a unos pocos kilómetros de Rosario –el gran centro de la militancia libertaria del interior– y frente a la ciudad de Santa Fe, donde los anarquistas tenían una fuerte influencia (Álvarez, 2023). En este sentido, es fundamental para comprender los inicios de la organización sindical en la provincia de Entre Ríos la influencia de militantes exógenos al territorio.11

Ascenso y reflujo en una coyuntura de grandes cambios, 1917-1922

El movimiento obrero argentino vivió un breve reflujo entre el centenario y la segunda mitad de la década de 1910, momento en el cual se sucedieron una serie de cambios estructurales en el país. En el plano económico, como consecuencia directa de la Primera Guerra Mundial que dificultó el comercio, se encarecieron los bienes de consumo y de capital importados y se interrumpieron los contingentes migratorios. Esto repercutió en una pérdida del salario, aumentos de los bienes de consumo e incluso desocupación. Pero desde 1917 se fue gestando una recuperación por una industrialización sustitutiva de importaciones que estimuló el aumento de la demanda de la mano de obra. De esta forma, la expansión del capitalismo sobre nuevas bases ofreció un momento propicio para lanzar luchas por mejoras (Barsky y Gelman, 2005; Belini y Korol, 2020).

Del lado de las transformaciones políticas se destaca la Ley Sáenz Peña, que incorporó como electores libres y anónimos a grandes masas de trabajadores y permitió la llegada del pragmático Hipólito Yrigoyen a la presidencia y del no menos heterodoxo Miguel Laurencena a la gobernación de Entre Ríos (Altinier, 1973; Horowitz, 2015). Estos cambios “por arriba” coincidían con el ascenso de los sindicalistas en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), disputando la hegemonía ácrata (Belkin, 2018). El resultado de esa puja fue la ruptura entre una FORA anarquista y una sindicalista. Esta última crecía con un claro objetivo corporativista y rechazaba la alineación partidaria, lo cual tuvo como derivación un economicismo pragmático y apartidario que le permitió negociar con el Estado y un fuerte crecimiento a lo largo y ancho del país.

En este marco, la FORA sindicalista desarrolló un plan de crecimiento a partir de giras de delegados por el interior.12 Entre Ríos fue beneficiado desde 1917 con la llegada de militantes a puertos de los grandes ríos que envuelven el territorio.13 Pero el año 1919 marcó un salto. Las ciudades portuarias se habían consolidado y prácticamente todas poseían alguna asociación mínimamente estable, por lo que el desarrollo gremial se dirigió al interior de la provincia. Ahora no serían los ríos los que marcaran la ruta, sino las vías férreas. Al poco tiempo los sindicatos locales, sin ayuda de los delegados de fuera de la provincia, replicaron la tarea de crear nuevas organizaciones. El resultado fue la constitución de ochenta y cinco sindicatos en treinta localidades, dos tercios de los cuales se gestaron por obra de los delegados sindicalistas (Leyes, 2021).

El acierto no fue solo el envío de estos militantes, sino el desarrollo de una estructura organizativa que facilitó la tarea. Entre 1917 y 1922 tuvieron un gran despliegue los sindicatos de oficios varios que, como su nombre indica, reunían a trabajadores de diferentes ramas. Puede parecer una obviedad, pero centralizar a los trabajadores a pesar de su ocupación fue lo que permitió que en pequeños pueblos y ciudades se lleven adelante reclamos que no hubieran sido posibles sin aunar fuerzas. Este tipo asociativo empalmó con la dispersión que el capitalismo en su desarrolló había configurado como estructura social. En poblados donde la ocupación de los trabajadores era elástica, estos fueron aglutinados con obreros que sí poseían trabajo de forma permanente. Por ello es común ver en los informes de los delegados la unión de panaderos y estibadores, carpinteros y lavanderas, tipógrafos y carreros, como los elementos básicos sobre los que se creaban estas organizaciones.

Otra característica recurrente de estos nucleamientos fue la unidad con obreros de algún gran establecimiento. En Nogoyá, el sindicato de oficios varios incluía a los trabajadores harineros de la gran firma Molinos del Río de la Plata; en Colón, convocaba a los obreros de la Liebig, con los que alcanzaban los 1.100 afiliados; y en Villaguay participaban los 150 trabajadores de una fábrica de alpargatas.14 En resumen, la estrategia de crear sindicatos de oficios varios permitió a los sindicalistas, apoyados en la retaguardia por el gran sindicato marítimo, yuxtaponer a obreros del ámbito rural como del ámbito urbano, superando el binomio urbano/rural en una forma organizativa apropiada al medio social en el que desenvolvieron sus prácticas militantes. Esta estrategia fue más clara aún con las mujeres, ya que en este período nacieron sindicatos de oficios varios exclusivamente femeninos, dirigidos por las afiliadas, lo que denota hasta donde había crecido la conciencia sindical.

En este punto, es interesante destacar el caso de María Bella Amestoy Carrera, de 23 años, delegada en mayo de 1919 por la FORA sindicalista para organizar a las trabajadoras de Gualeguaychú, en particular a las cigarreras, domésticas y costureras. Fue secretaria de actas y redacción de los estatutos de la Federación Obrera Departamental y gestionó el comité pro-presos. En Concordia –donde creó un comité similar y la detuvieron acusada de agitadora– llevó adelante una prolífica acción en el sindicato femenino de oficios varios. En 1921 fue prontuariada en Concepción del Uruguay, donde se abocó a la agremiación de las obreras. Un año después, cuando el reflujo de las luchas era evidente, aún encontramos a esta militante nucleando a las lavanderas de la localidad uruguaya de Salto, vecina de Concordia.15

Ahora bien, esta modalidad sirvió para expandir la organización obrera, pero no era su techo. Cuando los trabajadores de un mismo oficio alcanzaban un número sustantivo abrían sus propios sindicatos. También en este período vemos cómo, a consecuencia del crecimiento de la organización por abajo, los trabajadores impulsaron formas de organización hacia arriba. Primero bajo la forma de federaciones departamentales o comarcales, que buscaban unificar a los diversos sindicatos de una misma localidad o zona de influencia. Incluso se creó una federación obrera de alcance provincial, que no gozó mayor vida por la ofensiva patronal-estatal. Además, en este ciclo de luchas se lograron importantes mejoras materiales y en las condiciones de trabajo y, en algunos casos, el reconocimiento de los sindicatos.

En su mayoría, los logros fueron obtenidos por la lucha mediante la huelga, sumados el boicot, los sabotajes y enfrentamientos con rompehuelgas y policías, que en muchos casos terminaron con un saldo de heridos o muertos. El período de este apartado fue el de mayor conflictividad en la primera mitad del siglo XX para Entre Ríos: solo en 1920 se contabilizaron 74 huelgas (Leyes, 2022b). La ofensiva obrera preocupó a la burguesía local y al Estado, que desde fines de aquel año desarrollaron una política represiva, más o menos sistemática, que alcanzó su forma más brutal en el primer semestre de 1921 con los sucesos de Gualeguaychú, cuando la Liga Patriótica asesinó a por lo menos 6 obreros. La “contraofensiva” patronal y estatal continuó hasta 1922, destruyendo la organización obrera entrerriana, que para esa fecha era la mitad de lo que había sido en su mejor momento (Leyes, 2022a).

Aquí corresponde detenernos en la hegemonía ideológica de la corriente sindicalista y la virtual desaparición del anarquismo. En la coyuntura anterior, estos últimos tenían su centro en la ciudad de Paraná, pero no pudieron salir de ella. Incluso allí no lograron destacarse, pese a la vigencia de los vínculos extraprovinciales con Santa Fe y Rosario, al oeste, y con la ciudad uruguaya de Salto, al este (Muñoz, 2015, p. 100, 146-147, 178, 397). ¿Por qué no prosperaron? Sin agotar la respuesta, hay elementos para indicar que la diferencia entre una corriente y otra fue la estrategia de expansión por un espacio aún no ocupado por la otra corriente ideológica. Mientras los sindicalistas ejecutaron planes tendientes a la centralización federativa y a los sindicatos de rama
–como el paradigmático caso de la Federación Obrera Marítima (Caruso, 2016)–, los anarquistas apostaban al principio federativo más laxo y espontáneo (Thompson, 1984, pp. 85-86). Así fue como los primeros avanzaron sobre territorios libres de organización, encapsulando a los anarquistas a su bastión paranaense, donde se fueron marchitando en el marco de su retracción también a nivel nacional.

¿Renacer desde las cenizas? Los frutos de la experiencia, 1927-1937

A inicios de la década de 1920 la burguesía despejó las dudas sobre su hegemonía con fuertes represiones a los sindicatos obreros a lo largo y ancho de la Argentina (Sartelli, 1996), aunque, de manera desarticulada, también comenzó una intervención mediadora en los conflictos (Horowitz, 2015). Como resultado de ello, los años posteriores a 1922 supusieron la desmovilización de los trabajadores y un impasse en el crecimiento de la estructura gremial, siendo que la fragmentación fue la nota mayor (Marotta, 1961; Anapios, 2007). Además, esta situación se explica por la reactivación económica que implicó el aumento de los precios agrarios y de la ocupación, la recuperación de los salarios y una nueva oleada de contingentes migratorios a estas costas. Lo que parecía ser un retorno a la expansión de la economía agroexportadora, era en realidad el canto del cisne antes de la tormenta que se avecinaba hacia 1928 (O’Connell, 1984).

En este contexto de reflujo, después del segundo congreso de la Unión Sindical Argentina (USA), heredera de la antigua FORA sindicalista, se determinó el relanzamiento de las giras de organización,16 que redundó en una reactivación de la actividad gremial. Hacia 1927 se registra una tímida pero sostenida reacción de las asociaciones obreras en Entre Ríos con la llegada de militantes de Buenos Aires a la costa del río Uruguay, y de Santa Fe a la del Paraná, actividad que se extendió hasta 1929 (Leyes, 2021, pp. 120-121). Es fácilmente reconocible la continuidad con la estrategia del período anterior: delegados exteriores a la provincia, siguiendo los grandes ríos, fundaban sindicatos en las ciudades cabeceras.

Pero desde entonces operó un cambio formidable, con los militantes locales como agentes de la creación de nuevos sindicatos con autonomía relativa frente a la central sindicalista nacional, lo que muestra su mayor madurez política y capacidad de iniciativa. La aparición de nuevos elencos militantes llevó a trabajadores locales, conocedores de las relaciones sociales y políticas en el territorio, a reactivar los gremios. Estos no eran organizadores que venían cuando las centrales nacionales podían enviar sus cuadros, de acuerdo a un plan “desde arriba”. Su acción se cimentaba en el contacto con los viejos militantes, con los que se coordinaba qué hacer.17 Este cambio cualitativo hizo que, más adelante, estos dirigentes fueran quienes trazaron relaciones con los políticos del oficialismo de la Unión Cívica Radical, que generó beneficios para los trabajadores.

De este proceso nacieron dos polos en la provincia, con sus propias áreas de influencia organizativas e ideológicas: Concepción del Uruguay, bastión sindicalista con influencia en el oriente entrerriano, y Diamante, capital de la experiencia ácrata, con predominio sobre la región noroeste de la provincia, exceptuando Paraná que se mantenía relegada de esta oleada (Arnaiz, 1991 y 1993; Gilbert y Balsechi, 2008). El resultado de este nuevo ciclo fue un aumento de las organizaciones y de las huelgas. En 1927 se produjo una sola huelga, pero se crearon tres sindicatos, en 1928 se crearon trece gremios nuevos y se produjeron cinco paros, para 1929 surgieron diez asociaciones obreras y se registraron cuatro huelgas. El optimismo crecía entre los militantes: “El panorama sindical se vislumbra pletórico de promesas para los explotados […] pronto las campiñas montieleras tendrán su bautismo sindical y la burguesía de esta provincia pagará algo de lo mucho que le debe a sus esclavos”.18

Con un número de dieciséis sindicatos y once huelgas, 1930 fue el último año de crecimiento en esta coyuntura. La crisis de aquel año afectó a todo el edificio social, y en particular al empleo asalariado. Como se señaló más atrás, la ocupación en Entre Ríos había tenido una condición estacional, pero desde la década del 20 se ahondó el desempleo con el reemplazo de trabajadores por máquinas, conmoviendo las bases mismas de las fuerzas productivas. La consecuencia inmediata fue la transformación de esos trabajadores desocupados flotantes en una verdadera sobrepoblación obrera para el capitalismo agrario. El siguiente paso asociado fue la emigración (Leyes, 2018).

¿Cómo respondieron los trabajadores a esta nueva coyuntura? La situación impuso cambios parciales de los repertorios y, en un primer momento, la tendencia a la lucha se ralentizó. Pero 1932 es el año que muestra la reacción del movimiento obrero y se retomó con fuerza la tarea organizativa. Se crearon doce nuevos sindicatos, aunque el número de huelgas aún se mantuvo bajo, solo seis conflictos. Pero el verdadero cambio fue cualitativo. En septiembre de ese año se logró la confluencia de los sindicalistas uruguayenses con los anarquistas diamantinos para la creación de la Unión Obrera Provincial de Entre Ríos (UOPER).19 Los efectos de esta cohesión de fuerzas no se hicieron esperar. Se propuso un plan de crecimiento por el interior de la provincia por medio de giras interiores hacia localidades que aún no tenían sindicatos o recuperando aquellos del período 1917-1922 que habían desaparecido. En 1933 se crearon ocho sindicatos y hubo siete huelgas, pero el verdadero salto se dio en los dos años siguientes. Durante 1934 se crearon veintitrés sindicatos y se produjeron veintisiete huelgas, para 1935 los nuevos sindicatos fueron catorce y las huelgas treinta y siete: el pico de la conflictividad del ciclo 1927-1935 (Kabat y Leyes, 2018).

Sin embargo, en ese año tan activo para la UOPER, se produjo una crisis profunda cuando los sindicalistas de gira por el noroeste de la provincia, región históricamente bajo influjo anarquista, encontraron a los ácratas invitando a los sindicatos a crear una nueva central obrera provincial.20 El hecho precipitó la convocatoria a un congreso para pedir rectificaciones a los anarquistas, en particular por un panfleto difamatorio contra los militantes uruguayenses. Los libertarios se hicieron presentes, pero abandonaron el congreso, por lo que se votó la expulsión del sindicato de estibadores de Diamante, casa matriz del anarquismo provincial.21 En las memorias del principal referente ácrata provincial se defendió la ruptura afirmando que los uruguayenses pedían recurrentemente la mediación del Departamento Provincial del Trabajo y la solidaridad por medio de paros en los conflictos, postura repelida por los ácratas (Borda, 1987, pgs. 40-41).

Lo que se estaba viviendo era el cambio en la táctica de lucha que, con el acercamiento al Estado provincial como árbitro, generaba resquemores en las fuerzas más activas del movimiento obrero, que volvió a quedar dividido en dos. Los anarquistas crearon la Federación Obrera Comarcal Entrerriana, que agrupaba a los sindicatos que habían sido parte de su zona de influencia, además incorporó en sus estatutos la lucha por el “comunismo-anárquico”. En los congresos estuvieron presentes miembros del Consejo Federal de la FORA (ex FORA Vº), de la Federación local rosarina a ella vinculada y del Consejo Nacional de la Federación Anarco-comunista Argentina (FACA).22 En la práctica, la experiencia del gremialismo anarquista entrerriano comenzaba a desvanecerse. Solo faltó una huelga de envergadura, producida por los estibadores de Viale en el verano de 1937, para que la represión estatal y el uso de rompehuelgas bastara para que su estrategia fracasara, a pesar de que los sindicalistas de Concepción del Uruguay se acercaron buscando mediar y aportando dinero para el fondo de huelga.23 Aquel conflicto fue el tiro de gracia a los ácratas entrerrianos, que dejaron la hegemonía del movimiento obrero a los sindicalistas hasta el golpe de Estado de 1943.

A modo de conclusión: región histórica, lucha de clases y
experiencia de clase

En relación con el espacio, en el inicio de este artículo se indicaron dos cuestiones de vital importancia para comprender el recorrido histórico reconstruido. La primera, una explicación metodológica sobre la región histórico-geográfica, cuya delimitación es resultado del objeto de estudio, esto es, del movimiento obrero en la provincia de Entre Ríos. La segunda refiere a que dicho objeto de estudio se enmarcaba en dos subregiones con vínculos con otros espacios históricos por fuera de la provincia. En un principio, en las costas de los grandes ríos, el Paraná y el Uruguay, se desarrollaron movimientos obreros con recorridos históricos diferentes. A partir de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, con la llegada de los propagandistas y organizadores se fijaron vínculos externos a la provincia y relaciones ideológicas locales; en la costa oeste, el eje Paraná-Santa Fe-Rosario de raíz anarquista; en la costa del Uruguay, el nodo Concordia-Concepción del Uruguay-Gualeguaychú-Buenos Aires de raíz socialista-sindicalista.

Durante las grandes luchas de la primera posguerra, esta delimitación territorial y vinculación ideológica parecían consolidarse, pero con una alternancia de las localidades con mayor iniciativa y conflictividad. Mientras Paraná perdió protagonismo y el anarquismo se empantanó, en la costa del Uruguay Gualeguaychú surgió como un bastión sindicalista que empujó a toda la región oriental de la provincia. Finalizado este ciclo de luchas por la represión y el cambio de coyuntura económica, las organizaciones retrocedieron hasta que en los últimos años de la década del 20 se relanzó la conflictividad y la creación de nuevos sindicatos o la refundación de los viejos.

Sin embargo, desde los años 30 estas divisiones territoriales tendieron a confluir hasta amalgamarse en una sola unidad organizativa provincial. Ahora bien, en esta nueva etapa hubo cambios significativos. En primer lugar, no fueron los viejos bastiones los encargados de lanzar las luchas sino dos centros que habían sido de segundo orden: Concepción del Uruguay, en la costa oriental, sindicalista, y Diamante, sobre el Paraná, anarquista (Leyes, 2022b, p. 37). Pero el cambio más importante en clave territorial fue la voluntad institucionalizada de crear la unión provincial de sindicatos que incluya a todos los trabajadores del territorio entrerriano. En este punto, surgen dos preguntas: ¿por qué se movían y alternaban los polos sindicales? Y segundo: ¿por qué en la década del 30 se logró una organización provincial limitada por la geografía estatal?

La primera pregunta se explica por la relación entre el sindicato como organización y las derrotas en las luchas, ya sea por la vía de la represión o el lock-out. Una vez que la burguesía y el Estado sofocaban al movimiento obrero de una localidad, este entraba en un reflujo extendido en el tiempo, en una suerte de experiencia de lucha negativa que se acotaba a la localidad. Pero la experiencia de clase se desplazaba a un nuevo centro que retomaba la tarea histórica de impulsar las organizaciones de clase. El centro del gremialismo se fue moviendo por el territorio dada la debilidad institucional de los sindicatos frente a la derrota en el enfrentamiento de clases. En este sentido, destruir la organización significaba acabar o acallar las luchas obreras locales por décadas.

En cuanto a los cambios en la década del 30 y el logro de crear una estructura de alcance provincial, existen elementos para creer que se debió a una transformación en la táctica del movimiento obrero con respecto a su vínculo con el Estado provincial condicionado por la desocupación. La crisis abrió un escenario novedoso con una intervención estatal más decidida. Así, la creación de comisiones pro-desocupados fue una acción bien recibida por los trabajadores y el arbitraje, en la mayoría de los casos, les resultó favorable.24 Esto generó un nuevo tipo de vínculo entre los trabajadores y el Estado provincial, cuyo vehículo fueron los sindicalistas, ya que servían al orden social como una contención a las corrientes revolucionarias del movimiento obrero, al limitar los reclamos de las organizaciones de trabajadores a las mejoras económicas. En tanto, los gobernantes de la Unión Cívica Radical, al tiempo que contenían a sus opositores conservadores, se presentaban como defensores que respetaban la autonomía gremial, condición sine qua non para establecer un acercamiento con los sindicalistas. El resultado fue una alianza tácita entre estos últimos y los radicales.

Este nuevo escenario, con un Estado que intervino para generar empleo a la par de trazar acuerdos más o menos explícitos con los sindicalistas, permitió el desarrollo de la actividad gremial por toda la provincia con alguna protección estatal, sin que esto signifique que, llegado el caso, el Estado recurriera a la acción represiva especificada, como fue el caso de los anarquistas en 1937. Por lo tanto, la creación de una central obrera, que como su nombre indica, centralice a los trabajadores, fue la consecuencia organizativa de un movimiento obrero atacado por la desocupación que logró reconocimiento e integración en y por la superestructura estatal. Finalmente, y en relación a la pregunta sobre el alcance del territorio del gremialismo entrerriano desde la década de 1930, este se acotó a la geografía que su vínculo político les permitió llegar dentro de la alianza con el partido de gobierno.

La relación con el medio social condicionó la militancia obrera obligando a recorrer, en más de una oportunidad, caminos originales y diferentes al resto de la clase obrera de otros espacios de la pampa húmeda. Los cambios en los años 30, el pasaje de la organización exógena a la endógena, la creación de demandas autónomas, la lucha por mejoras y contra la desocupación, el cambio en la relación con el Estado y las tensiones que surgieron al interior del movimiento obrero local fueron particularidades que encuentran puntos comunes con lo que vivió la clase obrera argentina para el período, pero vemos que el origen y recorrido son propios del espacio donde se desarrolló la historia obrera entrerriana, y nos permiten responder aquella pregunta del inicio: ¿en qué momento histórico se encontraba el movimiento obrero local en relación a la propuesta analítica de Gramsci? La respuesta es que el movimiento obrero en Entre Ríos para los años 30 ya había pasado de la fase económico-corporativa rumbo a la conciencia económico-reformista, buscando incidir en el medio social y negociar con el Estado, pero sin abandonar la organización sindical, el discurso clasista y de independencia de clase. A fin de cuentas, la organización obrera continuaba la tarea de unir lo que el capital y el Estado dispersaban.

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1. República Argentina, Tercer Censo Nacional, tomo I. L.J. Rosso y Cía., 1916, p. 108; República Argentina, Tercer Censo Nacional, tomo IV, “Población”, L.J. Rosso y Cía., 1917, pp. 469-475.

2. República Argentina, Tercer Censo Nacional, tomo V, “Explotaciones Agropecuarias”, 1919, L.J. Rosso y Cía., p. 3.

3. LP, 27 de octubre de 1903, pp. 2-3.

4. República Argentina, Tercer Censo Nacional, ob. cit., pp. 236-246.

5. Caruso (2016) menciona el pliegue al paro de los marítimos de Diamante en 1895, mientras en Gualeguaychú y Concepción del Uruguay se produjeron huelgas de cocheros. Ver La Juventud, Concepción del Uruguay, 1 de abril de 1901 y 28 de abril de 1901.

6. La Protesta Humana (LPH), Buenos Aires, 19 de abril de 1902, p. 3. Años antes el reconocido militante Pietro Gori había visitado la provincia, pero en carácter proselitista, propagandeando las ideas anarquistas, sin menciones al vínculo con los gremios. Ver LPH, 15 de octubre de 1899, p. 3; LPH, 19 de abril de 1902, p. 3.

7. LPH, 23 de agosto de 1902, p. 3.

8. Usaremos cursivas para indicar a los miembros de la corriente ideológica sindicalista en los casos que no se explicite en el texto que se refiere a esta corriente.

9. Carta de Juan Fortanelli a la Sociedad Obreros Panaderos de Concordia, Buenos Aires, octubre de 1907, en UGT. Copiador de cartas. 22 de octubre de 1906 al 23 de noviembre de 1907. Doc. 876.

10. La Organización Obrera (LOO), Buenos Aires, 10 de mayo de 1919, p. 3; El Entre Ríos, Colón, 19 de abril de 1906, p. 1.

11. LP, 16 de enero de 1907, p. 3; LP, 7 de mayo de 1907, p. 2.

12. LOO, 7 de diciembre de 1918, p. 4.

13. LOO, 19 de enero de 1918, p. 4; LOO, 26 de enero de 1918, p. 4; LOO, 2 de febrero de 1918, p. 2; LOO, 10 de agosto de 1918, p. 1; LOO, 12 de octubre de 1918, p. 2.

14. LOO, 20 de marzo de 1920, p. 3; LOO, 28 de diciembre de 1918, p. 1; LOO, 15 de mayo de 1920, p. 3.

15. El Censor (EC), Gualeguaychú, 19 de mayo de 1919; LOO, 20 de marzo de 1920, p. 3; LOO, 27 de marzo de 1920, p. 3; LOO, 11 de diciembre de 1920, p. 4; LOO, 6 de noviembre de 1920, p. 3; LOO, 11 de diciembre de 1920, p. 4; EC, 23 de noviembre de 1920, p. 3; LOO, 1 de enero de 1921, p. 4; Unión Sindical, Buenos Aires, 27 de mayo de 1922, p. 4.

16. USA (1926), Memoria y balances del Comité Central presentados al 2º Congreso Ordinario, Argentina.

17. BP, 3 de enero de 1925, p. 3.

18. BP, 16 de noviembre de 1929, p. 4.

19. El Despertar, septiembre de 1932, pp. 1-4.

20. Confederación General del Trabajo (CGT), 7 de diciembre de 1934, p. 2; CGT, 1 de febrero de 1935, p. 2; CGT, 8 de marzo de 1935.

21. CGT, 12 de abril de 1935, p. 2.

22. Acción Libertaria, noviembre de 1936, p. 4; LP, mayo de 1936, p. 19.

23. CGT, Buenos Aires, 29 de enero de 1937, p. 1.

24. EC, 28 de enero de 1933, p. 3; Provincia de Entre Ríos, Mensaje del Gobernador de la provincia de Entre Ríos Dr. Luis Etchevehere al iniciarse el 74º período ordinario de sesiones de la Honorable Legislatura, Paraná, Imprenta de la Provincia, 1933, p. 22.