Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 23
noviembre 2023 - febrero 2024
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Mujeres en la resistencia vasca contra el franquismo (1965-1975). Un acercamiento desde la subjetivación política


Xavier Mínguez Alcaide

Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Donostia/San Sebastián, País Vasco, España
xavier.minguez@ehu.eus
ORCID: 0000-0002-0817-2451

Resumen: El presente trabajo hace confluir la historiografía, la psicología política y los estudios feministas, con el objetivo de conocer determinantes de subjetivación política de mujeres antifranquistas vascas entre 1965 y 1975. A partir de 18 Producciones Narrativas, se presenta un relato que muestra elementos psicológicos, sociales y estructurales de subjetivación política elaborados desde la familia, la escuela, organizaciones juveniles, y la militancia estudiantil, vecinal, sindical y política. Los resultados sugieren situar el papel de las mujeres en la construcción de la resistencia antifranquista, y sumar el ideario feminista emergente al nacionalista y marxista en la lectura del antifranquismo vasco.

Palabras Clave: subjetivación política – mujeres – antifranquismo – producciones narrativas

Título: Women in the Basque resistance against Francoism (1965-1975). An approach from political subjectivation.

Abstract: The present paper brings together historiography, political psychology and feminist studies, with the objective of to approach the political subjectivation of women who participated in the Basque anti-Francoism between 1965 and 1975. Starting at 18 Narrative Productions, it presents an account that shows psychological, social and structural elements of political subjectivation elaborated from family and school, youth organizations, and student, neighborhood, union and political militancy. The results suggest situating the role of women in the construction of the anti-Francoist resistance, and adding an emergent feminist ideal to nationalist and Marxist in the reading of Basque anti-Francoism.

Keyboards: Political Subjectivation – Women – Anti-Francoist – Narrative Productions.

Recepción: 25 de abril de 2023. Aceptación: 13 de junio de 2023

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El objetivo del presente estudio es conocer los determinantes de la subjetivación política de mujeres que participaron del antifranquismo vasco entre 1965 y 1975, teniendo en cuenta elementos políticos, sociales y psicológicos que se vinculan y desarrollan entre sí, y que se expresan a través de sus trayectorias vitales. La subjetivación política es un proceso dinámico que integra elementos cognitivos y emocionales ligados a lo político, creando una estructura psicológica que evoluciona a través del lenguaje, las relaciones humanas y la acción, y que está determinada por las características sociales, culturales y políticas del momento histórico (González-Rey, 2012). Esta perspectiva constructivista e histórico-cultural incide en la relación dialéctica e interdependiente entre individuo y ambiente, entre lo psicológico y lo político (Bonvillani, 2017), asumiendo lo político como un proceso dinámico provocado por la tensión entre lo instituido y lo instituyente, entre las fuerzas de conservación del orden y las que persiguen transformar las condiciones hegemónicas (Martínez y Cubides, 2012). Dentro de lo instituyente, Rancière (2006) define la política como la emergencia de espacios socio-políticos nuevos donde se construyen formas alternativas de pensar, sentir y actuar, en un conjunto articulado de acciones, interacciones y actos argumentativos. En ellos, se elaboran nuevos significados políticos desde la intersubjetividad, se crean formas de resistencia y acción alternativas y, con ello, nuevas colectividades y subjetividades de lo político. Esta posición epistemológica nos coloca ante el reto de situar la subjetivación en espacios y procesos concretos del momento histórico, e integrar las dimensiones cognitivas y emocionales del sujeto, con la comunicación, las relaciones humanas y la acción (Alvarado, Ospina-Alvarado y García, 2012).

Mujeres en la resistencia al final del franquismo

Según Arias, González y Hernández (2009), la subjetivación política de las mujeres parte de tomar conciencia sobre la injusticia y evitabilidad de las condiciones de discriminación que sufren, y conduce a formas de impugnación de un orden de género caracterizado por la separación radical entre lo público y lo privado, entre el espacio político donde se construye el orden social y el terreno de lo doméstico y cotidiano (Arendt, 2005). La ruptura de lo público/privado y la politización de lo doméstico son elementos comunes en la constitución de sujetos políticos mujeres en numerosos contextos revolucionarios o de conflicto político desde los años 70 (Grabe, 2017; Hasso, 1998; Kesby, 1996; Makana, 2017; Moghissi, 1994; Pettigrew y Shneiderman, 2004; Salhi, 2009).

En la época de apertura económica, descontento social, cambio generacional y efervescencia política del tardofranquismo, el régimen fue incapaz de mantener el orden y optó por un repliegue represivo que, lejos de aplacar el antifranquismo, contribuyó a extender la creencia de poder terminar con el franquismo desde la acción colectiva y, con ello, la creación de un universo simbólico-cultural y una praxis para una nueva subjetivación política antifranquista. En el País Vasco, la fuerte industrialización provocó la llegada de parte del éxodo rural de varias zonas de España, la multiplicación de barrios periféricos y una gran transformación sociológica. Las condiciones de miseria y explotación en dichos barrios posibilitaron la emergencia de experiencias colectivas de elaboración crítica, organización y acción que generaron un gran crecimiento del antifranquismo social y político (Ysàs, 2007). Además, este contexto histórico estuvo determinado por el inicio de la espiral acción-reacción entre ETA y el régimen franquista. En agosto de 1968, tras el atentado mortal contra Melitón Manzanas, el régimen declaró un “estado de excepción” con el que inició una gran escalada represiva que tuvo como respuesta el crecimiento del antifranquismo en el País Vasco (Buces y Aguirre, 2019; Lizarralde, 2016).

El antifranquismo vasco fue un movimiento plural y heterogéneo que se construyó en base a dos universos simbólicos que se relacionaron de manera dialéctica en el imaginario popular: el nacionalista y el marxista/socialista (Ibarra, 2016; Romera, 2015). La razón nacionalista se construyó en base a la opresión de la cultura y la identidad vascas por parte del franquismo y la necesidad de recuperar el euskera para reconstruirla; la reelaboración del acervo político nacionalista desde una relectura del pasado y una proyección del futuro nacional; y un modelo revolucionario de liberación nacional que tenía como objetivo la independencia y la construcción de un estado socialista (Apalategi, 2006). Por su parte, el imaginario marxista/socialista se construyó sobre un antagonismo de clase entre la nueva sociología urbana y la oligarquía económica, eclesiástica y política del régimen, y elaboró un imaginario asentado en la discriminación de las clases populares, la explotación laboral y la represión contra la oposición. A partir de estos dos imaginarios, y de nuevas prácticas de organización y reivindicación obrera y popular, entre la juventud surgieron nuevas formas de identidad política rebelde y antifascista, basadas en ideas socialistas, comunistas, libertarias y/o nacionalistas, desde la que se construyó el antifranquismo del último período de la dictadura (Ysàs, 2008).

Las fábricas fueron el lugar de máxima expresión del nuevo movimiento antifranquista. Las nuevas formas de organización obrera basadas en la asamblea permitieron la elaboración de un marco ideológico basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad, y generaron una amplia expresión de protesta y acción colectiva (Domènech, 2002). En paralelo a la fábrica como gran ámbito de socialización, cohesión y unidad política, en los nuevos barrios obreros surgieron procesos populares donde se construyeron nuevas subjetividades políticas antifranquistas desde la politización de lo cotidiano (Bordetas, 2012). En dichos barrios, curas rojos y nacionalistas alineados con el Concilio Vaticano II crearon espacios de socialización y concienciación que posibilitaron la subjetivación y acción política antifranquista (Moreno, 2008). Por su parte, la universidad fue un espacio de ruptura generacional y de agitación política que contribuyó de manera notable al establecimiento de un nuevo imaginario antifranquista. Y desde finales de los años 60, se multiplicaron el número de partidos políticos clandestinos, con militantes que se insertaron y ejercieron de vanguardia en los frentes obrero, vecinal y universitario, contribuyendo de manera determinante a construir movimientos que ocuparon el espacio público mediante protestas y manifestaciones, y generaron una fuerte identificación, cohesión y legitimidad en el antifranquismo.

En este contexto, muchas mujeres decidieron insertarse en los diversos frentes de la resistencia, participando en experiencias colectivas con un gran impacto emocional, simbólico y relacional. Para ellas, la militancia supuso experimentar el empoderamiento personal y colectivo contra la discriminación desde el activismo antifranquista y feminista, creándose un nuevo arquetipo femenino, la militante: mujeres estudiantes, trabajadoras, católicas de base o amas de casa, con una base común rebelde de actuar contra el franquismo y su orden de género. La militancia social, sindical y política de esta generación de mujeres estaba asentada en el rechazo al modelo de mujer que imponía el régimen, un modelo basado en la castidad, la maternidad, lo doméstico y la sumisión al marido, que las excluía como ciudadanas, y que trató de borrar de la memoria colectiva cualquier tipo de experiencia femenina emancipadora. Estas mujeres tomaron conciencia de la necesidad de liberarse a nivel individual y colectivo desde la praxis comunitaria, superaron las imposiciones y desarrollaron una vivencia activista que unía las reivindicaciones de género con las revolucionarias, democráticas y nacionalistas (Beorlegui, 2020; Cabrero, 2015; Di Febo, 2006).

Método

El objetivo del estudio es acercarnos a los determinantes de la subjetivación política de mujeres antifranquistas a lo largo de sus trayectorias vitales. El acercamiento se realizó utilizando Producciones Narrativas (PN), una propuesta metodológica emergente en la epistemología feminista y las ciencias sociales críticas (Gandarias y García, 2014). Esta consiste en generar textos/narrativas sobre el fenómeno de estudio, en base al encuentro, el diálogo y la interpelación entre equipo investigador y participantes (Balasch y Montenegro, 2003), tal y como han realizado Gandarias y Pujol (2013), Schongut (2015) o García (2017).

En este caso, se realizaron 18 PN con mujeres que participaron en organizaciones sociales, sindicales y políticas del antifranquismo vasco, y que fueron seleccionadas mediante un muestreo intencional, tratando de abarcar el conjunto de organizaciones del antifranquismo vasco. Sus trayectorias militantes heterogéneas discurrieron a través de las siguientes organizaciones católicas, barriales, estudiantiles, obreras y políticas entre 1965 y 1975:

• Organizaciones barriales en Donostia, Oiartzun, Rentería, Andoain, Ermua, Eibar y Basauri.

• Organizaciones católicas: Herri Gaztedi y la JOC (Juventud Obrera Católica).

• Sindicatos: CCOO (Comisiones Obreras) y Comités Obreros Anticapitalistas.

• Organizaciones políticas: PCE-EPK (Partido Comunista de España-Euskadiko Partidu Komunista); OIC (Organización de Izquierda Comunista); ORT (Organización Revolucionaria de los Trabajadores); ETA (Euskadi Ta Askatasuna); EMK (Euskadiko Mugimendu Komunista); LCR (Liga Comunista Revolucionaria); ETA VI-LKI (ETA VI-Liga Komunista Iraultzailea).

Las PN se realizaron a partir de una entrevista individual semiestructurada donde se preguntaba a las participantes sobre los principales elementos de subjetivación política durante la infancia, adolescencia y juventud. Tras cada entrevista, se generó un texto que fue devuelto a la participante, quien introdujo los cambios pertinentes al texto para que reflejara de manera fehaciente lo que deseaba señalar, ya fuera de manera presencial o a través del correo electrónico.

Las 18 PN se analizaron mediante un análisis paradigmático de contenido de tipo fenomenológico (Fraser, 2004) para observar temas comunes y divergentes, y llegar a determinadas generalizaciones, teniendo en cuenta lo personal, lo relacional, lo sociocultural y lo estructural. Los resultados de los análisis se triangularon con literatura historiográfica, politológica y con estudios feministas para dar inteligibilidad a la construcción de la subjetivación política de mujeres antifranquistas vascas.

Resultados

Los resultados del estudio se presentan en dos apartados siguiendo un criterio cronológico. En el primero se exponen elementos de subjetivación política que emergen en el seno de la familia y en el ámbito escolar, y aquellos que se desarrollan en espacios de socialización juvenil creados por parte de curas opositores. En el segundo apartado se exponen determinantes de la subjetivación política que se desarrollaron en los frentes político, universitario, cultural, vecinal y obrero del antifranquismo vasco, y elementos de la emergencia del feminismo.

Raíces de la subjetivación política antifranquista

La socialización primaria en la familia y el modelo escolar del franquismo

La guerra civil y la represión de la posguerra supusieron una experiencia traumática que generó un clima social de miedo, resignación y silencio, condicionando la comunicación política y la transmisión de la memoria en las familias de las mujeres participantes. Muchas vivieron un completo silencio, otras recibieron una pequeña herencia política de manera esporádica, y algunas afirman que recibieron una transmisión política antifranquista desde visiones nacionalistas o marxistas/socialistas, siendo la socialización primaria un elemento esencial de su subjetivación política. Las mujeres que en su infancia elaboraron una subjetivación política nacionalista escucharon narrativas sobre la historia del pueblo vasco, y recibieron una transmisión de la identidad nacional vasca desde vivencias de la guerra y la represión, y la necesidad de recuperar la lengua y la cultura, todo ello en prácticas informales y domésticas donde las mujeres tuvieron un papel central, tal y como señala Fernández et al. (1997).

Lo que sí hubo era la transmisión de la conciencia nacional, de la identidad vasca, de que éramos vascos, pero todo sin grandes discursos, con pequeñas cosas. A mis abuelos les tiraban piedras por hablar en euskera, por ser nacionalistas, y eso hizo que no les transmitieran el euskera a sus hijos. Entre ellos sí hablaban en euskera, y con mi abuela lo utilizábamos, pero siempre bajo un manto de secretismo, en privado. (Lucía)

En relación a la subjetivación política marxista/socialista, los testimonios señalan que en las zonas industrializadas donde se criaron se generaron prácticas sociales infantiles donde elaboraron representaciones simbólicas sobre las diferencias sociales con una gran carga emocional. Un elemento común a los distintos testimonios es el sentimiento de injusticia ante la situación de desigualdad y de represión de las clases populares, a las que ellas pertenecían.

Crecí en un barrio marginado, de nivel económico y cultural bajo, con muchos inmigrantes, de extrarradio. Teníamos mucha relación entre la gente del barrio lo que generó cierta conciencia colectiva. Creo que la conciencia de clase obrera me viene desde pequeña, se veían las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias. (Teresa)

Las mujeres relatan experiencias diversas en relación al modelo de familia y crianza, y cómo estos condicionaron su subjetivación política infantil, especialmente en relación al reparto de roles marcado por el modelo patriarcal. En algunos casos, se señala que la elaboración subjetiva de la vivencia de este modelo propició que emergieran subjetividades políticas de carácter feminista.

Me producía un gran sentimiento de injusticia ver cómo yo tenía unas obligaciones por el hecho de ser mujer, y mis dos hermanos una serie de privilegios por el hecho de ser chicos. Creo que me hice feminista desde pequeña, desde que tengo uso de razón y sin saber lo que era, por una cuestión de supervivencia. (Marisol)

Según González (2009), desde la constitución del régimen franquista se empleó el sistema escolar como una herramienta central para construir un nuevo orden social, y para reestablecer el orden de género que había empezado a transformarse durante la II República. Los testimonios indican que el franquismo implantó un modelo educativo autoritario, represivo y clasista, donde se transmitía un ideal de feminidad sumisa, casta, pura, obediente, relegada a la procreación y al cuidado de la familia, y transmisora por excelencia de la moral católica.

Nos enseñaban que teníamos que ser buenas madres, esposas obedientes al marido, estar calladitas para ser buenas amas de casa y mantener bien a la familia. (Marisol)

Las narrativas señalan que la represión escolar contra las niñas se dio en función del origen cultural y socioeconómico, del ajuste al modelo de mujer del nacional-catolicismo y de la capacidad académica. Así, las que sufrieron mayor represión escolar fueron las niñas de origen euskaldún, rural, de clase obrera, con bajo rendimiento académico, y las que se mostraban poco sumisas y obedientes y, por tanto, no ajustadas al modelo de mujer del régimen. En las narrativas se observa que las vivencias de la represión escolar, ya fuera personal o vicaria, y los sentimientos que esta provocó, tuvieron un gran impacto en la elaboración de una subjetivación política rebelde.

La iglesia antifranquista y los espacios de socialización juvenil

La Iglesia Católica jugó un papel central en la construcción de un estado fascista en España, lo que llevó a identificarla como un antagonista en el imaginario antifranquista. La conciencia de la represión y el control de la Iglesia, y la lógica de género de estas, devino en la construcción de subjetividades femeninas donde el antifascismo convergía con el anticlericalismo. A pesar de ello, Montero (2011) indica que la relación entre la Iglesia y el franquismo fue controvertida, ya que mientras la jerarquía era un eje fundamental del régimen, muchos curas y párrocos generaron espacios de base donde se elaboraron subjetividades antifranquistas.

El cura nos preguntaba solamente por cosas sexuales, por si nos tocábamos en la ducha y cosas así, y mientras hablábamos él se masturbaba… todas las vivencias de la infancia y la juventud en relación a la religión y la Iglesia tuvieron una gran influencia en mi ideología anticlerical. (Susana)

Tras el Concilio Vaticano II, un elevado número de curas de tendencia nacionalista, humanista o marxista apostaron por fortalecer comunidades cristianas de base y organizaciones católicas como la HOAC, la JOC o Herri Gaztedi, y realizaron tareas en los diferentes frentes antifranquistas. Según Berzal de la Rosa (2007), en este período la convergencia entre catolicismo progresista y oposición antifranquista fue imprescindible para elaborar nuevas posibilidades de acción polític, ya que los “curas rojos” generaron espacios de socialización juvenil donde lo intelectual, lo emocional y la vinculación relacional, se unían a lo lúdico y cultural, en un magma que permitió el desarrollo de nuevas subjetividades militantes. Vélez (2002) señala que el Concilio Vaticano II abrió una concepción de la mujer basada en la libertad y la igualdad de derechos, lo que contribuyó a crear nuevas formas de conciencia de lo femenino, con un modelo de mujer no subordinada que, desde su dignidad individual y colectiva, era capaz de luchar contra la discriminación sexual y contra la opresión de clase. Se desarrolló un concepto de mujer ciudadana, capaz de construir sociedad y comunidad desde la educación superior y el trabajo, desde el ejercicio de los derechos colectivos de reunión, asociación y huelga y desde el derecho al propio cuerpo con el control de la sexualidad y la natalidad (Moreno, 2008). Las participantes afirman que, en estos espacios, muchas jóvenes desafiaron los roles de género y se constituyeron como personas con agencia política, al incorporar conocimientos y habilidades políticas fundamentales para su participación en los frentes del antifranquismo.

Con estos empezamos a debatir cuestiones surgidas del Concilio Vaticano II, la Teología de la Liberación, básicamente, se hacía una lectura del evangelio desde un punto de vista de la implicación cristiana en los cambios y la transformación social y política hacia la igualdad, la emancipación, la justicia. En ese grupo había gente politizada, de partidos que en aquellos momentos eran ilegales, clandestinos y que más adelante aparecieron como de la LCR, el EMK, PCE o la izquierda nacionalista. (Beatriz)

Frentes de lucha, antifranquismo político y clandestinidad

Desde finales de los años 60, las fracturas internas del régimen y la creciente fuerza del antifranquismo social y político hicieron que se extendiera la creencia de poder derrocar al franquismo desde la acción colectiva (Romera, 2015). En este contexto de ebullición militante, las participantes señalan que el paso a la clandestinidad fue consecuencia de un proceso de politización revolucionaria y rebelde contra un sistema autoritario, elitista y patriarcal, en clima emocional colectivo marcado por la rabia y la frustración hacia la represión, y la esperanza de poder transformar la realidad. Los relatos comparten que la clandestinidad significó asumir la obligación moral y el compromiso político de arriesgar la propia vida.

Sabíamos que teníamos que luchar para derrocar el franquismo y estábamos dispuestos a todo, hasta el punto de entregar nuestra vida. Nos considerábamos independentistas, abertzales, de izquierdas, revolucionarios, aunque en relación a esto último, creo que había de todo. (Lucía)

Más allá de la elaboración simbólica y la vinculación emocional con lo político, el paso a la clandestinidad estuvo determinado por relacionales personales politizadas en la familia, las cuadrillas, en grupos católicos y en barrios, universidades y fábricas. Todas las narrativas señalan que la entrada en organizaciones políticas clandestinas se dio a través de relaciones significativas en dichos espacios. En la clandestinidad, el ser militante se convirtió en el núcleo existencial de estas mujeres, condicionando todos los aspectos de sus vidas; la pertenencia a organizaciones políticas era la columna vertebral del sentido de vida, y las tareas militantes el hilo conductor de su día a día, hasta el punto de entregar la propia vida a la causa de la organización. Así, la elaboración simbólica y el apego emocional de la subjetivación política se desarrolló desde la praxis y las acciones militantes en el marco de la disputa contra el franquismo.

Nos propusieron ir a Madrid, y pasamos a ser la base del aparato de propaganda de la organización a nivel estatal. Y allí que nos fuimos. Yo picaba los clichés y él hacía copias, y cada domingo los repartía con enlaces de todo el Estado. Éramos la tapadera perfecta. (Eulalia)

El repertorio de acción del antifranquismo social, sindical y político tuvo una gran amplitud, y los testimonios señalan que las mujeres estuvieron presentes en todas ellas. Realizaron tareas logísticas, de enlaces de información, de agitación política mediante la distribución de propaganda. Participaron en huelgas, encierros y manifestaciones, y ante la represión policial estuvieron presentes en la construcción de barricadas. También en comandos que llevaban a cabo acciones armadas, tal y como muestra Rodríguez (2017). Realizaron tareas formativas con lecturas y debates políticos sobre el ideal revolucionario internacional, sobre organización y estrategia, desarrollando un acervo político revolucionario y/o nacionalista. Además, las mujeres realizaron tareas de dinamización y concienciación en fábricas y a nivel comunitario, y tareas de organización del movimiento en los diferentes frentes. En cuanto al liderazgo, también fueron responsables de célula de organizaciones políticas, y miembros de sus direcciones en provincias del País Vasco.

A pesar de estar presentes en todo el repertorio de acción antifranquista, las participantes señalan que la hegemonía patriarcal dificultaba la ocupación de lo público por parte de la mujer y, con ello, su presencia en el antifranquismo. Además, una vez dentro, los espacios de toma de decisiones y liderazgo estaban ocupados por hombres, salvo excepciones, afirmación que coincide con los señalado por Rodríguez (2014) y Yusta (2005). Algunas señalan haber vivido una militancia muy igualitaria, donde la participación y el liderazgo dependía de la capacidad política y no del sexo, pero la cultura patriarcal que separa lo privado y lo público hacía que los hombres tuvieran más posibilidades de desarrollar sus capacidades políticas.

El conjunto de narrativas señala que la cultura patriarcal estaba presente en las organizaciones políticas. Coincidiendo con Moreno (2008), apuntan que el ideal revolucionario contribuyó a relegar a un segundo plano las reivindicaciones feministas, de manera explícita con el argumento de que la revolución socialista traería consigo la igualdad entre mujeres y hombres, y con la subalternización de los espacios más feminizados, como barrios y universidades; asumir que los obreros eran el “verdadero” sujeto revolucionario supeditó la lucha barrial y estudiantil al trabajo político en las fábricas, donde las mujeres tuvieron menos protagonismo, tal y como indica Bordetas (2012).

Los dirigentes siempre eran ellos, los que siempre tenían tiempo para plantear la revolución, pero nunca para hacer los recados de la casa, y a veces las propias compañeras militantes lo justificaban. Éramos parte del sistema patriarcal. Con este tema había muchas contradicciones. Eran hombres revolucionarios de extrema izquierda, pero muchos eran muy machistas. (Marisol)

En las narrativas se observan procesos de subjetivación política feminista marcados por elementos de la cultura patriarcal que estaban presentes en el antifranquismo político, entre ellos los roles asociados a la maternidad y las relaciones de pareja entre militantes. La intensidad y compromiso del antifranquismo condicionaron la maternidad de las mujeres, incluso el número de hijos y el momento de tenerlos, ya que podían ser percibidos como una carga. Además, en parejas militantes, cuando los dos miembros tenían tareas, estaba naturalizado que fuera la mujer la relegada a lo doméstico. En estos casos, el apoyo de madres, hermanas y compañeras militantes permitió a muchas mujeres conciliar la vida personal y política.

La solidaridad entre las mujeres militantes fue muy fuerte, nos dábamos apoyo mutuo para poder seguir militando cuidando los críos de las otras. De hecho, una vez mi hija y la hija de una compañera, siendo muy pequeñas, jugando a muñecas se dijeron “te dejo a la niña que me voy a una reunión”. Muy explícito. (Teresa)

Los relatos apuntan que la elaboración de estas vivencias discriminatorias en el seno de las organizaciones se produjo tanto en espacios de debate de las propias organizaciones, pero sobre todo en espacios formales e informales que constituyeron las mujeres militantes a través de su participación en los frentes de lucha, coincidiendo con Beorlegui (2020). Esta elaboración de las vivencias cargada emocionalmente fue un elemento que determinó el desarrollo de prácticas y subjetivaciones políticas feministas.

Los frentes de lucha: universidades, barrios, ikastolas y fábricas

Era fundamental la doble militancia, porque consideraba que la militancia de partido era muy importante para poder hacer fuerza desde una orientación política revolucionaria, pero también que había que estar en el movimiento, con las masas. (Beatriz)

• El movimiento estudiantil:

Rodríguez (2014) indica que, bajo la influencia de Mayo del 68, la universidad supuso una ruptura generacional y el desarrollo de una cultura rebelde contra los modelos de vida del nacional-catolicismo. Durante el tardofranquismo, en la universidad se produjeron movilizaciones y protestas, actos culturales alternativos y nuevas relaciones personales en un marco de acción que combinaba lo intelectual, lo político y lo lúdico. Para muchas mujeres, el activismo en la universidad supuso transgredir el modelo de mujer, generando una nueva identidad femenina militante.

Fue en la universidad donde se desarrolló mi ideología política desde la elaboración, la socialización, la participación y la acción. Además de alumnado antifranquista de corrientes de izquierda estatales, también había curas y profesores que simpatizaban y militaban en las filas abertzales y simpatizaban y se organizaban en las diferentes corrientes y escisiones que atravesaron a ETA. (Gema)

La militancia universitaria contribuyó al desarrollo de subjetividades políticas feministas desde el cuestionamiento del orden patriarcal en el que habían sido criadas. Adoptaron referentes intelectuales y políticos de diferentes corrientes de la izquierda y el feminismo internacional, con la lectura de textos y el debate entre iguales en bares, plazas, facultades y casas. Por otro lado, construyeron nuevas relaciones personales y grupales, nuevas formas de vinculación y de expresión de la sexualidad, generando un nuevo imaginario femenino que articulaba lo teórico, lo vivencial y la praxis militante. El bagaje político de estas mujeres hizo que a partir de 1975 se sumaran al movimiento feminista, tal y como señalan Moreno (2020) y Zabala (2008).

Las mujeres estuvieron presentes en todo el repertorio de acción del antifranquismo universitario, aun siendo menores en número. Participaron en tareas de agitación política, propaganda, huelgas, encierros, manifestaciones, y en tareas organizativas en comités de curso y asambleas, asumiendo los riesgos que ello comportaba, e incluso sufriendo la represión franquista. Las narrativas afirman que la militancia universitaria era más igualitaria que la militancia en organizaciones políticas, pero la voz de las mujeres estaba menos presente en la toma de decisiones y en las asambleas. Según los relatos, el liderazgo dependía de la capacidad política, y en los espacios donde ellas estuvieron, los chicos solían tener mayor preparación. Además, las reivindicaciones propias de las mujeres tuvieron poco espacio, al igual que en los otros frentes de lucha, debido a la urgencia de terminar con el régimen.

• El frente cultural:

El frente cultural tuvo un papel relevante en el País Vasco por la importancia de la recuperación del euskera dentro del imaginario nacionalista. Las participantes señalan que las mujeres tuvieron un papel central en el movimiento de las ikastolas, escuelas clandestinas para recuperar el euskera que se convirtieron en la mayor grieta del antifranquismo en el terreno educativo (Delgado, 2014). En las ikastolas se construyó un entorno sociopolítico donde convergieron nacionalistas, republicanos y socialistas, creándose un espacio de construcción simbólica antifranquista desde el apoyo a una educación mixta, laica y basada en los valores democráticos, republicanos y de izquierda.

Aquí, en el Frente Cultural, éramos la mayoría mujeres… en colaboración con otros entes del barrio, fundamos la primera casa de cultura de Donostia, y participamos en el inicio del movimiento de las ikastolas. En 1969, con muchas dificultades y sin personas tituladas, inauguramos la ikastola del barrio. (Lidia)

• El movimiento vecinal:

El movimiento vecinal en los barrios nacidos al calor de la industrialización vasca fue el frente de la lucha contra Franco donde la participación de las mujeres tuvo una relevancia mayor. Las narrativas señalan que las condiciones de infravivienda y los escasos servicios públicos hicieron emerger grupos que reclamaban condiciones dignas y derechos en materia de agua potable y alcantarillado, alumbrado, telefonía, educación y salud, grupos constituidos con una gran presencia de mujeres. Mientas los varones estaban en las fábricas, las mujeres tejieron redes comunitarias y nuevos espacios de sociabilidad donde problematizaron las necesidades de lo cotidiano. Así, las narrativas coinciden con Di Febo (2006) al señalar que las mujeres generaron prácticas sociales de solidaridad que les permitieron superar el aislamiento y los límites físicos y simbólicos de lo privado/doméstico, volviendo político lo personal y haciendo de los barrios verdaderos espacios de subjetivación política antifranquista.

El movimiento se nutrió en gran medida del centro de promoción de la mujer, con muchas amas de casa… Aquel lugar se convirtió en un foco de construcción ideológica, de movilización de la conciencia política a través de las luchas cotidianas y las relaciones personales. (Teresa)

Así, desde las rebeldías cotidianas (Yusta, 2005), las mujeres desarrollaron estrategias de oposición y ocuparon el espacio público como una proyección de lo privado, y se rebelaron desde una conciencia femenina que, en muchas ocasiones, exigía derechos sin abandonar la asunción de los roles del género. Además, estas actitudes rebeldes se canalizaron hacia posiciones más radicales, en paralelo al movimiento obrero del que formaban parte sus hijas, hijos y maridos, tal y como señala Bordetas (2012).

Llevábamos a cabo muchas acciones y reivindicaciones propias de las necesidades de barrio, entre ellas la necesidad de una guardería. Aquello no era sólo una reivindicación popular, sino que tenía un carácter marcadamente feminista, ya que la guardería era un elemento fundamental para poder liberar a las mujeres de cuidar a los hijos e incorporarse al mercado laboral y a la militancia social y política. (Beatriz)

Desde este feminismo cotidiano (Di Febo, 2006), las Vocalías de mujeres fueron grupos organizados en el terreno vecinal que feminizaron las reivindicaciones en los barrios, y sirvieron de plataforma para el movimiento feminista en Euskadi (Zabala, 2008).

Se dice a veces que en este tipo de asociaciones de amas de casa y de barrio se produce el primer feminismo; tal vez sí, pero no era el feminismo organizado de manera autónoma… Eran mujeres que desarrollaron una profunda conciencia obrera sin entrar en las fábricas, y que fueron muy importantes para la extensión del movimiento feminista tras el 1975. (Gema)

• El frente obrero:

Durante el final de la dictadura nacieron las CCOO, los Comités de Fábrica y los Comités Obreros Anticapitalistas como una forma de sindicalismo alternativo al Sindicato Vertical, espacios donde las mujeres estuvieron presentes, siendo las fábricas el espacio donde muchas iniciaron su militancia antifranquista. Las condiciones laborales del régimen tuvieron un gran impacto vital e ideológico, ya que observaron y sintieron la desigualdad y la discriminación hacia la clase trabajadora, más acentuados en el caso de ellas. Participar en el frente obrero, núcleo de la movilización contra el régimen, permitió transformar su subjetividad política en tanto mujeres de clase trabajadora, debido a la adquisición de conocimiento sobre lo laboral, la vivencia y la emocionalidad de las acciones y las movilizaciones, y la intimidad de relaciones militantes, coincidiendo con Díaz (2013).

Hacíamos un sindicalismo fuerte, dinamizando muchas asambleas, generando mucha agitación a través de la propaganda, con octavillas, pasquines y demás. Pero, además, éramos capaces de ir más allá de los problemas laborales, generando relaciones personales, de acompañamiento. Muchas veces pienso que no sé cuánto trabajo hice de sindicalista y cuánto de psicóloga. (Virginia)

Las narrativas señalan que las mujeres fueron minoría en el movimiento obrero, pero en el sector textil o en la alimentación eran mayoría, y muchas lideraron la movilización. Además, algunas generaron grupos autoorganizados de mujeres donde conjugaron la conciencia de clase y la feminista, y construyeron nuevas cosmovisiones femeninas que incorporaban lo personal y las problemáticas de género a la situación de las fábricas y la política general.

Estábamos en una fábrica solo de mujeres, de distintos orígenes, había un ambiente muy abertzale, pero también muy obrerista. Habíamos mujeres del EMK, la ORT, la OIC, del LKI, del PCE, de ETA, gente currela con la que construimos buenas relaciones personales y mucha unión en la lucha en el puesto de trabajo, había mucha solidaridad y mucho apoyo con aquellas que sufrieron más la represión, teníamos mucha capacidad de organización sindical, incluso para llegar a hacer una huelga general. (Susana)

A pesar de ser minoría, las mujeres participaron en todas las dimensiones del frente obrero, huelgas, asambleas y debates, y construyeron relaciones en el ambiente y el activismo fabril determinantes de su subjetivación política. En algunas ocasiones estuvieron en la cabeza del movimiento, lo que permitió el desarrollo de identidades feministas obreras que fueron referentes para otras mujeres y sus procesos de subjetivación política.

La emergencia del feminismo organizado

Las narrativas confluyen en la idea de que no hubo movimiento feminista organizado en el País Vasco hasta la muerte de Franco (Beorlegui, 2020; Zabala, 2008). Entre 1965 y 1975, muchas mujeres habían vivido un gran proceso de politización desde diversas trayectorias militantes. En el movimiento antifranquista había centenares de mujeres con capacidad política, espíritu rebelde, conciencia de la subalternidad femenina y una gran red de relaciones que posibilitaron la creación de las primeras asambleas de mujeres y el movimiento feminista vasco a partir de 1976.

La participación organizada de mujeres en diferentes espacios antifranquistas, como el movimiento vecinal, hizo que muchas se incorporaran de manera consciente a la lucha feminista que estaba por llegar de manera organizada como movimiento. En los propios espacios antifranquistas empezaron a organizarse grupos de mujeres donde se planteaban problemas, debates y reivindicaciones feministas, donde se generaba conciencia feminista; de estos grupos salieron muchas mujeres que tuvieron un papel fundamental en la construcción de las asambleas de mujeres. (Beatriz)

En relación a la cuestión feminista, las narrativas apuntan a experiencias diversas en los partidos políticos revolucionarios. Una minoría señala que el feminismo tuvo una importancia dentro del partido, con debates y grupos de mujeres donde trabajaron la cuestión, especialmente en el EMK y en la LKI. Estas señalan que sus organizaciones entendían que la mujer era un sujeto con potencial revolucionario, como el alumnado universitario o el campesinado, tal y como apunta Moreno (2008). A pesar de ello, la mayoría señala la existencia de una cultura patriarcal en las organizaciones políticas. A nivel ideológico, entendían que con la llegada del socialismo se alcanzaría la igualdad entre mujeres y hombres, por lo que el eje de la lucha tenía que ser el proletariado y no la mujer. Pero no solo por ello, sino también porque, coincidiendo con Berolegui (2020), poner el feminismo y a la mujer en el centro suponía un desafío a las lógicas patriarcales de poder dentro de las organizaciones.

En esta época, en el partido hacíamos reuniones paralelas por el tema del feminismo y esto provocó incomodidad en algunos militantes hombres, porque sentían que les quitábamos espacios, y algunos decían que haríamos un partido independiente, no entendían la necesidad de espacios autónomos de las mujeres. (Virginia)

Para introducir el feminismo en las organizaciones políticas, según las narrativas, cobró especial relevancia la participación de mujeres feministas europeas y estadounidenses en formaciones y debates, al igual que la vuelta al País Vasco de muchas mujeres que durante la dictadura estuvieron en Madrid o Barcelona, donde tuvieron experiencias feministas. Según Rodríguez (2014), esto las dotó de capacidad teórica y práctica feminista, conocieron los debates más importantes y los límites y oportunidades del propio movimiento. Todo ello contribuyó a impulsar espacios autónomos en las organizaciones, o espacios informales de las propias relaciones militantes, para desarrollar planteamientos feministas.

De manera general, las narrativas señalan que la presencia de mujeres en el antifranquismo político hizo que las categorías del pensamiento marxista convergieran con las feministas. En las organizaciones se alzaron muchas voces femeninas críticas sin tener un discurso feminista elaborado, pero de manera creciente se aludía a las problemáticas específicas de las mujeres. Así, se fueron introduciendo los debates y reivindicaciones feministas paulatinamente, generando una nueva categoría de mujer revolucionaria, compañera de lucha, trabajadora explotada por el capital y sujeto político con potencial revolucionario. En términos de clase, la mujer padecía condiciones específicas de explotación, y tenía capacidades específicas de transformación, superando el discurso mecanicista entre socialismo y liberación femenina, tal y como indica Moreno (2008).

Había mujeres de partidos, y mujeres independientes, de asociaciones de vecinos, de los movimientos, con trayectorias diversas. En los debates iniciales, sobre todo en lo relativo a la doble militancia y sobre cuál tenía que ser el eje principal de lucha, las mujeres independientes tuvieron un papel fundamental, ya que las organizadas en partidos revolucionarios todavía teníamos mucho deje en poner en el centro la revolución social por encima de la lucha contra el patriarcado, y ellas mostraron la importancia de ponerlo en el centro desde una conciencia feminista que iba más allá de lo político. (Teresa)

Reflexiones finales

La subjetivación política es la construcción simbólico-emocional de lo político que las personas producimos a través de la experiencia y la vivencia con otros significativos, en espacios y momentos concretos donde se producen actos comunicativos y acciones ligadas a lo político, todo ello en la tensión entre lo instituido y lo instituyente del momento histórico (González-Rey, 2012; Martínez y Cubides, 2012). Las narrativas de las 18 mujeres participantes del estudio muestran una interrelación dinámica y compleja entre las experiencias vitales ligadas a lo político, el impacto emocional de las mismas, la construcción simbólica de las creencias y esquemas mentales, las relaciones y vínculos personales significativos, los actos comunicativos y la participación en procesos colectivos, todo ello en momentos y lugares concretos insertados en la tensión entre el modelo nacional-católico ultraconservador, elitista y patriarcal, sostenido en el control social y la represión, y un antifranquismo sesentista y setentista donde convergen una razón nacionalista renovada desde la reelaboración del nacionalismo vasco y una razón marxista crecientemente revolucionaria ligada a las revoluciones socialistas y anticoloniales del siglo XX (Apalategi, 2006; Romera, 2015).

La confluencia de las narrativas de las participantes con los estudios sobre el papel de las mujeres en el antifranquismo (Di Febo, 2006; Moreno; 2008; Yusta, 2005) nos plantea la emergencia de una tercera razón que enfatiza la construcción femenina y feminista del antifranquismo social y político y, con ella, la necesidad de abordar los análisis de la resistencia vasca contra el franquismo desde la interrelación dinámica entre nacionalismo, marxismo y lógicas feministas emergentes.

Las diferencias entre las participantes se observan en la existencia de diversas formas de socialización política familiar y diversas vivencias escolares y, por tanto, diversas subjetividades políticas iniciáticas. Además, tuvieron caminos de entrada diversos al antifranquismo, y vivencias diversas sobre el sistema patriarcal y la emergencia del feminismo en sus organizaciones. A pesar de estas diferencias, las narrativas muestran la construcción de sujetos políticos femeninos en condiciones de desigualdad, discriminación y represión cultural, de clase y de género. A través de la heterogeneidad de los relatos, encontramos un espacio común en la vinculación entre la vivencia de estas condiciones y el apego emocional a la realidad social y política desde la injusticia, la rabia y la frustración, pero también desde la empatía, la solidaridad y la pertenencia. La experiencia de esta represión multinivel devino en una toma de conciencia femenina ligada a la identidad nacional y/o de clase, forjada en procesos de socialización, vinculación personal, comunicación, participación y acción, en familias, escuelas, organizaciones juveniles y, finalmente, en los frentes del antifranquismo social, sindical y político. Durante estas experiencias, las mujeres elaboraron un universo simbólico de creencias sobre la política, la sociedad, las relaciones y la vida cotidiana y sobre el papel de la mujer en esos espacios. Se identificaban como mujeres revolucionarias con conciencia de clase y/o nacional, con valores políticos de igualdad, solidaridad, justicia y libertad, y con una gran agencia política para superar el franquismo desde una visión revolucionaria. La vivencia y toma de conciencia sobre la represión se dio bajo una creencia colectiva de poder terminar con la dictadura y el orden de género imperante, impulsando un compromiso vital hacia la clandestinidad.

Las narrativas muestran la razón feminista del antifranquismo al señalar que esta generación de mujeres activistas rompió la separación entre lo público y lo privado desde una doble lógica. Primero, politizaron lo cotidiano, construyeron redes de solidaridad y formas de organización para reivindicar la satisfacción de necesidades, el cumplimiento de derechos y la vida digna. En los barrios, las mujeres se constituyeron como un sujeto colectivo con agencia, capaz de organizarse, movilizarse y lograr la materialización de derechos, siendo constructoras de comunidad y de realidades históricas, protagonistas de un nuevo universo simbólico antifranquista, que impulsó nuevas identidades urbanas basadas en la conciencia de clase (Di Febo, 2006). Desde una segunda lógica, las mujeres se insertaron en el espacio de lo público a través de los frentes del antifranquismo y generaron redes que permitieron cruzar las reivindicaciones de los barrios, las universidades y las fábricas, teniendo un papel fundamental en la articulación y la construcción de un antifranquismo que atravesaba los diferentes frentes de lucha (Blasco, 2018; Di Febo, 2006). Además, las mujeres pudieron trascender la presencia de la cultura patriarcal en las organizaciones y su exclusión mayoritaria de los espacios de liderazgo e introdujeron una progresiva problematización de las cuestiones de género y, con ello, el inicio de la agenda feminista en las organizaciones de izquierda (Yusta, 2005), dando un nuevo sentido a la militancia que sirvió para impulsar el feminismo de segunda ola en el País Vasco (Zabala, 2008).

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