Las evaluaciones del capitalismo agrario argentino de la izquierda universitaria, 1960-1976
Resumen: Entre las décadas de 1960 y 1970 los estudios universitarios sobre la problemática económica del campo argentino adquirieron un particular dinamismo, promovidos en parte por profesores y científicos vinculados a distintas corrientes de las izquierdas. Este artículo reconstruye la producción intelectual de Alberto J. Pla, Ernesto Laclau y Guillermo Flichman, jóvenes universitarios marxistas que desarrollaron su inicial carrera académica especializándose en los problemas de la economía agraria. El análisis historiográfico de su producción científica posibilita comprender las evaluaciones producidas sobre el agro argentino en las décadas de 1960 y1970, así como su protagonismo en la conformación de ámbitos de estudios marxistas del capitalismo en las universidades públicas nacionales y en institutos académicos privados.
Palabras clave: universitarios – marxismo – capitalismo – cuestión agraria
The evaluations of the Argentine agrarian capitalism of the university left, 1960-1976
Abstract: Between the 1960s and 1970s, university studies on the economic problems of the Argentine countryside acquired a particular dynamism, promoted in part by professors and scientists linked to different currents of the left. This article reconstructs the intelectual production of Alberto J. Pla, Ernesto Laclau and Guillermo Flichman, young marxist university graduates who developed their initial academic career specializing in the problems of agrarian economics. The historiographical analysis of his scientific production makes it posible to understand his evaluations produced on argentine agrarian capitalism in the 1960s and 1970s, as well as its leading role in the formation of fields of marxist studies of capitalism in national public universities and private academic institutes.
Keywords: University graduates, marxism, capitalism, agrarian question
Recepción: 28 de julio de 2022
Aceptación: 19 de agosto de 2022
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Introducción1
Entre las décadas de 1960 y 1970 la economía agraria argentina adquirió una atención sistemática de estudio en las ciencias sociales, promovida por diversos proyectos de investigación. Historiadores, sociólogos, economistas y antropólogos le otorgaron un lugar significativo a la estructura agraria en su trabajo científico desarrollado en las universidades y en centros de investigación privados. En esa producción se destacó un núcleo de jóvenes universitarios marxistas, para quienes la problemática económica rural funcionó en sus investigaciones, como tópico de interpretación de las características del capitalismo argentino, de los problemas que le generaba a su funcionamiento productivo y al sistema político. Estos estudios tuvieron como tesis la persistencia de una clase terrateniente latifundista que ejercía consecuencias negativas sobre la economía y la política nacional.
En esa etapa, el espacio académico universitario desarrolló numerosas investigaciones en las que su horizonte de análisis lo constituyó las perspectivas políticas que para el continente abrió la construcción del socialismo en América Latina, a partir de la experiencia de revolución en Cuba, en contraposición con las propuestas desarrollistas. Los estudios sobre el capitalismo argentino se ampliaron en esos años, tomando varias claves teórico-historiográficas para la investigación de su emergencia y desenvolvimiento, así como de los problemas económicos que enfrentaba. Entre esas claves predominaron las de modo de producción, dependencia e imperialismo, cuestión agraria, latifundismo y renta del suelo. Fueron los años 60 y 70 los que posibilitaron el desarrollo de investigaciones de largo plazo, en las que la problemática del agro cobró centralidad explicativa del proceso capitalista nacional.
Ya varios autores demostraron el impacto que en los años 60 tuvo en la intelectualidad latinoamericana la experiencia política cubana (Terán, 1991, pp. 119-172; Sigal, 2002, pp. 149-172; Neiburg y Plotkin, 2004, pp. 231-263). Junto a otros estudiosos, también indicaron el proceso de renovación e internacionalización de las ciencias sociales en las universidades en ese período, asociado a la creación de las carreras de Sociología, Economía y Antropología, la renovación de planes de estudios y de perfiles profesionales en las de Historia y el impulso a la investigación de temas económicos en todas ellas (Halperín Donghi, 1986, pp. 487-520; Devoto, 1993; Míguez, 1993). La creación del Centro de Estudios de Historia Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la transformación del Instituto de Investigaciones Históricas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), la fundación de ámbitos de investigación como el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES), el Centro de Estudios Urbanos (CEUR) y el Instituto Torcuato Di Tella (ITDT), entre otros, fueron expresión de esa renovación. En algunos de esos espacios fue importante la implantación de la historia social y económica, que tomó como modelo la historiografía de los Annales, impulsada por jóvenes profesores como Tulio Halperín Donghi y Nicolás Sánchez Albornoz, entre otros, liderados por José Luis Romero (Devoto y Pagano, 2009, pp. 330-337 y 374-402). Estos ámbitos académicos nuclearon a profesionales de las ciencias sociales y promovieron el desarrollo de investigaciones sobre la sociedad argentina, en los que se destacaron las dedicadas a su economía y, en particular, a su estructura agraria.
El pensamiento sobre la problemática agraria tuvo diversos abordajes, algunos generales y de largo plazo temporal, como los de Barsky, Posada y Barsky (1992) y Hora (2018); otros de delimitación circunscripta a las evaluaciones elaboradas sobre el agro por las izquierdas en la primera mitad del siglo XX (Graciano, 2006, 2008 y 2012) y en las décadas del 60 y 70 (Lissandrello, 2021). Pero carecemos de estudios que reconstruyan la experiencia científica de los profesionales de izquierdas en los espacios académicos, en el que sus investigaciones resultaron parte de un movimiento colectivo constitutivo en ellos de estudios marxistas sobre la economía. Aunque no fueron las únicas, las tempranas carreras profesionales de Alberto J. Pla, Ernesto Laclau y Guillermo Flichman ofrecen la posibilidad de analizar el trabajo científico y la obra de quienes hicieron del marxismo su corpus analítico de la economía agraria y formularon diagnósticos de caracterización de la misma que, como partícipes de ese movimiento intelectual, fueron protagonistas de su conformación. Su producción científica guardaba relaciones con la coyuntura latinoamericana, influida por la Revolución cubana y el desarrollismo, de cuestionamiento de la gran propiedad terrateniente en el subcontinente y de denuncia de su atraso agrario. En este artículo se analizan sus obras y se reconstruyen las condiciones de politicidad de sus prácticas académicas, de su trabajo científico y de su producción de conocimiento en las universidades de Buenos Aires, del Litoral y en el CEUR-ITDT. Este tipo de abordaje permite reconstruir las evaluaciones de la estructura agraria producidas por estos profesionales con inserción en ámbitos académicos en el período estudiado, movilizados por el imperativo científico de analizar y comprender el capitalismo nacional para su transformación, la que fundamentaron en el imaginario político revolucionario de la nueva izquierda. Si bien en estos años, la producción intelectual de las izquierdas partidarias sobre la economía agraria fue numerosa, aquí se focaliza en la de estos tres cientistas sociales que participaron del proceso de transformación metodológica e internacionalización temática de esas disciplinas en las universidades, quienes a la vez sostuvieron una militancia política e hicieron del marxismo su arsenal teórico de trabajo intelectual.
Alberto J. Pla, la historiografía latinoamericana y la problemática agraria
El joven Alberto J. Pla (1926-2008), graduado como profesor en Historia en la Universidad Nacional de La Plata en 1955, ilustra la preocupación de trabajo científico llevada a término por investigadores de izquierda sobre el capitalismo argentino, en el sistema universitario de los años 60 y primeros 70. Fue este historiador y profesor itinerante entre las universidades del Litoral y de Buenos Aires quien expuso en su libro de 1969, América Latina siglo XX: economía, sociedad y revolución, una sistemática investigación académica marxista sobre la economía y la sociedad latinoamericana (Ceruso y Camarero, 2015, pp. 163-179). Su objetivo fue analizar su estructura social y las tendencias del cambio en perspectiva comparada, condicionadas por el ciclo de revolución iniciado por Cuba en 1959. La estructura de propiedad, con su concentración de la tierra en la mayoría de los países latinoamericanos dominó su análisis, que apelaba a una fundamentación sofisticada en términos de documentación (informes de la OEA, de la CEPAL y la OIT, de la UNESCO), por su enfoque cuantitativo y su referencia a una bibliografía extranjera actualizada, de la que se destacaba la que problematizaba la opción revolucionaria socialista para el continente.2
En su libro Pla expuso la tesis de la dominación del latifundio en América Latina:
El carácter del latifundio sigue siendo la gran traba para todo tipo de progreso, a pesar de las mentadas reformas agrarias. Es evidente que en los países más industrializados incide menos pero, considerado en su conjunto, el latifundio domina el 70 % de la tierra en América Latina que está en manos del 6% de los propietarios, como lo señalan las cifras de las Naciones Unidas y lo patentiza la CEPAL. (Pla, 1969, p. 80)
Utilizaba en la construcción de sus argumentos sobre los países latinoamericanos las categorías en boga en el debate sobre la economía de los años 1950-1960: desarrollo, dependencia, términos del intercambio. Pero su análisis se definió por el materialismo histórico, aplicando el enfoque del desarrollo desigual combinado de León Trotsky para estudiar sus estructuras económicas y sociales. Criticaba la extensa bibliografía cepalina y desarrollista de celebración de las inversiones industriales, ya que, a su criterio, en ningún caso la industrialización de los países del subcontinente modificó sus estructuras agrarias y de clases, terminó con sus oligarquías de terratenientes o rompió sus condiciones de dependencia del mercado internacional y del capital imperialista. Su libro evaluaba los ensayos de reforma agraria de México y Bolivia, con sus fracasos y limitaciones. Asimismo, diferenciaba a la Argentina, señalando que experimentó un proceso capitalista específico cuyo factor distintivo era la importancia alcanzada por la industrialización sustitutiva desde los años 30, pero que, aun así, “no consiguió liberar al país de su dependencia del mercado mundial, dominado por los monopolios imperialistas, y de allí surge el mantenimiento de la importancia relativa de la oligarquía ligada a los mismos” (Pla, 1969, p. 226).
El historiador confirmaba la importancia social y política de la oligarquía estanciera sobre la tierra, utilizando datos estadísticos ya antiguos (y no los únicos disponibles en esos años) como los provistos por los censos nacionales de 1914 y 1947. Este análisis cuantitativo le permitió construir una caracterización de la dinámica social y política de la Argentina, caracterizada en su evaluación por la ya señalada incapacidad de la burguesía industrialista y nacionalista y el retorno de la oligarquía agrícolo-ganadera al control del Estado en 1955. Así evaluó que ese proceso político expresaba a sectores de la burguesía en conflicto: los terratenientes ganaderos y sectores del capital empresario agroexportador, frente a la burguesía industrial. Esos intereses contrapuestos impedían en la Argentina la consolidación de una “auténtica burguesía nacional” que terminara con la dominación imperialista. Cuba y su revolución socialista, con su reforma agraria, era el espejo histórico para la transformación de las atrasadas sociedades latinoamericanas, entre ellas la argentina, frente al fracaso de los ensayos reformistas nacionalistas de sus burguesías.
La cuestión de la propiedad latifundista fue una preocupación de sus investigaciones en estos años 60 y resultaba clave en su evaluación de la economía agraria del subcontinente, identificando en aquella el mayor condicionante que se imponía al desenvolvimiento rural, así como a la industrialización de todos sus países. Esa interpretación general se sostuvo en un trabajo previo comparativo sobre la tierra en América Latina, desarrollado por Pla probablemente más en su Instituto de Investigaciones Históricas (dirigido en ese momento por Nicolás Sánchez Albornoz) que en el Centro de Estudios de Historia Social porteño. En el Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, número 7 de 1964, se publicó bajo el título “La propiedad rural en América Latina”, donde efectuó la crítica a partir de los enfoques historiográficos circulacionistas sobre la formación del capitalismo en América de Henri Pirenne y Jan Bazant, afirmándose en los conceptos de modo de producción y relaciones de trabajo de Marx. Pla fundaba también su análisis, para caracterizar la complejidad del sistema económico-social americano, en su desenvolvimiento combinado. Este análisis teórico le permitió cuestionar tanto las interpretaciones de los historiadores antes mencionados y la de los americanistas que sostenían la condición capitalista temprana de América, así como enfocarse en la propiedad del suelo que, en su investigación de perspectiva continental, consideraba dominada por su concentración. Los planes de colonización del siglo XIX y las reformas agrarias del XX fracasaron en modificar esa estructura tradicional de la propiedad. Esa realidad rural implicaba, según su análisis, diversas formas de tenencia de la tierra para su acceso a la producción, con las que afirmaba la tesis de la condición precapitalista de gran parte del agro latinoamericano, así como en algunas regiones su carácter feudal. Aparecía así, en su planteo, la renta agraria del suelo como enfoque de evaluación de esas condiciones del latifundismo terrateniente del subcontinente. Sólo Cuba, con su reforma agraria inscripta en un proceso revolucionario, ofrecía la posibilidad de terminar con esa estructura concentrada de la propiedad: “Este sería el caso”, afirmaba, “de una reforma agraria que busca eliminar la estructura tradicional, pero sin mantenerse dentro del marco del sistema capitalista” (Pla, 1964a, p. 57).
La línea de investigación en historia económica latinoamericana de Pla se sostuvo en su especialización como profesor de Historia de América Contemporánea y del curso Iniciación metodológica a la Historia Económica Moderna en la Escuela de Historia de Rosario y, como se señaló, más en su labor en su Instituto, que la que desarrollaba en el Centro de Estudios de Historia Social dirigido por José Luis Romero (Hourcade, 1993). Mostraba por su construcción marxista una diferenciación teórica y temática profunda con respecto a la que llevaba adelante en ese último centro Halperín Donghi, en el que operaba, por la acción de este último, la predominancia annalista en la nueva práctica historiográfica (Devoto, 1993; Míguez, 1993). Si bien Pla se formaba en ese paradigma y promovió un enfoque analítico del proceso histórico total y de tiempo largo para América Latina (Pla, 1964b, pp. 63-78), su posición marxista tenía otras implicancias, como la elaboración de un conocimiento historiográfico que vinculaba estructura agraria y capitalismo, direccionando ese saber a la comprensión de la transformación revolucionaria socialista del país y el subcontinente. Si ya antes había abandonado una posible carrera profesional en la UNLP con Enrique Barba, el joven rosarino se alejaba historiográficamente también de uno de sus mentores, Romero, quien había sido importante en el impulso de la nueva historia social y económica. Si bien Romero había promovido su carrera académica y le reconoció una autoridad intelectual como intérprete de Marx, Pla carecía de influencia en la orientación de las investigaciones del Centro y de la cátedra de Historia Social General, aunque allí era profesor adjunto (Areces y Suárez, 2004). Era efectivamente su par divergente Halperín Donghi quien detentaba, en su condición de vicedirector del Centro y profesor asociado de la cátedra, ese tipo de influencia historiográfica y a quien Romero la había confiado de modo institucional.
La carrera de Pla ejemplificó así uno de los caminos de transformación de la historiografía universitaria en esos años, que se ensayaban en las casas de altos estudios de Santa Fé y de Buenos Aires. Tampoco se encontraba solo en esa labor, pues los estudios sobre la estructura agraria regional eran desarrollados por recién graduadas como Nidia Areces, quien además se desempeñaba como ayudante de su cátedra rosarina. Asimismo, el artículo “El régimen de la tierra en Argentina. Análisis estadístico de sus tendencias recientes”, de Roberto Cortés Conde, publicado también en el Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas número 7, ya citado, llevaba a término estudios sobre la temática y, si bien desde un enfoque desarrollista, verificaba en datos censales la concentración del suelo rural y la existencia de un sector terrateniente dominante en el campo, en 1960. Sin lenguaje marxista, su autor consideraba que la propiedad latifundista explicaba el estancamiento productivo del agro pampeano (Cortés Conde, 1964, pp. 69-86). Empero, la resolución de esas tendencias historiográficas alternativas al interior del paradigma renovador se resolvió desde afuera por el golpe militar del general Juan C. Onganía, que llevó a la intervención universitaria, al cierre del Centro de Estudios de Historia Social y al éxodo de parte de sus contendientes, entre ellos Halperín Donghi y Cortés Conde. Pla continuaría su docencia en la UBA y en la UNL, aún bajo hostigamiento académico (Hourcade, 1993).
Pla había desarrollado ya desde los años peronistas y más aún durante su carrera universitaria, una activa participación en organizaciones de izquierda: primero con su militancia juvenil en el Partido Socialista, luego trotskista en el Grupo Obrero Marxista (GOM) de Nahuel Moreno y desde fines de los años 1940 y hasta avanzados los 70 en el Grupo Cuarta internacional (GCI) de José Posadas, convertido en Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) –POR (T) y posteriormente PO (T)–, en el que llegó a integrar su dirección (Tarcus, 2007; Camarero y Ceruso, 2015, p. 164) Fue en esta organización en donde su formación marxista se diseñó con precisión, orientada por sus lecturas de Trotsky para evaluar la historia político-económica de América Latina. Su libro La burguesía en América Latina, editado en 1971 por el Centro Editor de América Latina, sintetizó sus evaluaciones de la estructura agraria e industrial latinoamericana y su tesis del fracaso de las burguesías industriales nacionales para cumplir su tarea histórica, la revolución democrática y antiimperialista para liquidar las realidades latifundista e imperialista del subcontinente. Su obra fue un ensayo de historia destinado a un lector movilizado y politizado por las protestas de masas y la actividad de la nueva izquierda e implicó su intervención en la disputa teórica con Gunder Frank y Theotonio Dos Santos y sus evaluaciones del desenvolvimiento capitalista del subcontinente. Allí glosó extensamente la interpretación de José Posadas del “Estado revolucionario”, que planteaba la existencia de un camino político directo por el socialismo. El mismo se expresaba con la emergencia de un nuevo nacionalismo latinoamericano revolucionario y antiimperialista y una coyuntura también revolucionaria del subcontinente, bajo el impacto del Estado obrero cubano y de un proceso mundial que avanzaba en esa misma dirección. En este último trabajo que cerraba una etapa de sus investigaciones individuales de historia económica y política latinoamericana, Pla invitaba a sus lectores a definirse por la opción política del presente: la formación de estados revolucionarios para construir el socialismo en América Latina (Pla, 1971, p. 121).
Ernesto Laclau y las claves explicativas del capitalismo dependiente
Ernesto Laclau (1935-2014), diplomado de la carrera de Historia de la UBA, desarrollaría también investigaciones que tomaron como centro de atención la estructura del capitalismo agrario argentino. En sus trabajos en el ITDT desplegó, entre los años 1968 y 1975, un análisis que remitía a las obras de Marx y Lenin, combinado con las nuevas herramientas de la historia económica académica de los marxistas ingleses. Caracterizó a la Argentina como un país capitalista dependiente, integrado al mercado mundial por el imperialismo británico, concepto que retomaba la reflexión sociológica e histórica latinoamericana de Dos Santos, Helio Jaguaribe y Aníbal Pinto, entre otros. Laclau destacaba en sus indagaciones la especificidad de la incorporación del país al mercado mundial a partir de la alianza imperialista de la clase terrateniente con el capital inglés. A partir de un preciso análisis marxista que tomaba posición frente al debate sobre los modos de producción históricos de América Latina, buscó producir una caracterización de la “naturaleza de las economías latinoamericanas”. Detallaba los estudios de André Gunder Frank que definían como capitalista a los sistemas económicos del subcontinente desde la conquista europea. Para Laclau se trataba de un análisis erróneo ya que colocaba su fundamento en la “circulación de mercancías” para su definición de la condición capitalista latinoamericana, antes que en “la esfera de la producción”, la posición teórica que pensaba correcta. De este modo pretendía corregir la que consideraba equívoca interpretación de Gunder Frank de Marx. Asimismo, tampoco era correcta, a su criterio, la caracterización de la economía latinoamericana como feudal, errónea también conceptualmente, por colocar igualmente su fundamento en una “perspectiva circulacionista”. (Laclau, 1969, pp. 278-281).
El autor introducía su definición marxista apoyándose además en los estudios históricos de Witold Kula sobre la economía polaca, de Maurice Dobb y Rodney Hilton con respecto a la transición del feudalismo al capitalismo y de Eric Hobsbawm sobre la economía británica, que le posibilitaban proponer un análisis marxista alternativo para la economía latinoamericana. Para Laclau el capitalismo histórico (en su versión clásica), desarrolló su tasa de ganancias con la acumulación de plusvalía de su mercado interno y de las provenientes de las áreas coloniales del mundo. El imperialismo económico en su lógica de acumulación, típico del capitalismo en su período clásico, integró así diversos modos de producción, tanto de sus zonas dominantes capitalistas como de las zonas dominadas “no capitalistas”. Agregaba que en las áreas dominadas podían coexistir modos de producción diversos y que era necesario, en el análisis histórico, establecer los coexistentes, determinar las modificaciones del papel de la tasa de ganancias como factor clave y, por último, delimitar la “independencia relativa del sistema” con relación al sistema económico nacional o mundial. Esta conceptualización la aplicó a la historia económica argentina, señalando que su integración al mercado mundial como país productor primario, constituyó en su región pampeana una economía capitalista liderada por una oligarquía que monopolizaba la tierra. Pero rechazaba la caracterización de feudal o no capitalista de esa economía, la que no resistía el análisis histórico. La difusión de las relaciones salariales y la constitución de un mercado de trabajo asalariado en las pampas, en el que tuvo papel fundamental la inmigración masiva europea, la conquista militar del territorio con su consecuencia de eliminación de población no integrada al sistema económico y la difusión de la producción agrícolo-ganadera, permitían definir al agro como capitalista. (Laclau, 1969, p. 293).
Pero ese carácter capitalista del agro no garantizaba la condición de clase capitalista (aunque tampoco feudal) de los estancieros-ganaderos, que definía como oligarquía terrateniente, ya que sus ingresos se sustentaban más en la renta del suelo que en la ganancia: “Nuestra hipótesis es que el monopolio de la tierra y la elevadísima renta diferencial procedente de la extrema fertilidad de la llanura pampeana se unieron para consolidar la estructura a la vez capitalista y dependiente de la economía argentina” (Laclau, 1969, p. 293). A partir de la primacía de la renta agraria como central en la expansión económica moderna del país, caracterizaba su economía como expresión de un capitalismo dependiente:
Porque al transformarse la renta diferencial en el motor de todo el proceso –y esta es nuestra segunda hipótesis– la expansión rentística pasó a ocupar en nuestra economía el lugar que en un capitalismo no dependiente corresponde a la acumulación del capital. (Laclau, 1969, p. 294)
El joven historiador destacaba la “magnitud” de la renta diferencial obtenida por la Argentina como país agroexportador entre 1860 y 1930 y que su ingreso per cápita se ubicaba entre los más altos del mundo para el período. Esa condición central de la renta agraria explicaba el desenvolvimiento económico y social argentino, pero allí residía también su debilidad y vulnerabilidad estructural como productor agropecuario frente al capitalismo industrial. Un país capitalista dependiente cuyo crecimiento pendía de la demanda de aquél. Para Laclau, además, al monopolio de la tierra correspondía la concentración del ingreso por parte de esa oligarquía terrateniente, que explicaba por ese mismo monopolio y cuya consecuencia fue producir alto consumo suntuario y baja inversión productiva. Sin embargo, reconocía su impacto en la inversión en infraestructura, en la estratificación social y en la urbanización europeizante de las ciudades del litoral. Pero ello no ocultaba, en su evaluación, la condición de economía dependiente, no sólo de su sector rural sino también del industrial, cuyas posibilidades de crecimiento estaban ligadas al mercado interno creado y cuya expansión provenía de la renta agraria. Laclau definía a la Argentina como un país capitalista dependiente por el lugar predominante que ocupaba la renta del suelo, que definió como categoría capitalista marginal. El carácter rentístico de esta lógica económica se impuso y lo explicaba por el volumen de la renta diferencial a escala internacional obtenida.
Si el monopolio de la tierra y la renta diferencial fueron las claves del crecimiento ocurrido, ello explicaba esa condición de oligarquía y no de burguesía de los estancieros terratenientes pampeanos. El progreso argentino “exitoso” en su visibilidad de superficie, medido en ingreso per cápita, poblamiento, industrialización, estructura social, urbanización y empleo, ocultaba su naturaleza dependiente, la que expresaba históricamente sus problemas luego de 1930, cuando la renta diferencial internacional perdió su relevancia con el fin del dominio mundial del capitalismo británico, la que produjo la crisis del modelo agroexportador argentino. Si Laclau tomó en préstamo en su análisis la teoría de la renta diferencial a escala internacional formulada por Jorge Enea Spilimbergo en su militancia en el espacio del Partido Socialista de la Izquierda Nacional para explicar el capitalismo argentino y fundar su estrategia política como sostiene Acha (2013, pp. 57-78), esos sectores eran deudores del debate sobre la cuestión agraria del pensamiento de dirigentes como Juan B. Justo, quien ya había identificado a la renta del suelo como clave explicativa del capitalismo argentino y del poder social y político terrateniente, así como de su alianza con el imperialismo inglés. El paso de Laclau por el Partido Socialista y el Socialista Argentino de Palacios primero, el Socialista de Vanguardia luego y, finalmente, su militancia en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional de Jorge Abelardo Ramos y Spilimbergo, fueron los que le posibilitaron su formación teórica así como sus elecciones temáticas historiográficas en esos años, pero sin dudas complejizadas y enriquecidas con la biblioteca académica marxista anglosajona y la del dependentismo. (Ceruso y Camarero, 2015, pp. 163-179; Acha, 2009, pp. 203-243 y 2013, pp. 59-61).
Laclau profundizó su análisis sobre el capitalismo con la publicación en 1971 de Feudalismo y capitalismo en América Latina, en el que se enfocó en evaluar otra vez las definiciones del desenvolvimiento histórico del subcontinente de Gunder Frank. El problema de fondo no era menor: analizar y definir correctamente desde la izquierda la naturaleza económica y social de sus países implicaba acertar en las estrategias políticas a proponer. Se trataba de esclarecer conceptualmente los términos del debate entre los defensores de su condición feudal y los de su carácter capitalista. El historiador zanjaba la cuestión, al proponer como correcto el estudio científico de las formaciones sociales de los países latinoamericanos a partir de sus modos de producción. Pero no avanzaba en la cuestión política de fondo que movilizaba esos debates políticos y académicos, ya que cerraba su artículo con una referencia teórica de Marx como preceptiva científica de investigación a implementar (Laclau, 1989 [1973], p. 43).
Los estudios de Laclau propusieron una explicación histórica marxista de los problemas del capitalismo argentino utilizando además las investigaciones que Halperín Donghi, Ezequiel Gallo y Roberto Cortés Conde, entre otros, desarrollaron en esos años 60. Su formación en el Centro de Estudios de Historia Social de Romero fue así clave en la elaboración de sus trabajos. Las herramientas conceptuales y las contribuciones empíricas provenían en parte de la nueva historia económica y, en este sentido, su artículo de la Revista Latinoamericana de Sociología de 1969 integró el primer volumen de estudios sobre historia económica del país, compilado por Marcos Giménez Zapiola en El régimen oligárquico. Materiales para el estudio de la realidad argentina (hasta 1930), publicado en 1975 por Amorrortu, como parte de una iniciativa de colección de esa editorial luego frustrada. Pero más aún que los de sus colegas del Centro de Estudios de Historia Social, sus trabajos proyectaban claves al presente setentista, las que evaluaban estructuralmente el estancamiento productivo pampeano, la naturaleza social de sus sectores terratenientes y sus acciones económicas, sobre la cuestión de la gran propiedad y la concentración de la tierra y, en una escala continental, sobre una realidad económica latinoamericana tramada por los fracasos de los planes desarrollistas y reformistas. Sus aportes complejizaban, en el Centro de Romero y en el ITDT donde desplegaba centralmente su labor intelectual, la discusión científica sobre los problemas de las sociedades argentina y latinoamericana, cruzada por evaluaciones económicas, historiográficas y sociológicas cepalinas o influidas por la tesis de la dependencia.
Y sin dudas como partícipe del proceso de renovación historiográfica, Laclau contribuyó circunstancialmente (y aún sin acordar en lo teórico y político con ellos) a ese espacio de investigadores marxistas reunido en torno al grupo Pasado y Presente, para reconstruir el proceso histórico capitalista latinoamericano bajo la influencia de los caminos alternativos de la revolución socialista. El volumen 40 de Cuadernos de Pasado y Presente editado por Siglo XXI en 1973, congregó a los historiadores Juan Carlos Garavaglia, Carlos Sempat Assadourian, Ciro F. Santana Cardoso, al economista Horacio Ciafardini y al mismo Laclau, quienes aportaron sus estudios marxistas a la problemática de su título. (Devoto y Pagano, 2009, pp. 333-335; Schlez, 2020, pp. 27-140). La propuesta de Laclau de una renta diferencial internacional como clave explicativa del desenvolvimiento capitalista del país sería un apoyo científico para economistas como Guillermo Flichman, quien buscó analizar la lógica productiva dominante en la región pampeana a partir de la categoría de renta del suelo.
Guillermo Flichman y la cuestión agraria pampeana
Economista graduado en la UBA, Flichman (1940-2020) militó como estudiante en la Federación Juvenil Comunista y desde 1963 integró Vanguardia Revolucionaria, escisión del Partido Comunista de grupos juveniles mayoritariamente universitarios, liderado por Juan Carlos Portantiero. En esos espacios de militancia accedió a una formación marxista (que la carrera de económicas no le posibilitaba), desde la que definió como objeto de investigación la problemática agraria. En los años 60 y primeros 70 realizó investigaciones sobre el agro desde el enfoque marxista de la renta de la tierra. Su libro de 1977 La renta del suelo y el desarrollo agrario argentino sintetizó su labor investigativa de poco más de una década, llevada adelante a partir de esa preocupación política marxista y viabilizada en gran medida en el ámbito científico que le permitió el CEUR-ITDT para desarrollarla.
Flichman compendió en este libro una larga investigación teórica y empírico-estadística del agro, que fue parte configurativa del debate académico sobre la cuestión agraria en los tempranos 70. Publicado por Siglo XXI de México, un año después de la caída del gobierno peronista, La renta del suelo expuso un estudio de la gravitación de la renta del suelo capitalista en el desenvolvimiento de la agricultura argentina y de la pampeana en particular. Para este economista, la teoría de la renta del suelo de Marx posibilitaba encontrar explicación al estancamiento productivo pampeano de las décadas de 1930-1960, ya que develaría la lógica empresarial de un actor directivo del agro, su sector de grandes propietarios. Para Flichman el agro pampeano era central en términos económicos, pero también políticos, porque encerraba las claves históricas del desenvolvimiento del capitalismo nacional. Señalaba además la centralidad que tuvo en la dirección de ese proceso capitalista la que denominaba clase terrateniente, en la inserción del país en el mercado mundial, que, según su autor, “se apropió de una gigantesca porción de renta diferencial a escala internacional” (Flichman, 1977, p. 15).
En su análisis, la clase terrateniente se había fortalecido desde fines del siglo XIX por el desarrollo capitalista del país, y la propiedad territorial latifundista fue la unidad productiva que aseguró su dominación social. Y aunque reconocía que para la década del 60 había perdido su antigua relevancia económica y política, la propiedad de la tierra continuaba siendo clave de la explicación de ese estancamiento productivo. La economía argentina continuaba dependiendo del agro y de sus saldos excedentes de exportación al mercado mundial para garantizar su desarrollo. Pero la propiedad de la tierra en manos de terratenientes que la utilizaban para maximizar sus ingresos sin una explotación intensiva era la lógica empresarial que posibilitaba visibilizar el análisis de la renta del suelo. Así afirmaba: “Aún hoy, y pese a la creciente integración burguesa-terrateniente, la propiedad de la tierra aparece como una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas” (Flichman, 1977, p. 15).
Flichman colocaba su análisis del agro pampeano bajo el enfoque de la renta del suelo capitalista obtenida por los estancieros como ganancia extraordinaria. En años previos había ya expuesto en la revista Desarrollo Económico (en sus números 39-40 de 1971 y 54 de 1974) evaluaciones determinando la renta obtenida por esa clase terrateniente. Su libro dedicaba extensos capítulos al análisis teórico e histórico de Marx de la renta del suelo y su evolución como concepto y como categoría de ingreso, recurriendo a los clásicos marxistas, a Karl Kautsky y Mao Tsé-Tung y a una bibliografía económica integrada por Ernest Mandel y Samir Amin, entre otros. Recurrió además a las investigaciones sobre la historia económica argentina de Ricardo M. Ortiz, Aldo Ferrer y Carlos Díaz Alejandro, a las específicas sobre el agro de Gastón Gori, Juan L. Tenenbaum, Horacio Giberti, James Scobie, Peter Smith, Carl Taylor, Darrell Fienup, Russell Brannon y Frank Fender, así como a las producidas por sociólogos marxistas como Miguel Murmis y Nicolás Iñigo Carrera desde el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO). Esta bibliografía fundamentaba su análisis de la historia económica pampeana del período clásico (1880-1930) y del que caracterizó como de estancamiento (1930-1970). Por último, sustentó su trabajo en una sistemática investigación censal del país entre 1914 y 1969, que tomó como variables la producción agropecuaria, la ocupación rural, el uso agrícola del suelo, la ganadería, la mecanización y la tenencia de la tierra medida por la extensión de las explotaciones y por el régimen legal, destacándose su elaboración estadística de la región pampeana.3
Flichman no dejaba de lado la dimensión política que implicaban las distintas evaluaciones académicas de la economía agropecuaria y del sector empresario de grandes propietarios rurales en la definición de políticas públicas hacia el sector, como las expuestas por Ferrer en La economía argentina (1963) y Giberti en El desarrollo agrario argentino (1964). Ubicaba estos análisis dentro de las posiciones del reformismo capitalista, con sus consecuentes fracasos en sus propuestas por lograr una transformación del agro pampeano por medio de inversiones en tecnología y de impuestos, que posibilitaran superar su estancamiento productivo, consecuencia de la lógica rentista de la clase terrateniente (Flichman, 1977, pp. 150-151). Asimismo enfocó una crítica de desautorización teórica a los análisis del agro de dirigentes de izquierda como Eugenio Gastiazoro e Ismael Viñas, quienes habían editado diversas obras sobre el mismo.4 En tanto, asumió un debate constructivo con el economista marxista Oscar Braun en la revista Desarrollo Económico, quien le cuestionaba su análisis de la renta de la tierra para evaluar las decisiones de inversión del sector terrateniente y comprender su lógica rentista en el campo. Si fuera correcta, como pretendía Flichman (y que Braun negaba), explicaría satisfactoriamente la baja productividad pampeana y su actitud empresaria por obtener más tierra y aumentar sus ganancias por la renta especulativa. Flichman, que había elaborado un sofisticado modelo económico para explicar las características de la inversión en las grandes explotaciones agropecuarias administradas por sus propietarios, refutó su crítica (Flichman, 1971, pp. 375-393).
La complejidad que adquirió su estudio se verificaba así por la elaboración conceptual y las formulaciones matemático-estadísticas que propuso para verificar la importancia de la renta del suelo como categoría de análisis de lo que denominó “el desarrollo agrario argentino” en el largo plazo, y por su diálogo con las investigaciones técnicas provenientes de organismos internacionales y locales como el INTA. Pero fue la literatura sociológica e historiografía dependentista, de autores como Ruy Mauro Marini, Samir Amin y Laclau, la que le posibilitó otorgarle un enfoque conceptual y una situación histórica particular para fundamentar su tesis de la vigencia e importancia de la renta del suelo como categoría de ingreso de los grandes propietarios rurales. Fue el enfoque de esta bibliografía en la que fundamentó su caracterización de la condición dependiente y de atraso del capitalismo nacional, muy diferente en su desenvolvimiento con relación al modelo clásico anglosajón. Para Flichman, la renta de la tierra desempeñó y desempeñaba aún un “papel primordial” en el tipo de desarrollo del capitalismo en el campo. Su consecuencia era el estancamiento productivo pampeano. El monopolio de la tierra por su clase terrateniente y la fertilidad de su suelo que implicó gran competitividad mundial por la alta productividad y los bajos costos de producción, hizo así de la renta del suelo una categoría fundamental en el desenvolvimiento económico del país y en la construcción del poder social terrateniente: “Podemos decir que la renta del suelo en la Argentina ha desempeñado un papel fundamental en su desarrollo económico. Esto derivó en un extraordinario poderío de la clase terrateniente” (Flichman, 1977, pp. 76-77). La integración de la Argentina como productor primario al orden capitalista imperialista produjo fenómenos económicos y políticos distintos: mientras en Europa debilitó a sus clases terratenientes, en el país la fortaleció. En el viejo continente la renta del suelo desaparecía como categoría de ingreso y en Argentina se “entronizaba” (Flichman, 1977, p. 78).
Flichman enfatizaba el peso decisivo de la clase terrateniente en el control del suelo pampeano, la centralidad que en su lógica empresarial tenía la renta del suelo como ingreso y las trabas que provocaba al desenvolvimiento capitalista del país, aunque reconocía, siguiendo a Murmis, que la concentración de la propiedad rural no era tan elevada en el país como en Latinoamérica, aunque sí a su criterio era “relevante la enorme extensión de las explotaciones en los estratos superiores” (Flichman, 1986 [1977], p. 109). Así, las mayores de 5.000 hectáreas representaban un 18,59 % de las explotaciones agropecuarias en 1969. Para Flichman todos los gobiernos nacionales posteriores a 1955 tomaron medidas de fomento del sector agropecuario, pero los magros resultados productivos consolidaron la extensa opinión del estancamiento entre agrónomos y economistas, debido a las técnicas extensivas de explotación de los productores. Los ensayos de impuestos a la renta del suelo del gobierno de Onganía y luego del de Perón, como del bonaerense Oscar Alende, con sus mayores y menores contenidos antiterrateniente y de reforma agraria, fracasaron según este economista por la falta de apoyo político a su implementación. Aunque a su criterio también lo hicieron por las erróneas evaluaciones del agro de sus referentes intelectuales, Ferrer y Giberti. En efecto, su pesimismo por las opciones de política agraria reformista se profundizó con la experiencia del último gobierno peronista de 1973 y sus propuestas de cambio agrario de la mano de la gestión en el Ministerio de Economía de José B. Gelbard y del mismo Giberti en la Secretaría de Agricultura y Ganadería. Flichman señalaba que en 1975 el país no tenía “una Ley Agraria, no rige el impuesto a la renta potencial sancionado por el Parlamento en 1973 y el impuesto a las tierras aptas libres de mejoras tiene tasas completamente inofensivas” (Flichman, 1977, p. 170). Evaluaba como un fracaso los ensayos reformistas en garantizar viabilidad al desarrollo productivo agrario pampeano, debido a la resistencia de los grandes propietarios y sus corporaciones, a la rentabilidad de la gran explotación extensiva que validaba, a su criterio, la importancia de la renta capitalista del suelo, afirmando su poder político y económico. Ese fracaso burgués no dejaba otra posibilidad para liquidar la gran propiedad y las trabas al desarrollo agrario que un proceso revolucionario: “Cada día parece más probable que la liquidación de la renta agraria en la Argentina podrá sobrevenir recién cuando sean liquidadas las relaciones capitalistas de producción. Pero aún no puede afirmarse esto con absoluta certeza” (Flichman, 1977, p. 78).
El camino pasaba así por la opción revolucionaria. Pero el agotamiento del gobierno de Isabel Perón, la violencia política y, finalmente, el golpe de Estado de marzo de 1976 que terminó con la democracia peronista instaurando una dictadura cívico-militar apoyada por la Sociedad Rural Argentina y las grandes corporaciones económicas puso fin a cualquier expectativa de cambio revolucionario y truncó los proyectos de investigación sobre el capitalismo agrario de todos estos universitarios.
Marxismo académico y capitalismo en Argentina
Con la renovación de las ciencias sociales de los 60 y 70 emergió y se consolidó un núcleo de producción de conocimiento científico marxista sobre el capitalismo agrario, lo que no había sucedido en el sistema universitario en la primera mitad del siglo XX. El gran peso que en la labor intelectual de estos profesionales tuvo su integración en las redes internacionales del saber de las ciencias sociales, con su clivaje de pensamiento dependentista y marxista latinoamericano, fue determinante para que esa institucionalización académica se produjera e influyera en sus prácticas intelectuales. Sus investigaciones generaron evaluaciones marxistas que concentraron su atención sobre la economía y estructura agraria del país, pero además en perspectiva latinoamericana, en un proceso de trabajo científico que adquirió modalidades colectivas con la incorporación de otros jóvenes profesionales de izquierda. Así por ejemplo el CICSO (fundado en 1966) orientó a comienzos de los 70, y por influencia de Murmis, su mayor esfuerzo a la investigación marxista de la estructura rural del país y de sus clases sociales. Entre quienes lo llevaron adelante se encontraban Ian Rutledge, Alfredo Pucciarelli, Nydia Margenat, Eduardo Saguier y Nicolás Iñigo Carrera. Pero no fueron los únicos en desplegar una formación marxista asociada a los estudios rurales sobre el presente y el pasado nacional, como lo expresaron los inicios profesionales de Silvia Sigal, Enrique Tandeter, Juan Carlos Garavaglia y Eduardo Archetti, entre otros. En este sentido, la edición realizada por Archetti del libro de Alexander Chayanov, La organización de la unidad económica campesina (Nueva Visión, 1974), se relacionó con las necesidades teóricas de éste y de los universitarios de izquierda para abordar el desenvolvimiento del capitalismo agrario.
Flichman, Pla y Laclau expusieron con precisión la problemática teórica y política que implicaba estudiar el agro: la misma era su relevancia para comprender las condiciones pasadas y presentes del desenvolvimiento capitalista del país. Su trabajo en los ámbitos científicos universitarios y privados comprendió la discusión teórica del marxismo, la incorporación del pensamiento académico anglosajón y europeo continental y sus debates sobre el capitalismo, y el de los marxistas de la dependencia latinoamericana, que asociaron con la investigación empírica y la implementación de instrumentos de cuantificación de los procesos económicos.
Sus experiencias políticas influyeron en su labor científica, en la elección de sus especializaciones en historia económica, en el desarrollo de sus temas de investigación, les ofrecieron corpus teóricos y bibliográficos, así como orientaron sus interrogantes historiográficos y sus respuestas. Existió una vinculación entre sus prácticas políticas y sus producciones científicas, y esas prácticas dieron orientación contextual a su labor de investigación, constituyendo un marxismo académico con capacidad de generar una agenda temática y una producción de conocimiento del capitalismo para su transformación revolucionaria. Pero la politicidad de estas obras careció de interés para quienes analizaron sus evaluaciones del agro, que se limitaron a indicarla (Malgesini, 1990) o se concentraron en impugnarla (Míguez, 1986, 1990). Asimismo, la politización universitaria de los 60 y 70 (Dip, 2017) contribuyó a una legitimación de la utilidad social y por lo tanto política de sus investigaciones, en donde sus prácticas científicas eran inescindibles de esa pretensión intelectual de intervención pública. Ello se expresó en las vinculaciones intelectuales que establecieron en el país y con profesionales de universidades de Chile, México y Uruguay, con la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política de la FLACSO con sede en Santiago de Chile, en el lanzamiento de revistas y editoriales como Tiempo Contemporáneo, Signos, Siglo XXI y Pasado y Presente, que mostraban la preocupación por discutir teórica e historiográficamente desde el marxismo, la naturaleza de América latina y de Argentina.
En este sentido, en las investigaciones de Pla, Laclau y Flichman se destacaron su condición de saber científico influido y en diálogo con la coyuntura latinoamericana abierta por la revolución cubana, con los planes de reforma agraria impulsados por los cientistas sociales de la Alianza para el Progreso y de la CEPAL, así como luego por la propuesta de reforma agraria del gobierno de Salvador Allende. Fue una producción intelectual que tenía marcas específicas de esa coyuntura histórica continental, que dialogaba con las corrientes del socialismo, el comunismo y de la nueva izquierda, que promovieron también en esos años sus propios estudios del agro, con su cuestionamiento de la gran propiedad, la denuncia de los grupos terratenientes y de la realidad minifundista campesina.5 Esa literatura de saber agrario elaborada en las izquierdas, aún cuestionadas por las sofisticadas propuestas historiográficas y teórico-metodológicas que sostuvieron las investigaciones de Pla, Laclau y Flichman, fueron sus contendientes y éstos las reconocieron en su interlocución analítica del agro.
Las contribuciones de estos tres profesionales influyeron en el ámbito historiográfico e intelectual setentista y en particular en el debate científico sobre el capitalismo. Su relevancia actual en esos espacios es diversa. Mientras la obra temprana de Laclau resulta escasamente citada, la de Flichman fue referencia de análisis de la bibliografía del agro de las décadas de 1980-1990 (Míguez, 1986; Sábato, 1987 y 1993; Barsky, Posada y Barsky, 1992). En tanto la producción de Pla expresó una vertiente de renovación historiográfica marxista-trotskista (Acha, 2009, p. 297). Fue quien desplegó una línea divergente del núcleo renovador de la UBA liderado por Romero y Halperín Donghi. Desde el CEAL la profundizó con su dirección de las colecciones en fascículos de la Historia de América en el siglo XX y la Historia del movimiento obrero, encargadas a sus colegas historiadores para su difusión entre el público politizado y que esa editorial también direccionaba hacia el imaginario cultural y político de la izquierda. Sin embargo, este papel de Pla en la construcción de una historiografía renovada no le fue reconocido por Halperín Donghi, quien legitimó, en su balance de 1986, a la corriente que lo tenía como protagonista e inspirador, junto a Romero, limitándose a reconocer que entre sus integrantes había un grupo que expresaba “un marxismo asimilado en etapas previas de la formación política, antes que científica” y que con su “difuso marxismo” contribuyó a la investigación del “surgimiento del orden capitalista” (Halperín Donghi, 1986, p. 497). Ese era, pero también mucho más, el aporte de Pla, quien desplegó una labor historiográfica que incluyó estudios en obras colectivas sobre la “década infame” y los gobiernos radicales posteriores a 1955, una biografía de Trotsky y la difusión de escritos del mismo (1971) y la reflexión sobre la ciencia histórica (1972), publicados por editoriales independientes (Carlos Pérez, Nueva Visión), así como la dirección de las colecciones de CEAL antes citadas. Ocupó sin dudas un lugar relevante en la construcción de una historiografía marxista universitaria, una línea divergente pero generada en el seno mismo de la renovación académica, con contribuciones científicas sobre el pasado argentino y latinoamericano. Fue, además, el más auténtico braudeliano de esa renovación, al defender una historia total y de las estructuras de América Latina en el largo plazo (Pla, 1964b, pp. 63-78).
1969 fue el año que testimonió en obras esas divergencias de trabajo historiográfico, con la publicación de América Latina siglo XX: economía, sociedad y revolución, de Alberto Pla, y de Historia contemporánea de América Latina, de Halperín Donghi. Esas divergencias se expresaron luego en otros artefactos historiográficos, como la obra colectiva Historia argentina de Paidós, dirigida por el segundo. Pero no se trataba de escuelas antagónicas, ya que tanto en las iniciativas editoriales colectivas de Pla como en las de Halperín Donghi, participaron historiadores de la renovación sesentista. Aunque la obra latinoamericanista temprana de Pla no resulta una referencia bibliográfica hoy, su papel en la construcción de una historiografía marxista sobre el subcontinente fue importante. Más aún lo fue su contribución a la historia de los trabajadores. (Ceruso y Camarero, 2015, pp. 163-179).
La situación universitaria de 1975 y fundamentalmente desde marzo de 1976 puso fin a estas experiencias de trabajo intelectual de los profesionales de izquierda en la universidad. Sólo algunos de los centros como el ITDT y el CEDES pudieron brindar cierto refugio momentáneo para la labor científica de algunos de estos investigadores. Pla y Flichman partieron al exilio, Laclau ya lo había hecho en 1966. Bajo la dictadura militar, esos proyectos científicos marxistas de investigación del capitalismo y las expectativas teórico-políticas por su transformación radical que los movilizaba se clausuraron.
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1.Agradezco los precisos y enriquecedores comentarios realizados por los evaluadores anónimos a una versión preliminar de este artículo.
2. Un ejemplo de este tipo de obras era la referencia a la compilación de James Petras y Maurice Zeitlin América Latina ¿reforma o revolución?, publicada en 1970 en Buenos Aires por Tiempo Contemporáneo.
3. La magnitud de su trabajo de cuantificación se revelaba en el apéndice estadístico, conformado por 65 cuadros que expusieron la evolución de las variables antes identificadas (Flichman, 1977, pp. 171-241).
4. Las que tomaba de referencia de esa crítica eran, de Gastiazoro, Argentina hoy. Capitalismo dependiente y estructura de clases (Polemos, 1972) y de Viñas, Tierra y clase obrera (Achával Solo, 1973) (Lissandrello, 2021).
5. Fue en las agrupaciones de izquierda sesentistas y setentistas (en particular en las estalinistas, maoístas y guevaristas) donde la problemática agraria adquirió importancia en sus estrategias políticas y produjo una significativa serie de investigaciones. Véase Lisandrello (2021).