Velia Luparello, Los trotskistas bajo el terror nazi. Una historia de la IV Internacional durante la Segunda Guerra Mundial, Santiago de Chile, Ariadna, 2021, 373 pgs.
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El libro Los trotskistas bajo el terror nazi. Una historia de la IV Internacional durante la Segunda Guerra Mundial de Velia Luparello es un gran aporte en el descubrimiento de un período histórico poco investigado y una contribución al estudio del convulsionado origen del trotskismo. Ha compartido trabajos sobre esta misma temática junto a Daniel Gaido, investigador de la Universidad Nacional de Córdoba. La autora pudo recabar fuentes primarias, como los boletines internos que se encuentran en el International Institute of Social History (IISH) de Ámsterdam. Restauró así el debate sobre la cuestión nacional (desde 1940), entre las dos organizaciones más importantes de Francia: el Partido Obrero Internacionalista (POI) y el Comité Comunista Internacionalista (CCI), y los diálogos con secciones nacionales de Bélgica, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia y Grecia. El libro llega hasta el segundo congreso de la IV Internacional (1948), antes del cisma del “pablismo” (1951-1953). La importancia del trabajo es que compendia las estrategias del trotskismo internacional en un período de enormes desafíos históricos que puso a prueba a la IV Internacional.
Los trotskistas… se estructura en siete capítulos, desde los primeros esbozos programáticos del trotskismo internacional sobre la guerra, luego que quedara “huérfano” por el asesinato de Trotsky en 1940. Los trotskistas tratan de interpretar la “línea de militarización” de Trotsky presente en el “Manifiesto de Alarma” de mayo de 1940, y la defensa del “patriotismo de los oprimidos” del Programa de transición de 1938. Derivado de esto, el debate sobre la cuestión nacional es tratado en los dos primeros capítulos.
El tercer capítulo plantea un contrapunto entre quienes apoyaban los movimientos nacionales de resistencia y los que defendían la “ortodoxia”: lucha fabril y frente obrero. Unos denunciaban el “patriotismo” como una vía hacia la “unión sagrada” y los otros lo veían como un camino hacia las masas (la lucha contra el imperialismo opresor como puente hacia la lucha final del proletariado por el poder).
La confraternización con los soldados alemanes, planteada por los trotskistas, se opuso al estalinismo, para quien todos los soldados alemanes eran nazis. El POI editará en alemán Arbeiter und Soldat (“Trabajador y Soldado”), que es abordado junto al “trabajo alemán”, frenado por la infiltración de la Gestapo, que asestó un duro golpe al POI y a la sección belga en 1943. La unificación de las organizaciones trotskistas en Francia, tratada en el quinto capítulo, se hará bajo la tutela del Secretariado Europeo.
Luego de la liberación en 1945, abordada en los últimos capítulos, la mayoría internacional trotskista no preveía la perspectiva de una “contrarrevolución democrática” impulsada por el imperialismo aliado (Plan Marshall), y manifestaba que lo que vendría después de la ocupación alemana serían gobiernos “al estilo de Franco”, desvalorizando las consignas democráticas. El libro cierra con la reconstrucción europea y del estalinismo en la posguerra.
La investigación de Luparello resalta la figura de Marcel Hic, joven dirigente del POI. Para Hic, Francia había pasado al rango de nación “oprimida”, “avasallada”, una “semicolonia”. A la orden del día estaría la lucha por la “liberación nacional”. Un sector de la burguesía sería “progresivo”: el “gaullismo de masas” (apoyo al general De Gaulle). El gaullismo de masas sería el “patriotismo de los oprimidos” que figura en el Programa de transición. El libro de Luparello no desarrolla los problemas de tal caracterización: si la burguesía gaullista es “progresiva” podría liderar una “revolución burguesa”, volver a 1848 o a 1789.
Esta línea fue rechazada por el CCI, pero bajo un izquierdismo liminar, y también por la Oposición Internacionalista (minoría) del POI. Para Pierre Broué, “nadie de la internacional o en sus márgenes había entendido «la línea de la militarización». Cada uno a su manera, [Jean] Rous con su «Movimiento Nacional Revolucionario» y Marcel Hic con sus tesis sobre la cuestión nacional [1942] en los Comités por la IV, erraron el tiro en este punto”. El libro no discute la elaboración de Trotsky de la “línea de militarización”, que podría haber sido un buen punto de partida.
Luparello vuelca concepciones políticas propias y no desata el “nudo estratégico” de los trotskistas durante la guerra. Por ejemplo, no le llama la atención que la “inserción” de los militantes del POI (Calvès, Chauvin y otros), se hiciera en el FTP (Franc-Tireurs et Partisans) del Partido Comunista francés y no en las del gaullismo, como previó Hic en primera instancia. Asume el planteo de que “el movimiento de liberación nacional podía jugar un papel progresivo” en el sentido del POI de “transcrecimiento” de la “insurrección nacional” en “insurrección social”, sin plantear el papel de la vanguardia y el programa. Para la autora faltaría una orientación “anticapitalista” (ideológica). Sin embargo, el camino hacia el socialismo se manifiesta en un programa y en una acción socialista, no en un programa “anticapitalista”: sólo hay programas socialistas o capitalistas.
Emile Guikovaty, aliado de Hic, escribió que había una “revolución popular en sus objetivos”. Sin embargo, no existen las revoluciones populares, sino las socialistas. Tampoco “gobiernos populares” o “anticapitalistas”, sino capitalistas o socialistas. Para Albert Demazière, el maquis nada tenía que ver con el nacionalismo, pues tenía un contenido antifascista. Nada de esto es problematizado por la autora, que indica que “la «insurrección popular» y la huelga [fueron] lanzadas por la burguesía gaullista”, cuando esta trató de frenarla negociando con el PC y los nazis.
La unificación de 1944 creó el Partido Comunista Internacionalista (unión del POI, el CCI y el grupo Octubre), impulsada por Michaelis Raptis, alias “Pablo”, con Hic ya detenido. La mayoría del POI se convirtió en minoría dentro del PCI, produciendo un cambio de la orientación antirresistencia (CCI y Oposición Internacionalista), en el momento que crecía el número de deportados a Alemania y el maquis. Las pocas experiencias de entrismo en los FTP pasaron por la “doble clandestinidad”, reportando pocos éxitos políticos. Y en los lugares más propicios, como las “repúblicas partisanas” en Italia, ni siquiera se intentaron (p. 343).
Una consigna transicional como “gobierno PC-PS”, o “Asamblea Constituyente” –presente en el Programa de Acción para Francia (1934)– fue planteada demasiado tarde. Esto se debe a que la “mayoría internacional” seguirá con la idea de que no habrá transición democrática o será muy corta y también postergará la lucha por la legalidad, un hándicap irremontable frente a los PC de masas.
El trotskismo mayoritario proyectó en posguerra la existencia de gobiernos bonapartistas, militares, y planteó que la guerra no había terminado (James Cannon, Pierre Frank y el PCI), mientras que la minoría del SWP (Morrow, Goldman y Van Heijenoort) hablaba de “revolución democrática”, y el RCP de Ted Grant planteaba la “contrarrevolución democrático-burguesa” y gobiernos “kerenskistas”. La mayoría internacional rechazaba las consignas democráticas y planteaba la ilegalidad de las organizaciones. La minoría del SWP, impresionado por la recuperación europea y la ralentización revolucionaria, apoyará el entrismo en partidos reformistas.
El libro concluye con un análisis de la Pre-Conferencia de 1946 y el Congreso de 1948. La mayoría impuso su balance: dijo que se subestimaron los efectos de los imperialistas contrarrevolucionarios y de la burocracia soviética en Alemania; los problemas se debieron a la debilidad de las secciones nacionales y no a las posiciones sectarias del Secretariado Europeo e Internacional; se caracterizó al glacis como estados burocráticamente degenerados, y se pronosticó el “estallido” de una tercera guerra mundial contra la Unión Soviética. Estas diferencias estratégicas no saldadas harán estallar posteriormente a la Cuarta Internacional.