“Queremos un lugar en la mesa”. Los sindicatos estadounidenses contra la globalización: de la “Batalla de Seattle” al ingreso de China a la OMC
Resumen: El presente artículo tiene por objetivo recuperar la experiencia del sindicalismo norteamericano, principalmente de la central American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO), en su intervención en el marco del movimiento antiglobalización. Se propone un análisis de su participación en la llamada “Batalla de Seattle” ante la Conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1999 y, luego, su posterior protagonismo en la campaña de rechazo del ingreso de China a dicho organismo internacional. Especialmente, el trabajo focaliza en los límites y alcances que tuvo este fenómeno, indagando en la relación entre los sindicatos y el Partido Demócrata, en aquel entonces bajo la presidencia de Clinton.
Palabras clave: AFL-CIO – movimiento antiglobalización – Batalla de Seattle – Organización Mundial de Comercio
“We want a Seat at the Table”. U.S Labor Unions against Globalization: from the “Battle of Seattle” to China’s Incorporation to WTO.
Abstract: The aim of this article is to assess the experience of American labor unionism, mainly that of the American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO), and its intervention in the anti-globalization movement. We analyze its participation in the so-called “Battle of Seattle” against the World Trade Organization (WTO) conference in 1999 and its subsequent role in the campaign to reject China’s incorporation to that international organization. In particular, the paper focuses on the limits and scopes of this phenomenon by examining the relationship between the unions and the Democratic Party under Clinton’s Administration.
Keywords: AFL-CIO – anti-globalization movement – Battle of Seattle – World Trade Organization
Recepción: 11 de noviembre de 2021
Aceptación: 3 de febrero de 2022
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Introducción1
En el presente trabajo buscamos indagar en un aspecto raramente resaltado y analizado en profundidad: el protagonismo de los trabajadores estadounidenses en el movimiento antiglobalización que sorpresivamente logró boicotear la Ronda de la Organización Mundial de Comercio (OMC) de Seattle a fines de 1999. Este movimiento antiglobalización fue ampliamente estudiado, pero con otros ejes de análisis vinculados a sus características, alcances y límites. Algunos señalaron que la Batalla de Seattle mostró un nuevo movimiento, más plural y diversificado (Gill, 2000; Seoane y Taddei, 2001) incluso muchos caracterizaron la existencia de un nuevo sujeto social y un nuevo tipo de protesta social de carácter global (Della Porta y Tarrow, 2005; Smith, 2001; Tarrow, 2005). En este sentido, otros autores enfatizaron en el componente juvenil de las movilizaciones, mostrando el desarrollo de una nueva camada de militantes (Burbach et al., 2001; Gambina, 2001). Por otra parte, hay quienes advirtieron ciertas diferencias respecto al carácter plural del movimiento, señalando prácticas racistas y la existencia de una amplia mayoría blanca en las movilizaciones (Martinez, 2000; Starr, 2003). Mientras tanto, otros matizaron la singularidad del fenómeno e inscribieron el movimiento de Seattle en una tradición histórica más amplia de luchas antisistémicas coordinadas a nivel internacional (Broad y Heckscher, 2003; Wilkin, 2000).
En lo que aquí respecta, proponemos focalizar el análisis en el accionar de los sindicatos –en especial de la American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations (AFL-CIO)–, las alianzas establecidas con organizaciones ecologistas y estudiantiles, las demandas antiglobalización articuladas con otras experiencias de resistencia a nivel internacional y su desarrollo posterior en la pelea contra el ingreso de China a la OMC.
Esta última era una política impulsada por el gobierno de Clinton y las grandes corporaciones, sumamente discutida en la sociedad norteamericana.2 El proceso de ingreso del “gigante asiático” a la OMC incluyó una serie de marchas y contramarchas, siendo uno de los procesos más difíciles e importantes en la historia del organismo. Éste comprendió tanto negociaciones bilaterales como multilaterales, que se destrabaron tras el acuerdo con Estados Unidos de noviembre de 1999, pocos días antes de la Ronda de la OMC en Seattle. Este acuerdo involucraba, entre otras cuestiones, que Estados Unidos abandonara la política de renovación anual en el Congreso del estatus de Most Favored Nation (MFN) y aprobara el estatus de Permanent Normal Trade Relations (PNTR) para China. Esto implicaba formalizar el vínculo comercial entre ambos países.3
Sin embargo, así como sucedió con la aprobación del NAFTA (North American Free Trade Agreement) y otras políticas de libre comercio, el gobierno de Clinton se enfrentaba con un rechazo de los sindicatos y diferencias al interior del Partido Demócrata. La aprobación en el Congreso de PNTR para China peligraba especialmente tras el impulso que provocaron las protestas en Seattle en 1999. En este sentido, se organizó una ofensiva desde el Ejecutivo, en conjunto con las grandes corporaciones y gran parte de los republicanos, para derrotar y desarticular este movimiento antiglobalización y avanzar en una mayor liberalización comercial. Analizaremos entonces aquí los efectos de la aprobación de la ley en cuestión y principalmente qué papel cumplió la dirigencia sindical en ese proceso, atendiendo a su vínculo con el gobierno en el marco de las elecciones presidenciales.
A modo de hipótesis, consideramos que la participación de los trabajadores en la Batalla de Seattle constituye un fenómeno novedoso en la tradición de la AFL-CIO, caracterizada por una estrecha relación con el Partido Demócrata y por una actitud dialoguista con las patronales.4 Ese vínculo perdura y explica en gran parte el accionar de la dirigencia sindical; sin embargo, debe atenderse a las transformaciones en la clase obrera y a la presión desde las bases para dar cuenta de la masiva participación en las protestas de 1999.
La exposición se ordena en tres apartados. Primero, se incluye una breve historización y caracterización del movimiento obrero estadounidense en la década del 90. Luego, se aborda la participación sindical en las protestas antiglobalización en Seattle. Por último, se analiza la campaña de rechazo al ingreso de China a la OMC, así como también las causas y efectos de su derrota.
Para el análisis se consultaron archivos específicos. Se examinaron documentos de la AFL-CIO y ciertos sindicatos protagonistas en este contexto: Teamsters (camioneros), United Auto Workers (UAW) y United Steelworkers. Se accedió a sus declaraciones por medio de sus páginas oficiales y se acudió al archivo del Research Project on Lobbying and policy advocacy in the US federal government5 y al WTO History Project.6 Como complemento, se realizó un relevamiento de dos diarios de relevancia nacional: Washington Post y New York Times.
La situación del sindicalismo norteamericano en los 90
El sindicalismo estadounidense suele caracterizarse como business unionism, en tanto organización carente de democracia interna, basada en la colaboración con las patronales, con una fuerte integración al sistema político (evidenciado por ejemplo en sus prácticas de lobby y en su vínculo con el Partido Demócrata) y donde los dirigentes suelen concebirse como empresarios dedicados a la venta de la fuerza de trabajo de sus afiliados (Moody, 1988; Moody y Post, 2015; Pozzi y Nigra, 2009).
En este sentido, una de las preguntas que estructuran este artículo remite a cómo un movimiento sindical tan golpeado por las políticas neoliberales y a la vez tan integrado al sistema político pudo bloquear la cumbre de Seattle y resultar una amenaza para el proyecto impulsado desde el Estado y las corporaciones de ingreso de China a la OMC.
Para abordar esta problemática, primero resulta necesario realizar una breve historización de la situación del movimiento obrero norteamericano. Las décadas del 60 y 70 estuvieron signadas por el alza de la lucha de clases a nivel nacional e internacional, cuya respuesta fue la ofensiva neoliberal desarrollada en Estados Unidos principalmente a partir del gobierno de Reagan (Harvey, 2015). Tras ciertas derrotas en conflictos significativos (como el de los controladores aéreos en 1981), se desarrolló un fuerte retroceso en la cantidad de afiliados a los sindicatos, una disminución de los paros y acciones de protesta, una importante caída del salario real y un cambio en las condiciones de trabajo y procesos productivos tendientes a adoptar un método toyotista de lean manufacturing (Moody, 2012).
Estos elementos fueron acompañados por un proceso de desindustrialización producto de la deslocalización de capitales que generó una caída del empleo manufacturero. En esta línea, aumentó la precarización y flexibilización laboral y creció la ocupación en el sector de servicios y en trabajos de reproducción social. Este proceso trajo aparejado un cambio en la composición étnica-racial de la clase (siendo cada vez más diversa) y un fuerte aumento de la desigualdad social (Moody, 2017).
Estas transformaciones en la clase obrera no implicaron una caída total de la conflictividad laboral, aunque sí una crisis para la dirigencia sindical. Durante los primeros años de la década del 90, la aprobación del NAFTA, el fallido intento de reforma del sistema de salud y la victoria del Partido Republicano en las elecciones parlamentarias de 1994, generaron un clima favorable para un cambio en la conducción de la AFL-CIO (Fletcher y Gapasin, 2008). En el congreso de la central sindical en 1995 fue derrotado Lane Kirkland (quien presidía la central desde 1979) por John Sweeney, dirigente del Service Employees International Union (SEIU), evidenciando también un crecimiento del peso de los trabajadores estatales y de servicios dentro de la federación (Dudzic y Reed, 2015; Fantasia y Voss, 2004).
La fracción de Sweeney conocida como New Voice se diferenció en ciertas cuestiones respecto a la “vieja guardia sindical”. La principal política desarrollada por Kirkland tenía como objetivo el regreso de los demócratas a la Casa Blanca y su control sobre el Congreso. Durante la década del 80 creció ampliamente el financiamiento electoral de la AFL-CIO al Partido Demócrata de la mano de un implícito apoyo a las “reglas de juego” del neoliberalismo (Robinson, 2016). Esta política (junto con las transformaciones antes mencionadas) trajo aparejada una fuerte caída en la tasa de sindicalización: en 1982 era del 20%, llegando a 14,9% en 1995.7 Sweeney tuvo como principal objetivo revertir esta situación con una política de mayor integración de mujeres,8 disidencias, afrodescendientes y migrantes9 (Cohen, 2006; Moody, 2017).
A su vez, la nueva dirigencia asumió prometiendo independencia política en materia de política exterior diferenciándose de la actitud de la AFL-CIO bajo la dirección de Kirkland, donde primó un fuerte sesgo anticomunista y el apoyo a los gobiernos de turno en el marco de la Guerra Fría (Fletcher y Gapasin, 2008). Este cambio de orientación se expresó en el desarrollo de una política de rechazo al NAFTA, evidenciada en la campaña contra la renovación del fast-track,10 en 1997. Allí la AFL-CIO se mostró renovada, aliándose con otros sectores (principalmente ecologistas) y desplegando un fuerte lobby para capitalizar los esfuerzos desarrollados en la campaña electoral en 1996 (Shoch, 2001).
Si bien esta nueva dirigencia tuvo contacto con cierta militancia de base más progresista, mantuvo los métodos y vínculos propios del sindicalismo empresario y la mayoría de los miembros del Consejo Ejecutivo continuaron en sus cargos.
La elección de Sweeney tuvo más elementos de continuidad que de ruptura. Sin embargo, era al mismo tiempo una manifestación de los problemas del sindicalismo y de la burocracia norteamericana para mantener un esquema que no funcionaba” (Pozzi y Nigra, 2009, p. 115).
Otro de los puntos de continuidad refiere al vínculo que sostuvo Sweeney con el Partido Demócrata, teniendo el movimiento sindical un importante peso en el financiamiento electoral (Halpern, 2003; Shoch, 2001). Sin embargo, debe señalarse que se desarrollaron elementos novedosos: en este contexto se conformó en 1996 un nuevo partido político laborista (Brecher y Costello, 1996; Halpern, 2003). Esta fue una iniciativa de varios sindicalistas de tradición socialdemócrata y contó con una participación considerable. Por ejemplo, en la segunda convención del Partido Laborista estuvieron presentes 1400 delegados representando un millón de trabajadores y contó con la palabra de los presidentes de los sindicatos de Steelworkers, Mine Workers, United Electrical Workers y Oil, Chemical, and Atomic Workers (OCAW) (Halpern, 2003, p. 185). Sin embargo, los intentos por mantener el vínculo con la conducción de la AFL-CIO los llevó a apoyar al Partido Demócrata, generando una decepción en muchos trabajadores. Igualmente, el hecho de que la dirigencia reformista tuviera la necesidad de fundar el partido reflejaba que “había mar de fondo en el sindicalismo norteamericano” (Pozzi y Nigra, 2009, p. 115).
Esto se debe a que, si bien continuaban en la mayoría de los sindicatos las prácticas de cooperación con las patronales y de falta, democracia interna, existía una creciente militancia de base (Moody, 2012). En ese marco, durante la década del 90, se destacaron dos conflictos que resultaron victoriosos: la huelga de los trabajadores de United Parcel Service (UPS) en 1997 y de General Motors en 1998.11 El reclamo contra la contratación part-time y con bajos salarios llevada a cabo por Teamsters contra UPS y de UAW contra la política de subcontratación de GM pusieron de manifiesto las condiciones de trabajo de muchos trabajadores en los años 90. La primera principalmente fue bien recibida en la opinión pública, generó un nuevo clima para la organización sindical y la actividad huelguística y tuvo un impacto en la conciencia (Cohen, 2006; Halpern, 2003; Moody, 2017). En ese marco, comenzó a tener más presencia la idea de la construcción de un “sindicalismo de movimiento social”12 que vio su expresión en la Batalla de Seattle.
La AFL-CIO llegó, por lo tanto, a las jornadas de 1999, en el marco de transformaciones en la clase obrera, con una imperiosa necesidad de revertir la caída en la tasa de sindicalización, con fuertes presiones por abajo y una serie de conflictos precedentes: huelgas exitosas y experiencias de rechazo a políticas de libre comercio anteriores.
Los sindicatos en la Batalla de Seattle
Si bien era de público conocimiento13 la convocatoria a la movilización a la Ronda de Seattle, su masividad, la violencia en las calles y sus efectos fueron sorpresivos y generaron un fuerte impacto. El 30 de noviembre de 1999 comenzó la llamada “Batalla de Seattle”, donde se estima que participaron 50.000 personas, principalmente trabajadores, estudiantes, organizaciones ecologistas, de derechos humanos, feministas y militantes de izquierda. Esta alianza fue a su vez construida de manera internacional, contando con presencia de representantes de otros países en la movilización y repercusiones en el mundo de las imágenes de las protestas bajo el lema “Shut down the WTO”.
Sin embargo, la AFL-CIO se movilizó reclamando la organización de un grupo de trabajo al interior de la OMC que estableciera estándares laborales y capacidad de sanción para los países que no los cumplieran.14 Esta instancia le permitiría a la dirigencia sindical entrar en la discusión del organismo internacional y tener su propio lugar de poder. En palabras de Sweeney: “All we were saying is that we want a seat at the table”.15
Esta pelea por imponer estándares laborales venía siendo un punto de la agenda de la AFL-CIO, logrando establecer en la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la “Declaración relativa a los principios y derechos fundamentales en el trabajo” en 1998 (Coxson, 1999). Incluso mientras se desarrollaban las reuniones organizativas previas a la cumbre en Seattle,16 Sweeney firmó una carta en conjunto con varios empresarios apoyando la agenda de Clinton de cara a la OMC argumentando que allí aparecía la necesidad de conformar un grupo para evaluar estándares laborales. Esto le valió la crítica de varios activistas y sindicatos especialmente de Teamsters y UAW (Moody, 1999). A la vez, como varios autores han señalado, esta posición de reformar la OMC y no rechazarla o boicotearla se distanciaba de los sectores más radicalizados del movimiento antiglobalización que colmó las calles de Seattle (Cohen, 2006; Fletcher y Gapasin, 2008; Levi y Murphy, 2006; Levi y Olson, 2000). Asimismo, los métodos de acción directa y desobediencia civil empleados por organizaciones como Direct Action Network (una de las principales organizadoras de la Batalla de Seattle) no eran apoyadas por la AFL-CIO (Levi y Murphy, 2006).
Incluso hubo un intento por parte de la dirigencia de la AFL-CIO de separar al movimiento obrero del resto de los manifestantes (Cohen, 2006). La columna de los sindicatos ocupó las calles horas después que el resto, demorados por un acto en el Memorial Stadium junto con organizaciones ecologistas como Sierra Club y representantes de trabajadores de distintas partes del mundo. Allí se estima que participaron 20.000 personas y en los discursos predominaron las posiciones de reforma de las “reglas del sistema” y críticas al poder de las grandes corporaciones, mientras otras intervenciones fueron en un tono más proteccionista.17
Pese a que luego del acto la dirigencia sindical organizó su columna en la marcha para evitar llegar a la zona de mayor enfrentamiento entre manifestantes y la policía, un significativo número de trabajadores se sumó a la “desobediencia civil” de primera línea de las protestas (Cohen, 2006; Levi y Murphy, 2006). En este sentido, se observa con más claridad que el movimiento obrero no era homogéneo ni un actor unitario. Ciertos sindicatos de sectores más afectados por las políticas de libre comercio como Teamsters, UAW, United Steelworkers o UNITE (Union of Needletrades, Industrial and Textile Employees) pretendían desarrollar una estrategia más agresiva18 e incluso ciertos dirigentes locales propusieron convocar a una huelga general.19 Dentro de los sindicatos, tanto entre los afiliados como entre los distintos niveles de la dirigencia sindical, había discusiones sobre las posiciones a adoptar (reforma o rechazo de la OMC, proteccionismo) como de las medidas de lucha a desarrollar.
Pese a las diferencias y con la experiencia previa de campañas como la del rechazo al NAFTA y al Multilateral Agreement on Investment, se logró establecer una coalición que años atrás parecía impensada. Las imágenes de trabajadores y ambientalistas sintetizadas en la famosa “Teamsters and Turtles, Together At Last” y los cantos en conjunto: “Whose Streets? Our Streets!”, “Ain’t no power like the power of the people”,20 fueron el corolario de esa alianza internacional que logró boicotear la conferencia inaugural de la OMC imposibilitando el acceso de los delegados y que mantuvo las protestas hasta el 3 de diciembre.
La respuesta estatal a la movilización social fue doble, incluso hay quienes identifican una “jugada a dos puntas” por parte de Clinton (Tabb, 2001). Por un lado, una brutal represión que fue comparada en la prensa con las acciones contra las manifestaciones en rechazo a la Guerra de Vietnam y por los derechos civiles durante los años 60 y 70.21 Por otro lado, hubo un intento de dividir al movimiento, demonizando a un sector categorizado de violento y anarquista, a la vez que se reconocían y apropiaban ciertos reclamos. Clinton mantuvo una reunión con Sweeney de la AFL-CIO22 y tomó la demanda del movimiento sindical respecto a la creación de una comisión de la OMC para elaborar estándares laborales y ambientales.23
Esta posición trabó la discusión al interior del organismo. El rechazo de los países periféricos por el miedo a posibles sanciones por no ajustarse a esos estándares, sumado a la negativa por parte de los países europeos a discutir los subsidios a la agricultura,24 llevaron a que tampoco haya consenso sobre la agenda a trabajar en la Ronda de la OMC y que las negociaciones fracasen.
Clinton, en este marco, se mostró más interesado en la política doméstica y en no perder el apoyo electoral de trabajadores y ecologistas a la candidatura de Gore, antes que en profundizar su agenda de liberalización comercial.25 Si bien Clinton logró así mantener el vínculo con esos sectores,26 la Batalla de Seattle fue leída como un triunfo muy importante para el movimiento antiglobalización y, por lo tanto, éste salió fortalecido de cara a la siguiente disputa: la votación en el Congreso del PNTR para China.
La campaña contra el PNTR para China
El movimiento antiglobalización luego de Seattle se enfrentó a una fuerte campaña por parte de las grandes corporaciones y el gobierno por el ingreso de China a la OMC. La intervención de los sindicatos, en conjunto con organizaciones ecologistas, de derechos humanos y estudiantiles contra el PNTR para China, tomó como principal consigna “no blank check for China”, haciendo referencia al escrutinio que implicaba mantener la renovación anual de MFN. Los argumentos esgrimidos en la campaña estuvieron vinculados con la potencial pérdida de puestos de trabajo, el aumento del déficit comercial, la violación a los derechos humanos y laborales y con ello la dificultad para el establecimiento de los estándares laborales y ecológicos en la OMC una vez que el gigante asiático adquiriera el carácter de miembro del organismo.27 Las referencias a la Batalla de Seattle28 y la comparación con el NAFTA29 fueron recurrentes en las distintas intervenciones, así como las menciones a la consolidación de una alianza “no tradicional” entre sindicalistas y ecologistas a partir de esas experiencias de lucha previas.30
Cartas y llamados telefónicos a los legisladores, actos y movilizaciones, campaña publicitaria en televisión y prensa escrita y dinero vía lobby fueron las principales acciones de presión llevadas a cabo.31 A la vez, dos movilizaciones fueron acompañadas por la AFL-CIO con reclamos contra el ingreso de China a la OMC: la de Jubileo 2000 el 9 de abril y la movilización a las oficinas del FMI y Banco Mundial el 16 de abril.32 En ambas confluyeron los distintos sectores del movimiento antiglobalización y la central sindical convocó a manifestarse el 12 de abril al Capitolio explícitamente por el rechazo del PNTR a China.33
La campaña apuntó especialmente a los congresales demócratas con la amenaza de quitarles apoyo electoral.34 Los esfuerzos estuvieron centrados en la Cámara de Representantes entendiendo que en el Senado la aprobación estaba garantizada. Los miembros del Congreso que tuvieron un rol activo en la campaña en contra de la ley y participaron en las acciones convocadas por los sindicatos fueron los demócratas Nancy Pelosi (California), Marcy Kaptur (Ohio), David Bonior (Michigan) y el independiente Bernie Sanders (Vermont), aunque contó también con el apoyo de ciertos republicanos. Sin embargo, el dinero gastado por los sindicatos durante la campaña fue abrumadoramente menor al aportado por las grandes corporaciones.35
Las desventajas, sin embargo, no eran solo monetarias para los sindicatos y las organizaciones que rechazaban el PNTR. Frente a una alianza poderosa como la del gobierno, las corporaciones y los republicanos, también deben destacarse debilidades internas de quienes se oponían.
Las acciones del movimiento sindical fueron encabezadas por los mismos sindicatos que tuvieron especial protagonismo en la Batalla de Seattle: Teamsters, UAW, United Steelworkers y UNITE.36 Si bien se trataba de sindicatos poderosos numérica y políticamente, el movimiento obrero no se encontraba unificado37 en esta pelea: especialmente los sindicatos del sector público y servicios adoptaron una actitud más indiferente (Shoch, 2001), al igual que los trabajadores de las empresas tecnológicas y de telecomunicaciones.38
En los documentos de los sindicatos más activos se observa un constante discurso anti-China denunciando que se trata de un país comunista que viola los derechos humanos y de los trabajadores.39 Se observa una continuidad, en ese sentido, con la fuerte tradición anticomunista de la dirigencia sindical norteamericana. Por esto, muchos autores analizaron la campaña de la AFL-CIO contra el ingreso de China a la OMC como racista y como un paso atrás en la búsqueda de construir un movimiento antiglobalización internacional, ya que perpetuaba un discurso propio de la Guerra Fría (Fletcher y Gapasin, 2008; Hart-Landsberg, 2013; Wong y Bernard, 2000). Sin embargo, también se registran importantes denuncias a las corporaciones por el millonario gasto en lobby para la aprobación de la ley y por su accionar abusivo al aprovechar la mano de obra barata china.40 Es por esto que otros autores la consideraron una campaña acertada que puso sobre la mesa los efectos para los trabajadores estadounidenses del ingreso de China a la OMC y permitió enviar un fuerte mensaje a las corporaciones empresarias y al gobierno (Levinson y Lee, 2000).
En este sentido pueden analizarse las declaraciones una vez aprobado el PNTR para China en el Congreso. Cuando la ley pasó la votación en House of Representatives, Sweeney denunció que el dilema en el Congreso fue entre quienes votaban a conciencia y quienes lo hacían por el dinero corporativo y expresó “tristeza” ante la actitud del presidente por no desarrollar políticas a favor de las familias trabajadoras que lo votaron.41 A su vez, desde la AFL-CIO señalaron que la alianza de Seattle se consolidó y que la inclusión de la enmienda propuesta por el congresista Levin (que implicaba una comisión de seguimiento sobre la situación de los derechos humanos en China), aunque la consideraban insuficiente, mostraba que “ya no se puede aprobar un proyecto de ley sobre libre comercio en el Congreso sin que se contemplen los derechos humanos y de los trabajadores”.42 Luego, con la aprobación en el senado, la AFL-CIO sostuvo: “el Congreso eligió los beneficios empresariales y la mano de obra barata en vez de los derechos humanos y de los trabajadores”.43
La aprobación de PNTR para China tuvo su impacto en el marco del año electoral, debilitando la relación entre el movimiento obrero y el Partido Demócrata.44 Muchos dirigentes sindicales mostraban preocupación por la dificultad de convocar a los trabajadores a votar por Gore cuando éste los enfrentaba en la principal campaña legislativa llevada adelante.45 La AFL-CIO ya había dado su apoyo a la candidatura de Gore y pretendió separar su accionar del de Clinton en pos de no quebrar ese vínculo.46 Sweeney sostuvo: “Esta es claramente una ley del presidente. Él (Gore) hizo muy poco lobby. Al Gore sostiene el compromiso hecho en la convención de la AFL-CIO de esforzarse por incluir estándares laborales, de derechos humanos y protecciones ambientales en cada acuerdo comercial”.47
Sin embargo, otros sindicatos protestaron por el apoyo anticipado a la candidatura de Gore e incluso algunos se negaron en un primer momento a dar su respaldo (Yates, 2000). Por su parte, James P. Hoffa, presidente de Teamsters, sostuvo:
El movimiento obrero estadounidense está frente a una decisión. Podemos seguir haciendo negocios como siempre, apoyando a los candidatos que votan con nosotros “la mayoría de las veces”, o podemos exigir responsabilidad dando apoyo electoral de base y monetario a los candidatos que defienden a las familias trabajadoras cuando más importa.48
Si bien hubo ciertos acercamientos con el candidato conservador Patrick J. Buchanan del Reform Party que rechazaba el PNTR para China, meses después el sindicato de los camioneros dio su apoyo electoral a Gore.49
Con un tono aún más fuerte, la UAW en un comunicado criticó a Gore por el apoyo al ingreso de China a la OMC y sostuvo:
Las familias trabajadoras de Estados Unidos necesitan y se merecen un presidente con el que puedan contar en los momentos difíciles, no solo en los fáciles. Por eso no tenemos otra opción que explorar alternativas a los dos principales partidos políticos. Es hora de olvidarnos de las etiquetas partidarias y centrarnos en apoyar a los candidatos, como Ralph Nader, que adoptarán una postura basada en lo que es correcto, no en lo que dicta el big money. Apoyar a los que nos apoyan es nuestra agenda política, no solo un eslogan.50
La amenaza de respaldar a otros candidatos muestra el nivel de rechazo de un sector del sindicalismo a la “China bill”. Finalmente, al igual que lo hizo el sindicato de los camioneros, la UAW terminó apoyando a Gore, en ambos casos más cerca de la fecha de votación.51 El hecho de que la mayoría de los votos para la aprobación del PNTR fuese de republicanos y la posibilidad de un triunfo de Bush52 permitía a la cúpula de la AFL-CIO sostener el respaldo a Gore. Sin embargo, varios legisladores que aspiraban a renovar sus bancas en las elecciones perdieron el financiamiento por parte de los sindicatos anteriormente mencionados.53 En ese plano, se terminaron expresando las divisiones al interior del sindicalismo y sus tensiones con el Partido Demócrata generadas por la aprobación de PNTR para China.
En una elección tan reñida como lo fue la del 2000 en Estados Unidos, bajo un sistema bipartidista y con voto optativo, no es posible subestimar la importancia del apoyo sindical capaz de movilizar recursos, pero sobre todo incentivar a los trabajadores a ir a votar. Esto lo tenía claro tanto el gobierno como las corporaciones. En ese sentido, se comprenden las declaraciones de Thomas J. Donohue, presidente de U.S. Chamber of Commerce: “Cualquiera que se levante y diga: «Ganamos esto por un par de votos y por lo tanto la clase obrera es débil», no sabe contar. El sindicalismo tiene mucho dinero. El sindicalismo tiene fuerza territorial. Cualquiera que quiera declararlos débiles, solo tiene que estar atento a la próxima pelea”.54 La próxima batalla claramente era la electoral y el triunfo de Bush puso fin a un ciclo en la política norteamericana.
Conclusiones
El presente análisis arroja tres nuevos elementos para comprender el movimiento antiglobalización en Estados Unidos. En primer lugar, se propone aquí un abordaje centrado en el accionar sindical, enfatizando en el protagonismo de los trabajadores en el movimiento. Los efectos de la deslocalización de capitales impulsados por los tratados de libre comercio, especialmente la posible pérdida de puestos de trabajo, aparecen como un elemento sustancial para comprender las motivaciones del descontento desde las bases y su masividad. Este proceso se encuadra en experiencias previas como el rechazo al NAFTA y a la renovación del fast-track, y el desarrollo de una militancia de base alentada por triunfos en huelgas importantes, especialmente la de los trabajadores de UPS.
En segundo lugar, el presente trabajo aporta una nueva periodización del proceso. Si partimos de comprender que la dirigencia sindical orientó sus esfuerzos en la campaña contra la aprobación de PNTR para China, esta debe ser comprendida y jerarquizada tanto en el estudio del movimiento antiglobalización como en las explicaciones sobre su derrota.
De allí se desprende el tercer elemento. Suele comprenderse la desarticulación del movimiento especialmente por el impacto de la represión, la victoria electoral de Bush y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 (Hadden y Tarrow, 2007). Si bien estos factores fueron determinantes, entendemos que debe incluirse la derrota previa que significó la aprobación de PNTR para China y, para ello, debe tenerse en cuenta el papel y los intereses de la dirigencia sindical.
Al respecto, aquí se analizó cómo la presión desde las bases y la revitalización de la militancia sindical impulsaban a las direcciones a desarrollar y participar de medidas de protesta como lo fue la Batalla de Seattle o el compromiso asumido en la disputa contra PNTR para China. A la vez, la búsqueda por aumentar la cantidad de afiliados, y con ello de poder tanto político como económico, obligaba a la dirigencia a posicionarse contra los tratados de libre comercio que estimulaban la relocalización de capitales y, por ende, la pérdida de puestos de trabajo. La intención de “sentarse en la mesa” e imponer estándares laborales implicaba, a su vez, conseguir un nuevo espacio de poder para negociar estas cuestiones.
En esta línea, se observa cómo toda burocracia sindical no solo se vale de la cantidad de afiliados y del apoyo de sus bases, sino también y principalmente de su vínculo con el Estado. En el caso de Estados Unidos, el sindicalismo empresario se encuentra fuertemente asociado con el Partido Demócrata participando de sus listas y siendo garante de votos y financiamiento electoral. La derrota en las elecciones implicaba para la dirigencia sindical perder, a su vez, su relación estrecha con el gobierno y su capacidad de influir u ocupar cargos. Por ello, si bien la amenaza de desfinanciar al Partido Demócrata de cara a las elecciones y no brindar todos sus esfuerzos en la movilización de los votantes trabajadores era fuerte para el gobierno, también lo eran las consecuencias de una derrota electoral para la dirigencia sindical.
En este sentido, se comprende que la derrota del sindicalismo con la aprobación de PNTR para China no sólo fue producto de sus divisiones y debilidades internas. El fenómeno puede entenderse desde la dinámica de mediación que realiza toda burocracia sindical. Terminó primando para la dirigencia sindical su interés de perpetuar un gobierno demócrata, pese a la subordinación del programa neoliberal de los New Democrats. El desarrollo de una fuerte campaña contra el ingreso de China a la OMC evidenciaba los intentos de contener el descontento de las bases y direccionarlo hacia un contenido anti-China (demonizando por comunista al país asiático) y no antiglobalización. Esta actitud favoreció al poderoso enemigo que se enfrentaba: la alianza entre el gobierno, los republicanos y las grandes corporaciones que también se afianzó por el miedo que generaron los miles en las calles de Seattle.
La derrota en el Congreso con la aprobación de PNTR y la victoria de Bush evidenciaron los problemas de la estrategia desarrollada por la AFL-CIO, lo cual afectó al movimiento antiglobalización que terminó fragmentándose a nivel nacional. Sin embargo, no debe olvidarse el impacto que tuvo la Batalla de Seattle para el desarrollo de procesos de movilización en otras partes del mundo, a la vez que se constituyó como un imaginario que fue retomado posteriormente por otros movimientos de lucha, por ejemplo, Occupy Wall Street. En la masividad de las protestas contra la globalización en Seattle podemos rastrear las primeras expresiones de los problemas de legitimación a nivel doméstico que conlleva el fenómeno de la internacionalización y deslocalización de los capitales. Derrotar al movimiento antiglobalización con más globalización mediante el ingreso de China a la OMC generó, en el largo plazo, más contradicciones.
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1. Este artículo forma parte de una investigación más general. Aquí se presenta un avance parcial de la tesis de maestría titulada “Estados Unidos frente al ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio, 1999-2001” que, a su vez, resulta un puntapié inicial de una tesis doctoral, aún en proceso.
2.Continúa presente la discusión sobre cuál es el balance del ingreso de China a la OMC. Puede apreciarse tanto en discursos del expresidente Trump, pero también en figuras demócratas como Bernie Sanders. Véase por ejemplo: B. Sanders, “Washington’s Dangerous New Consensus on China. Don’t Start Another Cold War”, Foreign Affairs, 17 de junio de 2021.
3. Tras la Revolución china y en el marco de la Guerra Fría, las relaciones comerciales entre Estados Unidos y el gigante asiático se vieron interrumpidas y se volvieron más complejas. El diálogo comenzó a reanudarse con la visita de Nixon a Pekín en 1972. En esa oportunidad se estableció el reconocimiento diplomático mutuo, abandonando así la política de aislamiento de China. El siguiente paso fue en 1979 con la firma de un acuerdo bilateral bajo la presidencia de Carter, en el cual formalmente se restablecieron las relaciones comerciales entre ambos países, otorgándose el estatus de “Nación más favorecida”. A partir de 1980 entró en vigor el acuerdo, sin embargo, no se estableció un carácter permanente para el MFN. Producto del Trade Act of 1974 y la Jackson-Vanik amendment, los países con economías de “no mercado” debían renovar cada año su estatus comercial. Así, comenzó en 1980 a desarrollarse en el Congreso estadounidense el debate anual sobre el carácter de MFN de China, que se presentaba como una instancia de escrutinio e incluso castigo. Tras la represión de Tiananmen, en 1989, estas votaciones en el Congreso se transformaron en discusiones más álgidas.
4.Excede al presente trabajo la reconstrucción de esta tradición, al respecto véase el análisis de Davis (2005).
5.Proyecto financiado por The National Science Foundation y Penn State University y disponible en: http://lobby.la.psu.edu. La mayoría de las fuentes citadas corresponden a este archivo.
6.Proyecto de University of Washington y disponible en: http://depts.washington.edu/wtohist/index.htm
7. Fuente: U.S. Bureau of Labor Statistics.
8. Fue destacada la incorporación de Linda Chávez-Thompson como vicepresidenta de la AFL-CIO, siendo la primera mujer y primera latina en acceder a un alto puesto en la central.
9. Se desarrolló una postura pragmática: se dejó de condenar junto con los empleadores a los trabajadores migrantes indocumentados y, en cambio, se los comenzó a aceptar en los sindicatos.
10. Se trata de un poder que le otorga el Congreso al presidente para poder negociar tratados comerciales. El Capitolio luego debe aprobar o vetar el acuerdo, pero no cuenta con la capacidad de enmendarlo. Este poder fue renovado a todos los presidentes desde su establecimiento en 1975 hasta 1994 cuando le fue rechazado a Clinton. La polarización de la discusión sobre este mecanismo remite a su asociación con el NAFTA. Los opositores a este acuerdo veían la renovación del fast-track como un referéndum del acuerdo, por eso en 1997 nuevamente sufrió un rechazo tras un fuerte lobby de la AFL-CIO y grupos ecologistas (Cezar y Carvalho, 2017; Shoch, 2001).
11.Ambos conflictos y su impacto fueron incluso destacados en un informe del Departamento de Trabajo (Rao, 2000).
12. El debate teórico-político respecto al sindicalismo de movimiento social parte de la caracterización de una revitalización de los sindicatos y la necesidad de superar la perspectiva del sindicalismo empresario fortaleciendo la democracia interna y los lazos de solidaridad con otros sectores a nivel nacional e internacional (Frege y Kelly, 2004, 2016; Moody, 1997; Waterman, 2001; Fairbrother y Yates, 2003; Turner et al., 2001). Excede al presente trabajo hacer un análisis de los distintos aportes y matices, al respecto puede consultarse el estudio crítico de Varela (2016).
13. En la prensa ya aparecía la convocatoria: S. Greenhouse, “Trade Pacts Must Safeguard Workers, Union Chief Says”, New York Times, 20 de noviembre de 1999; J. Kahn, “Global Trade Forum Reflects A Burst Of Conflict and Hope”, New York Times, 28 de noviembre de 1999; J. Burgess, “WTO to meet as protesters rally forces; trade talks to open without an agenda”, Washington Post, 29 de noviembre de 1999.
14. AFL-CIO, “Justice in the Global Economy”, 4 de agosto de 1999, disponible en: https://aflcio.org/about/leadership/statements/justice-global-economy.
15.Palabras de J. Sweeney citadas en McGrory, M. “Labor’s Battle in Seattle”, Washington Post, 2 de diciembre de 1999.
16. Estas fueron protagonizadas por sindicatos y dirigentes locales, pero también contó con la presencia de dirigentes de la AFL-CIO enviados especialmente a Seattle. Desde allí también se desarrollaron reuniones de coordinación con otros sectores. Véase: entrevistas a Martha Baskin, Ron Judd, Bob Hasegawa y Richard Feldman, recuperadas de WTO History Project.
17. S. Howe Verhovek y S. Greenhouse, “National Guard Is Called to Quell Trade-Talk Protests; Seattle Is Under Curfew After Disruptions”, New York Times, 1 de diciembre de 1999.
18. Entrevista a Ron Judd, secretario ejecutivo de King County Labor Council, parte de la AFL-CIO. Recuperada de WTO History Project: http://depts.washington.edu/wtohist/interviews/Judd.pdf
19. Ibídem.
20. “Camioneros y tortugas, juntos al fin” “¿De quién son las calles? ¡Son nuestras!” “No hay poder como el poder del pueblo”. Traducción propia, al igual que todas las citas del artículo.
21. B. Knowlton, “Clinton Arrives; Seattle Restricts Further Protests: Riots Cast Cloud Over WTO Talks”, New York Times, 2 de diciembre de 1999; “The Battle in Seattle; What was that all about?; Tom Hayden, longtime activist, says the protest in Seattle will have a greater impact than Chicago in 68”, Washington Post, 5 de diciembre de 1999.
22. S. Greenhouse y J. Kanh, “Talks and turmoil: workers’ rights; U.S. effort to add labor standards to agenda fails”, New York Times, 3 de diciembre de 1999; C. Babington y J. Burgess, “Clinton defends open trade; president condemns Seattle violence; 400 arrested as response toughens”, Washington Post, 2 de diciembre de 1999.
23. Véanse los discursos de Clinton tras las protestas: “Telephone Interview With Michael Paulson of the Seattle Post-Intelligencer in San Francisco, California”, 30 de noviembre de 1999; “Remarks to the Trade Community in Seattle, Washington”, 1 de diciembre de 1999; “Remarks at a World Trade Organization Luncheon in Seattle”, 1 de diciembre de 1999, disponibles en Public Papers of the Presidents of the United States: William J. Clinton (1999, Book II).
24. D. Sanger, “Clinton is stymied on trade meeting”, New York Times, 24 de noviembre de 1999; J. Burgess y S. Pearlstein, “WTO ends conference well short of goals; ministers may resume talks early next year”, Washington Post, 4 de diciembre de 1999.
25. R. Dale, “Trade Hopes Die at Clinton’s Hands”, New York Times, 14 de noviembre de 1999.
26. Incluso Sweeney acompañó al presidente al Foro Económico Mundial de Davos en enero. Allí el dirigente de la AFL-CIO centró su discurso en la importancia del movimiento de Seattle y la necesidad de reformar los organismos internacionales y avanzar hacia “nuevas reglas” para la globalización. Clinton, por su parte, sostuvo su apoyo a la creación de un grupo de trabajo en la OMC para evaluar los estándares laborales y ambientales reconociendo el reclamo de los manifestantes en Seattle, a la vez que ratificó la importancia del ingreso de China al organismo. Véase: J. Sweeney, “Remember Seattle”, Washington Post, 30 de enero de 2000; B. Clinton, “Remarks to the World Economic Forum and a Question-and-Answer Session in Davos, Switzerland”, Public Papers of the Presidents of the United States: William J. Clinton (2000, Book I), pp. 150-161
27. Ver por ejemplo: AFL-CIO, “AFL-CIO Launches New Grassroots Campaign to Stop Congress from Granting China Permanent Normal Trade Relations”, 23 de febrero de 2000.
28. J. Sweeney, “Letter to Congress Urging Congress to Vote Against Legislation Granting Permanent Normal Trade Relations Status to China”, 28 de enero de 2000; United Auto Workers, “Statement by UAW President Stephen P. Yokich: UAW Will Explore Alternatives to Major Party Presidential Candidates”, 23 de mayo de 2000.
29. AFL-CIO, “Permanent NTR for China: A One-Way Deal?”, abril de 2000.
30. J. Kahn y S. Greenhouse, “Unions Prepare to Hit the Street in Washington”, New York Times, 12 de abril de 2000.
31.AFL-CIO, “Unions Launch Multiyear Campaign to Make Global Economy Respect People, Not Just Profits”, 16 de febrero del 2000.
32. Existía un fuerte temor respecto a que en esta movilización se recreara la Batalla de Seattle y la incapacidad de la policía de poder controlar las protestas. Se preparó un fuerte operativo policial para recibir a los manifestantes. Véase: D. Montgomery y A. Santana, “After Seattle, protest reborn; demonstrators and police prepare for world bank, IMF meetings here”, Washington Post, 2 de abril de 2000; M. Causey, “Uncle Sam’s not rattled by Seattle –not yet”, Washington Post, 4 de abril de 2000.
33. AFL-CIO, “New AFL-CIO TV Campaign Highlights Human Rights Abuses in China and Urges Members of Congress to Vote No on Permanent Normal Trade Relations”, 4 de abril de 2000.
34. S. Greenhouse y R. Stevenson, “Unions March in Washington, Urging Congress to Defeat Trade Agreement With China”, New York Times, 13 de abril de 2000.
35. Véase: Public Citizen’s Global Trade Watch (2000). Purchasing Power: The Corporate-White House Alliance to Pass the China Trade Bill over the Will of the American People. https://www.citizen.org/article/purchasing-power-the-corporate-white-house-alliance-to-pass-the-china-trade-bill-over-the-will-of-the-american-people/
36. Greenhouse, S. “Unions deny stand over trade policy is protectionism”, New York Times, 24 de abril de 2000.
37. Hay quienes señalan que no había una política coherente por parte de ciertos sindicatos. El más llamativo resulta el caso de los Teamsters que mientras realizaban una campaña agresiva contra PNTR, apoyaban la ampliación de una ruta aérea a China para UPS lo cual implicaría puestos de trabajo para su sector. Ver al respecto: R. Dale, “Thinking Ahead / Commentary: The Hypocrisy of Big Labor in the U.S”, New York Times, 18 de abril de 2000; L. Weymouth, “Selling the china deal”, Washington Post, 16 de mayo de 2000.
38. J. Burgess, “A winning combination: Money, message and clout”, Washington Post, 25 de mayo de 2000.
39. Ver por ejemplo: Teamsters, “Fair Trade Battle Looms In Congress, WTO Battle First in Series of Teamster Actions”, diciembre de 1999; Teamsters, “Teamster Vice President takes workers concerns to Congress”, 16 de febrero de 2000.
40. Principalmente se denuncia a Business Roundtable, US Chamber of Commerce y a empresas como Boeing, Citigroup, General Motors, Wal-Mart y Nike. Véase: United Steelworkers of América, “High Noon on Capitol Hill”, 8 de marzo de 2000; Teamsters, “More than 10,000 Workers to Rally in Opposition to PNTR Next Week”, 5 de abril de 2000; United Auto Workers, “UAW members lobby hard, but…House votes for China trade bill”, mayo de 2000; J.P. Hoffa, “Corporate Greed Fuels Trade Deal”, New York Times, 11 de mayo de 2000.
41. AFL-CIO, “Statement by John J. Sweeney, President of the AFL-CIO on the Vote by Congress to Grant China Permanent Normal Trade Relations”, 24 de mayo de 2000.
42. Ibídem.
43. AFL-CIO, “Senate Ignores China’s Human Rights Abuses and Votes for Permanent Trade Rights”, septiembre de 2000.
44. J. Eilperin y D.S. Broder, “Despite UAW threat, low risk seen in china vote”, Washington Post, 24 de mayo de 2000.
45. S. Greenhouse, “Union Leader Warns Gore On Support For China Bill”, New York Times, 12 de mayo de 2000.
46. Incluso Sweeney participó de actos de campaña de Gore durante la discusión de PNTR. Gore apoyó la necesidad de abrir la economía china con Sweeney presente, quien sostuvo: “La política comercial es el punto de desacuerdo más significativo. Pero es sólo un aspecto de una política económica integral, cuyo 90% apoyaríamos firmemente”. Recuperado de: K. Seelye, “The 2000 Campaign: The Vicepresident; Gore Says Top Goal Is Steady Reduction of Nation’s Debt”, New York Times, 26 de abril de 2000.
47. AFL-CIO, “Sweeney Vows Mobilization for a Working Families Agenda and Global Fairness”, mayo de 2000.
48. Teamsters, “Statement on PNTR for China James P. Hoffa, General President”, 24 de mayo de 2000.
49. T.B. Edsall, “Buchanan plays to Teamsters in China trade talk”, Washington Post, 13 de abril de 2000; K. Seeyle, “The 2000 Campaign: The Vicepresident; Gore Gives Firmest Support Yet for China Bill”, New York Times, 9 de mayo de 2000. Teamsters, “Teamsters Endorse Gore”, septiembre de 2000.
50. United Auto Workers, “Statement by UAW President Stephen P. Yokich: UAW Will Explore Alternatives to Major Party Presidential Candidates”, 23 de mayo de 2000.
51. B. Drummond Ayres Jr., “Democrats: The Unions; Democrats Try to Shore Up The Pillar That Was Labor”, New York Times, 18 de agosto de 2000; Greenhouse, S. “The 2000 Campaign: Labor Endorsement; Teamsters Officials Say Union Is Ready to Endorse Gore”, New York Times, 7 de septiembre de 2000.
52. D.S. Broder, “AFL-CIO lauds gore for role in «president’s» China trade bill”,
Washington Post, 26 de mayo de 2000.
53. S. Greenhouse, “China Trade Vote Splits Labor Movement”, New York Times, 28 de mayo de 2000.
54. Palabras recuperadas de S. Greenhouse, “Despite Defeat On China Bill, Labor Is on Rise”, New York Times, 30 de mayo de 2000.