Carlos Aguirre y Charles Walker, Alberto Flores Galindo. Utopía, historia y revolución, Lima, La Siniestra Ensayos, 2020, 234 pp.
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El nombre de Alberto Flores Galindo (1949-1990) evoca una de las más destacadas expresiones de la historiografía y la intelectualidad de izquierda del Perú de la segunda mitad del siglo XX, que entrelazó las dimensiones del investigador universitario, del prolífico autor, del polemista, periodista y militante socialista, y del animador teórico-cultural. Es oportuna y valiosa, entonces, la aparición de este libro de Carlos Aguirre y Charles Walker, dedicado al perfil del intelectual peruano, a quien recuerdan por “el rigor académico, la pasión por la historia, una incesante curiosidad intelectual, y una tenaz intervención en el debate político”. Aguirre, docente-investigador en la Universidad de Oregon, es reconocido por sus estudios sobre la esclavitud, el crimen y el castigo, y la historia intelectual y cultural, de Perú y América Latina en los siglos XIX y XX. Walker, de la Universidad de California (Davis), es especialista en la sociedad peruana de los siglos XVIII y XIX, en la transición de la colonia a la república y en la rebelión de Tupac Amaru. Ambos entablaron relación con Flores Galindo en los años 1980, cuando éste enseñaba en la Universidad Católica del Perú, mostrando una destreza infrecuente para una historización amplia del país andino, en sus períodos prehispánico, colonial, republicano y contemporáneo.
¿En qué registro se puede leer este libro? Es una contribución a la historia intelectual, política y cultural de un individuo y su época. Se estructura en seis capítulos, referidos a ciertos ejes significativos de la vida, la obra y las ideas de Flores Galindo, incluyendo los que menos tratamiento habían merecido anteriormente. El primero, “Entre la utopía andina y la utopía socialista”, había sido publicado por los autores para prologar la edición en inglés del más aclamado libro de Flores Galindo, Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes. Esas páginas son eficaces para iniciar un recorrido global de los textos (y sus contextos) del historiador nacido en El Callao. La travesía se inicia con un estudiante de la “generación del 68” bajo el gobierno de Velasco Alvarado, de militancia en la izquierda revolucionaria, lector de Mariátegui, Sartre y Gramsci, que comenzó haciendo una historia “desde abajo” de los mineros de Cerro del Pasco y que luego continuó con indagaciones de larga duración sobre Arequipa y el sur andino, antes de emprender sus estudios claves: su tesis de doctorado en Francia, acerca de la aristocracia y la plebe como puerta de entrada a la Lima de 1750-1830; sus numerosos ensayos sobre Tupac Amaru y los movimientos insurgentes, a partir de los conceptos de utopía, identidad, imaginario y representación; y sus investigaciones sobre la sociedad peruana en el apogeo y crisis de su república aristocrática. Su punto máximo llegó con dos proyectos: un abordaje de Mariátegui, para romper con su “canonización”, comprender su disputa contra el estalinismo en la Comintern y el reformismo del APRA, y repensar la revolución, el socialismo y el problema nacional, todo ello plasmado en su libro La agonía de Mariátegui; y su ambicioso Buscando un inca, en donde trazó un examen interdisciplinario de la “utopía andina” durante varios siglos, rastreando el intento de retorno a un pasado glorioso y antagónico al mundo occidental. En ese periplo Flores Galindo incorporó las perspectivas de Thompson, Hobsbawm, Vilar, Ginzburg y los estudios subalternos.
Es notable, en el segundo capítulo, la reconstrucción que Walker realiza de los estudios de Flores Galindo sobre la independencia del Perú, las guerras anticoloniales y la base social e ideológica del levantamiento tupamarista en Cusco, así como sobre la fragilidad de la aristocracia, la elite mercantil, la resistencia de las clases populares, el bandolerismo y la autonomía de la plebe limeña y del mundo andino. Es una revisión que rescata sus aspectos más originales y alternativos (contra las posturas tradicionales y teleológicas), en vistas a reanimar los debates en el actual bicentenario. El capítulo 3 recupera un artículo previo de Aguirre, en donde analiza a Flores Galindo como polemista e intelectual público y contestatario dentro de la ascendente cultura política de izquierda peruana de los años 70 y 80, y el lugar ocupado por la cultura impresa dentro de sus proyectos, siempre recorridos por un mandato por escribir, publicar e impulsar libros, editoriales y revistas, articulando historia académica e historia popular. Se repasan unas 300 publicaciones del historiador marxista, sopesando las desigualdades de calidad y examinando el estilo de su prosa “combativa”, que a veces ni siquiera renunciaba a la “propaganda”.
Aguirre explora la relación de Flores Galindo con Cuba y la utopía socialista en el capítulo 4. Descubre en el peruano una inicial alternancia entre la admiración (como militante del MIR y Vanguardia Revolucionaria) y la solidaridad frente a la agresión reaganiana, junto a cierto escepticismo e incomodidad frente al régimen castrista, actitudes que en parte modificó en sus últimos años, tras sus viajes a la isla y sus vínculos con Martínez Heredia, Fernández Retamar y la Casa de las Américas, cuando comenzó a revindicar los cambios en la vida cotidiana como conquista de la revolución. El texto ilumina bien las contradicciones y aporías del último Flores Galindo, quien pareció ya no tener márgenes propios o volición para manifestar sus reservas públicas sobre el modelo político cubano.
Me detengo en el quinto capítulo, de Walker, pues considera otro problema crucial: el posicionamiento ante Sendero Luminoso y la cuestión de la violencia en los “hirvientes” años 80. Flores Galindo incursionó en el tema, sobre todo, en Buscando un Inca, donde rastreó el pensamiento apocalíptico andino. No se había reflexionado mucho sobre estos aportes, pese a que La agonía de Mariátegui surgió de un debate con profesores que prefiguraron la guerrilla de Ayacucho. Aunque debe recordarse que él no fue el mayor experto en la organización maoísta, al menos como lo fue su amigo, el antropólogo Carlos Iván Degregori, quien impugnó varias de sus caracterizaciones. Walker detalla los factores con los que Flores Galindo explicó este proceso: el papel de los radicalizados docentes de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga y su “indebida apropiación” de Mariátegui; el origen de aristocracia empobrecida y de mestizos frustrados ayacuchanos de los dirigentes del grupo; el carácter sorpresivo de un fenómeno que hundía sus raíces en tradicionales reacciones frente a la modernidad capitalista y el racismo; el mesianismo de una organización serrana que reclutó miles de campesinos desheredados, pronto resignados y sometidos al autoritarismo senderista y el exterminio del terror estatal. Walker divisa debilidades del análisis de Flores Galindo: su asociación unilineal entre senderismo y eco en el campesinado más atrasado, cuando quizás lo haya sido en el más desorganizado. El capítulo es más débil en auscultar el modo en que el peruano avanzó o no en un ejercicio de cotejo con otras guerrillas latinoamericanas y en sus niveles de análisis sobre la propia tradición maoísta. Sí nos exhibe el compromiso humanista de Flores Galindo en su denuncia pública de la estrategia “antisubversiva” del gobierno. Afrontó un desafío interpretativo: la feroz represión anticomunista pronto se combinó con comités de autodefensas y rondas campesinas antisenderistas. “Guerra silenciosa”, que derrotó a la guerrilla. Flores Galindo hizo una defensa integral de los derechos humanos, contra la brutalidad creciente y racista en la sociedad y el Estado, la masacre de presos en los penales y la naturalización de la tortura.
Flores Galindo se distinguió por su diálogo interdisciplinario con la sociología, la antropología, la historia del arte, el psicoanálisis y el ecologismo. Esa versatilidad incluyó otra dimensión, que Aguirre trata en el capítulo 6: la “pasión correspondida” con la novela y la poesía. Fueron improntas que marcaron el estilo narrativo del historiador, quien apeló a las fuentes literarias como representaciones del pasado válidas en sí mismas. Sofisticó sus iniciales miradas, que tomaban a estas fuentes sin mayor recaudo, para luego reflexionar acerca de los vínculos entre ficción, crítica literaria e historia, haciendo “juegos con el tiempo” y forjando una visión histórica multidimensional y totalizante. El capítulo reconstruye la trayectoria de un lector precoz, de amplios repertorios, desde los “clásicos” a los del boom latinoamericano, pero que pronto priorizó a José María Arguedas. Aguirre puntualiza bien que, si el autor de Todas las sangres impactó en Flores Galindo –proyectaba una biografía sobre el escritor–, fue porque el historiador descubrió en aquél una originalidad creativa que habilitaba, desde lo literario y lo etnográfico, a la comprensión de la cultura quechua y el tópico campesino, a la vez que lo proyectaba como entrada a la historia peruana (a lo Flaubert o Dostoievski). Quizás, los indicios, apenas señalados en el capítulo, acerca de la valoración de Flores Galindo por el ensayo y la literatura en una común perspectiva mariateguiana, merecerían una consideración más profunda, pues el vínculo con el Amauta centellea en este libro.
Aguirre y Walker plasmaron una obra que, sin renunciar a la empatía por Flores Galindo, contuvo el necesario distanciamiento crítico, con juicios equilibrados. Nos entregan preciosos insumos para un balance de la intelectualidad peruana de izquierda entre 1968 y 1990. La ausencia de una conclusión y la apertura con una breve “Introducción” evidencia el registro particular de un texto que, antes que ofrecer una visión integral y definitiva en el tema, ofrece ensayos específicos dispersos (con contenidos que se reiteran), los cuales, empero, pueden leerse como una biografía política e intelectual de Flores Galindo en ciernes.
En un proceso de intercambio entre proyectos intelectuales marxistas tuve la fortuna de compartir actividades en Buenos Aires en 1997 con la amiga y colaboradora de Flores Galindo, Maruja Martínez, con la cual conversé acerca de la experiencia de SUR (Socialismo, Utopía y Revolución) Casa de Estudios del Socialismo y su revista Márgenes, proyectos impulsados en los años 80 por Flores Galindo y de la cual ella fue continuadora. El CEHTI y Archivos recogen una inspiración en este tipo de emprendimientos, como apuesta a una renovación de la cultura socialista y del debate historiográfico. Por eso me interesó particularmente este libro de Aguirre y Walker. Convoco a leerlo, como una invitación a recuperar las huellas de una tradición intelectual de izquierda crítica, rigurosa y comprometida.