Entre la reproducción del capitalismo y la preparación de la revolución: el anarcosindicalismo catalán ante el cooperativismo (1900-1939)
Resumen: Este artículo examina la conflictiva relación establecida entre los anarquistas españoles y el movimiento cooperativo desde la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo hasta la Guerra Civil, centrándose en el caso de Cataluña. Teniendo en cuenta los antecedentes de esa relación, se analizan las tensiones presentes en los discursos de los padres fundadores del anarquismo, los posicionamientos disímiles que habilitaron y los sentidos que fueron asumiendo en función de la evolución del contexto histórico, pasando de un fuerte rechazo inicial a un acercamiento signado primero por el fracaso del movimiento huelguístico de posguerra y luego por el curso que fue asumiendo la Guerra Civil.
Palabras clave: anarquismo – cooperativismo – CNT – anarcosindicalismo – movimiento cooperativo
Caught between strengthening capitalism and preparing the revolution: Catalan anarchosyndicalism and cooperativism (1900-1939)
Abstract: This article investigates the position adopted by Spanish anarchists (especially in Catalonia) towards cooperativism from the birth of the anarcho-syndicalist Confederación Nacional del Trabajo until the end of the Civil War. After an initial look at the antecedents of this relationship it then analyses the positions put forward by leading anarchist thinkers and the reasons behind the original distance between the two ideologies. The collapse of the postwar strike movement in Spain led some anarchists to reappraise their tactics and turn their attention to cooperation. The changes brought about by the Civil War eventually resulted in the adoption of aspects of cooperativism by the anarchists.
Keywords: anarchism – cooperativism – CNT – anarcosyndicalism – cooperative movement
Recepción: 31 de marzo de 2021
Aceptación: 20 de agosto de 2021
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Introducción
La naturaleza pacífica y gradual de los movimientos cooperativos en general tendió a acercarlos a la socialdemocracia desde finales del siglo XIX, lo cual alentó el distanciamiento de los sectores revolucionarios, incluyendo al anarquismo (Birchall, 1997, p. 76). En el caso de Cataluña, la debilidad del socialismo resultó incluso inicialmente en una preponderancia de contactos entre dirigentes de la Cámara de Cooperativas y partidos liberales, lo cual cambiaría luego de la fundación de la Unió Socialista de Catalunya (USC) en 1923 (Alcaraz i Gonzalez, 1987, p. 10). Con todo, en teoría al menos, el movimiento cooperativo compartía con los anarquistas un objetivo parecido: la transformación social, remplazando una sociedad basada en la competencia por otra basada en la cooperación (entendida en su sentido más amplio). Asimismo, ambos enfocaban su lucha para alcanzar su objetivo final en el campo económico, evitando la interferencia política del partido o del Estado. En el período que analizamos, el anarquismo español tendió a depositar su esperanza en la posibilidad de conseguir una transformación social a partir de los sindicatos; en esta línea, jugó un papel central en la organización y desarrollo de distintas centrales sindicales, primero de Solidaridad Obrera (1907-1909) y luego de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que se fundó en 1910 (Cuadrat, 1976). Por su parte, el cooperativismo catalán, a pesar de su presencia en distintos sectores de la economía, se centraba principalmente en las cooperativas de consumo. En el presente estudio abordamos la relación entre ambos, considerando en particular el punto de vista de dirigentes claves de la CNT, que durante el período se embarcaron en una revisión de las tácticas anarquistas luego del fracaso del movimiento huelguístico de posguerra (Benegoechea, 1998; Pradas Baena, 2003).
La historiografía del anarquismo español no ha prestado mucha atención a la cuestión de la cooperación más allá de los primeros congresos de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT en la década de 1870 (Álvarez Junco, 1991; Termes, 2000). Los trabajos sobre la CNT, cuando abordan el tema de la ideología o las tácticas de la central se enfocan generalmente en la batalla entre el anarquismo y el sindicalismo. Esta tendencia se manifiesta incluso en los estudios de los dirigentes anarquistas que más interés mostraban por la cooperación (Gabriel, 1975; Elorza, 1974). Por su parte, los estudios clásicos del movimiento cooperativo catalán no profundizan sobre las relaciones con la CNT o anarquismo en general después de la FRE (Pérez Barò, 1989; Reventós Carner, 1960). Durante un largo período, la supuesta distancia y el desinterés de los anarquistas por la cooperación no fueron cuestionados. Sin embargo, durante los últimos años han visto la luz distintos estudios de caso sobre el movimiento cooperativo en Cataluña, que muestran que muchos asociados de las cooperativas también militaban en los sindicatos de la CNT, además de hacer hincapié en el papel socio-económico que algunas cooperativas desempeñaban en los barrios y pueblos obreros de la región (Dalmau Torvà y Mirò i Acedo, 2010; Duch i Plana, 1993; Casanovas i Prat, 1998). Asimismo, ha habido un resurgimiento del interés por la figura de Juan Peiró, defensor de la cooperación, relacionado con el 75° aniversario de su ejecución en 1942, dando lugar a investigaciones que se centran en sus ideas sobre el tema (Garau Rolandi, 2011). Sin embargo, aún no ha sido abordada acabadamente la cuestión de la relación entre anarquistas y cooperativistas y la influencia de las ideas cooperativas sobre los debates internos del movimiento anarcosindicalista catalán, especialmente las que se desarrollaron en torno a las tácticas económicas en la preparación de la revolución, la transición revolucionara y la sociedad futura.
El objetivo de este trabajo es empezar a rellenar este vacío, atendiendo a una reevaluación de las tácticas políticas y económicas dentro del anarquismo en los años 20 y 30, que se desarrolló a la luz de las repercusiones de la Revolución Rusa y del fracaso del movimiento revolucionario en la posguerra. Teniendo esto en cuenta, en los dos primeros apartados repasamos los antecedentes del período bajo observación repasando los primeros desarrollos del cooperativismo y del anarquismo en Cataluña y luego las divergencias primigenias del anarquismo ante el cooperativismo hacia las últimas décadas del siglo XIX; en el tercero encaramos la cuestión de las complejas relaciones entre anarquismo y cooperativismo a principios del siglo XX en Cataluña; en el cuarto analizamos los acercamientos que se produjeron durante la década de 1920, atendiendo especialmente al pensamiento de Juan Peiró; y en el quinto identificamos cambios y continuidades en la relación entre ambos en el contexto de la Segunda República y de la Guerra Civil. En el último apartado exponemos las conclusiones del trabajo.
Primeros desarrollos del cooperativismo y del anarquismo en Cataluña
En los orígenes del movimiento obrero en Cataluña el cooperativismo fue la ideología más influyente entre los trabajadores organizados, pero fue desplazado por el anarquismo (colectivista y luego comunista) con la llegada de la Primera Internacional a España (Termes, 2000, pp. 84-93). Las primeras cooperativas en Cataluña fueron cooperativas de producción fundadas por obreros con el fin de producir un producto y venderlo. Estas estuvieron normalmente vinculadas de manera estrecha a los sindicatos e inspiradas en las ideas de los cooperadores franceses de la época. Sin embargo, va a ser la cooperación de consumo la que dominará el movimiento cooperativista en Cataluña desde 1865 hasta el franquismo; de ahí que nos centremos en ésta y no en la de producción. El modelo para el movimiento cooperativo fue proporcionado por la Sociedad Equitativa de los Pioneros de Rochdale (Inglaterra), fundada en 1844, que redactó los siete principios que pronto serían adoptados por los movimientos cooperativos de otros países y por la Alianza Cooperativa Internacional creada en 1895: la libre adhesión y libre retiro de socios, el control democrático, la neutralidad política, radical y religiosa, las ventas al contado, la devolución de excedentes, el interés limitado sobre el capital y la educación continua. Los objetivos inmediatos de las cooperativas de consumo eran suministrar a sus socios productos de mayor calidad a un precio justo y, si el negocio prosperaba, usar un porcentaje de los beneficios para proporcionarles ayuda mutua para afrontar enfermedades, desempleo y jubilación. Sin embargo, el objetivo final era remplazar el sistema capitalista por una sociedad en la cual las diferentes formas de cooperativas se encargarían de la economía, fabricando, suministrando y distribuyendo los productos a los ciudadanos en todos los países. Las cooperativas de consumo estaban generalmente ubicadas en las zonas urbanas donde residía la clase obrera y donde había evidentemente elementos anarquistas y secciones de la CNT. En Cataluña las cooperativas que seguían a esa ideología se adhirieron a la Cámara Regional de Cooperativas de Cataluña (1899-1918) y su sucesora la Federación de Cooperativas de Cataluña (1920-1939).
Como movimiento ideológico, el anarquismo nació en los debates internos de la Primera Internacional, sobre todo entre Mijaíl Bakunin y Karl Marx. Aunque en su momento Bakunin y sus seguidores en la Internacional se llamaron colectivistas, fueron evolucionando y aclarando sus ideas y pronto adoptaron el término anarquistas para describirlas. Subsiguientemente, el anarco-comunismo de Pyotr Kropotkin se hizo fuerte dentro de las filas del anarquismo en España, pero el anarco-colectivismo mantuvo su influencia sobre todo con relación a la organización de los obreros. Tanto el cooperativismo como el anarquismo vieron estancado su crecimiento durante las últimas décadas del siglo debido en el primer caso a la debilidad de la economía española (Nadal, 1975). Por su parte, el anarquismo quedó expuesto a la intensa represión de las autoridades y al fraccionamiento producto de diversos debates internos, destacándose las querellas entre los defensores del colectivismo y del comunismo. Los colectivistas solían estar más asociados con los sindicatos y fue predominantemente esta sección la que evolucionó hacia el anarcosindicalismo de la CNT, que presentó una rama específica del sindicalismo. Su prehistoria puede rastrearse en la FRE y la sección bakuninista de la Primera Internacional, aunque incorporó el anarco-comunismo cuando declaró en 1919 que su fin era la instalación de una sociedad comunista libertaria (Bar, 1981, pp. 479-556). A fin de examinar los posicionamientos de la central ante el cooperativismo, resulta pertinente repasar los del anarquismo clásico y los de los anarquistas catalanes hacia las últimas décadas del siglo XIX.
Divergencias primigenias del anarquismo ante el cooperativismo
Bakunin no desarrolló una gran teoría sobre la cooperación, pero sí expresó una posición general que desarrollarían sus seguidores y que echa bastante luz sobre las razones de la desconfianza de muchos anarquistas frente al cooperativismo. Distinguió dos corrientes dentro de la cooperación, la corriente burguesa y la corriente puramente socialista. Consideraba que en las asociaciones de consumo, crédito y producción promovidas por los socialistas “burgueses” (los partidos socialistas) “encontramos los elementos de la economía política burguesa: el interés generado sobre el capital, dividendos, y primas” (Cutler, 1985, p. 151). Estas cooperativas eran una continuación en el seno del mundo obrero de la práctica burguesa de explotar al trabajador a través del capital. En el caso de que una cooperativa obrera pudiera sobrevivir a la competencia capitalista –un caso que Bakunin consideraba poco probable– ésta explotaría a los obreros de la misma manera que cualquier otro negocio logrando eventualmente sacar a unos pocos obreros de la pobreza, transformándolos en burgueses y alejándolos de la revolución. Para Bakunin este tipo de cooperación tenía consecuencias nefastas para la unidad obrera y los que la practicaban eran “los aprovechadores y enemigos de la clase obrera” (Cutler, 1985, p. 152).
Sin embargo, la cooperación puramente socialista sí tenía un papel importante para la preparación de la revolución. El pensador ruso entendía que “es deseable que cuando llegue el momento de la liquidación social haya asociaciones cooperativas en cada país y localidad: si están bien organizadas y sobre todo fundadas sobre los principios de la solidaridad y la colectividad en lugar del exclusivismo burgués, entonces la sociedad pasará de su realidad actual a una de igualdad y justicia sin demasiada agitación” (Cutler, 1985, p. 153). Para Bakunin la cooperación no podía liberar a las masas de las condiciones existentes, pero organizada de manera colectivista “ofrece la ventaja, aun ahora, de acostumbrar a los obreros a unirse, organizarse y gestionarse sus asuntos independientemente” (Statz, 1990, pp. 201-202).
Para Errico Malatesta, amigo y seguidor de Bakunin –además de figura referente del anarquismo internacional con una presencia constante en la prensa libertaria de España–, los anarquistas tenían que estar donde estaban los obreros. Si los trabajadores estaban en los sindicatos, los anarquistas debían estar allí, si estaban en las cooperativas, también debían actuar en ellas. Malatesta rechazó el cooperativismo como ideología pero, siguiendo a Bakunin, sostuvo que las cooperativas eran herramientas que, si se las utilizaba de manera correcta, podrían asistir a la emancipación de la clase obrera:
Las cooperativas y los sindicatos, bajo el régimen capitalista, no conducen, ni naturalmente ni por su valor intrínseco, a la emancipación humana [...] hoy [pueden ser] organismos de conservación o de transformación social, mañana [pueden servir a] las fuerzas de la reacción o de la revolución. Todo depende de si se limitan a su función verdadera como defensoras de los intereses inmediatos de sus miembros o si están animadas e influidas por el espíritu anarquista, que hace que sus ideales sean más fuertes que sus intereses seccionales. (Richards, 1993, p. 116)
Siguiendo a Malatesta, la naturaleza de las cooperativas era conservadora y podía incluso ser reaccionaria, pero si los anarquistas estaban dispuestos a afiliarse a ellas, las podían dirigir en la dirección correcta y así ayudar a convertirlas en las cooperativas socialistas de las que hablaba Bakunin. Aunque muy general, se había esbozado la base de una posible relación entre el anarquismo y el cooperativismo.
Como se señaló, en Cataluña la cooperación fue la ideología más influyente entre el movimiento obrero, pero perdió esta posición en el primer congreso de la FRE en 1870, donde los principios colectivistas de la sección asociada internacionalmente con Bakunin triunfaron. El segundo tema tratado en el congreso fue justamente la cooperación, y en el mismo se acordó que no podría emancipar a la clase obrera, sino que sólo podría servir como “medio indirecto” para “aliviar un poco la situación de algunos de nosotros y de animarnos a que trabajemos para el logro del objetivo verdadero”. No obstante, el Congreso aceptó que la cooperación de consumo tenía “un valor inmenso positivo” (sic), como medio de convocar a esos trabajadores que no serían atraídos normalmente por los sindicatos, al movimiento de la clase obrera (Termes, 2000, pp. 59-62). Así que, en teoría, no se planteaba un rechazo de la cooperación como posible herramienta para preparar el camino hacia la emancipación social. De hecho la FRE en Barcelona tuvo su propia cooperativa, la Cooperativa Solidaria de consumos que se fundó a finales de 1873.1 Sin embargo, en general las cooperativas fueron separándose de las principales tendencias del movimiento obrero organizado y centrándose más en aspectos económicos de supervivencia que en la revolución.
Para muchos anarquistas, al aceptar las reglas de juego del sistema, la cooperación se convertía en una ideología capitalista. Podían señalar, sin apartarse demasiado de los señalamientos de Bakunin y Malatesta, que entorpecía el sentido revolucionario de la clase creando una elite egoísta con fines puramente materialistas. Desde esta perspectiva, la cooperación fue “una deserción de las filas obreras revolucionarias” (Reventós Carner, 1960, p. 95). A finales del siglo XIX, hasta el movimiento social católico apoyó la cooperación como solución a la creciente crispación social, por lo cual no debe sorprender que los comentarios anarquistas fueran despectivos (Álvarez Junco, 1991, p. 353). Ahora bien, en la medida en que el movimiento obrero inició un proceso de reorganización a principios de siglo, impulsado sobre todo por anarquistas bajo la influencia de las ideas sindicalistas de la CGT francesa, la Cámara Regional de Cooperativas de Cataluña buscó aumentar la posición del cooperativismo dentro del mismo y, debido a su influencia, lo intentó en consecuencia en el campo del anarquismo. Veamos.
Anarquismo y cooperativismo a principios de siglo en Cataluña
A principios del siglo XX, la revista de la Cámara, La Revista de la Cooperación Catalana (RCC) empezó a mostrar un interés en la relación entre anarquismo y cooperación publicando artículos sobre las posiciones de anarquistas extranjeros en los cuales éstos se mostraban favorables a la cooperación. Sobre todo elogiaba la posición del anarquista francés Daudé Bancel, quien había abogado por lo que él llamó “el neo-cooperatismo” que era esencialmente un cooperativismo colectivista en el cual los anarquistas deberían entrar en cooperativas de consumo apolíticas y “a-religiosas” y aplicar los beneficios de éstas “a la conquista progresiva, realizada por los trabajadores estrechamente organizados, de la industria comercial”.2 Según esta teoría, las cooperativas de consumo en una región o una ciudad deberían unirse para juntar sus beneficios en un fondo colectivo que luego sería utilizado para la creación de un banco.3 Las cooperativas tomarían así el control de la producción y la distribución y de ahí acabarían controlando la economía capitalista.
Muchos de los artículos de la RCC mostraban una posición que no difería mucho de la de Bakunin sobre todo en cuanto a la importancia del concepto de la solidaridad que proporcionaba y la unión de los trabajadores por trabajo colectivo que beneficiaría la economía del futuro, si se basaba en los principios de la cooperación socialista.4 Sin embargo, la mayor parte de los anarquistas catalanes optaron por desarrollar una posición hostil hacia el movimiento del cooperativismo. Es probable que fueran las actividades de la Cámara Regional en general y los artículos de su presidente Salas Antón los que provocasen un análisis crítico de parte del anarquismo español, plasmado por la pluma del viejo internacionalista Anselmo Lorenzo en su libro Vía libre de 1905. Según Lorenzo, la cooperación representaba un peligro que desviaba a los obreros de “la verdadera vía progresiva y revolucionaria”, bajo su influencia el obrero estaba “empapado en los negocios […] empequeñecido y aburguesado por el bienestar relativo y la esperanza de mayores beneficios”. Lorenzo criticó severamente a Salas Antón enfatizando las contradicciones entre la pretensión de la Cámara Regional de que el cooperativismo podría llegar a la transformación social y la realidad del movimiento. En sus conferencias y desde las páginas de la prensa de la Cámara, Salas Antón intentaba atraer a los obreros a la cooperación hablando de los beneficios ganados por las cooperativas en otros países, sobre todo en Inglaterra, “con sus grandes edificios, almacenes repletos y hasta barcos” (Lorenzo Asperilla, 1905, p. 83). Según Lorenzo, así se convertiría al trabajador en un negociante y se bloqueaban las perspectivas de transformación social.
En resumen, las acciones dentro del mercado por parte de las cooperativas contradecían las palabras que prometían la emancipación del mismo. La realidad de la cooperación catalana fue que pocas cooperativas extendían la participación en los beneficios a sus dependientes, empleados u obreros. Pero más allá del caso catalán, Lorenzo tendía a sacar conclusiones más generales. La cooperación dividía a la clase obrera, creando y fortaleciendo el “burguesismo obrero,” una elite capitalista de obreros: “Mientras la lucha contra el explotador y el gobernante une a los trabajadores, la cooperación los divide” (Lorenzo Asperilla, 1905, p. 102). Por su parte, Ignacio Claría, el editor del periódico Huelga General, argumentó que si una cooperativa pretendía ser socialista, debía ser colectivista también y dedicar todos los beneficios a proyectos sociales o educativos en vez de devolver un porcentaje al individuo, lo que no ocurría en Cataluña.5 Salas Antón apuntó oportunamente que él también apoyaba esa forma de cooperación colectiva. Aceptaba que el movimiento no estaba aún al nivel de sus promesas, aunque no por falta de moral o ideales sino por necesidad económica.6 Esto, sumado al fuerte posicionamiento de Lorenzo, que gozaba de gran respeto entre los trabajadores, pareció zanjar por un tiempo la cuestión en contra de la cooperación.7
El periódico Huelga General fue fundado en 1901 por Francisco Ferrer i Guardia, al que Anselmo Lorenzo dedicó su libro. Ambas publicaciones llegaron en el contexto de una nueva fase en la evolución del movimiento obrero catalán iniciado a principios del siglo XX, que llevaría a la formación de organizaciones obreras locales y regionales inspiradas en el sindicalismo revolucionario francés y a la creación de la CNT en 1910.
Una nueva oportunidad para la cooperación
Antes de la Primera Guerra Mundial la CNT fue una organización relativamente débil y fue prohibida en 1911. Sin embargo, durante la guerra creció rápidamente a la par de la economía, pasando de 15.000 afiliados en 1916 a más de 700.000 en 1919 (alrededor de 400.000 en Cataluña) y se convirtió en la central más grande del país. La reacción de los patrones a esta expansión no se hizo esperar. Entre 1920 y 1922, Barcelona fue el escenario de una guerra civil virtual, con la CNT involucrada en una lucha contra bandas de pistoleros pagados por la Federación Patronal, en la cual muchos cenestistas prominentes perdieron sus vidas. Finalmente, en 1923 la violencia social fue la excusa para el golpe militar que resultó en el ascenso de Miguel Primo de Rivera al poder. Un año más tarde, la central obrera fue prohibida y no volvería a la legalidad hasta 1930. La proscripción y desactivación efectiva de la CNT llevó a que finalmente dos de sus dirigentes más destacados, Juan Peiró y Ángel Pestaña, mostraran interés por la cooperación.
Peiró era miembro de la junta de Forn de Vidre en Mataró, una cooperativa de producción no afiliada a la Federación de Cooperativas de Cataluña. Después de la prohibición de la CNT emprendió una reevaluación de las tácticas y de la organización de la central sindical que publicó en una serie de artículos en la prensa sindicalista (Colomer i Rovira, 1986, pp. 51-60). Fue su búsqueda de un nuevo camino para hacer avanzar al movimiento sindicalista y a la clase obrera catalana lo que lo llevó a prestar más atención a las posibilidades del cooperativismo. Para Peiró “el sindicalismo construía la expresión moderna del anarquismo, el camino para la realización plena del comunismo libertario”, los sindicatos unirían la fuerza y organización necesarias derrocar al capitalismo y formar la base de la nueva sociedad, y en este proyecto revolucionario el cooperativismo sería un medio para complementar las tareas del sindicalismo (Paniagua, 1982, p. 166). El anarquismo clásico asociado con Bakunin y Kropotkin no había profundizado sobre los modos en que debería tomarse el control de la producción y la distribución en el marco de un proceso revolucionario, lo cual tuvo sus consecuencias, siguiendo a Peiró, en el período posguerra cuando la CNT llegó al cenit de su poder para luego caer frente a las fuerzas del Estado sin haber podido mostrar que tenía un plan para transformar las huelgas en un verdadero movimiento revolucionario capaz de organizar los aspectos centrales de una economía de transición. Frente a lo que veía como incoherencia y falta de realismo de los proyectos revolucionarios de sectores radicales anarquistas dentro de la CNT, Peiró planteó una visión basada en el estudio de la economía capitalista y su funcionamiento y las necesidades concretas para ir remplazándola (Elorza, 1972; Vega, 1980). Abordar la discusión ideológica entre anarquismo y anarcosindicalismo durante esta época nos apartaría demasiado del enfoque central del trabajo, pero es necesario apuntar que esa lucha ideológica dentro del movimiento libertario español tuvo como telón de fondo el acercamiento de militantes anarcosindicalistas al cooperativismo.
En Trayectoria de la CNT, que se publicó en 1925, Peiró dedicó un capítulo entero al cooperativismo. El punto de partida del argumento de Peiró fue el dictamen sobre la cooperación adoptado por la FRE en el Congreso de 1870, mencionado arriba, en el cual, desde su perspectiva, “en manera alguna era contrario al cooperativismo”. Peiró fue más allá del mismo dictamen afirmando, en línea con las formulaciones de Bakunin que valoraban al cooperativismo de consumo, que era “un medio directo para combatir al sistema capitalista y que es obra constructiva con aplicación a la presente sociedad y a la sociedad futura” (Peiró, 1979, pp. 87-88). Aceptó la crítica de Lorenzo en lo que hace al derrotero del cooperativismo catalán después del Congreso de la FRE; para él había resultado en un movimiento “restringido, egoísta, degenerado”. Pero para Peiró eso no restaba valor al cooperativismo, sino que había sido responsabilidad de los dirigentes de las cooperativas. Haciéndose eco también de Malatesta, sostuvo que una razón principal para que los anarquistas actuasen dentro de las cooperativas era precisamente la necesidad de contrarrestar la corriente reformista dominante en el movimiento (Peiró, 1945, p. 30).
Para Peiró, el cooperativismo aportaba beneficios para los anarquistas tanto en la sociedad del momento como en una posible transición revolucionaria hacia el comunismo libertario. Si la CNT adoptara una política pro-cooperativista, podría atraer a muchos campesinos a sus filas a través de una táctica basada en las ideas del trabajo y la distribución en común, lo cual implicaría “una practica del comunismo [...] los primeros cimentos de la sociedad futura” (Peiró, 1979, p. 90). Una segunda razón aludía a que una cooperativa socialista, o sea colectivista, podría usar los beneficios para facilitar la realización de la propaganda, sobre todo en relación a la educación (pp. 96-97).
Leal a su fe anarcosindicalista, Peiró sostuvo que “la organización económica, la estructura toda de la sociedad futura, ha de ser fecundada en las entrañas mismas de la actual sociedad”. Pero mientras que en general los anarcosindicalistas no dudaban en señalar que la organización de la producción de la nueva sociedad estaría a cargo de los sindicatos, Peiró lamentaba que pocos parecían haberse preocupado por la distribución, tema central para él ya que “la distribución organizada será un elemento de orientación del pueblo desde el primer momento de la revolución, en cuanto a la provisión de víveres [...] depende de ello el triunfo de la revolución”. De ahí la importancia de tener prevista la distribución por medio de las cooperativas, que pasaban a jugar en este esquema un papel central: sin preparación económica de la distribución a través de las cooperativas peligraba el éxito de la revolución social (Peiró, 1945, p. 91).
Ya en 1930, con el horizonte para el anarquismo español más prometedor, Peiró profundizó su visión del proceso revolucionario que debería seguir España. El éxito de la revolución social dependería de tres factores:
a) Fuerza organizada para imponerse y defender la toma de posesión de la tierra y de todos los medios y útiles de producción. b) Preparación técnica para organizar la producción. c) Preparación relativamente suficiente para la distribución de la producción al consumo. (Peiró, 1979, p. 30)
Los sindicatos se ocuparían del primer factor, pero las cooperativas tendrían el papel principal en el tercero y uno importante en el segundo. Peiró elaboró el proyecto de formación pre-revolucionaria que incluyó centros de Estudios y de Cultura “reforzados con las aportaciones y la colaboración de las organizaciones sindicales y cooperativistas”. En cuanto al tercer factor, Peiró insistió con su argumento previo (Peiró, 1979, p. 38).
El cooperativismo de consumo armaba a la clase obrera con la experiencia y conocimientos necesarios para asegurar que la revolución serviría al pueblo y no lo dejaría con hambre. Peiró adaptó el borrador general de Bakunin y Malatesta sobre la posibilidad de trabajar en y con las cooperativas para desarrollar una forma de cooperativismo colectivista que ayudaría a educar y preparar a los trabajadores en las tareas necesarias para organizar la economía, sobre todo la distribución, de la sociedad futura. Quizás como resultado de las inquietudes de Peiró, otro dirigente destacado de la CNT, Ángel Pestaña, también se interesó por el mundo cooperativo escribiendo en el periódico republicano El Diluvio, que
las cooperativas pueden ser un factor importantísimo en la lucha contra el régimen capitalista; pero [...] lo serán a condición de que abandonen los resabios de autoritarismo que las caracteriza para convertirse en instrumentos de progreso, de cultura y de fraternidad.8
Mientras tanto, el movimiento cooperativo se encontraba atrapado en un círculo vicioso: su aislamiento del movimiento obrero, y por ende de la lucha de clases, hacía que se enfocara más en objetivos materialistas para pretender algún éxito, y esto mismo lo hacía menos atractivo para la clase trabajadora. La Segunda República ofreció nuevas condiciones para terminar de allanar el vínculo entre ambos.
Segunda República, Guerra Civil y acercamiento anarquista a la cooperación
Durante la Segunda República, Pestaña y Peiró fueron miembros de los llamados “treintistas” que se escindieron (o fueron expulsados) de la CNT por oponerse a la línea radical que terminaron imponiendo los llamados faístas en la CNT. Los faístas – llamados así porque muchos eran miembros de la Federación Anarquista Ibérica (FAI)–, creían que la inauguración de la nueva república abría un contexto revolucionario que había que aprovechar inmediatamente antes de que se consolidara el nuevo régimen. Apostaban a las tácticas clásicas del anarquismo: la organización de revueltas populares y las huelgas constantes como parte de una política de “gimnasia revolucionaria” para provocar el desgaste del nuevo gobierno. En oposición a los radicales, los treintistas –llamados así porque clarificaron sus ideas en un manifiesto firmado por 30 destacados dirigentes de la CNT en 1931– vieron la nueva apertura que conllevaba el cambio político –legalización de los sindicatos, reducción de la censura, etc.– como un momento adecuado para reorganizar la CNT y hasta cierto punto reorientar sus tácticas. Por ende, se trataba de aprovechar esta nueva coyuntura, lo que no implicaba apoyar abiertamente la República (Vega, 1980, p. 212).
El treintista Sebastián Flor criticaba el movimiento cooperativo catalán; su falta de conexión con la clase obrera, su espíritu “estrecho del tendero”, sus “vicios doctrinales” que resultaban sobre todo “por las influencias burguesas de los elementos políticos que lo dirigen”, o sea la dominación de los grupos socialistas (USC en Cataluña). Sin embargo, “lo que cabe es estudiarlo bien, para conocer los vicios doctrinales de que adolezcan por las influencias burguesas de los elementos políticos que lo dirigen”. Además, consideraba que fuera de criticar el “aburguesamiento” de las cooperativas no había que olvidar que “mientras el sistema capitalista afirma su posición sobre principios egoístas de un individualismo inmoral, el cooperativismo lo afirma sobre un colectivismo racional”. Lo que faltaba era hacer un “labor “socializante” en las cooperativas.9
El argumento de que la sociedad futura no se podía basar únicamente en la producción, era un tema constante de los treintistas pro-cooperación, y la lógica de su posición se haría evidente durante la guerra civil. La intención era que las cooperativas de consumo fueran apéndices del sindicalismo revolucionario y no del socialismo, que era como los treintistas las veían.10 La readmisión de los treintistas a la CNT en mayo de 1936 abrió la posibilidad de llevar el argumento pro-cooperatista de la teoría a la práctica. En efecto, el regreso de los treintistas en el particular contexto del estallido de la Guerra Civil redundó en cierto interés por parte de la prensa cenetista a propósito de la cooperación. Solidaridad Obrera parecía haberse vuelto menos intransigente con la publicación de algunos artículos que explicaban los conceptos básicos de la cooperación, considerada “de una importancia capital en los presentes momentos”.11
La derrota de los militares en Cataluña fue la chispa que desencadenó una revolución espontánea a través de la región: los trabajadores tomaron las fábricas y los campesinos la tierra que trabajaban. Debido al papel de sus afiliados en la victoria contra los militares rebeldes, la CNT se convirtió en un poder clave en la región. Después de una sugerencia de Lluis Companys, presidente de la Generalitat, se formó el Comité Central de Milicias Antifeixistes en el cual fueron representadas las distintas organizaciones obreras. El comité, que estaba dominado por la CNT, actuó como un gobierno regional hasta septiembre de 1936, con la Generalitat relegada a aprobar maquinalmente sus decisiones. En octubre la Federación emitió una declaración en la que hizo público que “en estos momentos transcendntales de la vida del nuestro país, el movimiento cooperativo reclama también un lugar de Vanguardia”.12 Para poder tener la influencia que deseaba necesitaba el apoyo de la CNT, que experimentaba un aumento espectacular en afiliación desde el inicio de la Guerra Civil: en abril de 1937 la CNT tenia más de dos millones de afiliados en España, la mitad en Cataluña (Termes, 2011, p. 593).
Pero los acercamientos entre la CNT y el movimiento cooperativo eran por entonces incipientes. Después de la derrota de la sublevación militar en Cataluña, los obreros habían tomado control de la gestión de las fábricas y negocios abandonados por sus antiguos dueños. Para dar un marco legal a lo que ya estaba ocurriendo, el gobierno catalán aprobó el Decreto de Colectivizaciones y Control Obrero el 24 de octubre de 1936, que sería la base de la economía revolucionaria. Significativamente, el decreto no mencionaba siquiera a las cooperativas. Dividía a la economía en dos tipos de empresas: colectivizadas y privadas (Castells Duran, 1996, p. 12).
Pronto la oposición al alcance revolucionario unió a los republicanos de la Esquerra Republicana y a los comunistas del Partido Socialista Unificado de Cataluña, que se mostraron ansiosos por mostrar las credenciales democráticas de la República para atraer apoyo internacional a su causa, sobre todo de Francia y Inglaterra. Esta tensión explotó en luchas callejeras entre las facciones en mayo de 1937. El resultado de los hechos de mayo fue un triunfo rotundo para los comunistas que ya habían remplazado a los sindicalistas y anarquistas como el poder de la región, y desde este momento el gobierno catalán inició un proceso de “estatización” de la economía (Casanova, 1997, pp. 221-234; Termes, 2011, pp. 587-596).
Entre la introducción del decreto de Colectivización y los hechos de mayo de 1937, la CNT había prestado poca atención al movimiento cooperativo. Sin embargo, con su influencia en declive y el crecimiento de las cooperativas obreras, la CNT se fue haciendo menos intransigente. En octubre de 1937 el comité ejecutivo de la Federación de Cooperativas envió una carta a los partidos políticos y sindicatos de la izquierda revolucionaria en la cual clarificó las tácticas y objetivos del movimiento cooperativo. Las dos primeras respuestas fueron de la CNT y de la FAI. Juan Doménech, secretario general de la CNT, agradeció a la Federación por la iniciativa y tomó nota de la oferta de más información.13 La naturaleza cordial de la respuesta hace pensar que la CNT ya estaba revisando su política hacia el movimiento cooperativo. Además del debilitamiento de su posición, este cambio de actitud podría haber sido resultado de otros factores, como los defectos en su programa económico en cuanto a la distribución, aspecto que había previsto Peiró.
Tal como ocurrió con la CNT, el contexto bélico había transformado al movimiento cooperativo. Durante la guerra las cooperativas asociadas a la Federación de Cooperativas de Cataluña experimentaron un aumento considerable, se acogieron miles de nuevos socios.14 En su congreso en 1938 el presidente de la Federación de Cooperativas de Cataluña Felip Barjau, antiguo dirigente de la CNT que había unido a la USC en los años 20, declaró que el movimiento había crecido de 9.000 familias organizadas cooperativamente en 1937 a unas 388.000 en 1938.15 Muchos de estos nuevos socios habrían sido miembros de la CNT atraídos por el papel de las cooperativas en la distribución de productos básicos.
La guerra y la resultante reorganización de la economía provocaron graves problemas de abastecimiento. Faltaba género, transporte, y un plan claro de distribución. Al principio se creaban comités de abastecimiento bajo el control de los sindicatos en los barrios y pueblos. Algunos efectuaban ventas, pero pronto se quejaron de la falta de organización, arbitrariedad y favoritismo de éstos. Además, según parece, los antiguos detallistas y tenderos habían ingresado en los sindicatos para poder continuar con sus actividades previas.16 Pero en el curso de 1937 la política fue cambiando. Guiado por el Consejo Superior de Cooperación de la Generalitat y sus subcomités que incluían muchos cooperativistas, el movimiento cooperativo se vio beneficiado, mientras que las medidas tomadas reflejaban más la visión colectivista de los dirigentes de la Federación de Cooperativas. Las cooperativas tenían cada vez más responsabilidad para distribuir a sus socios y hasta al público no asociado. Además, en septiembre de 1937, Miquel Mestre, dirigente prominente de la Federación de Cooperativas, fue nominado jefe de la Dirección General de Abastecimientos de la Generalitat. Colaborando con Mestre había otros tres cooperativistas, también había varios cooperadores en las juntas regionales de abastecimientos.
Mientras avanzaba la guerra, la situación para la República se volvía cada vez más complicada, el abastecimiento de los productos básicos del consumo se hacía cada vez más escaso y los precios más exorbitantes. La economía se iba centralizando debido a la necesidad de aumentar su eficacia en aspectos como el abastecimiento de los productos, lo que dio como resultado una creciente influencia del Consejo de la Economía de la Generalitat en el funcionamiento de las cooperativas de consumo, las cuales desarrollaban un papel fundamental para evitar estos problemas. La situación bélica y la debilidad de la CNT en relación con los primeros meses del conflicto, sumado a la necesidad de velar por el bien de sus afiliados, muchos de los cuales ya se habían asociado a las cooperativas de consumo del barrio o localidad, provocó que los dirigentes de la CNT se volvieran más flexibles frente al cooperativismo, posición que fue favorecida por las ideas ya avanzadas de Peiró y otros.
Este crecimiento en números e influencia tuvo su impacto en los dirigentes de la CNT. En diciembre del 1937, Acción Cooperatista anunció con entusiasmo que Solidaridad Obrera se había declarado a favor de la cooperación, citando como prueba un editorial publicado en el diario que marcaba este cambio de dirección. El editorial sostenía que era hora de que los sindicatos y las cooperativas trabajasen juntos y reconocía que
una de las graves lagunas del movimiento de transformación económica iniciado en España desde julio de 1936, es no haber apreciado justamente, o más bien, haber casi completamente ignorado el valor de las cooperativas como instrumento de reconstrucción.17
Ese mea culpa fue amortiguado con la afirmación de que la responsabilidad por estas “lagunas” en el pasado era del movimiento cooperativo debido a sus contactos con la socialdemocracia que lo había hecho reformista, burgués y contrarrevolucionario. Ahora, en la España revolucionaria, esto había cambiado. Según el editorial de Solidaridad Obrera, para superar las deficiencias de la colectivización se debería promover la creación de cooperativas de consumo y producción. Era la
hora de que Cooperativas y Sindicatos ocupen un plano igual, con fases elementales y constructivas de un proceso revolucionario inaugurado por los trabajadores y que ellos por su número, por su capacidad social y la misión a cumplir, resolverán en una síntesis inevitable al final de la lucha.18
Como puede observarse, el texto hace suyos los planteos esbozados por Peiró desde la década de 1920.
El cambio de posición fue confirmado en un Pleno Nacional de la CNT celebrado en Valencia el 21 enero 1938. Sin embargo, la CNT no aconsejó a sus miembros que se afiliasen a las cooperativas de la Federación, sino que propuso que creasen sus propias cooperativas urgentemente.19 Se crearon varias cooperativas cenetistas, aunque es difícil determinar si tenían mucha influencia o éxito (Pérez Barò, 1974, pp. 115-116). Sin embargo, las negociaciones entre la CNT y el sindicato socialista (Unión General de Trabajadores) sobre una fusión entre las dos centrales sindicales pronto provocaron un reajuste en la posición de la CNT.
Al principio de 1938, con las negociaciones entre la CNT y la UGT sobre una posible fusión bastante avanzadas, la UGT presentó un programa de acción colectiva a la CNT que incluía una sección sobre cooperativas de consumo. La respuesta de la CNT también contenía una sección haciendo referencia a las cooperativas de consumo:
Las cooperativas de consumo, forma imperfecta de colectivización, serán divulgadas y protegidas por la CNT y la UGT para hacer frente a la especulación actual e ir venciendo el espíritu de la burguesía en el comercio menor.20
Su punto de partida para las negociaciones fue en lo esencial el mismo adoptado al final de 1937 y reportado en Acción Cooperatista. La CNT todavía esperaba mantener sus cooperativas independientes de otras organizaciones políticas. Sin embargo, después de las negociaciones, la posición de la CNT se alineó con la de los socialistas. El artículo 8 del Pacto de Unidad de Acción firmado por las dos centrales sindicalistas en abril declaró que:
La UGT y la CNT en Cataluña, velarán porque los trabajadores y sus familias puedan disponer de un mínimo de artículos alimenticios a precios relacionados con el tipo de salario vigente, propugnarán el ingreso de todas las familias obreras en las Cooperativas de consumo y el establecimiento de comedores populares, comedores colectivos o de empresa.21
No obstante, la CNT todavía no estaba dispuesta a retractarse, al menos oficialmente, de su posición anterior frente a las cooperativas. Aunque comentaba favorablemente el sexto congreso cooperativo de 1938, donde por primera vez la CNT había mandado un representante –Valerio Más, que había sido el confederal representante en el Comité central de abastos–, Solidaridad Obrera insistió en que el acercamiento entre el movimiento cooperativo y el sindical había sido el resultado de cambios en la política y naturaleza del primero. En los últimos años, observó el periódico cenetista, el movimiento cooperativo catalán había superado sus problemas, había adoptado una personalidad más ideológica, y “ha servido para que varios elementos, con auténtica visión proletaria, se hayan capacitado en la técnica comercial, sin olvidarse de este sentido eminentemente social que debe tener la cooperación”.22 El diario confederal concluyó felicitando al movimiento cooperativo por el hecho de que muchos libertarios eran socios de las cooperativas y podrían, por lo tanto, asegurar que esta tendencia eminentemente social y práctica se mantendría. Finalmente, según la versión del diario cenetista, se había ajustado al cooperativismo socialista vislumbrado por Bakunin y puesto al día por Peiró y otros treintistas.
Conclusiones
A lo largo de este artículo examinamos las tensiones que se desarrollaron entre los movimientos anarquista y cooperativo hasta la Guerra Civil. Desde sus inicios, el anarquismo manifestó interés por la cooperación, si bien más a nivel teórico que de acción. Los principales pensadores libertarios le asignaron dotes positivas, aunque con avisos, que fueron fuente de posicionamientos disímiles durante las primeras décadas del siglo XX. Identificamos, en el primer sentido, una serie de discursos que destacaban su capacidad educativa y su potencialidad para organizar a la clase obrera en un trabajo de conjunto autogestionario y no individualista. Contrapuesta a esa evaluación positiva fue la gran preocupación sobre la tendencia reformista o burguesa que podría apropiarse del movimiento cooperativo, convirtiéndolo así en un arma del capitalismo, debilitando la naturaleza revolucionaria de las masas, orientándolos a aceptar el sistema capitalista del mercado y la competencia. Este fue el argumento que se hizo fuerte a principios del siglo XX entre los anarquistas catalanes. Éstos últimos siguieron principios esbozados ya por Bakunin y Malatesta, que no consideraban al cooperativismo como una ideología revolucionaria. Con todo, en un contexto de fuerte influencia liberal y luego socialdemócrata sobre el movimiento cooperativo, descartaron las potencialidades también presentes en los discursos de los padres fundadores del movimiento libertario. En particular, la consideración de que la trayectoria del cooperativismo dependía de sus afiliados, habilitaba la acción anarquista dentro de las cooperativas para socializarlas y convertirlas en herramientas útiles para la revolución. El anarquismo catalán se encontraba por entonces en crisis por la represión y los debates internos que debilitaban su vinculación con la clase obrera, mientras que el movimiento cooperativo no lograba despegar debido al atraso económico del país. Esta manifiesta debilidad tampoco lo hacía interesante a ojos de los anarquistas que concentraban sus esperanzas emancipatorias en torno al sindicalismo revolucionario. Sin embargo, la derrota del movimiento huelguístico de la primera posguerra mostró a algunos anarquistas la necesidad de reevaluar tácticas y en este punto llegaron de nuevo a considerar a la cooperación como útil. Con Peiró, Pestaña y Flor, entre otros, el análisis del papel potencial de la cooperación se profundizó, agregando la importancia de su rol en la distribución de los productos, a los otros beneficios ya sugeridos por los pensadores clásicos del anarquismo. Los treintistas pro-cooperación habían preparado una justificación táctica e ideológica para un acercamiento de los movimientos anarquistas y cooperativos, con tal de que ambos se guiaran por el colectivismo. Sin embargo, la influencia “burguesa”, o sea socialista, del movimiento vigente en Cataluña hacía que todavía la teoría no pudiera avanzar hacia la realidad. A su vez, aunque la CNT fue la fuerza dominante en Cataluña, en muchas otras regiones de la España republicana esta posición pertenecía a los socialistas. De ahí que la CNT se viera forzada, por la lógica de la situación bélica, a adoptar una política de colaboración, primero apoyando la “unidad sindical” con la UGT y luego entrando al gobierno republicano presidido por el socialista Largo Caballero. El reemplazo de éste por Juan Negrín, más cercano a los comunistas, derivó en la expulsión de los anarquistas del gobierno y en su progresiva pérdida de influencia entre la clase obrera.
La Guerra Civil creó un contexto en el cual, eventualmente, la lógica de la posición treintista se hizo factible al mismo tiempo que el movimiento cooperativo se hacía más atractivo por su crecimiento y su papel a favor de la economía revolucionaria de la República.
La razón detrás del apoyo al papel cooperativo en los trabajos de Peiró y otros treintistas fue la necesidad de revisar las tácticas anarquistas a la luz de los cambios económicos y políticos del siglo XX, sobre todo en relación con la organización económica. Con la Guerra Civil esos planteos tuvieron su oportunidad, cuando las falencias del sistema de distribución de la revolución se hicieron evidentes mientras que las cooperativas mismas se vieron forzadas por el contexto y el aumento de afiliados a actuar más como cooperativas socialistas que burguesas. El nuevo contexto, signado por el progresivo debilitamiento de la CNT y el fortalecimiento del cooperativismo, propició el acercamiento entre ambos. Sin retractarse de sus posiciones previas, la central anarcosindicalista pasó a reivindicar el papel de las cooperativas en ese momento histórico, mientras que varios de sus cuadros se sumaban también a la dirección del movimiento cooperativo. Sin embargo, esta confluencia llegó demasiado tarde para poder analizar su potencial, por cuanto la victoria franquista a principios de 1939 pondría fin primero a los sindicatos de la CNT y luego a las cooperativas.
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3. De ahí que figuras como Bancel y Salas Antón hablaran del cooperativismo colectivista que se refería a cooperativas que proveían fondos colectivos para tareas sociales y educativas de sus miembros y para ayudar al desarrollo del movimiento en general, lo cual no debe confundirse con el colectivismo gremial bakunista de la Primera Internacional.
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13. “Orientació Cooperatista”, Acción Cooperatista, 1 de octubre de 1937. La FAI limitó su respuesta a un “gracias” educado.
14. En Barcelona las cooperativas de la Federación tenían 9.000 socios en septiembre de 1936, una cantidad que subió a 21.000 en septiembre de 1937 antes de dispararse y llegar a 98.000 en septiembre de 1938. Esta tónica se generalizó por toda la región.
15. “Les tasques del VIè Congrés de la Federació de Cooperatives de Catalunya”, Acción Cooperatista, 5 de agosto de 1938.
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